A las nueve de la mañana salimos hacia Giethoorn. Tardamos en llegar sobre una hora. Aparcamos el coche en un parking público y gratuito cerca del canal principal. Apenas había gente.
Aparte de pasear, la mejor forma de ver Giethoorn es desde el agua. Para ello hay dos opciones, o hacer el paseo en un barco turístico (creo recordar que valía 6€ adultos y 3€ niños), o bien alquilar una barquita con motor. Eso fue lo que hicimos nosotros y fue todo un acierto. Alquilamos una barquita por un par de horas por 45€ y realmente valió la pena.
Los niños y el papi se turnaron para conducir y navegamos por los canales siguiendo una de las rutas recomendadas en un folleto que nos dieron. Estaba nublado y la temperatura era estupenda.
Fuimos a salir a un inmenso lago con una islita en medio. Amarramos la barca y paramos a comernos unos bocatas que habíamos preparado para almorzar.
Aquí los niños se enfadaron un poco pues había una zona acotada para el baño y como no lo sabíamos, no llevábamos los bañadores. Hubiera estado bien darse un remojón, además el agua estaba buenísima. Excepto unos cuantos árboles, césped y un aseo portátil, no había nada más en la islita, así que, una vez repuestas las fuerzas, cogimos de nuevo la barquita.
Fue cuando se nos acercaron unas gaviotas y tuvimos ocasión de alimentarlas con algo de pan que nos había sobrado. La escena fue muy divertida, con las gaviotas volando alrededor...
Cuando fuimos a devolver la barca, los canales estaban llenos de turistas. Había mucho tráfico y nos echamos muchas risas viendo cómo las barcas chocaban unas con otras. Aquello parecía la M-40!!
Dicen que Giethoorn es el pueblo más bonito de Holanda y la verdad es que sí. Hicimos un montón de fotos, todas preciosas.
La idea inicial era comer aquí pero como había mucha gente y más que estaba llegando, decidimos comprar un tentempié y comer en el siguiente pueblo: KAMPEN.
Tardamos más tiempo en encontrar un parquímetro que aceptara monedas que en llegar al pueblo en sí. Una vez peleados con la maquinita expendedora de tikets, aparcamos el coche en una plaza céntrica. Aquí el aparcamiento en zona azul es bastante caro, cosa que pudimos ver a lo largo del viaje.
En mi vida he visto una vaca colgada de una torre... hasta que llegamos a Kampen. Los críos se morían de la risa. No entendían qué hacía una vaca en lo alto de un campanario. De hecho, yo tampoco, pero no dejó de ser divertido.
En esa misma calle central, a un lado y a otro se sucedían tiendas y restaurantes de todo tipo. Encontramos uno que nos gustó por la apariencia y nos sentamos en una mesita de la calle. Sólo hablaban holandés pero gracias a las fotos de la carta, comimos bastante bien y bien de precio.
Después de un paseíto y algunas fotos, nos fuimos al próximo pueblo: ELBURG
Elburg es super bonito. Es un pueblo típico hanseático, con su muralla, su puerto, sus grandes barcos de madera al más puro estilo vikingo...
Tras atravesar la que había sido la antigua puerta de entrada a la ciudad había una calle muy turística, repleta de buenos restaurantes. Sus terrazas estaban llenas a rebosar de gente tomando cervezas o cenando. Para nosotros, españolitos que cenamos a las diez de la noche, aquello nos parecía un chiste. Así que pasamos el tiempo paseando.
Todo fue salir de esta calle principal y encontrarnos inmersos en otra ciudad completamente distinta. Calles preciosas, empedradas, solitarias a excepción de gatos muy bien alimentados y lustrosos que descansaban como reyes en algún rincón idílico.
Las casas, todas adornadas con flores a su entrada y algunas con banquitos de madera hacían que la cámara de fotos no parara de disparar...
Volvimos nuestros pasos al puerto y nos encaminamos al parking público y gratuito donde habíamos aparcado el coche, a la entrada del pueblo. Eran sobre las 7,30h. de la tarde. Decidimos volver a casa, pasando antes a tomar algo en la terraza del restaurante La Famiglia, mientras los niños disfrutaban en las colchonetas.
Después, una ducha y a cenar en nuestra casita, relajadamente y con la radio de fondo. No se puede pedir más.