La primera visita fuera de Dublín sería Glendalough. Principal excursión desde la capital y uno de los puntos más visitados del país. Un lugar hipervalorado en el que monumentalmente no hay nada destacado, únicamente una iglesia medieval pequeñita, de lo más rústica y tosca, sin el menor interés y una torre románica alta, estrecha y circular que nos resulta exótica e interesante ya que en España no las hay con esa forma como de chimenea. Un río, bosques, montañas de escasa altura y unos lagos configuran un entorno atractivo en el que pasar un par de horas si el tiempo acompaña, especialmente para hacer el paseo hasta el lago que hay en la zona superior, dicen que es bonito. No pude comprobarlo, porque como había unos 6 grados, llovía a ratos y el viento era fuerte y helado, preferí meterme en el hotel. Había reservado, allí no hay mucha oferta, el The Glendalough Hotel, la individual por 48€, bien, recomendable.
El día siguiente amaneció frío, gris, nublado, húmedo y lluvioso. Mi plan era recorrer las
montañas Wicklow: según la guía Trotamundos, una ruta espectacular para hacer en coche. Como hacía muchísimo frío, llovía, el viento era fuerte y helado y además había una niebla más espesa que un yogur griego, para no ver nada, decidí no hacerla. Vamos bien. Decidí continuar camino de Killkenny.
Cuando llegué a la cueva de Dunmore, seguía lloviendo, pero dentro de una cueva poco importa. Allí tomé una de las más trascendentes decisiones de mi vida. Después de echarle un vistazo al folleto con los lugares que incluía, muchos, por cierto, compré la tarjeta Heritage, que amortizas pronto si visitas unos cuantos puntos. La entrada a esta cueva son 4€, gratis con la tarjeta. Ya me empecé a animar otra vez. Me duró poco la euforia porque el sitio no vale la pena. Lo único que tiene es una gran estalactita, es decir, a quien vaya sin tarjeta, le sale a 4 euros la estalactita, ya que solo hay una.
No lejos, hay un espacio natural en el que se pueden ver ciervos, se llama Jenkins Town Wood: te acercas a la verja de entrada y ellos vienen como si fueras a darles unas zanahorias o unas hojas de lombarda, hasta poderlos tocar a través de la reja. Son muy mansos, nada que ver con los tigres o leones. Bueno, no sé si es que ya todo quería salir mal o qué, pero los animalitos tenían un aspecto bastante desastroso, con la piel a tiras, los cuernos rotos, las hembras ni eso, claro, y cara de tristeza, o al menos la daban. Yo creo que los cuernos les habían salido porque sus parejas les engañaban, no parecían auténticos, y por eso también estaban tristes. No eran ciervos muy atractivos, la verdad. Para no desanimarlos, no se lo dije, pero me parece que me lo notaron en la cara. Intenté una mentira piadosa diciéndoles que Irlanda me estaba gustando mucho, pero no coló. Me contestaron “ya sabemos que nuestro país no te está gustando nada, ni nosotros tampoco. Y también estamos hartos de tanta lluvia y este clima horrendo". No supe qué decir, solo les sonreí un poco, asustado al escucharles hablar y me fui, era todo demasiado penoso. Me quedé con la duda de si serían hombres disfrazados.
Pasé de largo Kilkenny, volvería después a visitarlo y a dormir y llegué, un poco más al sur, a las ruinas del monasterio de Jerpoint: entrada de pago, 4 €, gratis con la tarjeta. Por fin algo que me gustaba, las ruinas antiguas suelen tener mucho encanto. Aquí encontramos los atractivos restos de una iglesia gótica con parte de un claustro sencillo pero con algunos pocos relieves. Aunque todos los conventos que vi en Irlanda, cerca de unos 20, están en ruinas, conservan lo suficiente para resultar llamativos, principalmente por su origen medieval, por sus restos en un material noble como la piedra y porque suelen estar en medio de esos bonitos campos verdes de este húmedo país.
Cerca, hay otro lugar que vale la pena conocer. Se trata de Kells: también un monasterio en ruinas del que destacan un largo recinto amurallado con varias torres defensivas, restos de la iglesia, arco de entrada etc en pleno campo. Parece más bien el recinto fortificado de un pueblo, pero sin el pueblo. Me gustó el sitio, no llovía, casi sin nadie, un tanto misterioso, sorprendente, romántico con la torre en ruinas y la hiedra trepando... muy recomendable y de entrada libre.
Por último, me fui a Kilkenny, un pueblo con cierto encanto por sus casas de colores, sin llegar a ser tampoco gran cosa, seamos justos. Pero de todas formas, después de haber visto bastantes núcleos urbanos en el país, puedo afirmar que éste es el único al que le vi cierto interés. Tiene dos catedrales, una, la más antigua, gótica, por fuera vale la pena echarle un vistazo, aunque más bien se parece a una fábrica, ya que la torre exenta se asemeja más a una especie de chimenea. Quizás por la hora, al atardecer, ya estaba cerrada. La otra catedral, de aspecto moderno, ni por fuera se merece un vistazo. Me alojé en un B&B, el Rodini, una casa particular con solo un par de habitaciones, correcto y barato, 35€.
El día siguiente amaneció frío, gris, nublado, húmedo y lluvioso. Mi plan era recorrer las
montañas Wicklow: según la guía Trotamundos, una ruta espectacular para hacer en coche. Como hacía muchísimo frío, llovía, el viento era fuerte y helado y además había una niebla más espesa que un yogur griego, para no ver nada, decidí no hacerla. Vamos bien. Decidí continuar camino de Killkenny.
Cuando llegué a la cueva de Dunmore, seguía lloviendo, pero dentro de una cueva poco importa. Allí tomé una de las más trascendentes decisiones de mi vida. Después de echarle un vistazo al folleto con los lugares que incluía, muchos, por cierto, compré la tarjeta Heritage, que amortizas pronto si visitas unos cuantos puntos. La entrada a esta cueva son 4€, gratis con la tarjeta. Ya me empecé a animar otra vez. Me duró poco la euforia porque el sitio no vale la pena. Lo único que tiene es una gran estalactita, es decir, a quien vaya sin tarjeta, le sale a 4 euros la estalactita, ya que solo hay una.
No lejos, hay un espacio natural en el que se pueden ver ciervos, se llama Jenkins Town Wood: te acercas a la verja de entrada y ellos vienen como si fueras a darles unas zanahorias o unas hojas de lombarda, hasta poderlos tocar a través de la reja. Son muy mansos, nada que ver con los tigres o leones. Bueno, no sé si es que ya todo quería salir mal o qué, pero los animalitos tenían un aspecto bastante desastroso, con la piel a tiras, los cuernos rotos, las hembras ni eso, claro, y cara de tristeza, o al menos la daban. Yo creo que los cuernos les habían salido porque sus parejas les engañaban, no parecían auténticos, y por eso también estaban tristes. No eran ciervos muy atractivos, la verdad. Para no desanimarlos, no se lo dije, pero me parece que me lo notaron en la cara. Intenté una mentira piadosa diciéndoles que Irlanda me estaba gustando mucho, pero no coló. Me contestaron “ya sabemos que nuestro país no te está gustando nada, ni nosotros tampoco. Y también estamos hartos de tanta lluvia y este clima horrendo". No supe qué decir, solo les sonreí un poco, asustado al escucharles hablar y me fui, era todo demasiado penoso. Me quedé con la duda de si serían hombres disfrazados.
Pasé de largo Kilkenny, volvería después a visitarlo y a dormir y llegué, un poco más al sur, a las ruinas del monasterio de Jerpoint: entrada de pago, 4 €, gratis con la tarjeta. Por fin algo que me gustaba, las ruinas antiguas suelen tener mucho encanto. Aquí encontramos los atractivos restos de una iglesia gótica con parte de un claustro sencillo pero con algunos pocos relieves. Aunque todos los conventos que vi en Irlanda, cerca de unos 20, están en ruinas, conservan lo suficiente para resultar llamativos, principalmente por su origen medieval, por sus restos en un material noble como la piedra y porque suelen estar en medio de esos bonitos campos verdes de este húmedo país.
Cerca, hay otro lugar que vale la pena conocer. Se trata de Kells: también un monasterio en ruinas del que destacan un largo recinto amurallado con varias torres defensivas, restos de la iglesia, arco de entrada etc en pleno campo. Parece más bien el recinto fortificado de un pueblo, pero sin el pueblo. Me gustó el sitio, no llovía, casi sin nadie, un tanto misterioso, sorprendente, romántico con la torre en ruinas y la hiedra trepando... muy recomendable y de entrada libre.
Por último, me fui a Kilkenny, un pueblo con cierto encanto por sus casas de colores, sin llegar a ser tampoco gran cosa, seamos justos. Pero de todas formas, después de haber visto bastantes núcleos urbanos en el país, puedo afirmar que éste es el único al que le vi cierto interés. Tiene dos catedrales, una, la más antigua, gótica, por fuera vale la pena echarle un vistazo, aunque más bien se parece a una fábrica, ya que la torre exenta se asemeja más a una especie de chimenea. Quizás por la hora, al atardecer, ya estaba cerrada. La otra catedral, de aspecto moderno, ni por fuera se merece un vistazo. Me alojé en un B&B, el Rodini, una casa particular con solo un par de habitaciones, correcto y barato, 35€.