Diana de párpados a las 07’30, para hacer una fotocopia de desayuno de día anterior, y decir adios al Riad. La pateada hacia Bab Doukkala con ánimo de coger un taxi a la nueva Gare Routier de la CTM, sita en Polígono Industrial a tomar por cul, nos depara la sorpresa del día, "mejor que no te levantes": está cortado por la Marathon (me acuerdo de los polacos). Más de caminamos, cruzamos Guéliz y al extremo aparecemos en la terminal.
Disfrutamos con cristiana resignación y piadosa introversión del previsible retraso, suponiendo que como la terminal es nueva, el conductor del bus todavía no sabe el camino. Alrededor de las 12’30, “sólo” una hora y cuarto más tarde de la hora oficial de Departure, empezamos a rodar igual de introvertidos pero condenados al infierno dantesco por habernos ciscado en el Olimpo.
Una nula visibilidad debida a la niebla, la lluvia, y los cristales empañados no nos permiten ver, pero si podemos percibir que el autobús rueda lento. Dos horas después, parada para el rancho en una fonda del puerto de montaña que subimos, con cafetería y comedor en el interior. En el porche de entrada una carnicería, un almacén de víveres varios, una pequeña barbacoa, y una Métodología de servicio: solicitud de carne a peso en la carnicería; carnicero pica la carne directamente al plato; consumidor y plato hacia la barbacoa; cocinero de barbacoa cocina en la parrilla y traslada a bocadillo; cliente marcha con bocadillo. Nosotros pedimos tajine, y es estupenda; la comemos en el comedor interior al lado de los conductores del bus que comen como todos, con los dedos y el pan. Un té al acabar, cigarrillo rápido en el porche viendo llover, y arrancamos de nuevo a las 14’47 horas.
Flash back a las 18’10. El pasaje del bus ha cambiado. Se apeó mucha gente en Ouarzazate, y se han coloreado los vestidos. El paisaje y el pasaje han sufrido una simbiótica transformación, y ahora nos observan con curiosidad ojos muy muy negros de caras tostadas. Saltamos hace horas el Alto Atlas blanco y el bus levanta polvo en llano arenoso presahariano. Todo rutinario de noche, hasta Agdz, donde monta Abdul “el aparecido”. Habla castellano y por la gracia de Alá, tiene una agencia de tours al desierto en M’Hamid. Faltaría más. Decidimos cerrar la ventanilla al cabo de unos minutos de comida de sesos, y le ponemos el cartel de “vuelva usted mañana”, que lo toca pero no lo hunde. Contabilizamos 11 horas de autobús; Naia está sin pegar ojo en 3 días y a punto de atomizar lo que se tercie; y mi cabeza es aporreada por los mantras de la coral de comerciantes de zoco.
Arribada a M’hamid a las 11 de la noche. No hay banda de música pero sí un corro de comerciales sin corbata con pack alojamiento-tour-desierto-comida, que esperan ansiosos la feliz llegada del autobús de cabras guiris. Hablamos, miramos, actuamos, gesticulamos y tras acordar con un comercial de Sahara Services, ... acabamos en una kasbah nuevecita a 1 km y poco del pueblo, en una bonita habitación en condiciones, a un precio de 8 euros la noche. zzzzzzzzz.
http://hotelmhamid.com/
Disfrutamos con cristiana resignación y piadosa introversión del previsible retraso, suponiendo que como la terminal es nueva, el conductor del bus todavía no sabe el camino. Alrededor de las 12’30, “sólo” una hora y cuarto más tarde de la hora oficial de Departure, empezamos a rodar igual de introvertidos pero condenados al infierno dantesco por habernos ciscado en el Olimpo.
Una nula visibilidad debida a la niebla, la lluvia, y los cristales empañados no nos permiten ver, pero si podemos percibir que el autobús rueda lento. Dos horas después, parada para el rancho en una fonda del puerto de montaña que subimos, con cafetería y comedor en el interior. En el porche de entrada una carnicería, un almacén de víveres varios, una pequeña barbacoa, y una Métodología de servicio: solicitud de carne a peso en la carnicería; carnicero pica la carne directamente al plato; consumidor y plato hacia la barbacoa; cocinero de barbacoa cocina en la parrilla y traslada a bocadillo; cliente marcha con bocadillo. Nosotros pedimos tajine, y es estupenda; la comemos en el comedor interior al lado de los conductores del bus que comen como todos, con los dedos y el pan. Un té al acabar, cigarrillo rápido en el porche viendo llover, y arrancamos de nuevo a las 14’47 horas.
Flash back a las 18’10. El pasaje del bus ha cambiado. Se apeó mucha gente en Ouarzazate, y se han coloreado los vestidos. El paisaje y el pasaje han sufrido una simbiótica transformación, y ahora nos observan con curiosidad ojos muy muy negros de caras tostadas. Saltamos hace horas el Alto Atlas blanco y el bus levanta polvo en llano arenoso presahariano. Todo rutinario de noche, hasta Agdz, donde monta Abdul “el aparecido”. Habla castellano y por la gracia de Alá, tiene una agencia de tours al desierto en M’Hamid. Faltaría más. Decidimos cerrar la ventanilla al cabo de unos minutos de comida de sesos, y le ponemos el cartel de “vuelva usted mañana”, que lo toca pero no lo hunde. Contabilizamos 11 horas de autobús; Naia está sin pegar ojo en 3 días y a punto de atomizar lo que se tercie; y mi cabeza es aporreada por los mantras de la coral de comerciantes de zoco.
Arribada a M’hamid a las 11 de la noche. No hay banda de música pero sí un corro de comerciales sin corbata con pack alojamiento-tour-desierto-comida, que esperan ansiosos la feliz llegada del autobús de cabras guiris. Hablamos, miramos, actuamos, gesticulamos y tras acordar con un comercial de Sahara Services, ... acabamos en una kasbah nuevecita a 1 km y poco del pueblo, en una bonita habitación en condiciones, a un precio de 8 euros la noche. zzzzzzzzz.
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