El desayuno de Casa Kalfú está delicioso. El cielo nublado genera suspense sobre la visibilidad que tendremos durante la navegación por uno de los lagos más hermosos de Chile.
En dirección a Ensenada, la carretera asfaltada bordea el lago Llanquihue, por un paisaje amable, que poco tiene que ver con los densos bosques que se encontraron los primeros colonos alemanes llegados a estas tierras a mediados del siglo XIX, tal como relata Carla Federico en su libro La Tierra del Fuego.
Llanuras, antes boscosas, que se han transformado en tierras de cultivo, y en una zona dulce que ahora es destino vacacional de muchos chilenos. Gente corriendo y pedaleando en esta mañana dominical de enero.
Los claros van ganando la batalla a las nubes, y la silueta fantasmagórica del cono del Osorno emerge entre tinieblas. En apenas media hora, el cielo se limpia casi por completo, y el Osorno presume de la perfección de su cono, de sus 2600 m y de su cumbre ocupada por glaciares.
Pasando Ensenada, justo entrando en el Parque Nacional Vicente Pérez Rosales, el más antiguo del país, el bosque nativo nos rodea, en un avance de lo que va a ser nuestra próxima aventura por la Ruta Austral.
Tras casi hora y media con alguna parada corta, llegamos al embarcadero de Petrohué, a orillas del lago de Todos los Santos, donde nos espera el catamarán para navegar por este lago, también llamado Esmeralda. El brillante color verdoso de sus aguas resplandece como una joya.
Los primeros hombres blancos que lo pudieron contemplar fueron unos jesuitas españoles, un 1 de noviembre, el día de Todos los Santos. Ellos no lo tuvieron tan fácil para recorrer estos parajes, en aquellos tiempos absolutamente salvajes. Hoy en día, aunque conservan su virginidad casi intacta en gran medida, son visitables cómodamente en este catamarán.
Laderas cubiertas por bosque nativo, que caen sobre el lago, volcanes nevados: el Osorno y el Puntiagudo, algunas islas, pequeñas playitas que vamos descubriendo en sus orillas, ramas que bajan hasta rozar la superficie del lago……..y sus aguas que brillan como esmeraldas…………… ingredientes que se fusionan todos aquí y ahora, en el Lago Esmeralda.
Sólo sobra el ruido del catamarán y las voces del tipo que, micrófono en mano, anuncia repetidamente las opciones de excursiones en Peulla. Yo soñaba con que el catamarán parase sus motores por unos instantes en medio del lago, y poder disfrutar del lugar y del momento en silencio y en quietud…………pero……….., mi sueño nunca se hizo realidad. Quizás por eso, porque los sueños sólo son sueños, y sólo se cumplió en mi imaginación cuando tapé los oídos y cerré los ojos.
Nada más llegar a Peulla, es fácil sentirse en un sitio especial. Una aldea remota y escondida entre montañas. Sus 120 habitantes viven por completo del turismo. Todos trabajan en el hotel del pueblo o en la agencia turística que organiza las excursiones del Cruce Andino, y que cada día llena la aldea de caras nuevas.
Un pequeño puesto sanitario, una escuela con 4 niños, puesto fronterizo, e incluso una tienda no faltan en el pueblo.
Varias actividades se pueden realizar, como canopy, cabalgata, recorrido en 4x4 o vuelo en helicóptero sobre los glaciares del volcán Tronador, la montaña más alta del área, y que pudimos contemplar durante unos instantes desde el catamarán. Creo que nuestra decisión fue acertada al elegir una excursión en 4x4, que nos ocupa hora y media de las 3 horas y media que permaneceremos en Peulla, durante la cual recorremos una parte de la ruta internacional que conduce a Argentina por el Cruce Andino de los lagos, visitamos una granja, vadeamos el río Peulla………un poco excitante………, y navegamos en balsa por el río Negro. Una experiencia de sensaciones de íntimo contacto con la naturaleza. Un río poco profundo, de aguas oscuras por la negritud de su fondo, y guarecido entre la vegetación de la selva valdiviana. Quietud sólo interrumpida por un par de docenas de tábanos gigantes que, de inmediato, se encapricharon de mí.
Todavía nos queda tiempo para recorrer los pequeños senderos. Unas cascadas casi secas, los árboles majestuosos, fucsias y flores, helechos, aves cantoras, nos hacen disfrutar de la naturaleza de este Parque Nacional Vicente Pérez Rosales, que desde 1926 se ha convertido en el más antiguo del país.
Gentes de varios países del mundo coincidían con nosotros en esta experiencia. También chilenos, como una mujer de Copiapó que conocí, situación que aproveché para recabar información sobre el paso de San Francisco, que tantas ganas tengo de conocer.
Tras comernos nuestras empanadas chilenas en medio de este entorno natural, me preguntaba cuán de templada estaría el agua del lago para darse un baño. Y no me lo pensé más, me dispuse a comprobarlo en primera persona, al menos hasta la rodilla, en la pequeña playita situada al lado del embarcadero.
A las cuatro de la tarde es hora de regresar. Algunos que han llegado desde Argentina, otros que veníamos desde Puerto Varas, y unos pocos que han pasado aquí la noche, nos embarcamos de vuelta por el Lago de Todos los Santos, que vuelve a deleitarnos con sus cumbres nevadas, con sus laderas boscosas, sus aguas color esmeralda. Nos sentimos muy afortunados por poder conocer maravillas como ésta.
Para los pobladores que viven a orillas del lago, este catamarán es su única vía de comunicación. A sus casas no llega ningún camino. Se acercan con su barquita cuando necesitan aprovisionarse o viajar a algún lugar.
Esmeralda, turquesa, azul…………Diferentes tonalidades visten su superficie, en función de los reflejos de la luz.
Llegar a los Saltos del Petrohué resulta muy fácil. A 7 km del embarcadero de Petrohué y un corto sendero, que nos asoma a unas cascadas donde río se abalanza entre paredes verticales cubiertas de vegetación, en presencia de la silueta del volcán Osorno.
Los jet-boat que vemos desde las pasarelas, se acercan a las cascadas……….pero no parece excesivamente excitante.
Demasiada gente y demasiada escasez de agua en este domingo estival.
Las tardes son largas en verano, y aunque se ha ido nublando, no pensamos desaprovechar el tiempo que queda de luz. Así que, casi a última hora de la tarde, y tras desviarnos en el pueblo de Ensenada, estábamos emprendiendo la subida al volcán Osorno, por una estrecha y serpenteante carretera que salva en pocos km el desnivel desde el lago Llanquihue (casi a nivel del mar) hasta los 1800 m de la estación de esquí.
Bosque valdiviano y coladas de lava negra, marrón, roja, se fusionan en el paisaje.
Aunque la estación de esquí es un magnífico mirador sobre el lago Llanquihue, el valle del río Petrohué, y las montañas de los alrededores, yo quería acercarme más a la cumbre del volcán para apreciar mejor sus glaciares, y para observar estos colores volcánicos. Durante una caminata de una hora teníamos un mayor contacto con el entorno, subiendo hasta un cono volcánico. Observamos un panorama imponente, tanto a nuestro alrededor como allá abajo. El desnivel es brutal. Es un encuentro de hielo y volcanes.
De regreso a puerto Varas, un atardecer asalmonado pone el broche perfecto a un día delicioso e intenso en el que hemos tenido de todo: lagos, ríos, bosques, cascadas, volcanes, e incluso glaciares colgantes.
Para cenar: Cambalache, en Puerto Varas. Todo buenísimo, tanto carne como pescado, y el cordero asado al palo........aunque no conseguimos terminarlo.
Noche estrellada.