Nos levantamos a las 06.45h ya que habíamos pedido el desayuno para las 7. Nuestros planes para hoy eran ir a la Cruz del Cóndor y bajar al oasis de Sangalle y volver a dormir a Cabanaconde.
A las 8 estábamos en la plaza de Armas junto al autobús de la compañía Milagros que salía a las 8,30. Mejor ir con antelación ya que se llena de locales que van dirección a Chivay. El trayecto cuesta 1 sol y, para evitar que os levanten del asiento, es mejor que os sentéis en la fila opuesta al conductor y hacia el final. Los que se sientan en la misma fila que el conductor van a Arequipa y ya tienen asientos reservados.
En menos de ½ hora llegamos a la Cruz, está lleno de autobuses, de turistas y hay algún que otro “revisor” que reclama el boleto turístico pero es fácil escaquearse.
Unos minutos después aparecen los primeros cóndores. Sobrevuelan majestuosos, sin batir las alas, sólo planeando y aprovechando las corrientes de aire caliente. Parece que notan la admiración que despiertan y se recrean en su vuelo. Vemos cuatro que apenas se alejan de la Cruz del Cóndor.
El espectáculo continúa durante al menos una hora. En ese tiempo bajamos al segundo mirador con mejores vistas del Cañón.
Parece que los cóndores se han cansado de su exhibición y desaparecen tan rápido como los grupos de turistas con sus autobuses. Nosotros queremos una foto en la cruz sin nadie y ello nos cuesta perder el transporte de regreso a Cabanaconde. Al parecer, no pasará otro autobús hasta dentro de un par de horas.
Hablamos con los vendedores que aún quedan en la Cruz y nos dicen que podemos bajar al pueblo en el mismo jeep que ellos, pagando 10 soles por persona. Nos parece un poco caro si nos acordamos del precio que habíamos pagado por el camino inverso pero no queremos hacer el camino de vuelta andando ya que tenemos intención de bajar al oasis y volver a subir.
Los vendedores aún no recogen sus puestecitos, así que preguntamos a un último autobús turístico que pasa delante nuestro si hay sitio. ¡Estamos de suerte! Por 5 soles cada uno nos llevan a Cabanaconde y sin necesidad de esperar más.
A las 11 estamos en el pueblo. Cogemos las mochilas y agua y nos dirigimos al camino de bajada al oasis de Sangalle. En el mismo nos encontramos con cabras, toros y algún borriquito.
No es un tramo sencillo porque se trata de un camino estrecho, irregular y lleno de piedras. Nos cruzamos con extranjeros que vuelven después de haber pasado allí la noche y nos dicen que la subida no es nada fácil y que dudan que nos dé tiempo a bajar y subir en el mismo día. Aún así, nosotros continuamos hasta que un “revisor” nos frustra nuestros planes. Nos pide el boleto turístico y a pesar de explicarle que nos lo hemos dejado en el hotel y que ignorábamos que lo teníamos que llevar siempre encima, no nos deja pasar. No le hemos resultado convincentes. Sólo conseguimos que nos deje caminar unos pasos más para asomarnos y ver el paisaje.
¡Qué rabia! Ahora nos toca desandar los ¾ de hora que habíamos caminado.
Sin saber muy bien qué hacer, volvemos a la plaza del pueblo y decidimos irnos a descansar al hotel. Allí hacemos una “lavadora” casera, escribimos las primeras etapas del diario y consultamos la información que tenemos del resto de sitios a visitar.
Un par de horas después, sin mucho más que hacer, decidimos volver al Mirador de San Miguel a probar mejor suerte con las fotos. Caminamos hasta allí con más sol pero en el Cañón sigue habiendo esa bruma que impide que las fotos salgan bonitas.
Volvemos a arrepentirnos de haber reservado las dos noches en el mismo alojamiento porque tenemos poco margen de maniobra. De todos modos, el hecho de habernos negado a comprar el boleto tampoco nos habría permitido circular libremente por otros lugares.
Regresamos cuando todavía es de día y nos vamos directamente al Pachamama. Allí probamos nuestro primer pisco sour con frutas y coincidimos con una pareja de vascos con los que acabaremos compartiendo mesa durante la cena. Pagamos 49 soles por una pizza, ensalada griega, arequipeña y pisco sunrise.
Nos retiramos pronto al hotel a descansar de un día algo improductivo.
A las 8 estábamos en la plaza de Armas junto al autobús de la compañía Milagros que salía a las 8,30. Mejor ir con antelación ya que se llena de locales que van dirección a Chivay. El trayecto cuesta 1 sol y, para evitar que os levanten del asiento, es mejor que os sentéis en la fila opuesta al conductor y hacia el final. Los que se sientan en la misma fila que el conductor van a Arequipa y ya tienen asientos reservados.
En menos de ½ hora llegamos a la Cruz, está lleno de autobuses, de turistas y hay algún que otro “revisor” que reclama el boleto turístico pero es fácil escaquearse.
Unos minutos después aparecen los primeros cóndores. Sobrevuelan majestuosos, sin batir las alas, sólo planeando y aprovechando las corrientes de aire caliente. Parece que notan la admiración que despiertan y se recrean en su vuelo. Vemos cuatro que apenas se alejan de la Cruz del Cóndor.
El espectáculo continúa durante al menos una hora. En ese tiempo bajamos al segundo mirador con mejores vistas del Cañón.
Parece que los cóndores se han cansado de su exhibición y desaparecen tan rápido como los grupos de turistas con sus autobuses. Nosotros queremos una foto en la cruz sin nadie y ello nos cuesta perder el transporte de regreso a Cabanaconde. Al parecer, no pasará otro autobús hasta dentro de un par de horas.
Hablamos con los vendedores que aún quedan en la Cruz y nos dicen que podemos bajar al pueblo en el mismo jeep que ellos, pagando 10 soles por persona. Nos parece un poco caro si nos acordamos del precio que habíamos pagado por el camino inverso pero no queremos hacer el camino de vuelta andando ya que tenemos intención de bajar al oasis y volver a subir.
Los vendedores aún no recogen sus puestecitos, así que preguntamos a un último autobús turístico que pasa delante nuestro si hay sitio. ¡Estamos de suerte! Por 5 soles cada uno nos llevan a Cabanaconde y sin necesidad de esperar más.
A las 11 estamos en el pueblo. Cogemos las mochilas y agua y nos dirigimos al camino de bajada al oasis de Sangalle. En el mismo nos encontramos con cabras, toros y algún borriquito.
No es un tramo sencillo porque se trata de un camino estrecho, irregular y lleno de piedras. Nos cruzamos con extranjeros que vuelven después de haber pasado allí la noche y nos dicen que la subida no es nada fácil y que dudan que nos dé tiempo a bajar y subir en el mismo día. Aún así, nosotros continuamos hasta que un “revisor” nos frustra nuestros planes. Nos pide el boleto turístico y a pesar de explicarle que nos lo hemos dejado en el hotel y que ignorábamos que lo teníamos que llevar siempre encima, no nos deja pasar. No le hemos resultado convincentes. Sólo conseguimos que nos deje caminar unos pasos más para asomarnos y ver el paisaje.
¡Qué rabia! Ahora nos toca desandar los ¾ de hora que habíamos caminado.
Sin saber muy bien qué hacer, volvemos a la plaza del pueblo y decidimos irnos a descansar al hotel. Allí hacemos una “lavadora” casera, escribimos las primeras etapas del diario y consultamos la información que tenemos del resto de sitios a visitar.
Un par de horas después, sin mucho más que hacer, decidimos volver al Mirador de San Miguel a probar mejor suerte con las fotos. Caminamos hasta allí con más sol pero en el Cañón sigue habiendo esa bruma que impide que las fotos salgan bonitas.
Volvemos a arrepentirnos de haber reservado las dos noches en el mismo alojamiento porque tenemos poco margen de maniobra. De todos modos, el hecho de habernos negado a comprar el boleto tampoco nos habría permitido circular libremente por otros lugares.
Regresamos cuando todavía es de día y nos vamos directamente al Pachamama. Allí probamos nuestro primer pisco sour con frutas y coincidimos con una pareja de vascos con los que acabaremos compartiendo mesa durante la cena. Pagamos 49 soles por una pizza, ensalada griega, arequipeña y pisco sunrise.
Nos retiramos pronto al hotel a descansar de un día algo improductivo.