12. Remoulins. Puente del Gard (Pont-du-Gard). Aviñón (Avignon). ✏️ Diarios de Viajes de Francia

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Reconozco que esta escapada a Provenza no tenía mucho sentido conforme al recorrido de nuestro viaje, pero fue un antojo mío ya que tenía muchas ganas de conocer Aviñón. Así que tuvimos que hacer un recorrido de 150 kilómetros y tres horas de viaje desde La Melene hasta Remoulins.

Llegamos pasadas las ocho y media a esta pequeña población, donde había reservado alojamiento únicamente por un motivo: su cercanía al acueducto romano del Pont du Gard, pues estando tan cerca, no podíamos desaprovechar la oportunidad de visitarlo y la mejor opción (seguramente la única por nuestro itinerario) era pernoctar en los alrededores. Pensábamos ir al atardecer, para verlo iluminado y así no tener que pagar los 18 euros del aparcamiento del coche, pues habíamos leído que a partir de las 20:00 es gratis, de lo cual ahora tampoco estoy segura. Pero las cosas se complicaron y tuvimos que dejarlo para la mañana siguiente. De modo que podríamos haber elegido otras posibilidades de alojamiento quizás más atractivas, como Uzés, por ejemplo.

Por la zona y la época, ya en agosto, no fue fácil encontrar un hueco aceptable donde meternos, así que reservamos en la Bizé de la Tour, en la Place du Portail, una antigua casona rehabilitada que tiene añadida una torre medieval, cuyo propietario alquila habitaciones con cuarto de baño, decoradas en estilo clásico con todo lujo de detalles (hasta cama con dosel). Incluye un completo desayuno casero y aparcamiento privado para el coche, aunque no fue necesario porque encontramos bastante sitio libre en la zona donde se instala el mercadillo. Nos costó 100 euros, nada barato, por cierto.

Cuando salimos a cenar eran más de las nueve, por lo que en un pueblo tan pequeño temíamos no encontrar nada abierto a esas horas de la noche. Nos equivocamos, pues enseguida vimos un par de restaurantes con terrazas en la calle repletos de gente y que seguían admitiendo clientes sin ningún problema, cosa insólita por otros lares franceses. Nos decidimos por la pizzería/hamburguesería Comptoir des Saisons, ya que nos gustó la buena pinta que tenía la comida que vimos en las mesas. Y no nos arrepentimos, además una de las camareras hablaba un perfecto castellano.

Esa noche y a la mañana siguiente, dimos una vuelta por el pueblo, que no tiene demasiado que ver, salvo la Iglesia y Place del Portail, donde se encuentran la Torre que he mencionado antes y una bonita puerta medieval.

El Pont du Gard está a unos cinco kilómetros de Remoulins. Para verlo hay que pagar 18 euros por el aparcamiento del coche porque dejar el coche en los alrededores es imposible y llegar caminando no resulta nada fácil pues han puesto todo tipo de impedimentos a lo largo de la ruta que conduce hasta allí. Hay una especie de parque con exposiciones y zonas de recreo y de baño, por lo que a las familias que van a pasar el día completo quizás les salga a cuenta el precio, a los demás… No sé, me pareció excesivo, teniendo en cuenta que también cobran si quieres cruzarlo por el nivel superior del puente en una visita guiada que no llegué a enterarme de en qué consiste, ni su horario, ni su precio. Y no puedes por menos que acordarte de que nuestro Acueducto de Segovia se ofrece gratis en todo su esplendor a todo el mundo mundial.

El Puente del Gard está declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1985. Este acueducto romano fue construido en el siglo I d.C., se cree que por Marco Vipsanio, yerno del Emperador Augusto, como parte de un acueducto de 50 kilómetros para llevar el agua de la zona de Uzés hasta la actual Nimes. Consta de 3 niveles, tiene una altura de 49 metros y el nivel más largo cuenta con 275 metros de longitud. A partir del siglo IV se fue descuidando su mantenimiento y el siglo IX quedó inservible para su función original. En el siglo XVIII empezó a utilizarse como puente peatonal para salvar el río Gard. En 1743 se construyó un nuevo puente adosado al del primer nivel para posibilitar el tráfico rodado. En el siglo XIX, en época de Napoleón III, el puente se restauró y se convirtió en un buen reclamo turístico. Pese a todas sus vicisitudes, el Puente del Gard se conserva casi intacto, siendo en la actualidad uno de los cinco lugares de Francia más visitados por los turistas.

En poco más de media hora hicimos los 25 kilómetros que separan el Puente del Gard de Aviñón, la llamada “ciudad de los papas”, pues siete de ellos residieron aquí desde 1309 a 1377. Fue Clemente V, que era francés, quien trasladó la curia a Aviñón, amenazado por facciones enemigas en Roma y alentado por las intrigas del rey de Francia Felipe IV. Fue otro papa francés, Gregorio XI, quien decidió el retorno a Roma. A su muerte, las divisiones en el seno de la Iglesia provocaron el llamado Cisma de Occidente, que no se resolvería hasta el Concilio de Constanza en 1417. En ese periodo hubo dos antipapas en Aviñón, Clemente VII y Benedicto XIII (conocido como Papa Luna), que fue expulsado de la ciudad en 1403.

El centro histórico de Aviñón fue catalogado como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1995, siendo sus edificios más destacados el Palacio de los Papas, el Puente de Saint-Benezet, las murallas, el Petit Palais y la Catedral románica de Notre-Dame-des-Domes, además de varias iglesias menores y algunos edificios civiles como el Ayuntamiento, el campanario del siglo XV con el reloj y el Hotel des Monnaies. Pero vayamos por partes.

Como en este tipo de ciudades lo que más estorba es el coche, lo primero que hicimos fue buscar un aparcamiento donde no tuviésemos problemas de horario, ya que no hay nada más incómodo que estar pendiente del reloj en estos casos. Lo dejamos cerca de la estación y entramos por una de las puertas abiertas en la muralla y continuamos por la Cours Jean Jaures, donde pedimos unos mapas en la Oficina de Turismo. Hay varios paseos a pie indicados por colores, pero sería imposible hacerlos todos en una única jornada, si además se pretende entrar a visitar el Palacio de los Papas. Así que habría que hacer lo que las fuerzas permitiesen.

Panel informativo municipal con las rutas turísticas peatonales en Aviñón.

Tramo de murallas, puerta y fuente.

Muy cerca de la Oficina de Turismo vimos el Templo de San Marcial, de estilo gótico, aunque muy restaurada tras los grandes desperfectos que sufrió durante la Revolución Francesa. Actualmente está dedicado al culto protestante y se encuentra enclavado en un bonito jardín (Place Agricol).

Seguimos por la Rue de la Republique hasta la Place de L’Horloge (Plaza del Reloj), el centro de la vida social de la ciudad, con las terrazas de sus bares y restaurantes llenas de gente en un día muy caluroso, con un sol intenso brillando en un cielo completamente azul. Allí se encuentran el Teatro de la Ópera y el Ayuntamiento, ambos edificios fueron construidos en el siglo XIX, si bien el Hotel de Ville conserva el torreón de un antiguo palacio cardenalicio del siglo XIV, con figuras de madera y un pintoresco reloj que le da nombre a la plaza.

Callejeando, salimos a la famosa Plaza de los Papas, con el monumental Palacio Gótico y sus dos edificios, la Catedral a continuación y el Pequeño Palacio Arzobispal del siglo XII a un costado, y el Hotel Monnais enfrente. Hay que reconocer que el aspecto de todo el conjunto es impresionante.

Llegamos hasta el Ródano, donde destaca la estampa del Pont d’Avignon o Puente de Saint-Benezet, construido en el siglo XII para unir ambas orillas del río. Pese a que llegó a medir 900 metros y a contar con 22 arcos, hoy muere en medio del agua sin conducir a ninguna parte. Varias veces fue reconstruido tras ser arrastrado por las inundaciones provocadas por las crecidas del río hasta que en el siglo XVII se abandonó definitivamente, dejándolo tal cual aparece hoy en día.

Es famoso por una canción infantil y por las múltiples leyendas que lo envuelven. Se puede acceder a él previo pago de 5 euros o mediante entrada conjunta con el Palacio de los Papas que cuesta 13,50. Entregan una audio-guía que narra en primera persona la supuesta historia del puente. Se contempla la ciudad y se accede a la capilla de San Nicolás, pero no le encontré demasiada gracia a la visita, aunque eso va en gustos. Claro que tampoco se pierde tanto, ni en tiempo, apenas un cuarto de hora, ni en dinero, ya que la entrada general de adulto para el Palacio de los Papas cuesta 11 euros.

Como había mucha gente, almorzamos temprano para nuestras costumbres en uno de los muchos restaurantes que hay por la zona trasera de la Plaza de los Papas. No recuerdo el nombre, pero da igual porque había tanta gente y hacía tal calor que nos acomodamos en el único lugar que vimos con el comedor interior disponible, pero abierto a la terraza y con ventiladores (el aire acondicionado resulta impensable por estos lares en un restaurante). La camarera nos miró con extrañeza por no querer aceptar una mesa en la terraza, pero de sol y calores ya conocemos bastante en España. Estuvimos tan ricamente y, por fin tuvimos posibilidad de cambiar de tipo de comida, ya que estábamos saturados de pato, ensaladas y carnes. Tomamos dos “formules” de 18 euros, con sopa, arroz y verduras, bacalao con una especie de ali-oli muy rico, otro plato que no recuerdo y postres; añadiendo cervezas y cafés, fueron 43 euros.

Después fuimos a ver el Palacio de los Papas, que es enorme con sus 15.000 m2. En realidad, consta de dos edificios, el Palacio Viejo y el Palacio Nuevo. El primero presenta una arquitectura sobria y austera y fue mandado construir por el papa Benedicto XII en 1334. No debió ser del gusto de su sucesor, Clemente VI, que encargó el Palacio Nuevo, cuyo interior fue decorado con todo lujo de detalles, incluyendo un sin fin de tesoros y obras de arte.

Ofrecen visitas guiadas y también está disponible una audio-guía con un suplemento, pero se puede recorrer perfectamente por libre ya que existen paneles informativos en varios idiomas, incluido el castellano. No está permitido hacer fotos en las salas donde hay pinturas, en el resto, sí, lo cual no siempre resulta sencillo de determinar.

Lo primero que impresiona son sus dimensiones, en especial la altura de sus muros, sus torres y las diferentes salas por las que se pasa (18, según he leído). La mayor parte de las riquezas que contenía desaparecieron durante la Revolución Francesa, lo cual es posible que colabore a magnificar aún más tamaño, dándole un aire un tanto frío y distante. Esta sensación, muy personal, se desvanece en los lugares que cuentan con pinturas, y es que algunos frescos son magníficos.

No hay que olvidarse de subir a la terraza de la torre (en el cartel informativo pone “cafetería”), porque las vistas son sensacionales.

Ni que decir tiene que es una visita imprescindible cuando se va a Aviñón.

En la misma Plaza se encuentran:
La Catedral de Nuestra Señora, construida en el siglo XII en estilo románico, sufrió grandes desperfectos durante la Revolución Francesa y tuvo que ser restaurada. Destaca una estatua dorada de la Virgen situada en lo alto de la torre, dando su bendición a la ciudad, y un conjunto escultórico en la fachada que representa a Jesucristo crucificado.

El Petit-Palais, antiguo palacio arzobispal del siglo XII, que hoy alberga un interesante museo de pintura y escultura renacentista y, en especial, de la escuela italiana.

Luego, surcando callejuelas, llegamos casi sin darnos cuenta al Rocher des Doms, un parque público situado en lo alto de una pequeña colina que domina toda la ciudad y alrededores, por lo que ofrece unas vistas extraordinarias del casco antiguo, el Puente de Saint-Benezet, el Ródano, Villeneuve-les-Avignon, les Alpilles e, incluso, en días claros (como era el caso), el Mont Ventoux. Hay que subir bastantes escaleras, pero merece la pena si se va con tiempo suficiente pues allí hay bancos y cafeterías para descansar. Y está bastante cerca del Palacio de los Papas.

El tiempo restante lo dedicamos a callejear hasta que el cansancio y, sobre todo el intenso calor, empezaron a hacer estragos, por lo que decidimos despedirnos de Aviñón.

Aunque no nos pillaba de paso, dimos un pequeño rodeo para acercarnos a Villeneuve-les-Avignon, el pueblo que está enfrente de Aviñón, al otro lado del Ródano, dejando una isla en el medio de ambas poblaciones. Sus orígenes se encuentran en una abadía benedictina del siglo X, y conserva varios monumentos del siglo XII: un castillo muy aparente, un fuerte y la Torre de Felipe el Bello. Solamente nos dio tiempo de visitar ésta última y a toda prisa porque cerraban a las seis. Tiene un pequeño museo y unas vistas extraordinarias del propio pueblo, de Aviñón y del Ródano.

Aviñón visto desde Villeneuve-des-Avignon.

Villeneuve-des-Avignon, el Ródano y el Mont Ventoux (al fondo) desde la Torre de Felipe el Bello

Torre de Felipe el Bello y vista de Villeneuve-des-Avignon con su castillo al fondo.

Este pueblo hubiera merecido una visita más amplia de la que le dedicamos, pero es que la vecina Aviñón había copado casi todo nuestro tiempo disponible del día y el calor la mayor parte de nuestras fuerzas. Así que resultaba irresistible el reclamo de la habitación con aire acondicionado y, sobre todo, un bañito en la piscina de nuestro hotel, en Saint-Remy-de-Provence.