A principios del pasado mes de agosto, estábamos viendo el telediario mientras comíamos cuando pusieron un reportaje sobre la inminente apertura al público de la Geoda de Pulpí, de la cual, confieso, no habíamos oído comentar nada anteriormente. Las imágenes que vimos nos dejaron impactados: aquellos enormes y brillantes cristales blancos se nos quedaron grabados en las retinas. ¡Qué bonito! Las visitas comenzarían el 5 de agosto. Según dijeron, se habían agotado las entradas para todo el mes en cuanto empezó a funcionar la web de reservas, www.geodapulpi.es
Teníamos previsto estar en Alicante durante la primera semana de septiembre y comprobé en un mapa de carreteras que la comunicación en coche era fácil y rápida desde allí, mucho más que desde Madrid, naturalmente, desde donde hay 505 kilómetros. De modo que había que aprovechar la ocasión o, al menos, intentarlo.
Esa misma tarde quise entrar en la mencionada página web, pero fue imposible. Seguramente se había bloqueado después de que saliera el reportaje en el telediario puesto que al día siguiente pude acceder sin problemas y realicé la reserva con su correspondiente pago con tarjeta. Aunque se puede comprar la entrada en el momento, utilizar internet evita encontrarse con los cupos cubiertos ya que hay un límite de 15 visitantes por cada turno. Tampoco está de más echar un vistazo a las normas de la visita puesto que existe ciertas restricciones, por ejemplo, no está permitida la entrada de menores de 8 años y no se puede acceder con zapato abierto que no sujete bien el tobillo, ni chanclas, ni sandalias, ni tacones. Y, muy importante también, hay que estar en el Centro de Recepción de Visitantes 30 minutos antes de la hora de la reserva.
Vistas desde el Centro de Visitantes hacia la costa.
Los precios son: 22 euros los adultos (10 euros los residentes en Pulpí), 10 euros los menores de 8 a 16 años (5 euros los residentes en Pulpí) y 15 euros los jubilados y discapacitados. Los grupos tienen tarifas especiales. La entrada no es nada barata, pero lo impactante del lugar anima mucho.
Ya con la reserva hecha, la primera pregunta que nos hicimos fue: ¿qué es una geoda? Pues según una definición muy sencilla que encontré en Wikipedia, una geoda es fundamentalmente una cavidad rocosa, generalmente cerrada, tapizada con cristales y otras materias minerales. Al margen del proceso de su formación, complejo y diverso, lo que más llama la atención de las geodas son, por supuesto, los cristales. Y en eso destaca precisamente la de Pulpí.
Cerca del cruce que lleva a la Geoda, junto a Pilar de Jaravia.
La siguiente pregunta fue: ¿Dónde está la Geoda de Pulpí? Parece obvio, en Pulpí, ¿verdad? Pues no. Aunque pertenece a dicho término municipal, para hacer la visita no hay que ir al pueblo sino al Centro de Recepción de Visitantes, que se encuentra a diez kilómetros, muy cerca de Pilar de Jaravia, adonde se llega por la carretera A-1205. Luego no hay más que seguir los indicadores. GoogleMaps reconoce el destino, pero hay que buscar “La Geoda de Pulpí (Oficial)”, ya que si se pone solamente “La Geoda” puede llevar a un par de restaurantes de la zona con ese nombre.
Situación de la Geoda de Pulpí en el mapa peninsular.
Teníamos la reserva el 5 de septiembre, a las 17:30. Como viajabamos desde Santa Pola, hicimos 195 kilómetros en unas dos horas de coche, cómoda y gratuitamente por la A-7 hasta Puerto Lumbreras y desde allí seguimos por carreteras locales hasta Pulpí, que sobrepasamos para acercarnos a la costa tras pasar un pequeño puerto con unas vistas bastante llamativas de los invernaderos. Nada más pasar Pilar de Jaravia vimos, a nuestra derecha, el desvío hacia la Geoda y el Campo de Golf de Aguilón. Contemplando el paisaje de la Sierra de Aguilón (a mí me atraen estos panoramas, no lo niego), no puedes sino hacerte cruces al pensar en un campo de golf.
Desde Pulpí hacia la costa.
SAN JUAN DE LOS TERREROS.
Como era temprano y teníamos que comer nos dirigimos hacia San Juan de los Terreros, que se encuentra a tres kilómetros desde el cruce. En esta pequeña población (995 personas censadas), que también pertenece al término municipal de Pulpí, se han multiplicado últimamente las urbanizaciones de chalets y apartamentos debido al numeroso turismo nacional y, sobre todo, internacional atraído por sus playas; y el boom urbanístico queda en evidencia al primer vistazo.
Enseguida localizamos visualmente lo que queríamos visitar antes de almorzar: el castillo. Y hacía allí nos dirigimos. Pudimos aparcar sin problemas a unos pocos metros.
El castillo de San Juan de los Terreros fue construido sobre un promontorio rocoso en 1764, durante el reinado de Carlos III, formando parte del sistema defensivo de las costas levantinas frente a los piratas berberiscos. Está protegido con la calificación Bien de Interés Cultural y monumento.
Más que un castillo propiamente dicho, se trata de un puesto de vigilancia, no muy grande y poco espectacular, pero que por su situación estratégica ofrece unas vistas magníficas tanto de la población como de la línea costera, al norte hacia las tierras ya murcianas de Águilas y al sur, hacia Garrucha. Pudimos contemplar también a vista de pájaro un sendero que recorre el litoral sobre los acantilados y que nos pareció interesante para recorrer en el futuro. Ese día no teníamos tiempo y, además, pese a la presencia de algunas nubes, apretaba el calor.
Vistas hacia Murcia.
Desde lo alto también se divisan la Punta del Cañón y los islotes de Terreros y Negra, cuyo conjunto está catalogado como Monumento Natural.
Punta del Cañón.
En el interior hay un pequeño museo sobre su propia historia y también información sobre los espacios naturales protegidos de Almería. Sin embargo, desde hace algún tiempo es más conocido por la visita virtual en 3D de la Geoda de Pulpí, puesto que hasta el pasado 5 de agosto era la única forma posible de ver los espectaculares cristales blancos. Cuesta dos euros, pero si se presenta la entrada o la reserva de ese mismo día para visitar la Geoda se puede acceder gratuitamente. Yo me decidí a ver la visita virtual, mi marido prefirió reservarse para la real. Tuve que esperar unos diez minutos hasta que me tocó el turno (disponen de tres o cuatro reproductores, no recuerdo bien). Nos comentaba la señora de la taquilla que desde que salió en la televisión el reportaje sobre la Geoda los visitantes se han multiplicado, visiten o no el enclave original. Me pusieron gafas y cascos, y vi el documental. Está bien, sobre todo para hacerse una idea y, desde luego, contemplas durante más tiempo (y desde dentro) los cristales en la visita virtual que en la real; aunque eso lo cuento después.
Tras ver el castillo, fuimos a comer. Teníamos apuntado un restaurante llamado La Geoda, pero nos pillaba al otro lado del pueblo. De camino pasamos por delante de uno que se llama algo así como Mesón de Paco, con un menú del día por 11 euros. Estuvo muy bien, sobre todo el bonito a la plancha. Cuando terminamos de comer, todavía nos quedaba un buen rato hasta la hora de ir a la Geoda, así que nos acercamos a las playas que están al norte de San Juan de Terreros, lindando ya con el término municipal de Águilas, que se reparte con Pulpí (con varios litigios en medio ) el espacio natural protegido denominado “Las Cuatro Calas”.
Especialmente pintoresca es la Playa de los Cocedores, llamada así porque en tiempos allí había un cocedero de esparto natural. Aunque solo tiene 150 metros de longitud, sus aguas son cristalinas y los promontorios rocosos que la protegen a ambos lados proporcionan un paisaje sumamente peculiar, con formaciones de roca arenisca con cuevas, donde antiguamente habitaban las personas que se encargaban de cocer el esparto.
A principios de septiembre y con calor, la playa estaba bastante concurrida, pero se podía caminar bien y hacer fotos muy bonitas. Vimos también el cartel informativo del sendero de las Cuatro Calas, que hemos apuntado para hacer en otro momento: un día soleado de invierno puede ser la mejor opción. Desde esta perspectiva, el montículo parece una casa de cuento, con su chimenea y todo. Desde el agua, en otra posición, recuerda más a las vecinas formaciones de la playa de Bolnuevo. Y ya desde el acantilado de enfrente, se tiene una visión completa de la cala.
También nos acercamos hasta la cala de la Carolina, del lado murciano, en la que también se pueden ver formaciones interesantes si bien ya no tan llamativas como la de los Cocedores. Merece la pena acercarse hasta aquí aunque no se tenga previsto el baño. Apenas son cinco minutos en coche desde el castillo de San Juan de los Terreros.
LA GEODA DE PULPÍ. MINA RICA. CENTRO DE VISITANTES.
Hacía mucho calor, con lo cual no apetecía caminar al sol, de modo que matamos el tiempo en el coche, yendo un poco por la costa en dirección a Garrucha, hasta Villaricos. Después, nos dirigimos directamente hasta el Centro de Visitantes de la Geoda, donde teníamos que estar a las cinco, es decir, media hora antes de nuestra reserva. Desde el cruce con la carretera A-1205, en las inmediaciones de Pilar de Jaravia, tardamos unos cinco minutos y ya pudimos ver el enclave de Mina Rica, en cuyo interior se encuentra la Geoda. Hay un mirador en el aparcamiento que ofrece amplias vistas de la zona, incluyendo la costa.
En el Centro de Visitantes, comprobaron la reserva y que llevábamos el calzado adecuado. En cuanto estuvimos todos (todavía no eran las 17:30), empezamos la visita con nuestra guía, que nos fue dando explicaciones sobre Mina Rica mientras nos dirigíamos a la entrada de la Geoda, que esta a unos 200 metros caminando (se cruzan varias verjas cerradas con llave, así que no es posible colarse).
Junto a la entrada, la guía nos proporcionó un gorro desechable para la cabeza y un casco, que deberíamos llevar puesto durante todo el recorrido por la mina. Nos dieron instrucciones (las típicas en estas visitas), insistiendo en que no está permitido hacer fotos salvo en tres lugares concretos que ella nos mencionaría. También nos dijo que solo se admitían teléfonos móviles o cámaras pequeñas (me dejaron entrar con la compacta); así que nada de cámaras grandes, trípode y demás. Se puede llevar bolso y mochilas pequeñas. El interior de la mina mantiene una temperatura constante de unos 17 grados. Yo iba con camiseta de tirantes y pantalón corto y no pasé frío. Las galerías están iluminadas tenuemente, pero no se necesita linterna. Aunque no está acondicionado para sillas de ruedas ni personas con movilidad reducida, el recorrido no presenta dificultades especiales salvo las escaleras.
Entrada a la Mina Rica y, por tanto, a la Geoda.
Nada más entrar, nos encontramos en el túnel de acceso a Mina Rica, donde la guía nos dio una explicación muy detallada sobre su historia, las formaciones geológicas que contiene y la explotación minera de hierro, plomo y plata, que se abandonó en los años setenta del pasado siglo. Según nos comentó, se ha procurado mantener todo tal cual lo dejaron los mineros cuando se marcharon, así que se ven numerosas herramientas, maquinaria, alguna ropa e, incluso, un par de paquetes de tabaco.
Pero no voy a referirme a la historia de la mina ni a sus características porque no es el caso y me equivocaría seguro si cuento cosas que desconozco, solo mencionar que la Geoda está localizada entre el tercer y cuarto nivel de explotación y fue descubierta en 1999 por miembros del Grupo Mineralogista de Madrid. Es la geoda más grande de Europa y la segunda del mundo después de la mejicana de Naica, y la única de estas características que se puede visitar sin equipamiento especial por sus condiciones ambientales. Los trabajos de adecuación para permitir la visita del público en general han durado casi 10 años y han supuesto una inversión de medio millón de euros.
El recorrido por las galerías de la mina resultó muy entretenido ya que algunos de los pozos son sorprendentes por su gran altura y por sus peculiares formas, consecuencia de que se excavaba de abajo arriba, dejando espacios en medio a modo de soportes para evitar derrumbes. Hay tres puntos donde permiten hacer fotos, lo que no significa que sean los más espectaculares. El primero se llama “Polvorín” o “Catedral”, donde se ha situado la altísima escalera de emergencia que sale al exterior. Estábamos a unos cuarenta metros de profundidad, creo recordar.
Después de pasar por galerías bastante llamativas, llegamos al segundo punto fotográfico: la Geoda Partida. Su color es grisáceo y se especula con que detrás puede haber una cavidad con cristales de proporciones desconocidas, pero no se atreven a “picar” porque no hay seguridad de que eso sea así.
Surcamos más túneles y galerías, vimos el agujero por donde habían entrado los geólogos que descubrieron la geoda y, al fin, llegó el momento culminante del recorrido. Claro que nos faltaba un último obstáculo: una escalera de caracol metálica de 80 peldaños, que nos conduciría a una profundidad de 60 metros, donde se encuentra la geoda. Por si alguien se arrepentía, allí nos advirtieron de que los escalones que se bajan, obviamente, hay que subirlos a la vuelta, lo cual también se señala antes de iniciar la visita. Sin embargo, creo que esto solo desanimará a aquellas personas que odien las escaleras, tengan algún problema físico o padezcan mucho de vértigo porque no hay descansillos en la escalera y al ir girando todo el descenso puede marear un poco. Nada serio si se va despacio, al menos en mi opinión. Luego, todavía falta una escalera vertical que deja frente a la geoda. Hay que ir de dos en dos, dejando arriba los bolsos y mochilas. Siempre bajo la supervisión de la guía, te quitas el casco, te empinas y te asomas al interior de la cavidad donde se encuentran los cristales, que ya se ven desde el exterior. Que quede claro que no se puede entrar dentro de la geoda, ni llevar nada encima, ni hacer fotos del interior, sino que se contempla desde una especie de agujero. Sin embargo, como ese hueco también forma parte de la propia geoda, al impulsarme hacia adelante y tocarla para asomarme me dio la sensación de estar un poquito dentro de ella.
Perdón por la pose . Así te asomas a la geoda.
Cuando se iluminó, lo que vi me dejó con la boca abierta y no pude por menos que exclamar: ¡qué bonito! Unos maravillosos y enormes cristales de un blanco intenso, brillante y transparente, que parecen trasladarte a un mundo irreal. Una maravilla.
Esto solamente es el exterior.
Con forma de embudo y la parte más estrecha haciendo una L, la geoda tiene unas dimensiones de 8 metros de largo, 1,8 metros de ancho y 1,7 metros de alto. Lo que la hace tan especial a nivel mundial es precisamente la perfección y transparencia de sus cristales de yeso, que permiten ver a su través y que alcanzan hasta dos metros de longitud. Lo malo es que la ilusión solo dura unos pocos segundos (diez o quince quizás, no sé). Rápidamente, antes de que se apague la luz, tienes que salir del agujero y sentarte en el exterior para que la guía te haga una foto de recuerdo con tu propia cámara o móvil. Algo es algo. La verdad es que sale muy bonita y sirve para ayudar a que tu memoria no flaquee.
No os fijéis en mí, fijaos en la geoda
Ya solo quedaba subir los 80 escalones que acabábamos de bajar y regresar a la superficie. La visita completa duró en torno a una hora y tres cuartos. Como conclusión, decir que la entrada sin duda es cara, pero el paseo por la mina resulta bastante interesante con las oportunas explicaciones y ver los cristales de la geoda, aunque sea un momento, es toda una experiencia. Si compensa o no el desembolso, depende de cada cual (he oído de todo). Nosotros nos quedamos bastante satisfechos.
[/url]
Cuando terminamos, nos dirigimos hacia la comarca de Los Vélez pues esa noche teníamos alojamiento en la localidad de Vélez Blanco. Sin embargo, esa es una historia diferente y la contaré en otra etapa de este diario.
Disculpad si las fotos no están demasiado bien, pero había muchas limitaciones.