Historias de amor en el Taj Mahal ✏️ Diarios de Viajes de India

Un vuelo por 400 euros justo para la semana de Noviembre que tenemos de vacaciones es el culpable de que me encuentre preparando información para visitar uno de los países que mas respeto me ha causado desde siempre. “A la india la acabas amando u odiando, no hay término medio” y otros refranes modernos de este tipo, numerosas historias, timos, fotos y relatos sobre la pobreza del país han creado una imagen distorsionada en mi cabeza. Apenas hemos vuelto de Uzbekistán y va a ser como continuar el viaje conociendo a los mogoles, descendencia de Tamerlán.

Pero por encima de todo esta la imagen del Taj Mahal, el monumento al amor mas grande jamás construido. Quizás por eso en mi interior ha sonado la alarma. Es el momento de hacerlo, no habrá un momento mejor que este.

Son dos semanas las que me han llevado por toda Zaragoza, navegando en páginas amarillas, blancas y muchas virtuales buscando el símbolo perfecto. Ni muy típico ni muy extraño, ni pequeño ni grande. ¿metal, piedra?¿oro quizás?¿ mejor plata? El dinero esta en segundo plano esta vez, lo importante es que simbolice a la perfección lo que va a representar y me de la posibilidad de dejar grabado ese momento en él – aunque sea al mínimo tamaño – y en nuestra mente para siempre.

A poco mas de 4 días del viaje lo he encontrado. Ha sido el último de todo un muestrario interminable de catálogos y existencias de una diminuta tienda de la calle delicias. Un último cartucho de un dependiente que, estoy seguro, quería obligarme a marchar de allí con la sensación de lo que yo buscaba era imposible de encontrarlo entre sus estanterías. Y, sin embargo, me había puesto delante de los ojos lo que buscaba: un nudo. Doble, grueso y fuerte, metáfora perfecta de su propósito.

Ese último cartucho había dado en el blanco aunque llevase otro objetivo, y la cara de incredulidad del vendedor se convierte en poema cuando le digo lo que tiene que escribir y dónde. Me hace escribirlo y afirmar dos veces el lugar a ponerlo “si,si, por fuera”. Tras depositarlo en un envoltorio a su nivel como oro en paño -aunque sea de plata- lo escondo cuidadosamente en la mochila nada mas llegar a casa.

La lectura de este viaje va a ser "la ciudad de la Alegría" de Dominique Lapierre. No lo elegimos nosotros, nos lo trajo de su habitación mi cuñada nada mas decirle que nos marchábamos a la India. Es lo que le viene a la cabeza siempre que escucha el nombre de este país. Nos ha enganchado tanto que lo estamos leyendo a medias, en voz alta y un rato cada uno. Esta siendo el culpable de la disminución de mi rendimiento laboral a causa del poco sueño por culpa del "una hoja mas y apagamos".

Vamos a hacer el famoso triángulo norte de la india. Jaipur, Agra y Delhi, por ese orden y en una semana y un día. Lo haremos en coche con conductor, el mismo que nos esta esperando a las 4 de la mañana en el hall del aeropuerto tras un cansado vuelo de 11 horas con escala en Estambul.

El primer día será de descanso en Delhi y mañana saldremos para Jaipur. Nos levantamos descansados tras 5 horas de sueño ligero y comenzamos nuestra aventura de la manera que mas nos gusta: haciéndolo por libre, a nuestra manera. De esta forma llegamos al metro para disfrutar de su hora punta. Taquillas con las colas mas largas nunca vistas -con permiso de las del metro de Pekín-, imposibles de distinguir donde tienen su final. Este se junta con el principio de la siguiente prueba a pasar, la de entrada al subterráneo por un detector de metales colapsado que es capaz de ser traspasado por 4 personas a la vez.

Salir por fin a la calle en la parada de “old Delhi” es una bofetada para todos nuestros sentidos. Olores, imágenes de todo tipo, calor masticable y el caos circulatorio nos deja paralizados en la puerta del metro discutiendo con nosotros mismos si ponemos el pie en la acera o nos volvemos para adentro.

Vemos imágenes surrealistas, imposibles pero sobre todo mucha gente por todos sitios. Cables eléctricos creando auténticas telas de araña gigantes, peluqueros afeitando a lugareños en una silla y con el espejo sujetado a una farola. Coches conviviendo con carros tirados por burros, rickshaw motorizados – los llamados tuk tuks en el sudeste asiático – tirados por bicicleta, y los mas numerosos tirados por hombres tan tan delgados que dan la impresión de tener las costillas marcadas por una macabra aerodinámica de su trabajo. Llegan a ocupar las aceras en las que hay todo tipo de animales, gente sentada vendiendo desde cerillas a lavavajillas y por último, pegadas a las paredes de los edificios las escenas mas crudas que no deberían ser nunca descritas.

Conseguimos nuestro objetivo y llegamos a Jama Masjid con cierta facilidad pues sus minaretes de 40 metros cumplen a la perfección su función de faro. De ellos oímos la última llamada al rezo del día y una vez en su puerta podemos ver, desde fuera, como su patio se llena a rebosar de fieles. Es la mezquita mas grande de la india, con capacidad para 25000 almas mahometanas y primera muestra del arte mogol que observamos en el viaje. Nos impresionan sus cúpulas en forma de bulbo de mármol blanco y negro que sirven a una auténtica legión de palomas como lugar de descanso entre vuelo y vuelo. Cuando era niño las cúpulas de la basílica de El Pilar lucían un aspecto muy similar. En esta mezquita se guardan varias reliquias del profeta pero no están a la vista. Lo que si acertamos a ver desde la salida norte de la mezquita es el fuerte rojo hacia el que encaminamos nuestros pies pasando por un mercado mas grande que mi barrio. En parte a idea, otra parte si querer, nos perdemos varias veces y añdiendo las compras inesperadas con sus cinco minutos de regateo de rigor, el rato que se nos pasó en el mercado ciudad hizo que al llegar al fuerte nos lo cierran en la frente. Otra vez será…

Los 2 días en Jaipur pasan tan rápido como las líneas de este párrafo, dejándome una sensación un tanto agridulce. Quizás deberíamos haber visitado Varanasi en su lugar aunque hubiese quedado la planificación mas apretada todavía. Era imposible, no merece la pena pensar ahora en esto, mejor en el día inolvidable que tendremos mañana cuando visitemos el Taj Mahal. Hoy hemos llegado justos para poder ver su silueta desde el otro lado del río Yamuna, en un ambiente místico creado por los colores rojizos y anaranjados del atardecer y la neblina de polución que cubre la ciudad de forma perpetua.

Lo tengo todo preparado para mañana, llevo pensando en ello varias semanas; qué decir, cómo hacerlo.. de momento tengo que conseguir disimular durante varias horas en algún lugar de mi cuerpo un objeto cuadrado de unos 6 centímetros de lado. Voy a contar con la ayuda de mis mas fieles compañeros de viajes. No es el lugar mas glamouroso para ello pero lo voy a tener que ubicar en la parte alta de mi ingle, para que la riñonera de piel de Marrakech que me acompaña siempre se encargue de disimularlo, con la inestimable ayuda de mis amplios pantalones a rayas de Perú.

Al Taj Mahal no se puede entrar con mochilas ni con agua, solamente con una botella de agua marca Aquafina que te dan junto con la entrada. De la taquilla a la entrada tienes que ir en vehiculo eléctrico, en carrito tirado por un hindú o a pie, pues en dos kilómetros a la redonda del monumento esta prohibida la emisión de gases que puedan dañar su magnífico blanco. Esta es la razón de que no se permita el tabaco en su interior.

Para entrar en el recinto los controles de seguridad son muy exhaustivos. Llegar a ellos completamente solos –algo increíble -y observar que están divididos por sexos me causa ilusiones conseguir mi objetivo. La señal del personal de seguridad de pasar por debajo del arco de metales me la quita de un plumazo. “Para tener que enseñarlo después de sonar lo enseño antes” así que me acerco a los dos guardias, saco del interior de mi pantalón mi cajita naranja envuelta en un precioso papel blanco imitación de mármol y les digo, con toda la sinceridad posible y mi mejor inglés, lo que contiene la cajita. Se les abren los ojos como platos, se miran el uno al otro y cuchichean durante unos segundos en hindú. Me dicen que lo sienten mucho pero que tengo que sacar el objeto en cuestión de la caja y esta tirarla fuera del recinto. Laura asoma la cabeza por la zona masculina, ella ya ha pasado los controles.

“¿Qué pasa?”

- nada.. me hacen dejar el tabaco en las taquillas..

Ha sido lo primero que se me ha ocurrido para ganar algo de tiempo pero la situación se me pone mas complicada por momentos. En la cola de entrada quito el envoltorio con ese bonito lazo que daba a la cajita un aspecto tan especial y saco de su interior la causa de todo este embrollo. La caja no la tiro, vuelve a mi entrepierna y enfilo decidido hacia el control. Les enseño en mi mano el nudo doble y su sonrisa me sirve de acceso hacia el interior sin pasar siquiera por el detector. Me asomo un poco y veo que Laura me esta esperando tras el control. Entran visitantes en el control así que es ahora o nunca. Con un ligero giro del cuerpo y una maniobra digna de una película de misión imposible saco la caja, dejo de nuevo en ella la cuerda plateada y todo vuelve a donde estaba antes de esta aventura. Ni yo mismo entiendo como nadie me ha pillado.

Al ser primerísima hora no hay mucha gente pero nos encontramos la entrada principal, por la que se accede de frente al monumento, bloqueada porque están grabando una película de boliwood. Esta la opción de entrar por las dos laterales pero queremos hacerlo por la puerta grande, como se merece el momento. Nos situamos en una puerta lateral pero sin acceder, desde donde podemos ver que la escena es un beso con el Taj Mahal de fondo, sin duda la escena final de la peli o una de las mas importantes. Además los actores deben ser muy famosos porque los locales están emocionadísimos sacando fotos.

Recogen todo dos minutos después y llega nuestro pequeño momento de gloria. Por muchas imágenes que hayan visto tus retinas ninguna sirve de preparación para verlo a escasos 200 metros de distancia. Es aun mas blanco, mas grande y mas perfecto de lo que habíamos imaginado. Es un auténtico poema en mármol. La historia que hay tras él es amor y tristeza mezclados a partes iguales, pero su final es amargo. Su construcción fue ordenada por el Sha Jahan inmediatamente después de la muerte de su mujer, quien no superó el parto de su decimotercer hijo. Para su construcción se trajeron piedras preciosas de todo el mundo conocido por aquel entonces, dejando las arcas del estado vacías. Su propio hijo se sublevo contra él que, ya anciano, acabó contemplando el mausoleo desde su celda del fuerte rojo hasta que su vida se apagó.

Su tamaño es descomunal y su perfección es absoluta, algo increíble. La cúpula tiene unas dimensiones que no parecen reales; eso es porque sus 37 metros de altura son casi la mitad del edificio, con la base incluida. Los jardines que lo rodean, de inspiración persa, escenifican los cuatro ríos que cruzan el jardín del Edén, ese paraíso del que hablan la Biblia y el sagrado Corán. En su punto central se amontonan la mitad de turistas para retratarse con el edificio reflejado en el agua, la única forma posible de hacer aún mas bello este edificio: conseguir verlo simétricamente doble. Sin palabras.

El suelo de la base también es de mármol blanco, dando una sensación de pureza perfecta para simbolizar el amor verdadero. Solo hay un elemento en el edificio que rompe la estética, esta en su interior. Unas cortinas de piedra tallada lo ocultan hasta el último momento. Es la tumba del Sha, situada al lado de su mujer sin planificación alguna porque no debería estar ahí sino en un edificio idéntico pero negro al otro lado del río. Aún así el interior es maravillosamente simple.

Un paseo por los edificios exteriores me sirve para ir buscando el lugar perfecto. El edificio de la derecha es una guest house antigua, un lugar donde los peregrinos al mausoleo podían pasar la noche. El edificio de la izquierda, a pesar de ser idéntico a su opuesto es una mezquita que mira casi de forma exacta al oeste. En su suelo están dibujadas con mármol oscuro sobre blanco las alfombras que marcan el espacio para el rezo de cada fiel. Me parece que este es el lugar perfecto, poco concurrido, silencioso, con luz natural tenue y la silueta del Taj Mahal visible desde la puerta principal. “Aquí cambiará mi vida” pienso para mi tragando saliva.

Damos otra vuelta por el complejo, visitando el pequeño museo que explica su construcción y volvemos hasta la puerta para revivir de nuevo el momento de ver el Taj Mahal aparecer al girar la puerta principal. Es cierto que cambia de tonalidad según el día que hace y el momento. Ya llevo unos nervios encima que no puedo con ellos y sólo me queda el último trago a mi Aquafina de 500 mililítros que me he guardado justo para el momento de antes.

Volvemos a estar en la mezquita, sentados. Sólo estoy ganando algo de tiempo para que la gente que merodea por el lugar se vaya, para que el silencio sea absoluto y el momento lo mas mágico posible. Algo tan simple como sentarse en el suelo se convierte en algo milimétricamente calculado, para que el Taj Mahal quede situado a mis espaldas. Laura me nota el nerviosismo, por esto y porque me tiembla todo el cuerpo, ya no consigo mantener la conversación de forma coherente y llevo un nudo en el estómago que, a pesar de ese último trago, no se deshace. También llevo otro preparado en el bolsillo. Al coger de la mano a mi futura mujer entre las mías todo lo que tenía pensado y ordenado en mi cabeza se disuelve, quedándome sólo ante el peligro. Qué mas da, si lo que tengo que decir lo tengo escrito en mi corazón desde hace mucho tiempo ya. Sólo quiero decirle que es la mujer de mi vida, la madre que quiero para mis hijos y que deseo estar el resto de mi viaje por esta vida en su compañía. Si hay otra después en esa también. Mientras su mirada se moja y su boca se abre sin decir palabra pongo en su mano la cajita naranja, con el anillo en su interior. Es una cuerda doble que se entrelaza en su parte central. Una bonita metáfora de amor tan pequeña, y a la vez tan grande como la que tengo a mis espaldas: el monumento al amor mas bello del mundo.