Día 4.
Recorrido: Cordes-sur-Ciel – Najac – Cueva de Pech Merle – Domme – Beynac-et-Cazenac
Kilómetros totales: 158; Tiempo en coche: 3 horas 13 minutos
Perfil en Google Maps:
CORDES-SUR-CIEL.
Creo que nadie discute que se trata de uno de los pueblos fortificados más bonitos de Francia, tanto por su ubicación, en lo alto de un cerro, al cual sus casas se abrazan en prolongada espiral, como por su conjunto de hermosos palacios góticos, edificados durante los siglos XIII y XIV, su época de mayor prosperidad, por nobles y comerciantes de paños, sedas y pieles. Fue fundada en 1222 por Ramón VII, conde de Tolosa, para detener el avance de las tropas del rey de Francia y la Iglesia Católica contra los cátaros, y llegó a convertirse en un bastión inexpugnable.
Cordes-sur-Ciel está en alto, muy en alto, casi tocando el cielo, sobre todo cuando aparece envuelto en nubes al amanecer, de ahí viene su nombre. Hay aparcamientos en la parte superior y en la parte baja (todos de pago); y da igual quedarse arriba o abajo porque para ver el pueblo siempre habrá que subir y/o bajar unas cuestas tremendas y, además, con un incómodo empedrado que no hace nada recomendable el uso de sandalias y chancletas.
Teníamos reserva en la zona fortificada, la más alta, junto a la Iglesia de San Miguel, en el Logis Hostellerie du Vieux Cordes, de tres estrellas, una antigua casa señorial rehabilitada con un precioso patio donde se ubica el restaurante, La escalera es de piedra, en espiral, y parece que estás subiendo a un castillo, con su caballero medieval y todo; la habitación doble no es muy grande, pero sí cómoda, con baño reformado y balcón, el wifi funcionaba bien. Además, nos dieron una pegatina para que nos saliera gratis el aparcamiento. El personal, amabilísimo. Nos costó 62 euros, así que no nos podemos quejar: una excelente relación calidad/precio para quien quiera alojarse en el “cielo” de Cordes. La única pega (para nosotros no lo fue) es que no hay ascensor.
Puerta de Ormeaux.
Esta estampa nos encontramos al traspasar la Puerta de Ormeaux.
Llegamos sobre las 8. Trepamos literalmente (eso sí, con el coche) hacia el hotel, atravesamos la Puerta de Ormeaux (por el día no dejan pasar coches, lo que me parece muy bien porque si no sería un horror por lo estrecho y lo complicado del acceso) y continuamos por la Rue Saint-Michel, una de las dos calles paralelas que hay en la parte alta, donde está la Iglesia del mismo nombre; la otra es la Grand rue Raimond VII. Aparcamos el coche en el parking superior (para nosotros gratuito, a dos minutos andando del hotel), dimos un paseo y tomamos un helado. Cordes estaba tranquilo y bonito con la tenue iluminación nocturna, pocos turistas se habían quedado a cenar y menos aún a dormir.
A la mañana siguiente, me levanté temprano y me fui a investigar. Estuve paseando casi en solitario por las preciosas calles medievales, contemplando las vistas desde el mirador de la Plaza de la Bride y observando las casas góticas y sus curiosas esculturas. Recorrí las dos calles y atravesé las seis puertas abiertas en las murallas: Ormeaux (S.XIII), de la Jean (S.XII), Le Portanel (S. XIV), Portail Peint (S.XII), du Vainqueur (S. XIII) y Porte de L’Horloge (S. XIV), adonde llegué por la Grand Rue de las Barbacanes.
Diversas vistas del pueblo.
Gran Rue de las Barbacanes.
Aquí comienza el descenso que lleva a la parte baja del pueblo, la más moderna. Realmente está muy, muy empinado y hay que pensárselo porque si se baja, luego hay que subir. Sin embargo, todo es tan bonito y agradable, que se hace bien. Además, los artesanos todavía no habían abierto sus tiendas, apenas había nadie y daba gusto tomar fotografías. Especialmente bonitas son la Maison du Grand Ecuyer, la Maison du Grand Veneur y la Maison du Grand Fauconnier y las fortificaciones.
Con el desayuno, empezó la pequeña odisea. Los desayunos en los hoteles franceses suelen tener un precio desorbitado para lo que ofrecen: los más normalitos, unos 8 euros; el resto, entre 13 y 17. Evidentemente, no cogimos ningún desayuno ya que, aunque pongan un buen bufet (lo que no siempre sucedía), nosotros no somos de desayunar demasiado cuando a la 1 ya tienes que estar pensando en comer, de acuerdo con los horarios franceses. Buscamos una cafetería en la zona alta de Cordes (había varias abiertas y también algún bar y restaurantes) y nos quedamos con los ojos a cuadros cuando descubrimos que servían café, pero nada de lo que los españoles estamos acostumbrados a desayunar, no es que pidiésemos chocolate con churros, pero es que ni un mal croissant. Pensamos que en la ciudad baja tendríamos más suerte al ser una zona moderna, pero nos encontramos con un maremágnum monumental ya que era sábado, día de mercado: imposible aparcar en ninguna parte. En medio del caos, y como ya habíamos visto lo más destacado del pueblo, decidimos proseguir el viaje, esperando encontrar por el camino un lugar donde desayunar.
LAGUEPIE.
Un cuarto de hora más tarde cruzamos un puente sobre el río Leviaur. Las vistas eran muy bonitas, con una especie de castillo roto colgado de una colina. Nos llamó la atención y paramos en el pequeño pueblo. Entramos en un café-bar donde sólo tenían café, nada para comer. Algo desesperados, salimos sin tomar nada, en busca de alguna alternativa y nos encontramos una boulangerie/patiserie: ¡salvación! Tenían unos bollos que estaban diciendo “comednos ya”. Compramos dos caracolas por 1,80 euros. Estaban riquísimas. Luego fuimos al bar y nos tomamos el “café-au-lait”. Lección aprendida que nos serviría para varios días: en los pueblos pequeños franceses no sirven desayunos como los entendemos en España (en las ciudades y los pueblos muy turísticos, sí): el café en la cafetería y los bollos, en la panadería/pastelería. Lo malo es que hay que tomar primero una cosa y luego otra. Pero nadie dijo que la vida del turista sea fácil.
Después, una vuelta por el pueblecito, que es pequeño, pero cuco.. Está en medio de la confluencia entre los ríos Viaur y Aveyron, lo que lo que le convierte en centro vacacional en verano. Se puede visitar la Iglesia de Saint Amans y el curioso castillo de Saint Martin.
NAJAC.
Este inscrito en la lista de los pueblos más bellos de Francia. Tiene una ubicación espectacular y, rodeado de bosques, serpentea por una alargada cresta que corona las gargantas del río Aveyron y el valle. Por encima de sus picudas casas sobresalen las altas torres de su imponente castillo. Aparcamos el coche en un parking gratuito, al final del pueblo.
Resultaba curioso porque al caminar por su única calle primero tuvimos que llegar a la porticada Place du Faubourg, donde nos encontramos con la silueta del castillo al fondo, en todo lo alto, pero antes había que bajar una empinada cuesta por la rue Barriou. Es decir, primero bajar y luego subir un buen tramo hasta el castillo.
Por el camino, vimos las bonitas casas de piedra, la fuente de los Cónsules, la Casa del Gobernador y la Iglesia de San Juan Evangelista, que forman un atractivo conjunto medieval. El origen del castillo de Najac se remonta al siglo XI, pero que como casi todos los de la región jugó un importante papel defensivo durante la cruzada contra los cátaros y en la Guerra de los 100 años.
En julio y agosto, abre de 10:30 a 19:00, y cuesta 5 euros. Dan folleto de visita en español. Está reconstruido en parte e incluso se visita un pasadizo secreto. Sin embargo, lo más destacable son las vistas que ofrece del burgo, a sus pies, y de todo el campo circundante, con un paisaje espectacular.
Se nos hizo tarde para comer pese a que solamente eran las dos menos cuarto. Ya no había sitio en ningún restaurante del centro, así que fuimos a un italiano que vimos anunciado, por la zona del pueblo que se asoma a la carretera. Comimos pasta y ensaladas, con un postre, cervezas y café, nos costó veintitantos euros, no recuerdo el pico.
CUEVA DE PECH MERLE.
Desde Najac a la cueva de Perch Merle hay 56,7 kilómetros, una hora y cuarto de viaje en coche. Se trata de una cueva ornamentada con pinturas prehistóricas de hasta 25.000 años de antigüedad, a un par de kilómetros del pueblo de Cabrerets (lo citaré más ampliamente en otra etapa del diario), en el departamento de Lot. Esta fue una parada que hicimos para que el viaje hacia la zona Dordoña/Perigord no se hiciese tan largo y aprovechar al mismo tiempo para dejar hecha esta visita.Las carreteras son estrechas y viradas, así que no permiten muchas alegrías al volante. Para compensar, el paisaje es muy bonito, sobre todo llegando a la zona del río Lot. Había reservado por internet hora para visitar la cueva porque hay un cupo de 700 visitantes por día y no quería arriesgarme porque no podíamos volver otro día. Al hacer la reserva, no hay que pagar nada; te guardan la entrada hasta 15 minutos antes de que te toque, si no apareces, la venden y ya están. Las visitas son guiadas en inglés o francés según los pases. La guía nos dio un cuaderno con las explicaciones en español. No era el texto completo de lo que ella contaba, pero servía para enterarse bastante bien de las cuestiones principales y, sobre todo, del significado de las pinturas y de quiénes eran y cómo vivían los seres humanos que las hicieron.
Abre de 9:30 a 17:00. Visita general de adultos: 11 euros. Incluye la visita a la cueva, un documental y el museo. Se recorren varias salas con diferentes tipos de pinturas, pero lo que más impresiona es, sin duda, el conjunto de los caballos moteados y las manos en negativo, que se ve al final de la vista. No se podía hacer fotos dentro, así que pongo una sacada de internet.
Abre de 9:30 a 17:00. Visita general de adultos: 11 euros. Incluye la visita a la cueva, un documental y el museo. Se recorren varias salas con diferentes tipos de pinturas, pero lo que más impresiona es, sin duda, el conjunto de los caballos moteados y las manos en negativo, que se ve al final de la vista. No se podía hacer fotos dentro, así que pongo una sacada de internet.
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DOMME.
Hay 68 Km. desde Pech Merle hasta Domme, nuestra siguiente parada. El navegador nos metió por un sin fin de carreteras de tercer orden (las de segundo las abandonaba en cuanto circulábamos trescientos metros por ellas), estrechísimas, con firme irregular y curvas y más curvas: eso sí, íbamos solos y el paisaje boscoso era precioso,pero terminó resultando un poco monótono. Tardamos más de hora y cuarto y acabamos hasta el gorro de tantos giros, subidas, bajadas y cambios de carretera: los minutos no cundían nada.
El Dordoña se estrenó para nosotros en Domme. Llegamos atraídos por la fama de su mirador sobre el río, uno de los mejores de la zona, según dicen. Lo mejor fue que hay aparcamiento gratuito en el mismo pueblo, junto al cementerio, que está pegado al mirador y a cinco minutos caminando del centro. El pueblo es pequeño y también está en la lista de los más bellos de Francia. Y es bonito, pero no entre los más bonitos que vimos (es una opinión personal).
Las vistas abarcan un tramo realmente amplio del río, del recodo que forma bajo el mismo pueblo y de los campos por los que corre. Lo malo es que el sol daba completamente de cara hacia el oeste, el lugar desde el que se obtiene el mejor panorama. Nos quedamos a cenar allí. Tomamos unas cervezas y una pizza enorme para los dos en el agradable patio de un restaurante italiano. Se estaba fresquito, lo que agradecimos porque volvía a hacer bastante calor. La cena no llegó a 20 euros.
Al salir, dimos otra vuelta por el pueblo y nos asomamos de nuevo al mirador. El sol estaba más bajo y al menos dejó sacar alguna foto un poco decente.
Ya se había puesto el sol cuando nos dirigimos hacia nuestro alojamiento de esa noche, en Beynac-et-Cazenac.