Día 7: Oviedo y Tierra Astur ✏️ Diarios de Viajes de España

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13 de julio de 2019

Uno de los aspectos negativos -por decirlo de algún modo- de los viajes itinerantes que no están centrados en un único alojamiento es que cuando empiezas a sentir cada nuevo apartamento como tu hogar, llega el momento de abandonarlo para pasar al siguiente. Eso es lo que nos ocurrirá hoy, y pese a la convicción de que quedan por delante nuevas estancias que nos gustarán tanto o más que los Apartamentos Los Cascayos de Abantro, lamentamos que esta sea la segunda y última vez que comencemos el día observando desde el balcón las verdes laderas de las montañas que nos acompañan.





Son las 7:00 y a los pocos minutos de despertar parece que hace lo propio el bebé de nuestros vecinos, que enseguida inicia su ya familiar discurso de onomatopeyas que suele durar toda la jornada. Afortunadamente sus padres parecen haber encontrado la fórmula para que durante la noche duerma sin deleitarnos con sus discursos. No podemos quejarnos en absoluto.

Hoy tenemos por delante un plan bastante diferente al habitual. Pese a que nuestra intención inicial era recorrer la Ruta del Alba, un popular sendero que nace en Soto de Agues y transcurre durante 6 kilómetros -solo ida- en paralelo al río que le da nombre, finalmente se ha caído de la agenda por una suma de factores, a saber: la previsión meteorológica no es demasiado buena en la zona, los 12 kilómetros en total que supone realizar la visita se nos antoja demasiado para el tipo de paisaje que ofrece y el día de mañana si todo va bien nos espera una de las excursiones más duras del viaje, por lo que la opción de darle hoy una tregua a las piernas resulta muy tentadora.

En su lugar, y aprovechando que no supone desviarnos del camino, dedicaremos parte del día a aprovechar nuestro paso por Oviedo para cambiar la tierra por el asfalto, los árboles por el cemento... y los bocadillos por los platos, y vaya platos. En concreto, comenzaremos subiendo en coche al Monte Naranco, un excelente balcón a la ciudad que ofrece la mejor panorámica posible hacia esta. Échamos antes de salir un vistazo a la webcam allí instalada y vemos para nuestra satisfacción que la visibilidad es por ahora inmejorable. Así que a las 9:15, tras varios repasos al apartamento para no olvidar nada y despedirnos de nuestros vecinos, enfilamos por última vez el pronunciado descenso desde Los Cascayos hasta la salida de Abantro a la carretera.

Hay que quitarse el sombrero ante el trabajo de mantenimiento de carreteras del Principado de Asturias. Esta vía AS-117 que conecta el Puerto de Tarna y la ciudad de Langreo de este a oeste presenta una calzada impecable y por momentos mucho más amplia de lo que cabe esperar para estar atravesando la verde naturaleza asturiana. Eso ayuda mucho a que las incontables curvas que nos llevan hasta esa ciudad industrial no se hagan tan pesadas, y antes de que nos cansemos de dar vueltas al volante ya estamos enlazando con las autovías que nos darán un último empujón hacia el norte. Nuestro destino final para hoy es el Parque Natural de Somiedo, situado al oeste de nuestra posición. Sin embargo la ruta más corta desde Abantro no es ni mucho menos la más recomendada, ya que ésta alcanzaría el Alto de la Farrapona -puerto de montaña que hace de frontera natural entre Asturias y Castilla y León- por el lado leonés, en mucho peor estado y con una mayor pendiente que superar. Por eso estamos realizando la ruta alternativa que rodea el puerto por el noreste y nos lleva a través de Oviedo. Supone solo 10 kilómetros más pero un tiempo en carretera muy parecido y, lo más importante, mucho menos pesado.

Cuando el reloj pasa de las 10:00 nuestros últimos kilómetros antes de detener el motor transcurren ganando altura a toda velocidad gracias a las cuestas del Monte Naranco. Tras superar unos varios grupos de ciclistas y runners pero menos gente en definitiva de la que cabía esperar un sábado por la mañana en un día soleado, alcanzamos el Monumento al Sagrado Corazón de Jesús. Una enorme escultura de cemento con los brazos en alto observa desde aquí la panorámica más elevada posible de Oviedo desde este lado de la ciudad. Y para nuestro disfrute, gozamos de mejor visibilidad de la que habíamos podido observar durante dos meses accediendo a la cercana webcam casi a diario. La urbe se extiende a lo ancho dejando que el segundo y tercer plano lo ocupen los verdes prados primero, y las modestas montañas después. En el primer plano, dos de las cosas que más destacan por su singular arquitectura son el Carlos Tartiere, estadio de fútbol del principal equipo de la ciudad, y un Palacio de Congresos de Oviedo que dibuja una silueta que recuerda a la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia en pequeña escala.






Habiendo comenzado la visita en la cima del monte, descendemos varios metros para estacionar cerca de la iglesia. Poco a poco va aumentando la concurrencia de visitantes, pero por ahora con suficiente paciencia se pueden conseguir instantáneas sin intrusos en el encuadre. La temperatura ronda ya los 23 grados, corre brisa y el cielo se está cubriendo parcialmente de nubes finas que, sin amenazar lluvia, ofrecen una muy agradecida protección contra el sol. No hay debate posible sobre si son mejores o peores condiciones que hace dos años, cuando visitamos esta loma bajo un cielo totalmente cubierto cuya lluvia no cesaba y por momentos caía con intensidad. Caminamos los escasos metros que separan la Iglesia de Santa María del Naranco y la Iglesia de San Miguel de Lillo, mucho más pequeña y a nuestro juicio menos atractiva debido a los paneles de cristal que protegen aquellas ventanas que más cuidado requieren. Son las 11:20 cuando damos por cubierto el expediente y regresamos al coche para alejarnos, por ahora, de la gran ciudad.








Hacemos una parada de servicio en el Carrefour de la cercana localidad de Lugones. No es el hipermercado lo que más nos interesa, si no el local de la franquicia Decathlon disponible junto a él. En una decisión que parece bastante lógica, la sección de turismo de montaña de este local es mucho mayor que la de sus tiendas en la isla de Mallorca. Lo aprovechamos para que L se haga con una ansiada mochila con mejores prestaciones para su espalda durante las excursiones. A nuestro paso por caja el empleado nos pide la "tarjetina bancaria", y así es imposible no enamorarnos más y más del deje asturiano.

Cuando salimos hacia el aparcamiento sufrimos un pequeño revés. Mientras guarda en la cartera su tarjetina bancaria, L descubre que su carnet de identidad no está donde debería. Empezamos a repasar mentalmente todo lo acontecido desde la última vez que lo vimos, que fue cuando nuestra anfitriona en Los Cascayos nos pidió la documentación para formalizar nuestra estancia. Las únicas opciones que se nos ocurren es que el DNI se cayera en algún momento mientras preparábamos lavadoras, o que esté en algún inesperado bolsillo de la ropa que descansa en el maletero del coche. Con muy poco optimismo acordamos deshacer todo nuestro equipaje cuando lleguemos al siguiente alojamiento y, en caso de no encontrarlo, ajustar nuestra agenda para visitar el próximo lunes la oficina de expedición de carnets de Mieres.

Algo preocupados por la pérdida del DNI -no es grave, pero que L tenga que coger un vuelo dentro de una semana nos inquieta un poco- ponemos rumbo a una muy deseada parada del día. En la localidad de Colloto se encuentra el más antiguo de los locales de la franquicia Tierra Astur, una cadena de restaurantes y sidrerías que en nuestra anterior incursión a Asturias nos dejó con ganas de más. Siempre me refiero a él como "el Foster's Hollywood" asturiano, y es que la ambientación de sus locales y la presentación de su carta no deja de sugerirme cómo sería diseñar una cadena de comida asturiana con la misma escala y grandilocuencia que en el caso de la franquicia de comida americana.

El local es descomunal. Superamos una barra cuyos expositores exhiben la materia prima y alcanzamos una mesa sobre una superficie de piedra recubierta de serrín para paliar los efectos de escanciar la sidra. A nuestro lado queda una fila de enormes toneles con mesas en su interior reservadas para grupos más grandes. La carta incluye menús del día por 20 o 25 euros pero preferimos tener total libertad para elegir lo que nos apetezca. Cada página de la carta es una mezcla de "esto tiene que estar buenísimo", "quiero esto" y "madre mía qué barbaridad" según vemos las fotografías y leemos los componentes de cada plato. L no quiere arriesgar y pide exactamente lo mismo que ordenó hace dos años y mantiene vivo en el recuerdo: un plato de ternera troceada con patatas y ensalada. Yo opto por algo similar: una ración de tacos de entrecot con patatas condimentadas con ajo y pimiento. Para beber, una botella de sidra y un refresco. Por el hilo musical suenan flautas propias de una feria medieval.


Llegan los platos tras alrededor de 20 minutos. Si me condenan a muerte quiero que mi última cena sea aquí. Carne jugosa, patatas sabrosas, salsa perfecta, raciones enormes... y sabiendo que el precio estará muy contenido. Aunque no deberíamos, no dejamos pasar la llamada de los postres: tarta de almendra para mí y frixuelos rellenos de compota de manzana para L. Mi plato queda limpio, el suyo no. Los frixuelos, una suerte de crêpe rebozada en caramelo, son suficientemente grandes como para que con solo uno de los dos que trae el plato ya no podamos dar un bocado más. La segunda pieza termina dentro de un tupper de aluminio en nuestro maletero, esperando a su momento. La cuenta roza los 50 euros sin llegar a ellos. Un precio más que justificado para la cantidad y calidad que ha pasado por nuestra gaznate. No será la última vez.




Con esa pesadez de estómago que te recuerda que no deberías haber pedido postre, regresamos a las entrañas de Oviedo. Aprovechando que el aparcamiento de pago ha terminado a las 14:00, estacionamos cerca de la plaza de la Catedral. Pasamos junto a ella hasta alcanzar el local principal de la cadena Rialto, una empresa de repostería cuyo producto estrella son las moscovitas, una suerte de galletas artesanas de almendra y chocolate que pese a venderse a precio de oro se despachan como churros. Nos llevamos dos cajas: una de cuarto de kilo -13 euros- para nosotros, y una de medio kilo -26 euros- para mi familia. Lo peor que puede pasar es que les gusten... y les gustarán, no tengo ninguna duda.



Regresamos a ritmo pausado hacia el coche, pasando de nuevo frente a la catedral y entrando en alguna tienda de souvenirs de la que salimos con sendas pegatinas para nuestros coches y una pequeña bandera de Asturias. Por norma general aborrezco y me genera cierto rechazo todo lo relativo a himnos, banderas y espíritus patrióticos... pero el Principado es especial y su bandera azul con la Cruz de la Victoria en amarillo es un símbolo rara vez utilizado como argumento que lanzarse los unos a los otros. Mi intención es dejarla en algún lugar muy visible de mi nuevo puesto de trabajo, sirviendo así de recordatorio de la recompensa para tal esfuerzo. Antes de volver al coche hacemos acopio de víveres en un céntrico Mercadona cuya fachada está disimulada para integrarse en la arquitectura del casco antiguo.

Nos quedan por delante 90 minutos de carretera que, pese a que los efectos de la sidra ya han comenzado a diluirse, en esta ocasión será L quien supere al volante. A los 15 minutos de abandonar Oviedo el paisaje ya lo vuelven a protagonizar las verdes laderas, y según recortamos la distancia con el Parque Natural de Somiedo la sensación de naturaleza virgen no hace más que incrementar. A diferencia de nuestra visita anterior cuando hicimos noche en Pola de Somiedo, esta vez nos alojaremos durante dos noches en el pueblo de Saliencia. Esto supone una doble ventaja: tendremos ya mucha distancia ganada para alcanzar el Alto de la Farrapona al día siguiente y nos evitamos subir y bajar del tramo de carretera más pesado de todo el parque, el que sirve de antesala a Pola de Somiedo cuando se accede a Somiedo desde el norte.

Son las 17:15 cuando aparcamos frente a los Apartamentos Rurales Lagos de Saliencia. Lo hacemos pese a la restricción de que solo los residentes accedan al pueblo con vehículo, y es que en cuanto descarguemos nuestro equipaje deberé llevarme el coche a un estacionamiento público habilitado a sus puertas. Los apartamentos presentan un aspecto rústico en el exterior que solo consiguen incrementar nuestra sorpresa cuando accedemos a su interior. Nos espera un salón-cocina, dormitorio y baño que destilan buen gusto en decoración de interiores, con un mobiliario más propio de un estudio de ciudad que de un entorno rural como el que nos rodea. Las dimensiones tampoco son nada reprochables: tanto el salón como el dormitorio son mucho más espaciosos que los anteriores en los que nos hemos alojado. Para rematarlo, el complejo cuenta con sauna y gimnasio, y una conexión a Internet con la que no contábamos... aunque a decir verdad, pasa más tiempo no disponible que operativa.



Con banda sonora de cencerros y mugidos, dejo el coche a la entrada de Saliencia y camino tres minutos para regresar a pie al apartamento. Son más que suficientes para recordar lo especial que es Somiedo, ofreciendo un aislamiento que juega en otro liga. Y como las buenas noticias no llegan solas, cuando entro de nuevo por la puerta del apartamento me encuentro a L dando saltos de alegría con su DNI en la mano. Ha aparecido en un bolsillo olvidado de un remoto pantalón en el que jamás debería haber estado.

Hago algo de tiempo en el sofá, sufriendo los problemas de conectividad -ni el wifi ni los datos móviles funcionan más de dos minutos seguidos- y esperando a que la pesada digestión de Tierra Astur comience a remitir. Cuando lo hace llevo a cabo una acción heroica: ya que hoy el esfuerzo físico ha sido mínimo y en cambio hemos consumido calorías como para alimentar a un elefante, me cambio y bajo las escaleras hacia el modesto gimnasio. Apenas tiene aparatos y uno de ellos, la cinta para correr, está averiada. Pero las dos bicicletas elípticas funcionan y con eso tengo suficiente para pasar tres cuartos de hora sudando a ritmo de Spotify. Cuando termino pongo en marcha la pequeña sauna con capacidad para dos personas y paso otros 20 minutos chorreando a 80 grados centígrados. Mientras me derrito, oigo en el exterior mi móvil vibrar en esos cortos instantes de cobertura. Cuando me seco y miro las notificaciones, me llevo una sorpresa.




Un mensaje de texto de Wizink me advierte de que se ha denegado un cargo sospechoso de fraude a nombre de un tal "The Master Cleaners" en mi tarjeta de crédito. Se trata de una tarjeta que solo utilizo cuando viajo al extranjero -es de las pocas que me garantizan el cambio de divisa oficial- y no la he utilizado desde que me marché de Londres hace prácticamente un mes. Por lo tanto, no cabe duda de que ese cargo de 102€ no es mío. Siguiendo las instrucciones de la entidad llamo por teléfono -menos mal que la cobertura sí es suficiente para hacer llamadas telefónicas- y procedo al bloqueo y solicitud de nueva tarjeta. Dentro de algo más de un mes salimos hacia Canadá y la necesitaré como el agua, así que espero que la época estival no provoque que el envío se retrase demasiado. Cuando he colgado el teléfono, me harto de paciencia para entrar en la cuenta online a paso de tortuga. Descubro que, además del cargo marcado como fraudulento, existen otros tres movimientos con fecha de hoy y origen en Londres, todos pendientes de autorización. Toca llamar otra vez para ampliar el estado de la incidencia. Al haber bloqueado la tarjeta parece que dichos cargos jamás deberían confirmarse, pero en cuestiones de dinero toda precaución es poca.


Todo este imprevisto de llamadas y consultas ha demorado una ducha que necesito más que nunca, y podría tomármela simplemente saliendo a la calle. En cuestión de un par de horas el sol de Saliencia se ha sustituido por un chaparrón que está refrescando las calles y dibujando en el rostro de L una sonrisa de oreja a oreja.

Y así llegamos al tramo final del día. Bajo un silencio mayor de lo esperado teniendo en cuenta que la puerta de nuestro apartamento se encuentra frente a la recepción del alojamiento, la jornada termina con el olor a una tortilla de patatas que L ha preparado mientras yo moría en el gimnasio para rellenar con ella los bocadillos de mañana. Cenamos todo lo ligero que cabe esperar tras el atracón de este mediodía: fruta y crema de verduras. Pero en la nevera espera ese 50% de los frixuelos de Tierra Astur, y vuelve a matarnos. Nos vamos a dormir con el estómago pesado, pero felices. Las previsiones meteorológicas para mañana son contradictorias -AEMET anuncia lluvia pero eltiempo.es garantiza cielos despejados-, y no nos importa. Si llueve, pasearemos bajo el agua. Si no llueve, daremos el 100% para intentar completar una ambiciosa excursión. En cualquiera de los dos escenarios, nos acompañarán los paisajes de Somiedo. Y así nada puede salir mal.

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