Costa de los Esqueletos: Naufragios, Henties Bay y las focas de Cape Cross ✏️ Diarios de Viajes de NamibiaRuta por la Costa de los Esqueletos: entre naufragios, paisajes del desierto costero y la increible colonia de focas de Cape Cross.Diario: Namibia: 9 días de aventura africana con niños⭐ Puntos: 4.9 (43 Votos) Etapas: 21 Localización: NamibiaDemasiado tarde cogemos la carretera de Henties Bay, yo empiezo a ser consciente de que no vamos bien de tiempo, ni en la etapa corta. Es una carretera de sal, recta y muy rápida. Junto a ella están construyendo una nueva de asfalto. Confiados le damos caña al coche. Ni un árbol ni una sombra en muchos kilómetros. Los pueblos por llamar de alguna forma a un pequeño conjunto de casas, son modestas bases de pescadores o antiguas explotaciones mineras siempre en precaria subsistencia. La vegetación es simplemente algunas hierbas capaces de soportar este clima seco dónde no llueve durante años. La humedad llega cada noche en forma de bruma y plantas y animales la espera con desesperación. Con el frío de la noche esa bruma se precipita en forma de salvadoras gotitas de agua. Las aguas de Namibia son muy frías por efecto de la corriente de Benguela pero al encontrarse aquí con el cálido continente africano dan lugar a uno de los mayores bancos de pesca de todo el mundo. Esa abundancia de pesca atrae a todo tipo de depredadores: aves, focas, tiburones... Y por supuesto a pescadores comerciales y deportivos. Hay numerosos puestos de pesca repartidos por la costa. Nos vamos cruzando con coches de pescadores que llevan sus cañas largas delante o detrás del coche. De pronto no salta un pitido. Supongo que el coche está programado para saltar a una cierta velocidad, pero solo hemos llegado a 120. Un rato más tarde y nos vuelve a saltar otra vez. Paramos a ver un barco hundido junto a la costa y que además está bien señalizado y con parking: el Zeila (un hundimiento reciente, de 2008), un pesquero que estaba siendo remolcada a un desguace de la India y cuyo cable se rompió durante una tormenta. No hubo víctimas. Es sorprendente la cantidad de barcos que hay hundidos en estas costas, 62 según las guías y mi hijo, que empieza a parecerme una enciclopedia de patas cortas. Es la llamada Costa de los Esqueletos y su nombre es muy ajustado a la realidad: aunque llegues a la costa y sobrevivas al naufragio, todavía te queda lo peor; cientos de kilómetros sin un pueblo, un río o una charca donde calmar la sed. Los supervivientes de los barcos muchas veces morían en tierra, sin haber alcanzado un lugar habitado. En el suelo, hay un esqueleto de animal, puesto de forma artificial por algún humano y varias cajas con piedras. De entre las dunas sale un par de muchachos que intentan colocarnos las piedras o lo que se tercie. Amablemente les decimos que no. Nos acercamos a la orilla, con el mar embravecido y un fuerte viento. El barco lo han colonizado un número sin fin de cormoranes y gaviotas. De la playa despega una bandada de gaviotas qué nubla el cielo al echar a volar por alguna causa desconocida: impulsadas por la histeria colectiva. Al volver al coche, nos vuelven a asaltar los muchachos, pero viendo que no mostramos interés por sus gemas (en realidad lo disimulamos) nos piden agua. La niña me pregunta si le puede dar su botella de agua mineral y yo, me siento orgulloso de la generosidad y la educación de mi hija… como si fuese mérito mío. Pero la satisfacción y el pecho henchido me duran escasos segundos, pues antes de poder articular palabra de reconocimiento a su solidaridad, se produce una de esas situaciones que minan la autoridad paterna y erosionan las bases de la enseñanza inculcada: Estaba a punto de decirle, que estas personas lo mismo tienen que recorrer un montón de kilómetros para encontrar agua potable, cuando el muchacho vierte todo el contenido de la botella sobre las piedras de la caja y comienza a frotarlas para sacarles brillo. La niña me mira desconcertada y yo, mirando a las piedras, con los ojos como platos, le digo: no pienses que todos los que nos han pedido agua en el camino, no la necesitaban. Al volver al coche, mi mujer me inquiere por mi cara de mosqueo: No preguntes, se nos hace tarde para ver las focas. De nuevo volvemos a la carretera y al alcanzar de nuevo los 120 km/h, vuelve a sonar un agudo pitido. Nos desconcierta mucho porque la carretera es buena e incluso vamos dentro del límite de velocidad. Subimos y bajamos un poco la velocidad para intentar calibrar a qué velocidad se dispara el ruido y de nuevo salta el pitido que inunda la cabina. Esta vez el zumbido es constante e insoportable. Nos echamos a un lado de la carretera y llamamos al concesionario para contarles el problema. Nos advierten que el coche se ha detenido "por exceso de velocidad al circular por la carretera de sal", no podemos pasar de 100. Que está en el contrato que firmamos. Nos quitan de forma remota el zumbido ensordecedor del coche y nos dicen que "ya podemos continuar". Hemos comprendido por propia experiencia, que no podemos pasar de cien, que el sistema de geolocalización por GPS funciona y no era un cuento para asustar a los turistas. Entre traumatizado y mosqueado, llegamos a Henties Bay y nos paran en un control de policía. ¿Qué más puede complicarse? La jefa del control es una mujer con pinta institutriz alemana: mujer blanca, corpulenta con cara de bulldog que gesticula constantemente y da órdenes a todos. Me echa una bronca, pero no entendemos el porqué. Uno de los policías jóvenes que está con ella, nos explica que es que tenemos una rueda muy baja y que debemos ir al pueblo a inflar la rueda. Me recuerda al actor Eddie Murphy, por su cara y sonrisa todo-dientes. Da la impresión de que se está partiendo el culo con la situación pero, para mis adentros, pienso: No sé de qué te ríes, yo solo le he tenido que aguantar una bronca, tú la tienes que aguantar todos los días. El pueblo bastante grande para los habitual de esta zona, sin embargo, no tiene pinta de ser mucho más que una población polvorienta que vive de los pescadores deportivos y de los veraneantes, si es que aquí hay verano. La rueda estaba algo baja y hay que agradecerle a la institutriz, que me echase la bronca. A partir de ahí, controlé la presión cada par de días. Tras inflar la rueda continuamos hacia Cape Cross. El paisaje es lunar apenas algunas hierbas, cada muchos metros, y sobre todo líquenes. En algunas zonas, se observa que las piedras son volcánicas. A veces hay pequeños puestecillos llenos de piedras de colores y con un bote para que eches el dinero de lo que cojas. El precio supuestamente está escrito en una tablilla junto a las piedras: 1 o 2 minerales de piedra de sal rosa cuestan unos 20 o 40 N$. Ya lo demás es confianza en el viajero. Todo muy germánico. Colonia de Focas de Cape Cross Al llegar a Cape Cross hay que pagar a pagar las tasas del parque en un pequeño puesto de control que hace las veces de centro de visitantes, dónde además se puede comprar algunos artículos relacionados con las focas cómo llaveros de piel. Como curiosidad, junto al parking se puede observar una vértebra de ballena e incluso hacerte alguna foto. Desde el puesto entrada de la guardia del parque hasta el Cabo propiamente dicho hay unos 3 km por una pista estrecha de tierra. La decisión de venir hasta aquí la tomé el día que leí el diario de Isla: Spitzkoppe, Cape Cross y Swakopmund Llegamos al final del Cabo y el espectáculo es dantesco, el corazón se nos comprime en un puño. El parking es muy amplio y solo hay otro coche. Entre el parking y la pasarela hay unos 25 metro de distancia que uno debe pasar entre medias de focas adultas, placentas y bebés, muchos de ellos muertos. Hay una pasarela de madera con una casita al final que debe ser un observatorio. Calculo que puede haber entre 200 y 500 focas entre la pasarela y nosotros. Por medio, placentas, bebés vivos, muertos o con pintas de extraviados, entre adultos, arena y piedras. El olor a pescado muerto y cadáver de animal es intenso. Cruzamos con muchos reparos de los niños pero al llegar a pasarela la vista es aún más sorprendente. Frente a nosotros una inmensa colonia que no deja ver arena, ni piedra casi hasta donde se pierde la vista. Dicen que hay 100.000 focas aquí. Muchos de los bebés mueren de hambre por no poder encontrar a sus madres, otros quedan enganchados entre las tablas de la pasarela y mueren asfixiados o de hambre por no poder salir. Yo me pregunto si no se puede hacer una pasarela en la que los animales no queden atrapados. Me siento tan triste, como impresionado. La vida en colonia da protección a sus miembros, pero su inmensidad causa caos y dificulta encontrar a las crías. El olor a muerte es asfixiante. Se nos acerca una cría escuálida que probablemente no ha comido en días. No sé lo que quiere, sí cariño, leche o un tiro de gracia. Los chacales se acercan a llevarse algún cadáver. También observamos como una cría intenta cruzar entre varias hembras y una de ellas la coge por el cuello y la volea como metro y medio. Las escenas son muy duras y se repiten por toda la colonia. Con mucha pena, un cierto alivio y ganas de meternos en una ducha, nos alejamos de este lugar. No nos arrepentimos de haber venido pero eso no quita que, aun habiéndolo leído, nos esperásemos la dureza lo que hemos visto. A lo lejos vemos un chacal que se lleva un trozo de carne y les explico a los niños lo de qué la supervivencia de las crías del chacal dependen de la muerte de las focas: La desgracia de unos, es la supervivencia para otros. Así es la vida, así es la naturaleza. Al llegar de nuevo la carretera nos paramos a hacer fotos en un campo de líquenes. Está protegido por unas estacas y una cuerda. En un lugar tan extremo, solo los más fuertes son capaces de sobrevivir. Y no siempre fuerza está unida a tamaño. Estas diminutas plantas son pequeñas joyas. Paramos en uno de los puestecitos dónde las piedras se venden solas, cogemos un par de piedras de sal rosa y dejamos el dinero en el bote. Este sistema de confianza mutua funciona mientras los viajeros sigan siendo honestos. Por favor, recordad que si este sistema funciona es porque los que pasaron antes que nosotros, cumplieron con su obligación de dejar lo que ponía la tablilla. Y asi funcionan muchos puestos repartidos por los lugares más deshabitados. Llegamos de nuevo a Henties Bay y tomamos la pista que nos lleva hacia Spitzkoppe. El tiempo ha comenzado a jugar en nuestra contra y el GPS nos lo advierte, pero tampoco podemos ir mas rápido por los baches traidores que aparecen periódicamente en el camino, la presencia de gravilla... y por el dichoso dispositivo de control de la velocidad del vehículo. No queremos encontrarnos cerradas las puertas del campamento. Parece como si no tuviésemos derecho a llegar con tranquilidad ningún día. Índice del Diario: Namibia: 9 días de aventura africana con niños
01: Preparativos Viaje a Namibia
02: Windhoek - Klein Aub - Sesriem
03: Parque nacional de Namib-Naukluft: Sesriem, Sossusvley, Deadvlei
04: Camino de Sesriem a Walvis Bay y Swakopmund
05: Swakopmund, la ciudad más germana de África
06: Costa de los Esqueletos: Naufragios, Henties Bay y las focas de Cape Cross
07: Spitzkoppe: la montaña de granito y sus pinturas rupestres
08: De Spitzkoppe a Twyfelfontein
09: Twyfelfontein: Pinturas Rupestres y Paisajes Marcianos
10: Twyfelfontein: en busca de los Elefantes del Desierto
11: De Twyfelfontein a Etosha: Damara Living Museum y Bosque Petrificado
12: Okaukuejo, Etosha: La noche que vino a cenar la cobra y la tormenta perfecta
13: Etosha: Adamax y Bosque Encantado, buscando leones y elefantes.
14: Tarde de Leones, leopardos y rinocerontes en Etosha
15: Atardecer inolvidable en Halali
16: Centro de Etosha: el Pan y praderas al norte de Halali
17: Pinchar en Etosha en territorio de leones
18: Campamento de Namutoni - Etosha
19: Este de Etosa: Safari por Namutoni
20: De Namutoni a Okahandja, camino de Windhoek
21: Okahandja-Windhoek: la vuelta a casa
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