Cuando se consulta cualquier guía o se pide consejo sobre destinos en el País Vasco, casi siempre hay una coincidencia: Hondarribia (Fuenterrabía) está considerada como una de sus localidades más bonitas. Y después de estar allí, estoy completamente de acuerdo porque tiene de todo: coloridas casas marineras, zona de playa, senderos para hacer caminatas, posibilidad de excursiones, un casco medieval muy cuidado, restaurantes con muy buena gastronomía, tabernas de pintxos excelentes… Lo único que le sobran en verano son unos cuantos coches, pero todo no puede ser perfecto, naturalmente.
Nos alojamos dos noches en el Hotel Río Bidasoa, que resultó bastante caro, como es de imaginar dadas las fechas: del 31 de julio al 2 de agosto. Fue imposible encontrar otro hotel mejor considerando calidad/precio, ya que necesitábamos un lugar que nos permitiera movernos a pie y, además, con parking propio, porque aparcar en esas fechas en Hondarribia resulta muy complicado (y no solo aparcar, sino simplemente moverse en coche, como comprobaríamos después). El hotel está calificado de cuatro estrellas, es bonito y está muy bien situado para recorrer Hondarribia caminando, con jardines, piscina y parking, aunque es pequeño y no siempre resulta posible obtener hueco, si bien nosotros tuvimos suerte y no nos faltó sitio. La habitación era amplia y cómoda, igual que el baño. Sin embargo, hubo una cosa que no nos gustó nada: el aire acondicionado no funcionaba y nos coincidieron dos días de mucho calor. Nos quejamos, pero la única respuesta que obtuvimos fue que “estaba estropeado”. La verdad, no nos pareció una contestación que pueda ofrecer un hotel de cuatro estrellas que se precie en un 31 de julio, teniendo en cuenta su elevado precio. Supongo que los días de calor en el norte no son numerosos, pero haberlos los hay, y fuimos testigos de ello. Aunque en todo lo demás quedamos contentos, en especial con el personal, que fue muy atento (nos facilitaron un mapa turístico e información para hacer visitas y de restaurantes y lugares para tomar pinchos), éste fue un detalle que no nos gustó nada. De todas formas, mejor buscar opciones más baratas en Hondarribia, que seguro que las hay si se viaja en una fecha menos “punta”.
Por lo demás, estuvimos un día y medio en Hondarribia, tiempo más que suficiente para recorrer casi toda la población, conocer sus rincones, degustar sus pintxos, hacer una excursión en barco a la vecina ciudad francesa de Hendaya y dar una vuelta por los montes circundantes, aunque sin realizar caminatas, que hubieran precisado al menos una jornada más, con lo cual quedan pendientes para otro viaje. Sin embargo, confieso que nos quedó la sensación de no haber aprovechado demasiado bien el tiempo porque nos vimos envueltos en varios atascos y cometimos algunas equivocaciones al elegir los itinerarios y localizar sitios. Pero, bueno, como he mencionado antes, no siempre las cosas salen como cada cual desearía.
Unos pocos datos sobre Hondarribia.
El nombre de Hondarribia (Fuenterrabía en castellano) significa “el vado de arena”. Se encuentra a unos 23 kilómetros de San Sebastián, cuyo aeropuerto se halla entre Hondarribia e Irún. Justo enfrente, en la otra orilla del río Bidasoa que hace de frontera natural, está la ciudad francesa de Hendaya y las tres poblaciones (Irún, Hondarribia y Hendaya) comparten el río Bidasoa y la bahía de Txingudi. Actualmente cuenta con unos diecisiete mil personas censadas, aunque a efectos prácticos forma parte de un área metropolitana transfronteriza de más de 620.000 habitantes.
Existen vestigios de que estos lugares se hallaban habitados ya en la Edad del Bronce pues se han encontrado dólmenes y crómslechs en el cercano monte Jaizquibel. Aunque según la leyenda, el rey godo Recaredo fundó el primer núcleo poblacional, sus orígenes documentados se remontan al siglo XII y responden a razones de estrategia militar, ya que en la zona se encontraban las fronteras entre los reinos de Navarra y de Castilla. Los primeros datos históricos la describen como una plaza fuerte con poderosas murallas, fosos, puentes levadizos y baluartes. En 1203, Alfonso VIII le concedió el Fuero de San Sebastián, lo cual unido a sus propias defensas y su salida al mar propiciaron un rápido desarrollo de las actividades comerciales de las que obtuvo prósperos beneficios. No obstante, también sufrió algunos hechos catastróficos, como el incendio que destruyó casi todas sus casas en 1498 y varios asedios, sobre todo por parte de las tropas francesas, que la invadieron varias veces. Por cierto que su victoria sobre los franceses en el siglo XVII le llevó a ganarse el título de “ciudad”. Además del comercio, en tiempos fue muy importante su puerto y su flota pesquera, que actualmente se encuentra en decadencia, mientras que ha ganado terreno el sector servicios, sobre todo lo relacionado con el turismo.
Lugares para visitar.
Existen tres zonas turísticas diferenciadas: la Marina, el casco antiguo (declarado Conjunto Monumental) y el paseo paralelo al río Bidasoa en su salida al mar, si bien las inexcusables para visitar son las dos primeras. Se puede hacer un recorrido casi completo en una sola jornada, aunque puede resultar algo cansado.
El recinto histórico está rodeado por una muralla medieval de los siglos XVI y XVII, la única con que cuenta la provincia de Guipúzcoa. Tenía sistema de baluartes y se conservan los de San Nicolás, de la Reina, San Felipe y Santiago, así como las cortinas que los unían. La Puerta de Santa María es la única de la época que se mantiene en pie, ya que las otras fueron destruidas por el ejército francés, si bien la de San Nicolás fue restaurada a principios de este siglo.
El centro medieval está en un alto, al que se puede acceder recorriendo calles empinadas, por escaleras o utilizando un cómodo ascensor que, además, ofrece unas bonitas vistas panorámicas. Lo malo es que no siempre funciona. Yo tuve la suerte de pillarlo en faena, eso sí, una sola vez de las varias que lo intenté. En esta zona, las calles, en su mayoría adoquinadas, son estrechas y empinadas, con muchas casas de estilo vasco que cuentan con balcones de madera pintados de llamativos colores. Y también abundan las casas barrocas. El punto más destacado es la emblemática Plaza de Armas, lugar tradicional de celebración de acontecimientos, festejos, recepciones, etc.
Está presidida por el Palacio de Carlos V, actual Parador de Turismo, donde se hospedaron huéspedes ilustres (se dice que lo hizo hasta el propio emperador) y fue residencia de miembros de la realeza, capitanes generales y gobernadores hasta que fue parcialmente destruido por los franceses en 1794. Es interesante entrar hasta el restaurante y echar un vistazo ya que el resto del recinto es para uso exclusivo de los clientes del parador.
En cuanto a la arquitectura religiosa, cabe citar la Iglesia Parroquial de Santa María de la Asunción y del Manzano, gótica, cuya construcción se inició en 1474. Respecto a la arquitectura civil, existen numerosas casas notables, como el Palacio de Zuloaga, la Casa Mugaretenea, el Palacio Eguiluz, la Casa Casadevante, la Casa Consistorial y el Palacio Ramery. Sin embargo, lo más recomendable es pasear tranquilamente por sus calles (pese a las cuestas) y pararse a contemplar las fachadas de sus casas señoriales, algunas de ellas del siglo XVI, que encontramos sobre todo en la calles Mayor y Pampinot.
En los alrededores hay otras plazas también muy bonitas, aunque parece que están reconstruidas.
El barrio de la Marina, en la parte baja de la ciudad, junto al Puerto, se encuentra el antiguo arrabal de la Magdalena, situado extramuros. También está declarado conjunto histórico y artístico y es uno de los lugares más pintorescos con que nos podemos encontrar, por sus casas típicas de pescadores, sus fachadas estrechas con balcones pintados de variados y brillantes colores, ya que, según se dice, los pescadores aprovechaban la pintura que les sobraba después de pintar las barcas. Destacan sobre todo cuatro calles paralelas: Santiago, San Pedro, Zuloaga y Matxin Artzu.
En este barrio está siempre muy animado, pues aquí se apiñan numerosos restaurantes, cafeterías, bares y tabernas, que ofrecen gastronomía de todo tipo y precio; en especial, hay que mencionar los pinchos, que aquí son todo un arte y se disfrutan de verdad, pues muchas veces se presentan como platos completos en miniatura. Otra zona para perderse, paseando y… degustando.
Además, se pueden realizar numerosas excursiones, por ejemplo hasta Hendaya. Hay unos barcos que cruzan de una orilla a otra con bastante frecuencia, aunque hay que tener cuidado porque a veces se forman colas, sobre todo en verano, cuando mucha gente va desde Hondarribia a Hendaya para ir a la playa, y a la hora de la comida, en que muchos se trasladan desde Hendaya para almorzar en Hondarribia, donde la comida es mejor, más variada y más barata. Nosotros fuimos por la mañana temprano.
Recorrimos el paseo marítimo, con intención de llegar hasta el Castillo de Abaddie, el típico de cuento de hadas, construido en 1870 al gusto de la época en estilo medieval, pero no lo conseguimos ya que nos cansamos antes: tendríamos que haber cogido un taxi u otro medio de transporte. Lo cierto es que en Hendaya (dejando aparte el castillo al que no llegamos) no hay demasiado que ver: la playa y poco más, o eso me pareció. Nos fuimos con la sensación de haber perdido un par de horas allí. Lo mejor es ir con el coche para moverse por toda la zona vasco-francesa y visitar lugares más interesantes, pero no buscábamos eso en esta ocasión porque a principios de agosto los atascos eran impresionantes en la frontera.
En los alrededores de Hondarribia se encuentra el Castillo o Fuerte de San Telmo, en un acantilado junto al cabo Higuer, mandado construir en 1598 por Juan Velázquez, capitán de Guipúzcoa para defender el estuario y la entrada al puerto. También se puede ir hasta el Faro, a unos tres kilómetros del casco urbano.
Resulta muy interesante recorrer (aunque solamente sea en coche por la carretera comarcal 3440) el Monte Jaizquibel (el más alto de la costa cantábrica con 543 msnm) hasta llegar a la Ermita de Nuestra Señora de Guadalupe (junto a la que hay un mirador con buenas vistas), el Fuerte de Guadalupe, el Fuerte de San Enrique y otros muchos torreones o restos de fortificaciones. Sobre todo merece la pena contemplar los acantilados, para lo cual sería necesario hacer alguna camina para la que lamentablemente no tuvimos tiempo.
En Irún se encuentra el Mirador de San Marcial, llamado así por la ermita que se construyó en honor del santo, que conmemora la victoria sobre los franceses en la batalla de 1522. El edificio original fue destruido por un incendio y el actual se reconstruyó varias veces. Está situado en el Monte Aldabe, a 224 msnm y también se le conoce como el Balcón del Bidasoa. Nos costó un montón encontrarlo porque el navegador se empeñaba en llevarnos a un polígono industrial. Se llega en coche hasta un aparcamiento a unos cien metros de la ermita. Hay parques y zonas recreativas alrededor y las vistas panorámicas son estupendas si el día está despejado pues se divisan Irún, Hondarribia, la bahía de Txingudi y el río Bidasoa, incluyendo la isla de los Faisanes. Como digo, merece la pena subir (en coche) si el día está claro, sino probablemente no se vea nada y lo que merece la pena es el mirador.
Lo peor, como he dicho, fue que nos vimos envueltos en varios atascos y el desarrollo de la jornada no fue de lo mejor del viaje, con lo cual nos fuimos con la sensación de haber desperdiciado algunas horas. Sin embargo, nos gustó mucho Hondarribia y sin duda lo considero uno de los lugares imprescindibles en cualquier visita al País Vasco.
Algunas vistas nocturnas: