5 de septiembre de 2018
Mapa de la etapa 4
Vibran nuestras pulseras a las 7:00, aunque para entonces yo ya llevaba un rato despierto. Durante las noches, los riñones me sugieren que debería ir planteándome cambiar mi mochila actual por una más adecuada para el senderismo. Uso una Lowepro Compuday Photo 250 que si bien es perfecta para llevar encima el equipo fotográfico en paseos ligeros, no cuenta con el acolchado y las sujeciones adecuadas para excursiones más exigentes como las que estamos realizando estos días. No tardaría en pasearme por Amazon para explorar alternativas.
Gran parte de la noche estuvo acompañada del sonido de los truenos, y creemos que esa debe ser la razón de que hayamos amanecido incomunicados. La conexión a Internet del alojamiento ha dejado de funcionar y no hay cobertura de móvil ninguna, así que no hay opción de ponerse al día con las redes sociales antes de pasar a desayunar. Tal y como hemos acordado con Montse y debido a que hoy es el día en el que debemos dejar libre la casa, guardamos al salir todo nuestro equipaje en un segundo cuarto anexo que ahora mismo la anfitriona no tiene reservado. Pasaremos a buscarlo al mediodía, cuando demos por finalizado nuestro paso por Ordesa y debamos continuar con la ruta. Al salir al exterior vemos que Montse nos ha dejado un par de paraguas junto a la puerta y que alguien -probablemente alguien que camina a cuatro patas, no hace ningún ruido y es bastante esquivo- se ha interesado por la basura que dejamos en el exterior durante la noche. Son las 8:00 cuando volvemos al volante y ponemos rumbo al cercano pueblo de Broto.
Nueva y última mañana en Oto
El plan para hoy es repetir los paisajes de ayer, pero desde otro punto de vista. Mientras que la jornada anterior la protagonizó atravesar la Pradera de Ordesa, las Gradas de Soaso y finalmente el Circo de Soaso para alcanzar la cascada de Cola de Caballo, hoy esperamos hacer un recorrido similar pero desde las alturas. Y no es que nos hayamos decidido por realizar la ruta más exigente de la Senda de los Cazadores, sino que hemos contratado una excursión organizada en grupos en la que nos transportan en todoterreno hasta el balcón sur de la pradera para desde allí iniciar un recorrido en paralelo a ella en la que poder ir asomándose a sus profundidades.
Existen varias empresas que ofrecen este mismo servicio, y nosotros nos decidimos anticipadamente por Miradores de Ordesa. Por un precio de 30 euros por persona que abonamos al llegar a la recepción del Hotel Sorrosal, dos guías y conductores nos llevan hasta las alturas a bordo de dos jeeps con capacidad para hasta ocho personas. Lo hacen tomando una pista forestal que nace en la cercana población de Buesa y cuya circulación está vetada a todo el que no sea residente de la zona. Durante el camino, que ya deja de manifiesto que las condiciones de la carretera no son adecuadas para un turismo convencional, la conductora que lleva a nuestro grupo va hablando de la historia y geografía de los pueblos y valles que vamos dejando a nuestros pies. El terreno se va complicando cada vez más según atravesamos un bosque, y cuando este se abre todavía quedan varios minutos subiendo y bajando colinas hasta detener el motor en una pequeña explanada donde los dos vehículos se reagrupan. Al salir al exterior notamos frío, pero previsiblemente irá a menos a medida que un sol que ya asoma comience a calentar el suelo. Cuando las 15 personas presentes entre guías y clientes estamos listos, echamos a andar y no tardamos en seguir ganando altura.
Pues ya estamos aquí arriba
Veremos cómo evolucionan esas nubes...
No tardamos en hacer la primera parada del itinerario, correspondiente a un mirador hacia la Catarata de Cotatuero. Se trata de un salto de agua de más de 200 metros de altura en el lateral opuesto del valle, y que se puede alcanzar mediante una excursión que supera un desnivel de 380 metros a lo largo de algo menos de tres kilómetros. Apreciamos desde aquí el generoso caudal que lleva y podemos distinguir ligeramente las texturas de la pared tras el agua pese a la ligera niebla que todavía no ha terminado de disiparse. Mirando hacia la profundidad del valle distinguimos uno de los autocares como el que tomamos ayer desde Torla aparcado en la Pradera de Ordesa, permitiéndonos así hacernos una idea mucho más clara de cuánta altura hemos ganado respecto a la ruta de ayer.
Comencemos
Catarata del Cotatuero
La panorámica que incluye la catarata
La Pradera donde ayer nos dejaba el autobús, ahora desde las alturas
El inundado mirador
Abandonamos el mirador y seguimos avanzando en paralelo al recorrido de ayer, parando cada pocos minutos en un nuevo saliente que ofrezca un nuevo punto de vista hacia el interior del valle. A media excursión podemos ya distinguir las Gradas de Soaso, siendo mucho más disfrutable verlas desde las alturas tras haberlas presenciado de cerca para poder hacerse una idea mejor de la envergadura de los múltiples saltos que el agua realiza a lo largo de su recorrido. Con ayuda de los prismáticos que los guías traen consigo, podemos ver desde la distancia cómo corretean varias de las esquivas marmotas que son habituales en la zona.
Intrépidos exploradores
Apreciando las vistas
Seguimos con el recorrido hasta alcanzar el punto en el que daremos la vuelta. Es un mirador muy amplio en el que ya se pueden distinguir los primeros cientos de metros del Circo de Soaso y que aprovecha la forma en U del valle para ofrecer vistas de 180 grados. Vemos varios metros bajo nosotros por dónde pasa la exigente Senda de los Cazadores. Para conseguir vistas hacia la Cola de Caballo deberíamos seguir todavía un largo rato de camino subiendo y bajando colinas, e incluso podríamos continuar la travesía hasta alcanzar el Refugio de Goriz desde el cual podríamos plantearnos el descenso hasta la Cola de Caballo y desde allí repetir el mismo camino de vuelta que realizamos ayer. Pero eso sería una exigente caminata que nos llevaría el día completo y para la que no hemos venido mentalizados, así que al igual que el resto del grupo y tras un alto para merendar, iniciamos el camino de vuelta a los vehículos cuando se acerca el mediodía. Justo cuando estamos recogiendo nuestras cosas y estamos listos para echar a andar aparece un autocar todoterreno que ofrece una versión mucho más cómoda y “puerta a puerta” del recorrido de miradores que estamos realizando.
Las Gradas de Soaso, más pequeñas que ayer
Todo nuestro recorrido de ayer en una sola imagen
Pues sí que está alto esto, sí...
Una panorámica un poco más amplia hacia el Circo
Durante el camino de vuelta, entre paradas para que los guías aporten más explicaciones sobre la flora y fauna que vamos observando, empiezan a sobrevolar nuestras cabezas una pareja de quebrantahuesos. Se trata de una especie autóctona que estuvo en serio peligro de extinción pero que empieza a estar de nuevo a salvo gracias a los esfuerzos de repoblación realizados en la última década en la zona. Al igual que ocurrió durante la ida, en el camino de vuelta las nubes nos privan de poder ver desde aquí la Brecha de Rolando, una caprichosa mella con paredes de casi 100 metros de altura en lo más alto de la cordillera y que marcó la ruta a seguir para cruzar entre Francia y España a más de 2.800 metros de altura. Aligeramos el paso y evitamos pararnos más de lo necesario ante la inminente tormenta que está entrando por el este y viene hacia nosotros.
En grupo también para la vuelta
Las vistas que dejamos en el lado contrario a los balcones de Ordesa
El vuelo del Quebrantahuesos
Siempre ha habido clases
Llegamos a los vehículos a tiempo para huir de la tormenta, y comenzamos a descender. Esta vez y a diferencia de la ida, nos sentamos en la parte de atrás de nuestro jeep, en la que dos bancos con capacidad para dos personas se miran el uno al otro. Y resulta durísimo. El constante e intenso traqueteo y la rápida pérdida de altura nos deja doloridos y a mí completamente sordo durante varios minutos. Nos recuperamos ligeramente y a las 14:10 estamos ya de nuevo en nuestro coche abandonando Broto. Pasamos fugazmente por Oto para recoger nuestras cosas y despedirnos de Montse, y ponemos rumbo al oeste abandonando antes la zona de Ordesa. Nuestro próximo destino se encuentra en el Valle de Hecho pero antes haremos algunas paradas.
Listos para la vuelta
Buenas ruedas...
... peor conductor
La primera tiene lugar en la población de Sabiñánigo, en la que un Mercadona nos resulta el lugar perfecto para abastecernos. Sin embargo no podemos tampoco cargar con muchas provisiones ya que para esta noche no tendremos ni cocina ni nevera. Tras una compra muy básica, echamos un vistazo al mapa de precipitaciones para decidir si correr el riesgo de hacer una última visita antes de acabar la jornada. Nos atrevemos y configuramos la navegación para que nos lleve hasta el Valle de Aísa, donde tenemos la esperanza de que la meteorología nos permita un pequeño recorrido por las proximidades del Barranco de Igüer. La ruta nos lleva primero por la autopista hacia Jaca y luego por una carretera de montaña muy estrecha pero en muy buen estado, más allá de la población de Asín. Un cartel nos anuncia que estamos entrando en el Parque de Valles Occidentales.
Llegamos a las 16:30 al final de la pista forestal, en lo que se conoce como Parking de Rigüelo. Por el camino no se ha cruzado ni un solo vehículo en dirección contrario, y aquí nos encontramos solo dos coches aparcados con matrícula francesa. Paramos el motor justo antes de la verja y nos ponemos en marcha sabiendo que nos espera una buena subida para empezar.
Y vaya subida. Los primeros 15 minutos ganan altura a un ritmo frenético mediante una fortísima cuesta pavimentada que nos deja ya tocados para el resto de la visita. Si no supiéramos de antemano que lo que queda a continuación es mucho más llevadero, viendo esta pendiente nos hubiéramos planteado dar media vuelta. Con las últimas reservas de aliento alcanzamos el altiplano en el que nos esperan ya decenas y decenas de vacas que hacen sonar sus cencerros y se nos quedan mirando cuando pasamos a pocos metros de ellas siguiendo el camino.
Caray con la subida inicial...
El Barranco de Iguer más bien seco, pero siempre nos queda el Valle
¿Y tú qué miras?
Cuidando del vecindario
Avanzamos hasta lo que esperábamos fuera un pequeño salto de agua que en las fichas de la ruta por Internet parecía muy atractivo, pero nada más lejos de la realidad. En esta época del año el agua escasea en este valle y del salto apenas queda un ridículo hilo de agua. Por suerte, decidimos ascender un poco más para obtener una panorámica de los Llanos de Nazapal, y es aquí donde consideramos amortizada la fuerte subida del inicio. Aunque los tonos verdes más propios del verano ya hayan empezado a perderse, la amplia planicie que atravesándola nos llevaría hasta el circo frente a nosotros ofrece unas muy dignas vistas de 360 grados. Sin más compañía que el ejército de vacas que supondría un problema si supiera organizarse en nuestra contra, pasamos aquí largo rato disfrutando de la ausencia total de ruidos que no procedan del entorno. Sin ninguna intención de realizar el recorrido circular completo que nos llevaría hasta el final de los llanos para luego volver, tomamos un pequeño atajo para remontar hasta un punto en el que podemos ver a lado y lado dos mitades muy diferenciadas del valle. Nos dan las 18:00 y no nos ha caído todavía ninguna gota cuando hemos vuelto hacia el coche, siguiendo así con una racha de suerte que sabemos que no durará eternamente.
Meditando sobre la existencia bovina
El Valle de Aisa para nosotros solos
¿Dónde estamos? ¿Dónde vamos? ¿Y luego? ¿Dónde? ¿Dónde?
Dejando atrás el refugio del inicio
Panorámica del valle
Y hasta aquí llegamos
Un último vistazo...
... y de nuevo en nuestro bote salvavidas
Todo lo que queda recorrer por hoy son los 40 minutos que separan nuestra ubicación actual de la población de Hecho. Otra vez, estrechas carreteras serpenteantes en las que afortunadamente no encontramos tráfico de frente. Solo los últimos cinco kilómetros de recorrido se hacen más pesados, cuando la lluvia al fin hace acto de presencia y se torna rápidamente en una cortina de agua que desluce nuestra llegada al pueblo. Tras un par de vueltas buscando dónde dejar el coche en las estrechas calles salimos al encuentro de la dueña de la Casa Rural Marín en la que nos alojaremos esta noche.
Nuestra anfitriona no parece tener muchas ganas de conversación, y nos despacha rápidamente tras darnos las instrucciones sobre cómo entrar y salir del edificio y dónde dejar las llaves cuando nos marchemos al día siguiente. Con la reserva todavía por pagar, nos insta a que dejemos en una de las mesitas junto a la cama los 52 euros que cuesta la habitación. Nosotros estamos convencidos de que durante la reserva el precio indicado era de 48, pero no tenemos ganas de discutir. Nos mojamos en el par de viajes necesarios para traer todo el equipaje desde el coche hasta la habitación, que es sencilla pero junto al baño con ducha nos bastará para esta noche.
Tras una ansiada ducha dedicamos un rato -peleando con una conexión a Internet inestable, para variar- a estudiar opciones para la cena de hoy. Nos decidimos por el cercano Bar Subordan, hacia el que partimos a las 20:30. En el portal nos encontramos con la anfitriona, que ahora que ya se dirige hacia su casa parece más amigable y nos da algo de conversación durante el camino.
La elección del Bar Subordan sale razonablemente bien. Recurrimos al menú para cenar un muy acertado solomillo y una aceptable carrillera de cerdo, acompañados de sabrosas patatas caseras. Improvisando ante la noticia de que ya no quedan unas atractivas copas de tiramisú que hemos visto aterrizar en otras mesas, pedimos de postre un densísimo mousse de chocolate y un plato de queso con mermelada que pido sin mucho tiempo para pensar. Me arrepiento en un inicio creyendo que debería haber pedido torrijas, pero la verdad es que la mezcla del queso con la mermelada de tomate sabe a gloria. Pagamos con gusto los 30 euros que vienen en la cuenta.
La carrillera
Y el solomillo
Ya de vuelta en el complejo de habitaciones y antes de alcanzar la nuestra, paramos en la primera planta para sentarnos en el salón en el que está instalado el router que nos abastece de conexión a Internet, aprovechando que aquí es algo más estable. Son las 22:00 cuando no tenemos más remedio que irnos a dormir, ya que mañana es más necesario que nunca darnos un buen madrugón. Llegar a nuestro próximo destino suficientemente temprano nos puede ahorrar ocho kilómetros a pie entre ida y vuelta, y eso bien merece irse a dormir ya.
Las oscuras calles de Hecho