LIENCRES Y SUS DUNAS. COSTA QUEBRADA.
Desde Reinosa, nos dirigimos a nuestro alojamiento de la jornada, el Hotel Calas de Liencres, de tres estrellas. Está en el núcleo urbano, algo alejado de la playa, pero no encontramos demasiada oferta de hoteles por la zona, supongo que habrá más apartamentos. En cualquier caso, el hotel es moderno y muy agradable; además, tiene un bar con buenas tapas. El precio era algo elevado (99 euros) como era de suponer un sábado, 3 de agosto. Sólo estuvimos esa noche. Después de tomar algo en el bar del hotel, fuimos a dar un paseo, pensando que podríamos llegar a las playas caminando. Estaban más lejos de lo que pensábamos y empezaba a anochecer, así que cogimos el coche para intentar ver la puesta de sol, pero llegamos muy tarde y se había hecho de noche. Así que volvimos al hotel.
Al día siguiente, desayunamos muy bien en el bar del restaurante Casa Carlos, que está en la carretera que atraviesa el núcleo urbano, donde no vimos nada destacado aparte de un sinfín de urbanizaciones de chalets. Con lo cual, fuimos directamente a recorrer una parte de la Costa Quebrada, si bien sabíamos que un caluroso y soleado domingo de agosto no era el momento más adecuado para conocer unas playas (Valdearenas, el Madero, Somocuevas, Cerría, Portío, Arnía…) que empezaban a ponerse hasta los topes. Y es que no solo se llenan las del Mediterráneo.
Era temprano y llegamos a tiempo de no pasar demasiadas calamidades para aparcar el coche. Caminamos un rato y sacamos algunas fotos entre las rocas de la Playa de Valdearenas, con la Punta del Águila, la del Cuerno y varios islotes en lontananza. Sin embargo, estos son lugares para recorrer tranquilamente fuera de temporada, sin multitudes.
Nos llamó la atención un indicador en GoogleMaps que anunciaba el Mirador de las Dunas, pasando la Playa de Canallave. Y hacia allí fuimos, pensando que podríamos contemplar unas vistas interesantes. Tras dejar el coche en el aparcamiento, seguimos las indicaciones y atravesamos caminando un bosque convertido en parque, muy frecuentado por senderistas y ciclistas.
Al fin, llegamos al mirador, que contaba con su panel informativo y hasta con una pasarela de madera. No nos podíamos creer la vista que teníamos frente a nosotros. Mejor os lo enseño con una foto. Impresionante, ¿verdad?
Un tanto mosqueados, continuamos caminando hasta que alcanzamos la línea costera, donde al menos se veía el mar. Había un sendero que, suponemos, se dirige a los acantilados, desde donde se tienen que divisar las vistas imponentes que andábamos buscando. Sin embargo, el sol empezaba a apretar y, a lo lejos, divisamos una gran cantidad de coches que presagiaban mucha gente en las playas. Así que preferimos dejar la exploración de la Costa Quebrada para otro viaje en una época diferente del año.
Regresamos al coche y pusimos rumbo a la capital Cántabra, Santander, que dista sólo 12 kilómetros de Liencres.
SANTANDER.
Como referencia, decir que Santander dista 455 kilómetros de Madrid, unas cuatro horas y media de cómodo viaje en coche ya que casi todo el trayecto es por Autovías (A-1. A-231 y A-67).
Situación de Santander en el mapa peninsular y plano de la ciudad (GoogleMaps).
Santander cuenta actualmente con unos 172.000 habitantes y los datos de su origen más remoto no están claros si bien las primeras evidencias históricas encontradas se sitúan en la época de los romanos, en concreto con las actividades marítimas, mineras y comerciales de la llamada Portus Victoriae, que desde un cerro (cerca de Somorrostro) controlaba la bahía. Su historia está también unida a una leyenda sobre dos soldados romanos martirizados en tiempo de Diocleciano, cuyos restos fueron depositados en unas termas a modo de santuario y donde posteriormente se erigió una ermita que daría lugar a una abadía fundada en el siglo IX por Alfonso II el Casto. En 1187 Alfonso VIII dotó a la villa de un fuero que le proporcionó ingresos derivados del comercio, es especial la lana, la pesca y el vino, y también en el siglo XII se inició la construcción de la Iglesia Colegiata. En 1372, Enrique II de Castilla la convirtió en Base Naval del Atlántico y le dotó de Atarazanas Reales. En este contexto se desarrollaron dos núcleos de población, la Puebla Vieja (parte alta de la villa, en torno al castillo y la Abadía) y la Puebla Nueva (mercaderes y artesanos). Durante los siglos siguientes los dos núcleos se vieron envueltos en muchas disquisiciones y luchas tanto internas como externas, cuyo punto culminante sucedió en 1466, en que el rey Enrique IV hizo una donación perpetua al Marqués de Santillana, consolidando los antiguos privilegios de la aristocracia abacial. La población se rebeló y el rey tuvo que anular la donación. Los siglos XV y XVI trajeron muchas calamidades en forma de epidemias que mermaron la población hasta dejarla en poco más de 800 personas.
La recuperación tuvo que esperar hasta un par de siglos después, cuando se convirtió en capital de diócesis y la Iglesia Colegiata en Catedral. Ya en el siglo XIX comenzó a desarrollarse el comercio marítimo y adquirieron mucha importancia los intercambios comerciales con los puertos americanos, lo que creo como consecuencia una importante clase burguesa. Además, en el siglo XIX supo aprovechar la moda de los balnearios para atraer turismo de la alta sociedad, sobre todo una vez que el rey Alfonso XIII convirtió Santander en su lugar predilecto de veraneo. Hubo dos hechos desgraciados que afectaron a la vida de la villa, el primero la explosión del vapor Cabo Machichaco en 1893, que se encontraba en el muelle y sufrió un incendio que provocó la detonación de su carga de dinamita y ácido sulfúrico. Murieron 600 personas y de numerosas casas quedaron destruidas en las inmediaciones del puerto. Ya en 1941 se produjo un incendio en el mismo centro de la ciudad, en la calle Cádiz, que duró varios días y ocasionó la destrucción de buena parte del casco antiguo, compuesto por calles estrechas y casas de estructura de madera que facilitaron la extensión de las llamas. Sólo hubo un muerto, pero cientos de casas quedaron reducidas a escombros y miles de personas perdieron su hogar. Fue preciso realizar una ardua reconstrucción que, sin embargo, produjo la modernización de la zona centro y una ampliación de la propia ciudad como consecuencia del realojo de las personas afectadas. Por esta causa, en Santander no existe barrio medieval propiamente dicho.
Fue una tarea bastante ardua encontrar en pleno mes de agosto un alojamiento en Santander con aparcamiento para el coche y que nos permitiera ir caminando para visitar los puntos más destacados de la ciudad sin dejarnos el sueldo completo. Al final, localicé el Hotel Art Santander, en la calle Santa Teresa de Jesús. Al principio parecía situado algo alejado del centro, pero cuando aprendimos a movernos por allí comprobamos que, utilizando ascensor y escaleras mecánicas, en menos de 10 minutos estábamos en el Paseo de Pereda, frente al Palacete del Embarcadero, en pleno centro. Aunque no resulta barato, este hotel boutique está genial, es nuevo, de diseño y cuenta con aparcamiento privado para el coche, lo cual es un verdadero alivio. Además, nos instalaron en una suite del último piso con unas vistas estupendas.
El día que llegamos (domingo) teníamos una celebración especial y habíamos reservado mesa en el restaurante El Serbal, a unos pocos minutos caminando desde el hotel. En este restaurante, de una estrella Michelín, tomamos el menú degustación (72 euros por persona y 92 con maridaje). Nos pusieron un montón de platos, todos muy ricos. Nos gustó especialmente la interpretación del cocido de Liébana. En nuestra opinión, mereció la pena el desembolso, aunque la calificación de este tipo de restaurantes es muy particular. Por la tarde, fuimos al Paseo Pereda (punto de encuentro inevitable en Santander) para pedir un mapa en la Oficina de Turismo, que se encuentra junto al monumento a José María de Pereda y nos dispusimos a dar nuestras primeras vueltas por la ciudad, una parte de la cual ya conocíamos de una visita anterior.
Al consultar cualquier guía, hay una serie de visitas imprescindibles en Santander: el Sardinero, la Catedral, el Centro Botín y los Jardines de Pereda, el Ayuntamiento, Puertochico, la Península de la Magdalena con su palacio, el Faro de Cabo Mayor…. Ya con el plano en la mano, inicié mi recorrido.
Centro Botín desde el mar.
Inevitablemente, lo primero que me llamó la atención fue el Centro Botín. Promovido por la Fundación Botín e inaugurado en el año 2017, este centro de arte fue diseñado por el arquitecto Renzo Piano con la intención de “hacer las veces de un muelle sobre el mar” pues está suspendido sobre pilares y columnas a la altura de las copas de los árboles del Paseo Pereda. La luz se refleja en su fachada cerámica y sus dos edificios cuentan con pasarelas exteriores y miradores sobre la bahía a los que se accede gratuitamente por ascensores y escaleras. No hay que perderse las vistas. Además del centro de exposiciones, en la planta baja hay cafeterías, restaurantes y tiendas.
El Centro es realmente llamativo y merece la pena contemplar el panorama, sobre todo al atardecer, desde las plantas superiores; aunque no siempre la más alta es la que ofrece las mejores perspectivas.
El Paseo Pereda, con sus jardines frente al mar, es uno de los lugares clave de Santander, donde se concentra una cantidad ingente de personas, especialmente en verano, cuando la ciudad se convierte en un importante centro vacacional. En los alrededores están algunos lugares emblemáticos como el edificio del Banco de Santander, la Grúa de Piedra, el Palacete del Embarcadero, los Monumentos de los Raqueteros y José Hierro, el Club Marítimo y el Embarcadero, de donde zarpan los famosos “Reginas”, los barcos turísticos que recorren la bahía.
Banco de Santander desde el Centro Botín.
Junto al mar, seguí por el paseo marítimo, pasé el Puerto Deportivo y llegué frente al Palacio de Festivales de Cantabria, otro edificio destacado de la ciudad. Obra del arquitecto Francisco Javier Sáenz de Olza, que lo realizó con mármol y cobre como materiales predominantes, se vio envuelto por la polémica desde que se inauguró en 1990 a causa de su diseño y su elevado coste. Sinceramente, a mí no me gusta, pero es solo una opinión.
Caminando siempre con el mar a mi derecha, dejé la Avenida Severiano Ballesteros, que va a nivel costero, y subí por unas escaleras hasta alcanzar la Avenida de la Reina Victoria, que se asoma al mar desde un paseo elevado que proporciona bonitas vistas de las playas de San Marcos y los Peligros.
Al fin, llegué a la famosa Península de la Magdalena, donde no pueden acceder los coches. Se entra por una verja y miles de personas que se agolpaban allí pasando la tarde del domingo, una marea humana realmente. Los paneles informativos recomiendan un itinerario circular para recorrer la pequeña península a pie, que requiere una hora y media aproximadamente.
align=justify]Sucesivamente, se pasa por el club de tenis, la playa de la Magdalena, la isla de la Torre, el Paraninfo, las Caballerizas, la playa de Bikini y el antiguo Embarcadero Real, desde donde pude ver unas bonitas vistas de la ciudad, presidida en alto por la gran fachada del lujoso Hotel Real, construido en 1917, y también de la playa del Puntal.[/align]
Unos metros más adelante, girando el cabo, llegué hasta el Faro de la Cerda, situado frente a la Isla del Mouro, con su faro en lo alto. La estampa del acantilado luce muy bien para las fotos aquí.
Un camino verde conduce al cerro donde se encuentra el Palacio de la Magdalena, otro de los edificios fetiche de Santander, quizás el más representativo. De estilo ecléctico, fue construido entre 1909 y 1911 para residencia de verano del rey Alfonso XIII y su familia, que lo ocuparon hasta la proclamación de la Segunda República. En 1977, su hijo Don Juan de Borbón vendió el edificio al Ayuntamiento de Santander, que lo acondicionó para la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. No me cuadraron los horarios para visitarlo por dentro.
Mirador desde los jardines del Palacio de la Magdalena.
Para completar el itinerario circular de la península, llegué hasta el Muelle de las Carabelas, donde, formando parte del Museo del Hombre y la Mar, se encuentran instaladas las réplicas de la Pinta, la Niña y la Santa María con las que el cántabro Vital Alsar imitó el viaje de Colón a América y también una balsa de madera y troncos con la que el mismo marino cruzó el océano Pacífico. En las inmediaciones hay también un pequeño zoo marino.
Salí de la Península de la Magdalena y me encontré frente a la Playa del Camello, cuyo nombre se debe a la forma de uno de los peculiares islotes que se encuentran enfrente. Me enteré después y no supe buscar el ángulo adecuado de la roca en cuestión para hallar la semejanza, pero haberla, la hay. Y la capté más o menos al día siguiente. Las tomas en distinta orientación y la diferencia de luz son notables.
Entonces me di cuenta de que mi idea de seguir a pie hasta Cabo Mayor era bastante descabellada pues me quedaba mucho trecho aún y no llegaría con luz. Así que regresé al Paseo de Pereda y entré en el Centro Botín, desde cuyas pasarelas contemplé una bonita vista de la ciudad y la bahía al atardecer.
Después atravesé el arco del Banco de Santander y fui hacia la izquierda para visitar el centro, con la Plaza del Pombo, el Mercado del Este, la Plaza Porticada (un tanto deslucida para hacer una foto porque en su centro había numerosas casetas dispuestas para alguna feria, aunque estaban cerradas), el Ayuntamiento…
Entonces vi el campanario de una Iglesia que me llamó la atención, ya que desde lejos lo había confundido con el de la Catedral (que no tiene nada que ver, por cierto). Era la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús (jesuita), construida en 1890 en estilo neogótico. Por fuera no resulta especialmente llamativa pese a la gran escalinata que conduce a su interior y a la escultura dedicada al Sagrado Corazón, pero como estaba abierta decidí entrar a echar un vistazo y me quedé sumamente sorprendida al ver su impresionante decoración, con pinturas al fresco que cubren completamente los techos y las paredes y que, al parecer, han sido restauradas no hace demasiado tiempo. Merece la pena ver el interior.
Más tarde cenamos en uno de los muchos bares de tapas que hay por la zona centro. Lo más complicado fue encontrar un hueco libre porque en casi todos había cosas ricas para tomar y a buen precio. Luego a descansar, que el día había sido muy intenso y al día siguiente nos aguardaba una jornada completa en Santander, cuyo relato queda para una nueva etapa de este dlario.