El arranque del lunes, nuestro segundo día, no puede ser más prometedor. Todo comienza al salir de nuestra habitación a desayunar, y dejar colgado en la puerta el letrerito de No molesten por favor. Pues bien, a la vuelta del café y los huevos con beicon, nos encontramos en la habitación a una kelly de mediana edad, pequeña, delgada y supersónica, -entiendo que quizás por la lamentable necesidad de cumplir con una “cuota” abusiva de habitaciones limpiadas-, que sin dejar de agitar la escoba a la velocidad del rayo, nos informa que su entrada se ha debido a estar el letrerito en el suelo, al tiempo que va reculando de espaldas a la terraza, donde de repente, siempre sin dejar de mover la escoba, se pone rígida al detectar un pequeño cenicero portátil de playa y nos comienza a interrogar sobre nuestro conocimiento de la prohibición de fumar. Ante el no por respuesta, se introduce de nuevo en la habitación, por supuesto barriendo el suelo y mis pies, y agarrando un folleto del hotel, nos indica el texto donde se recoge la prohibición, nos participa la cuantía de los 100 euros de multa por la infracción, nos avisa de que nos perdona por esta vez la notificación por su parte a la dirección del hotel y, mientras se retira de espaldas barriendo el suelo con su escoba a 1000 oscilaciones por segundo, va cerrando la puerta a cámara lenta hasta desaparecer, mientras escuchamos del más allá su severo eco, avisándonos de que no habrá piedad en un futuro próximo.
Impactados tras el paso del ciclón, nos volvemos a peinar, agarramos bolsa con cuatro cosas, y cogemos carretera hacia el norte, no por la principal LZ 2, si no por la LZ 702 en direcció a Femés, hasta llegar pasados 14 kilómetros a la aldea de Las Casitas de Femés, donde paramos un rato atraidos por el paisaje, y por el jardín de una casa pegada a la carretera, que llama la atención por tener un helicóptero de adorno en vez de enanitos jardineros.
Un par de fotos al helicóptero del jardín friki y otros cuantos clicks al paisaje, y ascendemos en 2 minutos hasta LA ROTONDA DE LOS CAMELLOS, donde cogemos la principal LZ 2 dirección Arrecife, que circunvalamos por la LZ 3 para enlazar con el tramo norte LZ 1 de la principal hacia Órzola, por la que circulamos separándonos y acercándonos a la costa hasta llegar a Arrieta, pueblo donde dejamos la principal para tomar la LZ 201, en dirección al Mirador del Río. En apenas 5 minutos, tras una curva abierta en la que se encuentra el desvío a la carretera de acceso a la Cueva de los Verdes y a los Jameos del Agua, entramos en una recta especial, cuyo destino parece ser morir en el padre de esos dos rincones espectaculares de Lanzarote, el precioso e imponente perfil del cráter del
VOLCÁN DE LA CORONA
que reina sobre todo el territorio noreste de la isla que lleva su nombre, Malpaís de la Corona, declarado espacio natural de las Canarias y formado por las coladas de la erupción del volcán hace miles de años. El Malpaís, que es un terreno escabroso formado por fragmentos de rocas lanzadas durante las erupciones volcánicas, llega hasta la costa en esta zona, y al tener más antiguedad y gozar de mayor humedad, cuenta con una vegetación más desarrollada que en Timanfaya, aunque casi siempre acaparada por las Tabaibas (euforbias), sean la dulce, la amarga o la marina, y las Aulagas de flores amarillas. En algunas áreas de este territorio, los agricultores han creado terrazas de cultivos, cubriendo el terreno con capas de lapilli, las cenizas volcánicas, en Lanzarote llamadas Picón, que atrapan y aprovechan toda la humedad posible de los alisios o del ambiente.
El interior del Malpaís de la Corona, también contiene el tubo volcánico del volcán de unos 7 kilómetros, que incluye la Cueva de los Verdes, los Jameos del Agua, y un tramo sumergido de kilómetro y medio, llamado Túnel de la Atlántida, formado hace miles de años por la subida del nivel del mar, considerado como el mayor tubo volcánico submarino del planeta, y que se inicia en los Jameos del Agua, que se formaron por el desplome del techo del tubo. Solo dos veces en los 80, dos equipos de submarinistas, uno franco-belga y otro español, han logrado llegar al final de este túnel.
Se puede hacer una EXCURSIÓN AL VOLCÁN DE LA CORONA, ye-ndo al pueblo de YE, y cogiendo un sendero que hay a la salida del pueblo, unos 200 metros antes de llegar a la iglesia. La caminata de ida y vuelta son más o menos unas 3 horas, para hacer unos 6 kilómetros, y no tiene dificultad, ya que el desnivel solo se presenta al llegar a la falda de la montaña. Las únicas indicaciones son las sensatas: llevar agua y un buen calzado por el malpaís, y tener mucho cuidado al borde del cráter con las ráfagas de viento, ya que ya se han dado casos de caídas por ese motivo. El volcán tiene 609 m de altitud y un cráter de 450 m de diámetro y 190 m de profundidad.
Siguiendo por la carretera después de las fotos correspondientes, dejando atrás el volcán y poco después el pueblo de Ye, llegamos en menos de 10 minutos al
MIRADOR DEL RÍO
y aunque se puede seguir por la carretera dando un volantazo a la izquierda, en este tramo de carretera matriculada como LZ 702, por una ruta extremadamente panorámica, dejamos el coche en el aparcamiento que se encuentra prácticamente en el punto donde la carretera se quiebra para dar vuelta atrás por la costa y, nosotros como muchos otros, la cogemos andando para disfrutar de unas de las mejores panorámicas de Lanzarote, como son las de las del ARCHIPIÉLAGO CHINIJO, un espacio natural protegido que componen la islas de La Graciosa, -única habitada-, las islas privadas de Alegranza y Montaña Clara, los islotes de Roque del Este y del Oeste, y el impresionante macizo de los riscos de Famara.
Chinijo, apelativo cariñoso con el que los lanzaroteños llaman a los niños, y sin embargo no denominan al achipiélago, al que conocen por “los islotes”, es la reserva marina más grande de Europa, con una excepcional riqueza geológica, biológica, e incluso arqueológica, ya que el fondo marino de la Graciosa y sobre todo del Río, el brazo de mar que la separa de Lanzarote, es un auténtico filón de restos, con una gran colección de anclas antiguas o unos cuantos barcos hundidos, además de haberse encontrado cerámica romana.
Otra riqueza, la paisajística, la disfrutamos caminando por los exteriores del mirador a unos 400 metros de altitud, por la carretera costera que discurre espectacular entre la ladera oeste del volcán La Corona en el horizonte y los acantilados del macizo de Famara, sobre las salinas del río y frente a “los islotes”.
Tras el paseo, con el registro de las extrasensacionales vistas cargado en la cabeza, subimos hasta el edificio del MIRADOR DEL RÍO, por descontado parido por la mente creativisionaturística de César Manrique en 1973, quien aprovechando los huecos de una antigua batería de artillería militar en el acantilado, excavó lo necesario en la pared para poder calzar un bar restaurante y una tienda de souvenirs con unas gigantescas gafas de sol de cristales azules, una escalerita de caracol y un par de terracitas con barandillas, con vistas bastante más limitadas que en el exterior.
La broma de ticket cuesta 4'5 euros, y por supuestísimo en mi subjetiva y modesta opinión, a menos que uno no guarde en una cajita de metacrilato un pañuelo usado de Manrique, padezca de TCC (trastorno de compras compulsivas), o se encuentre en fase 3 de deshidratación severa, es ridículo pagar un suplemento de casi 4'5 euros por una bebida ya de por sí cara, o por un cactus imán para la nevera. Acabada la visita a esta esplendorosa porción de isla, regresamos por donde hemos venido hasta llegar a la confluencia con la carretera que sube a Órzola, la LZ 203, por la que rodamos 3'5 kms hasta la entrada con banderas al viento, de las plantaciones de
ALOECOLÓGICO DE LANZALOE S.L.
donde se suceden geométricamente perfectos los campos de rollizos cactus, que se alimentan de los nutrientes y la humedad de las cenizas de los volcanes que se yerguen alrededor. Las parcelas de Aloe Vera resultan bonitas recortadas contra las montañas o perfiladas contra el horizonte del mar, y en algunos rincones, se pueden ver unos cuantos arbustos espinosos de Argán, planta subsahariana que puede llegar a los 9 metros de altura, siempre reconocible en Marruecos por tener unas cuantas cabras encima como cabras, y apreciada por el aceite de sus semillas.
Recorremos los senderos de las plantación, mientras esperamos a que terminen de
aloembadurnarse con los potingues de muestra, los visitantes de un autocar turístico estacionado en el aparcamiento, y cuando marchan todos radiantes con la piel estimulada, hipertersa, supernutrida y extrahidratada, entramos en la tienda para aloembadurnarnos nosotros.
Solos en la tienda, asistimos a la conferencia de una de las comerciales que, entusiasta, alaba las bonanzas e incontables beneficios de sus aloes hekolójikos ingeribles, untables, frotables, inyectables, tatuables, comestibles, potables, pulverizables, esnifables, rociables, introducibles, aspirables, que la marca comercializa en cápsula, pastilla, pote, botella, jeringuilla, brick, caramelo, spray, supositorio, pulverizador, manga pastelera, al vacío, en colirio, bombona, deshidratado, parche, tatuaje, ambientador, ….
A mi ingenuo comentario de que uso aloe 100% puro como aftershave desde que algún folículo piloso eyectó el primer pelo al exterior de mi cara, la erudita comercial me pregunta sobre la marca, color, textura, temperatura, densidad, olor, grado de evaporación, potabilidad y consistencia, y me da de inmediato el veredicto de que llevo frotándome la cara con pesticidas durante décadas. Le pregunto si tiene lavabo para mirarme urgentemente la jeta, y vuelvo corriendo a darle las gracias a la druida, comprándole unos cuantos tubos de crema de manos para regalar, y una botella de aceite de aloe virgen extra para el pan con tomate, y freir las empanadillas y las croquetas, y nos marchamos de espaldas mirando al suelo con la lección aprendida, despidiéndonos de la apóstol del aloe canario.
ÓRZOLA Y SUS CHARCAS
A 10 minutos en coche de la plantación, desembarcamos en la pequeña villa marinera de Órzola, de unos 300 habitantes. El pueblito blanco, en contraste con la lava negra y el azul marino, enclavado en el entorno mágico de Chinijo, también es de visita obligada si uno quiere visitar La Graciosa, ya que de su puerto parten los ferrys a la isla, con una frecuencia de media hora, para hacer el trayecto de media hora más.
El encanto de pueblo pesquero y la hora de comer, nos empujan a tirar de nuestra lista de restaurantes, para acabar en una terraza al borde del mar del RESTAURANTE MIRADOR DEL ROQUE, rodeados de agua, lava, barcas, casas blancas, y sol. Nos sentamos en una mesa, y aunque vemos que los ocupantes de una mesa vecina, se levantan y se van descontentos por el tiempo de espera, nosotros seguimos disfrutando sin prisa del placentero sitio, hasta ser atendidos amablemente y sin grave tardanza, por el par de camareros del exterior. El entrante de un platazo de deliciosos boquerones en vinagre, mojos de acompañamiento, pescado local del día a la espalda espectacular, calamar a la plancha riquísimo, pan, bebida, atención, y ron con miel de cortesía, por 40 y pico euros, hacen que nos levantemos felices de la mesa.
Damos un paseo con la brisa hasta la cercana Charca de la Condesa entre las rocas de lava, donde a pesar de un cartel de prohibición, nos encontramos una madre con dos niñas bañándose y jugando en una charca, y más allá al borde del mar, un pescador entre las rocas, pero aunque llevamos el bañador y la toalla, cogemos el coche para tumbarnos y darnos un chapuzón en las cercanas piscinas naturales del
CALETÓN BLANCO Y LA CHARCA DE LA NOVIA
que se encuentran saliendo desde Órzola por la principal LZ 1 hacia Arrecife, y girando a 1'5 km, por un desvío sin señalizar hacia el mar, donde a dos pasos se encuentra el aparcamiento.
El Caletón blanco, aunque popular no muy masificado, al ser el borde costero del Malpaís de la Corona, es una superficie de arena blanca y fina entre las coladas volcánicas que se adentran en el mar, en las que se crean charcas de poca profundidad y aguas cristalinas, cuya calma contrasta con los golpes de las olas atlánticas, unos pocos metros más allá, y las dunas de arena que bordean el espacio.
En la cala, unas pequeñas guaridas circulares construidas con las rocas volcánicas sirven para protegerse del viento, pero nosotros nos quedamos junto a un negro montículo natural formado por una colada, y tras extender las toallas, nos damos
unos baños y pasamos un buen rato sentados o tumbados disfrutando del sitio. En lo más profundo de las charcas del Caletón Blanco, el agua no llega en ningún caso a los barbilla.
El ritmo es pausado pero el tiempo corre, así que ya bien entrada la tarde, levantamos el campamento y reanudamos la marcha descendiendo por la misma ruta costera durante 10 kilómetros más, hasta el pueblo de
PUNTA MUJERES Y LA CASA DE LA CARMELINA
Un pueblo con ritmo de vida caribeño de poco más de 1200 habitantes, cuyo topónimo es de origen desconocido a pesar de constar en mapas de hace 300 años cuando era una zona totalmente despoblada, hasta principios del siglo XX, cuando algunas familias se establecieron en el lugar, para dedicarse a la pesca y el marisqueo. Más tarde, en la década de los 30, la creación de unas salinas incrementó algo la población, hasta llegar a los 70 en que la llegada de capitalinos por la calidad de vida, la bonanza del clima, y el desarrollo turístico, con lugares próximos imprescindibles como la Cueva de los Verdes o los Jameos del Agua, la convierten en el pueblo más poblado del municipio.
Cada barrio tiene su propia piscina, currada por los vecinos amurallando bocados de mar con rocas, y construyendo escaleras y terrazas escalonadas para tomar el sol, hasta haber convertido el pueblo en un pequeño balneario cívico, donde familias y niños disfrutan con seguridad de las aguas del Atlántico. Un poco más allá, en las afueras del pueblo en dirección a Arrieta, “El Espino”, con olas no aptas para principiantes, acoge a profesionales de las tablas de surf.
El recorrido por Punta Mujeres, nos descubre casas de pescadores antiguas, piscinas naturales, calitas entre las rocas, barcas de colores entre las casas blancas, y las mismas tonalidades que Órzola, blancos, negros, azules, y verdes. Caminamos por la calle pegada a la costa que ejerce de paseo marítimo, hasta encontrarnos en una terraza al mar, con la encalada fachada de balcones verdes de la casa de Carmelina, convertida en un auténtico jardín vertical, con los balcones y las paredes llenos de macetas, cerámica y plantas colgantes.
En esa misma terraza del pueblo, 50 metros más allá de la casa floristería, paramos a tomar algo en el Bar La Piscina, sentados en dos sillas de la entrada sin puertas ni cristales, mientras 4 o 5 hombres, echan dentro una partida de dominó.
PLAYA BLANCA NOCTURNA Y GATOS VERSUS PAPAGAYOS
Son las 9 de la noche, y todas las mesas de la terraza de la piscina del hotel están ocupadas, con la gente encarada a un pequeño escenario portátil con un manto negro encima, montado en un rincón. Toda la gente ríe y aplaude, y cinco papagayos con muchas tablas, tocan campanas, pedalean, asienten con la cabeza, y se hacen el muerto. Al acabar, 3 o 4 de ellos, montados sobre los brazos del adiestrador con chaleco, saltan a los brazos de los niños de las familias, o a los de las parejas, o a las de los achispados ingleses, que pagan unos cuantos euros por hacerse sonrientes una foto con las inteligentes aves, que no se que deben estar pensando.
Atravesando las terrazas, las piscinas y las tumbonas, salimos por la puerta trasera exterior del hotel que da al paseo Marítimo, y torcemos hacia la hilera de luces del centro, que iluminan las aguas de la playa grande y del puerto un poco más allá. Durante el paseo, vamos saludando a todos los gatos que se nos cruzan, o que están echados o sentados en cualquier rincón, que en este pueblo parecen sagrados como las vacas en la India. Están por todas partes, también sueltos por dentro del hotel, sociables y bien cuidados y alimentados, y por todo el municipio se encuentran repartidas casetas para que se resguarden, con platos con pienso en la entrada. Es un pueblo de ingleses, papagayos y gatos.
Un kilómetro hay para llegar al frenesí, y 15 minutos a paso de paseo nos hacen falta a nosotros para bordear el primer cuerno de la playa grande, y entrar en un mundo de conciertos musicales que se solapan, una torre de babel de lenguas, jarras y copas que chocan, platos que se amontonan, campanillas de cajas registradoras, besos sonoros, risas y llantos, luces tenues y estroboscópicas, … cuyo fin encontramos en un atronador karaoke encima de la primera línea de mar, donde un niño de 7 u 8 años se retuerce solo en la sala de baile al compás del “Beat it” de Michael Jackson, aplaudido y jaleado por un montón de alborozados y embriagados clientes británicos, que con jarras de cerveza o cubatas en la manos, de pie o sentados en sillas sueltas, miran el espectáculo desde el exterior del bar.
Impactados tras el paso del ciclón, nos volvemos a peinar, agarramos bolsa con cuatro cosas, y cogemos carretera hacia el norte, no por la principal LZ 2, si no por la LZ 702 en direcció a Femés, hasta llegar pasados 14 kilómetros a la aldea de Las Casitas de Femés, donde paramos un rato atraidos por el paisaje, y por el jardín de una casa pegada a la carretera, que llama la atención por tener un helicóptero de adorno en vez de enanitos jardineros.
Un par de fotos al helicóptero del jardín friki y otros cuantos clicks al paisaje, y ascendemos en 2 minutos hasta LA ROTONDA DE LOS CAMELLOS, donde cogemos la principal LZ 2 dirección Arrecife, que circunvalamos por la LZ 3 para enlazar con el tramo norte LZ 1 de la principal hacia Órzola, por la que circulamos separándonos y acercándonos a la costa hasta llegar a Arrieta, pueblo donde dejamos la principal para tomar la LZ 201, en dirección al Mirador del Río. En apenas 5 minutos, tras una curva abierta en la que se encuentra el desvío a la carretera de acceso a la Cueva de los Verdes y a los Jameos del Agua, entramos en una recta especial, cuyo destino parece ser morir en el padre de esos dos rincones espectaculares de Lanzarote, el precioso e imponente perfil del cráter del
VOLCÁN DE LA CORONA
que reina sobre todo el territorio noreste de la isla que lleva su nombre, Malpaís de la Corona, declarado espacio natural de las Canarias y formado por las coladas de la erupción del volcán hace miles de años. El Malpaís, que es un terreno escabroso formado por fragmentos de rocas lanzadas durante las erupciones volcánicas, llega hasta la costa en esta zona, y al tener más antiguedad y gozar de mayor humedad, cuenta con una vegetación más desarrollada que en Timanfaya, aunque casi siempre acaparada por las Tabaibas (euforbias), sean la dulce, la amarga o la marina, y las Aulagas de flores amarillas. En algunas áreas de este territorio, los agricultores han creado terrazas de cultivos, cubriendo el terreno con capas de lapilli, las cenizas volcánicas, en Lanzarote llamadas Picón, que atrapan y aprovechan toda la humedad posible de los alisios o del ambiente.
El interior del Malpaís de la Corona, también contiene el tubo volcánico del volcán de unos 7 kilómetros, que incluye la Cueva de los Verdes, los Jameos del Agua, y un tramo sumergido de kilómetro y medio, llamado Túnel de la Atlántida, formado hace miles de años por la subida del nivel del mar, considerado como el mayor tubo volcánico submarino del planeta, y que se inicia en los Jameos del Agua, que se formaron por el desplome del techo del tubo. Solo dos veces en los 80, dos equipos de submarinistas, uno franco-belga y otro español, han logrado llegar al final de este túnel.
Se puede hacer una EXCURSIÓN AL VOLCÁN DE LA CORONA, ye-ndo al pueblo de YE, y cogiendo un sendero que hay a la salida del pueblo, unos 200 metros antes de llegar a la iglesia. La caminata de ida y vuelta son más o menos unas 3 horas, para hacer unos 6 kilómetros, y no tiene dificultad, ya que el desnivel solo se presenta al llegar a la falda de la montaña. Las únicas indicaciones son las sensatas: llevar agua y un buen calzado por el malpaís, y tener mucho cuidado al borde del cráter con las ráfagas de viento, ya que ya se han dado casos de caídas por ese motivo. El volcán tiene 609 m de altitud y un cráter de 450 m de diámetro y 190 m de profundidad.
Siguiendo por la carretera después de las fotos correspondientes, dejando atrás el volcán y poco después el pueblo de Ye, llegamos en menos de 10 minutos al
MIRADOR DEL RÍO
y aunque se puede seguir por la carretera dando un volantazo a la izquierda, en este tramo de carretera matriculada como LZ 702, por una ruta extremadamente panorámica, dejamos el coche en el aparcamiento que se encuentra prácticamente en el punto donde la carretera se quiebra para dar vuelta atrás por la costa y, nosotros como muchos otros, la cogemos andando para disfrutar de unas de las mejores panorámicas de Lanzarote, como son las de las del ARCHIPIÉLAGO CHINIJO, un espacio natural protegido que componen la islas de La Graciosa, -única habitada-, las islas privadas de Alegranza y Montaña Clara, los islotes de Roque del Este y del Oeste, y el impresionante macizo de los riscos de Famara.
Chinijo, apelativo cariñoso con el que los lanzaroteños llaman a los niños, y sin embargo no denominan al achipiélago, al que conocen por “los islotes”, es la reserva marina más grande de Europa, con una excepcional riqueza geológica, biológica, e incluso arqueológica, ya que el fondo marino de la Graciosa y sobre todo del Río, el brazo de mar que la separa de Lanzarote, es un auténtico filón de restos, con una gran colección de anclas antiguas o unos cuantos barcos hundidos, además de haberse encontrado cerámica romana.
Otra riqueza, la paisajística, la disfrutamos caminando por los exteriores del mirador a unos 400 metros de altitud, por la carretera costera que discurre espectacular entre la ladera oeste del volcán La Corona en el horizonte y los acantilados del macizo de Famara, sobre las salinas del río y frente a “los islotes”.
Tras el paseo, con el registro de las extrasensacionales vistas cargado en la cabeza, subimos hasta el edificio del MIRADOR DEL RÍO, por descontado parido por la mente creativisionaturística de César Manrique en 1973, quien aprovechando los huecos de una antigua batería de artillería militar en el acantilado, excavó lo necesario en la pared para poder calzar un bar restaurante y una tienda de souvenirs con unas gigantescas gafas de sol de cristales azules, una escalerita de caracol y un par de terracitas con barandillas, con vistas bastante más limitadas que en el exterior.
La broma de ticket cuesta 4'5 euros, y por supuestísimo en mi subjetiva y modesta opinión, a menos que uno no guarde en una cajita de metacrilato un pañuelo usado de Manrique, padezca de TCC (trastorno de compras compulsivas), o se encuentre en fase 3 de deshidratación severa, es ridículo pagar un suplemento de casi 4'5 euros por una bebida ya de por sí cara, o por un cactus imán para la nevera. Acabada la visita a esta esplendorosa porción de isla, regresamos por donde hemos venido hasta llegar a la confluencia con la carretera que sube a Órzola, la LZ 203, por la que rodamos 3'5 kms hasta la entrada con banderas al viento, de las plantaciones de
ALOECOLÓGICO DE LANZALOE S.L.
donde se suceden geométricamente perfectos los campos de rollizos cactus, que se alimentan de los nutrientes y la humedad de las cenizas de los volcanes que se yerguen alrededor. Las parcelas de Aloe Vera resultan bonitas recortadas contra las montañas o perfiladas contra el horizonte del mar, y en algunos rincones, se pueden ver unos cuantos arbustos espinosos de Argán, planta subsahariana que puede llegar a los 9 metros de altura, siempre reconocible en Marruecos por tener unas cuantas cabras encima como cabras, y apreciada por el aceite de sus semillas.
Recorremos los senderos de las plantación, mientras esperamos a que terminen de
aloembadurnarse con los potingues de muestra, los visitantes de un autocar turístico estacionado en el aparcamiento, y cuando marchan todos radiantes con la piel estimulada, hipertersa, supernutrida y extrahidratada, entramos en la tienda para aloembadurnarnos nosotros.
Solos en la tienda, asistimos a la conferencia de una de las comerciales que, entusiasta, alaba las bonanzas e incontables beneficios de sus aloes hekolójikos ingeribles, untables, frotables, inyectables, tatuables, comestibles, potables, pulverizables, esnifables, rociables, introducibles, aspirables, que la marca comercializa en cápsula, pastilla, pote, botella, jeringuilla, brick, caramelo, spray, supositorio, pulverizador, manga pastelera, al vacío, en colirio, bombona, deshidratado, parche, tatuaje, ambientador, ….
A mi ingenuo comentario de que uso aloe 100% puro como aftershave desde que algún folículo piloso eyectó el primer pelo al exterior de mi cara, la erudita comercial me pregunta sobre la marca, color, textura, temperatura, densidad, olor, grado de evaporación, potabilidad y consistencia, y me da de inmediato el veredicto de que llevo frotándome la cara con pesticidas durante décadas. Le pregunto si tiene lavabo para mirarme urgentemente la jeta, y vuelvo corriendo a darle las gracias a la druida, comprándole unos cuantos tubos de crema de manos para regalar, y una botella de aceite de aloe virgen extra para el pan con tomate, y freir las empanadillas y las croquetas, y nos marchamos de espaldas mirando al suelo con la lección aprendida, despidiéndonos de la apóstol del aloe canario.
ÓRZOLA Y SUS CHARCAS
A 10 minutos en coche de la plantación, desembarcamos en la pequeña villa marinera de Órzola, de unos 300 habitantes. El pueblito blanco, en contraste con la lava negra y el azul marino, enclavado en el entorno mágico de Chinijo, también es de visita obligada si uno quiere visitar La Graciosa, ya que de su puerto parten los ferrys a la isla, con una frecuencia de media hora, para hacer el trayecto de media hora más.
El encanto de pueblo pesquero y la hora de comer, nos empujan a tirar de nuestra lista de restaurantes, para acabar en una terraza al borde del mar del RESTAURANTE MIRADOR DEL ROQUE, rodeados de agua, lava, barcas, casas blancas, y sol. Nos sentamos en una mesa, y aunque vemos que los ocupantes de una mesa vecina, se levantan y se van descontentos por el tiempo de espera, nosotros seguimos disfrutando sin prisa del placentero sitio, hasta ser atendidos amablemente y sin grave tardanza, por el par de camareros del exterior. El entrante de un platazo de deliciosos boquerones en vinagre, mojos de acompañamiento, pescado local del día a la espalda espectacular, calamar a la plancha riquísimo, pan, bebida, atención, y ron con miel de cortesía, por 40 y pico euros, hacen que nos levantemos felices de la mesa.
Damos un paseo con la brisa hasta la cercana Charca de la Condesa entre las rocas de lava, donde a pesar de un cartel de prohibición, nos encontramos una madre con dos niñas bañándose y jugando en una charca, y más allá al borde del mar, un pescador entre las rocas, pero aunque llevamos el bañador y la toalla, cogemos el coche para tumbarnos y darnos un chapuzón en las cercanas piscinas naturales del
CALETÓN BLANCO Y LA CHARCA DE LA NOVIA
que se encuentran saliendo desde Órzola por la principal LZ 1 hacia Arrecife, y girando a 1'5 km, por un desvío sin señalizar hacia el mar, donde a dos pasos se encuentra el aparcamiento.
El Caletón blanco, aunque popular no muy masificado, al ser el borde costero del Malpaís de la Corona, es una superficie de arena blanca y fina entre las coladas volcánicas que se adentran en el mar, en las que se crean charcas de poca profundidad y aguas cristalinas, cuya calma contrasta con los golpes de las olas atlánticas, unos pocos metros más allá, y las dunas de arena que bordean el espacio.
En la cala, unas pequeñas guaridas circulares construidas con las rocas volcánicas sirven para protegerse del viento, pero nosotros nos quedamos junto a un negro montículo natural formado por una colada, y tras extender las toallas, nos damos
unos baños y pasamos un buen rato sentados o tumbados disfrutando del sitio. En lo más profundo de las charcas del Caletón Blanco, el agua no llega en ningún caso a los barbilla.
El ritmo es pausado pero el tiempo corre, así que ya bien entrada la tarde, levantamos el campamento y reanudamos la marcha descendiendo por la misma ruta costera durante 10 kilómetros más, hasta el pueblo de
PUNTA MUJERES Y LA CASA DE LA CARMELINA
Un pueblo con ritmo de vida caribeño de poco más de 1200 habitantes, cuyo topónimo es de origen desconocido a pesar de constar en mapas de hace 300 años cuando era una zona totalmente despoblada, hasta principios del siglo XX, cuando algunas familias se establecieron en el lugar, para dedicarse a la pesca y el marisqueo. Más tarde, en la década de los 30, la creación de unas salinas incrementó algo la población, hasta llegar a los 70 en que la llegada de capitalinos por la calidad de vida, la bonanza del clima, y el desarrollo turístico, con lugares próximos imprescindibles como la Cueva de los Verdes o los Jameos del Agua, la convierten en el pueblo más poblado del municipio.
Cada barrio tiene su propia piscina, currada por los vecinos amurallando bocados de mar con rocas, y construyendo escaleras y terrazas escalonadas para tomar el sol, hasta haber convertido el pueblo en un pequeño balneario cívico, donde familias y niños disfrutan con seguridad de las aguas del Atlántico. Un poco más allá, en las afueras del pueblo en dirección a Arrieta, “El Espino”, con olas no aptas para principiantes, acoge a profesionales de las tablas de surf.
El recorrido por Punta Mujeres, nos descubre casas de pescadores antiguas, piscinas naturales, calitas entre las rocas, barcas de colores entre las casas blancas, y las mismas tonalidades que Órzola, blancos, negros, azules, y verdes. Caminamos por la calle pegada a la costa que ejerce de paseo marítimo, hasta encontrarnos en una terraza al mar, con la encalada fachada de balcones verdes de la casa de Carmelina, convertida en un auténtico jardín vertical, con los balcones y las paredes llenos de macetas, cerámica y plantas colgantes.
En esa misma terraza del pueblo, 50 metros más allá de la casa floristería, paramos a tomar algo en el Bar La Piscina, sentados en dos sillas de la entrada sin puertas ni cristales, mientras 4 o 5 hombres, echan dentro una partida de dominó.
PLAYA BLANCA NOCTURNA Y GATOS VERSUS PAPAGAYOS
Son las 9 de la noche, y todas las mesas de la terraza de la piscina del hotel están ocupadas, con la gente encarada a un pequeño escenario portátil con un manto negro encima, montado en un rincón. Toda la gente ríe y aplaude, y cinco papagayos con muchas tablas, tocan campanas, pedalean, asienten con la cabeza, y se hacen el muerto. Al acabar, 3 o 4 de ellos, montados sobre los brazos del adiestrador con chaleco, saltan a los brazos de los niños de las familias, o a los de las parejas, o a las de los achispados ingleses, que pagan unos cuantos euros por hacerse sonrientes una foto con las inteligentes aves, que no se que deben estar pensando.
Atravesando las terrazas, las piscinas y las tumbonas, salimos por la puerta trasera exterior del hotel que da al paseo Marítimo, y torcemos hacia la hilera de luces del centro, que iluminan las aguas de la playa grande y del puerto un poco más allá. Durante el paseo, vamos saludando a todos los gatos que se nos cruzan, o que están echados o sentados en cualquier rincón, que en este pueblo parecen sagrados como las vacas en la India. Están por todas partes, también sueltos por dentro del hotel, sociables y bien cuidados y alimentados, y por todo el municipio se encuentran repartidas casetas para que se resguarden, con platos con pienso en la entrada. Es un pueblo de ingleses, papagayos y gatos.
Un kilómetro hay para llegar al frenesí, y 15 minutos a paso de paseo nos hacen falta a nosotros para bordear el primer cuerno de la playa grande, y entrar en un mundo de conciertos musicales que se solapan, una torre de babel de lenguas, jarras y copas que chocan, platos que se amontonan, campanillas de cajas registradoras, besos sonoros, risas y llantos, luces tenues y estroboscópicas, … cuyo fin encontramos en un atronador karaoke encima de la primera línea de mar, donde un niño de 7 u 8 años se retuerce solo en la sala de baile al compás del “Beat it” de Michael Jackson, aplaudido y jaleado por un montón de alborozados y embriagados clientes británicos, que con jarras de cerveza o cubatas en la manos, de pie o sentados en sillas sueltas, miran el espectáculo desde el exterior del bar.