El desayuno en el hotel Gamma Mérida el Castellano era amplio y variado, en una gran sala en el interior del edificio. Mientras tomábamos el café y viendo las caras cansadas de la tropa, decidimos que lo mejor para todos era ir solo a ver Uxmal en la mañana, dejando caer los otros enclaves de la ruta Puuc. Así que nuestras aspiraciones de hacer de Tadeo Jones por los diferentes parajes de la arquitectura Puuc se iban a ver mermadas. Si bien fue una decisión difícil de tomar, el sentido común nos indicaba que era lo mejor para todos, puesto que gestionar el ánimo de abuel@s y niñ@s iba a ser un carga excesiva para nosotros. A su vez, también teníamos previsto visita Chitzen Itza, Coba y Tulum por lo que nuestra pasión arqueológica iba a estar ampliamente cubierta.
Salimos a eso de las 10 de la mañana dirección a Uxmal, no sin antes advertir que en la ciudad de Mérida había diferentes lavanderías donde poder dejar nuestra ropa , cosa que decidimos agendar a la vuelta. La carretera transcurría recta (como casi todas en el Yucatán) rodeada de selva y sin excesivo tráfico (y sin topes), cuando al rato de estar conduciendo nuestro camino se vió acompañado por un sinfín de mariposas que lo atravesaban. Ciertamente, nos resultó irónico que una de las razones por las que visitásemos Xcaret era por su mariposario , y mira por donde teníamos al alcance de nuestro parabrisas una muestra ingente de mariposas que sobrevolaban el asfalto. El espectáculo de cientos de miles de estos insectos, algo que no habíamos visto jamás, nos asombró hasta nuestra llegada a Uxmal.
El conjunto arqueológico tiene un parking habilitado para coches que vimos, de manera sorprendente, bastante vacío. Ya teníamos decidido tomar los servicios de un guía oficial (800 pesos) que nos introdujese en las cuestiones del mundo maya. Raúl que así se llamaba nuestro guía, se mostró solícito y amable con las preguntas de todo el grupo, nos hizo algunas fotos y nos prestó un muy buen servicio. Uxmal estaba sorprendentemente bastante vacío, y los turistas que pudimos ver, entendimos que eran locales del país. Seguramente, la extensión de cerca de dos horas desde Chitzen Itzá aleja todo el turimo que se aloja en la Riviera Maya de este bonito enclave. Nos hizo mucho calor, pero tuvimos la oportunidad de ver un conjunto impresionante y muy bien conservado, que posteriormente nuestros mayores comentaron que les había gustado más que Chitzen. Seguramente, el impacto de ser las primeras ruinas, el servicio del guía y el hecho que aquello no se hubiera tornado un mercadillo en su interior les hizo formarse esa opinión. No obstante, a nosotros que ya habíamos visto en nuestra primera visita Chitzen también nos generó esa misma opinión. Si bien no tiene la misma mística del más conocido, tiene un recogimiento, un encanto especial y está mucho menos masificado.
El calor y el cansancio hizo que tres de los abuel@s y los niños se retiraran a descansar antes de finalizar la visita, mientras nuestro guía nos acercaba a la plataforma del templo del gobernador. En ese momento una mujer que estaba descendiendo lateralmente, resbaló y se cayó rodando con la gran fortuna que alguien de su grupo la detuviera tres escalones después. Tuvo suerte de no descender sola, de lo contrario pudo haberse hecho mucho daño, además del susto y de las rozaduras que se llevó.
Cuando Raúl se retiró, tuvimos la oportunidad de subir al templo del gobernador (con la lección aprendida de la caída) desde donde pudimos obtener unas maravillosas vistas del entorno, que nos colocaban a una altura similar a la del gran tempo de Uxmal. Con una amplia sonrisa en la cara, tomamos el camino de vuelta a Mérida (acompañados por nuestras mariposas) para comer y descansar algo antes del taller de cocina que habíamos contratado desde España. Mientras los niños se bañaban en la piscina, nos acercamos a una lavandería donde por 160 pesos nos lavaron dos bolsas de ropa y por 20 pesos más nos los trajeron al hotel (en el hotel el precio rondaba 45 pesos por pieza de ropa). Pudimos ver numerosas tiendas de camisas “guayaberas” de Mérida por el camino, aunque ninguna nos llamó la atención de manera especial como para efectuar la inversión. A eso de las 17.30 nos volvimos a organizar para dirigirnos a la casa de Yannick y realizar el curso de cocina mexicana.
Harta Cocina
Así se llama la empresa que regenta esta mujer mexico-francesa de unos 65 años de edad. El curso se impartía en su casa, donde tuvo la amabilidad de ubicar a nuestros hijos delante de la tele mientras los adultos asistíamos a su clase. Lo vamos a llamar clase por decir alguna cosa , porque más allá de ponernos el delantal y amasar dos tortillas de maíz (literalmente), no tocamos un utensilio más. La asistencia se demoró por más de cinco horas (cuando inicialmente eran tres) y el taller fue realmente demencial… En primer lugar, y durante la presentación (interminable) nos realizó una disertación sobre los conquistadores (españoles por supuesto) , y sobre lo que México había aportado al mundo con su conquista (no supo ir más allá del jitomate y del maíz).
Empezó preparando el postre para poder congelarlo, donde nos dijo que un postre era esencialmente grasa (como para probarlo). Durante la preparación del mismo pudimos ver alguna de sus artes culinarias, como ajustar la crema al molde con una suerte de peine, para después acabar chupándose los dedos (tal cual) . Asimismo, y en un intento de agasajar a la huésped con su arte culinario (sin ironías), le comentamos lo bien que olía la preparación a lo que nos respondió de manera altiva que era “mantequilla” (como si no supiésemos lo que era) . Al ir a buscar unos ingredientes en la nevera, nuestras respectivas madres tuvieron que salir a tomar el aire, por la flema a pescado (en mal estado) que salía de allí . No obstante, el momento álgido fue cuando preparando la sopa de tortilla vació el contenido de una cuchara en su mano y la lamió delante de nosotros desde la palma hasta el final de sus dedos (sin exageración alguna) .
El cansancio y la experiencia no nos hizo cenar en exceso, sabiéndonos mal por la cantidad de comida que estábamos dejando, cuando Yannick nos comentó que no nos preocupáramos, ya que su asistente (una chica que estudia criminología para pagar sus estudios) tenía perros y una familia muy amplia a la que alimentar. Jamás nos pudimos esperar una experiencia tan nefasta y surrealista como la vivida en la casa de esta mujer, que quería aparentar afrancesamiento en un alarde de prepotencia y presunción, hacia sus clientes y colaboradora.
En resumen, la experiencia del “taller de cocina” fue espantosa . No cocinamos un solo plato, nos sentimos despreciados en más de una ocasión y sus maneras hacia la cocina fueron burdas y antihigiénicas . El precio (1000 pesos por persona) superó en más de tres veces lo que nos venía costando comer por persona , para no hacer ni aprender nada de la maravillosa cocina mexicana. No obstante, y aunque de manera indirecta, tenemos que agradecerle todas las risas que tuvimos a la vuelta (y los días venideros) con la puesta en común de todas las cosas que habíamos visto en su manera de hacer.
Salimos a eso de las 10 de la mañana dirección a Uxmal, no sin antes advertir que en la ciudad de Mérida había diferentes lavanderías donde poder dejar nuestra ropa , cosa que decidimos agendar a la vuelta. La carretera transcurría recta (como casi todas en el Yucatán) rodeada de selva y sin excesivo tráfico (y sin topes), cuando al rato de estar conduciendo nuestro camino se vió acompañado por un sinfín de mariposas que lo atravesaban. Ciertamente, nos resultó irónico que una de las razones por las que visitásemos Xcaret era por su mariposario , y mira por donde teníamos al alcance de nuestro parabrisas una muestra ingente de mariposas que sobrevolaban el asfalto. El espectáculo de cientos de miles de estos insectos, algo que no habíamos visto jamás, nos asombró hasta nuestra llegada a Uxmal.
El conjunto arqueológico tiene un parking habilitado para coches que vimos, de manera sorprendente, bastante vacío. Ya teníamos decidido tomar los servicios de un guía oficial (800 pesos) que nos introdujese en las cuestiones del mundo maya. Raúl que así se llamaba nuestro guía, se mostró solícito y amable con las preguntas de todo el grupo, nos hizo algunas fotos y nos prestó un muy buen servicio. Uxmal estaba sorprendentemente bastante vacío, y los turistas que pudimos ver, entendimos que eran locales del país. Seguramente, la extensión de cerca de dos horas desde Chitzen Itzá aleja todo el turimo que se aloja en la Riviera Maya de este bonito enclave. Nos hizo mucho calor, pero tuvimos la oportunidad de ver un conjunto impresionante y muy bien conservado, que posteriormente nuestros mayores comentaron que les había gustado más que Chitzen. Seguramente, el impacto de ser las primeras ruinas, el servicio del guía y el hecho que aquello no se hubiera tornado un mercadillo en su interior les hizo formarse esa opinión. No obstante, a nosotros que ya habíamos visto en nuestra primera visita Chitzen también nos generó esa misma opinión. Si bien no tiene la misma mística del más conocido, tiene un recogimiento, un encanto especial y está mucho menos masificado.
El calor y el cansancio hizo que tres de los abuel@s y los niños se retiraran a descansar antes de finalizar la visita, mientras nuestro guía nos acercaba a la plataforma del templo del gobernador. En ese momento una mujer que estaba descendiendo lateralmente, resbaló y se cayó rodando con la gran fortuna que alguien de su grupo la detuviera tres escalones después. Tuvo suerte de no descender sola, de lo contrario pudo haberse hecho mucho daño, además del susto y de las rozaduras que se llevó.
Cuando Raúl se retiró, tuvimos la oportunidad de subir al templo del gobernador (con la lección aprendida de la caída) desde donde pudimos obtener unas maravillosas vistas del entorno, que nos colocaban a una altura similar a la del gran tempo de Uxmal. Con una amplia sonrisa en la cara, tomamos el camino de vuelta a Mérida (acompañados por nuestras mariposas) para comer y descansar algo antes del taller de cocina que habíamos contratado desde España. Mientras los niños se bañaban en la piscina, nos acercamos a una lavandería donde por 160 pesos nos lavaron dos bolsas de ropa y por 20 pesos más nos los trajeron al hotel (en el hotel el precio rondaba 45 pesos por pieza de ropa). Pudimos ver numerosas tiendas de camisas “guayaberas” de Mérida por el camino, aunque ninguna nos llamó la atención de manera especial como para efectuar la inversión. A eso de las 17.30 nos volvimos a organizar para dirigirnos a la casa de Yannick y realizar el curso de cocina mexicana.
Harta Cocina
Así se llama la empresa que regenta esta mujer mexico-francesa de unos 65 años de edad. El curso se impartía en su casa, donde tuvo la amabilidad de ubicar a nuestros hijos delante de la tele mientras los adultos asistíamos a su clase. Lo vamos a llamar clase por decir alguna cosa , porque más allá de ponernos el delantal y amasar dos tortillas de maíz (literalmente), no tocamos un utensilio más. La asistencia se demoró por más de cinco horas (cuando inicialmente eran tres) y el taller fue realmente demencial… En primer lugar, y durante la presentación (interminable) nos realizó una disertación sobre los conquistadores (españoles por supuesto) , y sobre lo que México había aportado al mundo con su conquista (no supo ir más allá del jitomate y del maíz).
Empezó preparando el postre para poder congelarlo, donde nos dijo que un postre era esencialmente grasa (como para probarlo). Durante la preparación del mismo pudimos ver alguna de sus artes culinarias, como ajustar la crema al molde con una suerte de peine, para después acabar chupándose los dedos (tal cual) . Asimismo, y en un intento de agasajar a la huésped con su arte culinario (sin ironías), le comentamos lo bien que olía la preparación a lo que nos respondió de manera altiva que era “mantequilla” (como si no supiésemos lo que era) . Al ir a buscar unos ingredientes en la nevera, nuestras respectivas madres tuvieron que salir a tomar el aire, por la flema a pescado (en mal estado) que salía de allí . No obstante, el momento álgido fue cuando preparando la sopa de tortilla vació el contenido de una cuchara en su mano y la lamió delante de nosotros desde la palma hasta el final de sus dedos (sin exageración alguna) .
El cansancio y la experiencia no nos hizo cenar en exceso, sabiéndonos mal por la cantidad de comida que estábamos dejando, cuando Yannick nos comentó que no nos preocupáramos, ya que su asistente (una chica que estudia criminología para pagar sus estudios) tenía perros y una familia muy amplia a la que alimentar. Jamás nos pudimos esperar una experiencia tan nefasta y surrealista como la vivida en la casa de esta mujer, que quería aparentar afrancesamiento en un alarde de prepotencia y presunción, hacia sus clientes y colaboradora.
En resumen, la experiencia del “taller de cocina” fue espantosa . No cocinamos un solo plato, nos sentimos despreciados en más de una ocasión y sus maneras hacia la cocina fueron burdas y antihigiénicas . El precio (1000 pesos por persona) superó en más de tres veces lo que nos venía costando comer por persona , para no hacer ni aprender nada de la maravillosa cocina mexicana. No obstante, y aunque de manera indirecta, tenemos que agradecerle todas las risas que tuvimos a la vuelta (y los días venideros) con la puesta en común de todas las cosas que habíamos visto en su manera de hacer.
#Uxmal #tallerdecocina #puuc