DÍA 9.
Recorrido: Albi/Ambialet/Brousse-le-Chateau/Saint Rome du Tarn.
Distancia total: unos 87 kilómetros, 1 hora y 51 minutos en coche, más o menos.
Perfil en GoogleMaps:
ALBI
Llegamos a Albi poco antes de que empezase a anochecer. Había dejado de llover, pero la tarde estaba muy oscura y, además, nos encontramos con varias calles cortadas por obras y con el navegador empeñado en meternos por ellas. Así que tuvimos que encontrar el camino por nuestra cuenta, lo que nos retrasó unos cuantos minutos. Menos mal que el hotel estaba en un lugar que no tenía pérdida, en la orilla del río Tarn, casi enfrente de la enorme mole roja de la Catedral. Como llovía y estábamos cansados, esa noche no salimos y tomamos un par de bocadillos en el hotel.
Nos alojamos en el Hotel Mercure Albi Bastides, en un emplazamiento muy bueno, con unas vistas fabulosas de la ciudad antigua. El Hotel figura en algunos sitios como de cuatro estrellas, aunque en realidad es de tres. Ocupa los edificios de unos antiguos molinos rehabilitados en el barrio de la Medeleine y ofrece aparcamiento gratuito, lo que está muy bien si se lleva coche. Aprovechamos una oferta por reserva anticipada, una habitación superior por 100 euros, con vistas a la ciudad antigua. Estas habitaciones están bastante bien, pero las estándar dejan bastante que desear según me han comentado. De todas formas, lo que más vale es el emplazamiento que te permite llegar al casco histórico en cinco minutos caminando y el parking gratuito. Por cierto que intentaron cobrarme 30 euros de más y tuvimos una pequeña discusión, que terminó cuando reconocieron que se habían equivocado ellos, por lo cual no tuve necesidad de llamar a la central de reservas de booking.com.
Nos alojamos en el Hotel Mercure Albi Bastides, en un emplazamiento muy bueno, con unas vistas fabulosas de la ciudad antigua. El Hotel figura en algunos sitios como de cuatro estrellas, aunque en realidad es de tres. Ocupa los edificios de unos antiguos molinos rehabilitados en el barrio de la Medeleine y ofrece aparcamiento gratuito, lo que está muy bien si se lleva coche. Aprovechamos una oferta por reserva anticipada, una habitación superior por 100 euros, con vistas a la ciudad antigua. Estas habitaciones están bastante bien, pero las estándar dejan bastante que desear según me han comentado. De todas formas, lo que más vale es el emplazamiento que te permite llegar al casco histórico en cinco minutos caminando y el parking gratuito. Por cierto que intentaron cobrarme 30 euros de más y tuvimos una pequeña discusión, que terminó cuando reconocieron que se habían equivocado ellos, por lo cual no tuve necesidad de llamar a la central de reservas de booking.com.
Vista de Albi desde la habitación del hotel.
Antiguos molinos de agua, donde se encuentra ahora el hotel, vistos desde la ciudad.
En la habitación teníamos hervidor de agua, con servicio gratuito de café y té. Así que nos preparamos nuestro desayuno allí mismo, con unos bollos que habíamos comprado el día anterior. Entre unas cosas y otras, lo cierto es que amortizamos bien el precio de la noche de hotel. Sin embargo, supongo que existen opciones más ventajosas de alojamiento en cuanto a relación calidad/precio.
Tempranito, salimos a recorrer la ciudad. Dejamos la habitación para no tener problemas de horario, pero pudimos mantener el coche en el aparcamiento sin ninguna objeción. El día estaba bastante nublado, pero ya no llovía, y la temperatura era muy buena para caminar. Lo primero que sorprende de Albi son sus vistas desde el otro lado del Puente Viejo (que data de 1035 y es uno de los más antiguos de Francia), realmente impactante su estampa con la Catedral, que más bien parece un fuerte, y un enjambre de edificios rojos coronando las orillas del río Tarn.
El casco histórico de Albi no es muy grande, así que resulta muy fácil moverse por él rápida y cómodamente, aunque no viene mal contar con un mapa con los lugares de interés y con una guía que entregan en la Oficina de Turismo, donde también informan sobre tres interesantes circuitos peatonales (púrpura, oro y azul). Igualmente, se puede acceder a un tren turístico, visitas guiadas, rutas de senderismo y paseos en barco. En fin, oferta para todos los gustos.
Los alrededores de Albi ya estuvieron poblados en épocas prehistóricas, pero su importancia se debe a la creación de un arzobispado en el siglo IV y alrededor de sus edificios se fue configurando la ciudad y sus barrios más antiguos (Castelviel, Saint-Salvi, Castelnau…). La construcción del Puente Viejo facilitó el comercio y se convirtió en ciudad amurallada en el siglo XII. El supuesto vínculo de la ciudad con los cátaros llegó al punto de que a éstos se les llamase albigenses, aunque durante la Cruzada emprendida contra ellos entre 1208 y 1229, Albi se mantuvo fiel a la iglesia católica. La ciudad no sufrió daños durante este periodo y los arzobispos levantaron un palacio y una catedral con aspecto de fortalezas, seguramente como símbolos de supremacía. La prosperidad de Albi continuó durante el siglo XV como consecuencia del comercio de azafrán y el pastel, una planta de la que se obtiene un tinte azul muy apreciado. En el siglo XVIII, se derribaron fortificaciones para construir barrios nuevos, pero los edificios episcopales se han mantenido intactos hasta la actualidad.
Los primeros pasos por la ciudad conducen a la zona de la Catedral casi sin asomo de duda. Y este inicio resulta realmente espectacular, pues te encuentras de sopetón con las fachadas de la Catedral de Santa Cecilia y del Palacio de la Berbie, donde se encuentra instalado el Museo del pintor Toulouse Lautrec.
Después de echar un vistazo a nuestro alrededor, nos dirigimos hacia el Museo, que alberga la mayor colección del mundo de las obras de este famoso pintor, nacido en Albi. La entrada cuesta 8 euros. No incluye audio-guía, pero hay fichas en varios idiomas en cada sala, con las que se puede seguir la exposición perfectamente bien. La visita a los museos es muy personal. Nosotros teníamos bastante interés en éste en concreto y no nos defraudó. No se puede hacer fotos dentro del museo.
Para visitar la zona interior del Palacio de la Berbie hay que pagar la entrada al museo, pero se puede acceder a los jardines de manera gratuita, simplemente yendo hacia la izquierda una vez pasada la primera puerta y el primer tramo de escaleras. Los jardines son pequeños en extensión, pero muy hermosos por su disposición, sus pequeñas esculturas, sus balcones sobre el río y su colorido. Y las vistas sobre el propio palacio y la otra orilla del Tarn son sensacionales. No hay que perdérselo.
La Catedral de Santa Cecilia es otro de los iconos de Albi, una joya del llamdo gótico meridional. Su construcción fue un encargo del arzobispo Bernard de Castanet para afirmar la supremacía de la iglesia católica frente a la herejía cátara. Es la mayor catedral de ladrillo del mundo y presenta un aspecto exterior realmente impresionante. Y su interior no es menos sorprendente, ya que está completamente pintada y con una decoración excepcional. La verdad es que me gustó mucho pese a que quizás había demasiada gente dentro. Se puede acceder al Coro y al Tesoro. Son de pago (6 euros la entrada conjunta), pero merece la pena.
Otra visita obligada es la Colegiata de Saint-Salvi y su precioso claustro con su jardín blanco, cuya entrada es gratuita. Aunque sus orígenes se remontan al siglo VI, la edificación actual se construyó en varias etapas que abarcan del románico al gótico, lo que puede apreciarse en el diferente labrado de la piedra en principio, y del ladrillo después. Así, la base del campanario data del siglo XI, pero los remates no se terminaron hasta el siglo XIII. En el interior hay un llamativo conjunto de estatuas policromas de finales de la Edad Media, compuestas por seis figuras de madera alrededor de un Cristo atado.
El claustro se comenzó a edificar en 1270, del cual se conserva la galería meridional que sobrevivió a la Revolución. Al igual que la iglesia, aúna elementos románicos y góticos.
Sin olvidar la Place Savène, el resto de la visita a Albi consiste en callejear, callejear y callejear, empezando por el barrio de Saint-Salvi, que se desarrolló entre los siglos XI y XII, si bien muchas de las casas señoriales que se pueden ver hoy en día datan de los XVI, XVII y XVIII. Muchas de sus calles llevan el nombre del gremio que las ocupaba. Hay casas medievales con entramado de madera y voladizo, la mayoría construidas con el ladrillo rojo propio de Albi, el llamado “brique foraine”. Con un mapa turístico se pueden identificar en no demasiado tiempo edificios como el Hostal Reynès, la Maison Enjalbert, el Hotel Fenasse, el Hotel Delecouls, la Maison Romane, la Casa de Riveires, la Maison du Vieil Albi o la Casa Natal de Toulouse Lautrec.
Comimos en la terraza del restaurante italiano La Griotte, en una placita muy cerca de la Catedral. Lo cierto es que nos decantamos por la comida italiana para acelerar, y el resultado fue todo lo contrario. Comimos bastante bien por treinta y pocos euros (no recuerdo el importe exacto), pero el servicio (muy amables, la verdad) fue lento, lento, lento… El caso es que estuvimos casi dos horas allí sentados, bastante desesperante si estamos hablando de pizza, pasta y similares.
AMBIALET.
Seguimos por la carretera D-172 hasta este pequeño pueblo, situado en la península formada por un meandro del Tarn, que cuenta con dos núcleos de casas, uno más moderno, situado junto al río y otro, más antiguo, encaramado en un alto. Se encuentra a unos 30 Km. de Albi (una media hora en coche) y su mayor atractivo es precisamente las vistas sobre el río. Pero para obtener la mejor panorámica, hay que subir, bien en coche o caminando, a la cima del monte donde se halla el Priorato, un antiguo monasterio que cuenta con una iglesia románica del siglo XI que también se puede visitar.
Vistas desde el pueblo de Ambialet.
Vistas desde el Priorato.
BROUSSE-LE-CHATEAU.
Por la misma carretera, a 28 kilómetros (media hora en coche), se encuentra este pueblecito, otro de los catalogados entre los “más bellos” de Francia. Y, realmente, nos lo pareció. Sorprende nada más ver desde la carretera, al otro del río, los restos de su fortaleza que se empezó a construir en el siglo IX, encaramada a un espolón rocoso en la confluencia de dos ríos, el Tarn y el Alrance.
Cruzamos el puente grande y dejamos el coche en un aparcamiento, que era gratis, al menos a esa hora, ya cerca de las seis de la tarde. Apenas había turistas, y sí el conjunto ya resulta atractivo desde la distancia, cuando comencé a pasear por sus callejuelas, me quedé prendada al descubrir la armonía de sus casas de piedra, el puente pequeño con su cruz (recuerda a algunos puentes asturianos, como el de Cangas de Onís), la iglesia de Saint Jacques-le-Major, con campanario fortificado del siglo XV, el oratorio y el lavadero junto al río y, sobre todo, la sorprendente vegetación que lo abraza todo. Es otro pueblo de cuento, pero sin tejados picudos en sus construcciones; y ni falta que le hace. Merece la pena detenerse a visitarlo. Nos gustó mucho pese a que (o quizás por eso precisamente, no lo sé) no era una tarde muy luminosa, pues seguía estando bastante nublado, aunque no había llovido en todo el día.
Teníamos pensado ir a visitar ROQUEFORT-SUR-SOULZON, el pueblo famoso por sus quesos azules. Sin embargo, se nos había hecho tarde para hacer la visita a las cavas donde lo fabrican y como ése es su principal atractivo, hubo que dejarlo para otra ocasión. Así que continuamos camino hasta Saint Rome de Tarn, donde teníamos alojamiento para esa noche.