Aunque no coincide completamente con el relato de la etapa, este fue el itinerario del dia según el plano sacado de GoogleMaps:
Nuestra jornada turística comenzó en La Oliva, adonde llegamos por la mañana temprano desde Corralejo, lo que supone un corto trayecto de 18 kilómetros, unos veinte minutos de viaje en coche.
De camino a La Oliva.
El municipio de la Oliva comprende la parte norte de Fuerteventura, es el segundo más extenso de la isla, después del de Pájara, y el segundo más poblado después del de Puerto del Rosario, donde se encuentra la capital. Este municipio ha experimentado un gran desarrollo turístico en los últimos tiempos dado que goza de algunas de sus mejores playas, como las de Corralejo y El Cotillo. También tiene dos Parques Naturales, el de las Dunas de Corralejo y el del Islote de Lobos. Su núcleo urbano más poblado está en Corralejo, que cuenta con 17.000 habitantes censados, aunque la realidad supera esa cifra con creces debido a la gran cantidad de turistas que lo visitan.
La Oliva.
La población que da nombre al municipio se encuentra tierra adentro, a 18 kilómetros de Corralejo y tiene censados unos 1.300 habitantes. Sin embargo, su significado histórico y su patrimonio artístico lo convierten en visita obligada para cualquier turista que pase por la isla con un mínimo interés de conocerla. Junto con Pájara y Betancuria, la Oliva formó el trío de poblaciones cuya fundación se remonta al siglo XV, una vez que la isla fue conquistada por los normandos. En concreto, La Oliva fue fundada en el año 1500 por los hermanos Hernández, procedentes de la entonces capital, Betancuria. Como curiosidad señalar que en diversas ocasiones durante el siglo XVI el municipio fue refugio de piratas berberiscos que desde el puerto de Corralejo y el Islote de Lobos acechaban a los barcos que transitaban entre Fuerteventura y Lanzarote.
Ayuntamiento de La Oliva y plano turístico.
Además de dar un paseo por el núcleo urbano, los lugares más interesantes para ver en La Oliva son:
La Iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria, del siglo XVII, en la que destaca su elevado campanario de piedra oscura en contraste con el resto del templo de color blanco y que también se utilizó de torre de vigilancia para prevenir los ataques de los piratas. Tiene tres naves, una portada muy elaborada y resulta muy interesante visitar su interior, donde se encuentra la talla de la Virgen de la Candelaria que le da nombre.
La Casa de los Coroneles. Se supone que su construcción se llevó a cabo durante la segunda mitad del siglo XVII, si bien su aspecto definitivo lo adquirió bastante después como consecuencia de varias modificaciones y ampliaciones. En cualquier caso siempre estuvo ligada a la familia Cabrera Betancourt y constituye un ejemplo de casa señorial canaria, en la que se trató de reflejar el poder del linaje dominante, encarnado en los coroneles. Declarada Bien de Interés Cultural en 1979, se realizaron importantes trabajos de restauración en 2005 y al año siguiente los Reyes de España inauguraron el edificio que podemos visitar actualmente.
La entrada cuesta tres euros y el horario es de martes a sábado, de 10:00 a 18:00 horas. El interior consta de dos plantas, con un gran patio, y una terraza almenada que ofrece muy bonitas vistas de los alrededores. Tiene diversos salones con exposición de diferentes piezas y cuadros, y también una pequeña capilla. A mi me gustó, creo que merece la pena ver su interior.
Interior de la casa y patio.
Vistas desde la terraza almenada
Vistas desde la terraza almenada
Alrededores de la Casa de los Coroneles en La Oliva.
Montaña de Tindaya.
Muy cerca de La Oliva está situada esta montaña, considerada mágica por los aborígenes, tal como atestiguan los más de 300 grabados con forma de pie que se han encontrado en ella y que constituyen un importante legado arqueológico. La montaña tiene 400 metros de altura y destaca en el paisaje árido de Fuerteventura, con el pueblo del mismo nombre a sus pies. Se contempla muy bien desde la carretera y se puede hacer una interesante ruta de senderismo por ella, pero lamentablemente no teníamos tiempo, así que nos conformamos con echarle un vistazo en la distancia.
Por cierto que este emblemático lugar está envuelto en una viva polémica desde hace varios años por un antiguo proyecto del arquitecto Eduardo Chillida de realizar aquí un monumento a la tolerancia que pretendía horadar la montaña. Después de un sin fin de discusiones e incluso litigios judiciales, a estas alturas no se sabe si seguirá o no adelante la idea. Sin embargo, aunque no conozco el asunto en profundidad, confieso que me gusta la montaña en su estado natural, tal como está, sin agujeros.
Puertito de los Molinos.
Vi unas fotos de este poco conocido lugar de Fuerteventura y me gustó tanto que decidí incluirlo en el itinerario. Llegamos desde la Oliva, por la carretera que pasa cerca de Tindaya y Tefia; después vimos varios molinos y un profundo barranco, como un enorme tajo abierto la tierra. Nos dimos cuenta de esta singularidad desde el coche, pero no nos decidimos a parar porque había que desviarse de la carretera y como nos suele pasar íbamos algo pegados de tiempo. Buscando luego información, he visto que, si no me he equivocado, el sitio se llama “Las Parcelas” y es posible hacer por allí una ruta de senderismo sin duda muy interesante. Otra vez será.
De camino al Puertito de los Molinos.
A lo lejos, antes de iniciar el descenso hacia el mar, ya podíamos ver la fuerza del oleaje.
A lo lejos, antes de iniciar el descenso hacia el mar, ya podíamos ver la fuerza del oleaje.
Dejamos el coche en la entrada al Puertito, que tiene puente sobre un riachuelo en el que había hasta patos. El agua corría y formaba una atractiva estampa, con las enormes olas de fondo. El poblado cuenta con un pequeño grupo de casas blancas con detalles de diferentes colores que le dan un aspecto sumamente pintoresco aunque nada artificial. Unos carteles recomiendan la visita a unas cuevas, que tratamos de encontrar en vano.
La pintoresca imagen del Puertito desde el acantilado.
Aparte del atractivo de las casitas plantadas sobre las rocas, lo que más llama la atención es el tremendo oleaje que dejaba los oídos sordos. A nuestra izquierda, vimos un sendero que conducía a lo que parecía un mirador natural. Y realmente merece la pena subir allí porque se obtienen vistas preciosas del pueblecito y de la gran cala que está al otro lado, barrida por el viento y las olas en una conjunción espectacular.
Como he oído (o leído) comentar a alguien, en el Puertito de los Molinos te quedarías horas mirando y escuchando el mar embravecido.
Después cruzamos el simbólico puente (se puede pasar perfectamente rodeándolo) sobre el pequeño riachuelo y llegamos a la playa, cubierta de enormes piedras negras de basalto, redondas de tan pulidas, pues, según leí, la marrón arena veraniega se la lleva el tremendo oleaje del invierno. Al parecer, éste es un lugar al que vienen mucho los majoreros a bañarse en pleno estío, cuando es de suponer que el mar está más calmado.
El puente sobre el riachuelo, que ha sido reconstruido recientemente.
La playa.
La playa.
El caso es que la imagen de las enfurecidas olas golpeando contra los escollos era todo un espectáculo y había que aprovechar la oportunidad de verlo dado que según parece alcanza su máxima expresión en invierno (y eso que el día estaba tranquilo y no era demasiado ventoso).
Caminando entre las rocas.
Buscando las cuevas, trepamos por las rocas antes de darnos cuenta de que solo son accesibles con marea baja. Entre unas cosas y otras, aparecimos en lo alto del acantilado desde donde las vistas eran realmente espectaculares. Me fascina ver semejantes golpes de mar; quizás en eso se nota que soy de tierra adentro.
Como no nos cansábamos de contemplar el panorama, seguimos caminando por el borde del acantilado, encontrando en cada hueco al que era posible asomarse una estampa más bravía que la anterior, que colmaba el color mágico del agua. En el mismo punto, mirando hacia el interior, la suma aridez del entorno prestaba un contraste todavía más dramático al paisaje.
Y, como de costumbre, se nos echó encima la hora de comer. Teníamos pensado ir hasta Villaverde, a Casa Marcos, otro restaurante típico canario muy recomendado. Pero no nos daba tiempo. Así que nos quedamos en el único restaurante abierto en esta época en el Puertito, llamado Casa Pon, donde nos prepararon una parrillada mixta de pescado y marisco, que nos tomamos tan ricamente contemplando el mar.
La parrillada y las vistas desde la mesa: ¡buen provecho!
Lajares. Ruta a pie al antiguo volcán Calderón Hondo.
De nuevo en el coche, nos dirigimos hacia la Oliva y, después, enfilamos a Lajares, donde comenzaba nuestra excursión a pie. Por el camino, volvimos a encontrarnos con bonitas estampas majoreras que quizás no tengan tanto encanto en otra época del año en la que se note más la sequía.
De camino a Lajares.
Desde lejos ya empezamos a ver los montículos rojos que constituían nuestro próximo objetivo. Junto al panel informativo de la marcha, hay una pequeña zona de aparcamiento, en la que dejamos el coche. Esta corta caminata forma parte del GR 131, que atraviesa toda la isla.
Lajares y al fondo las calderas.
Cartel de la ruta junto al aparcamiento.
Cartel de la ruta junto al aparcamiento.
La ruta es circular, tiene poco más de cinco kilómetros y es muy sencilla. Se tarda en hacer en torno a una hora y media. El desnivel es de unos 180 metros, pero resulta muy suave, excepto la subida al mirador sobre la caldera, que es empinada pero bastante corta, así que no supone un esfuerzo especial.
Rumbo al Calderón Hondo (que no es el que se ve a la derecha).
Por esta zona existen una serie de volcanes alineados que se generaron hace unos 50.000 años y uno de los mejor conservados es el de Calderón Hondo, que cuenta con un cráter de 70 metros de profundidad.
Detrás de este hermoso volcán, está nuestro objetivo.
Poco a poco, ganamos altura y seguimos por el camino de la izquierda.
Poco a poco, ganamos altura y seguimos por el camino de la izquierda.
Al rodear el montículo, comenzamos a ver las vistas del otro lado (costa norte)
Y al fin apareció el Calderón.
Tanto por el camino como en la cima se tienen unas vistas espectaculares de la costa norte de Fuerteventura: El Cotillo, Majanicho, algunas zonas de Corralejo y Lajares, así como del malpaís que se formó con las erupciones de los volcanes.
El camino es cómodo dentro de lo que cabe, está perfectamente señalizado y puede hacer en uno u otro sentido. En su mitad sale una pista de piedra que conduce a la cima, donde hay una barandilla desde la que se puede contemplar perfectamente el cráter (aunque el sol nos pillaba de frente, con lo cual resultaba muy difícil hacer una foto en condiciones).
El fondo del cráter.
La cima está plagada de las famosas ardillas, que no dudan en rodearte y posar con descaro, exigiendo algo de comer.
Si tenéis ocasión y os gusta caminar, no os perdáis este recorrido: merece mucho la pena teniendo en cuenta el poco tiempo y esfuerzo que requiere.
De regreso a Lajares.
Después fuimos al Faro del Tostón, en El Cotillo, para ver su mágica puesta de sol. Pero eso lo dejo para la siguiente etapa.