Delhi ✏️ Diarios de Viajes de IndiaDescubriendo una milésima parte de una de las ciudades más grandes del mundo. Lo peor de los viajes, es el trajín de hacer y deshacer maletas, aunque con la práctica de los viajes realizados, esta tarea ya se va completando bastante rápidamente...Diario: Colores, Olores, Emociones... Indescriptible India⭐ Puntos: 5 (3 Votos) Etapas: 8 Localización: IndiaLo peor de los viajes, es el trajín de hacer y deshacer maletas, aunque con la práctica de los viajes realizados, esta tarea ya se va completando bastante rápidamente. Eso sí, las maletas están llenas de varios “por si acaso”. Y hoy era la primera vez que deberíamos hacer maletas, para irnos ya si, de ruta en autobús por el Rajastan. Después de desayunar y de hacer el chek-out correspondiente, emprendimos la ruta por la ciudad de Delhi, para intentar ganar tiempo al tiempo y realizar en la mañana de hoy, todas las visitas que estaban programadas para el día anterior. Quisimos ir primero al Memorial Ghandi, pero nos fue imposible. El recinto estaba cerrado por la visita de algún alto cargo político del país. Vuelta atrás, vuelta de nuevo al caos mañanero de Delhi, y con suerte, dejar esta visita para última hora de la mañana. Siguiente punto, el templo Sij de Gurdwara Bangla Sahib. El principal templo Sij de Delhi. El autobús nos dejó a escasos metros del templo. En los alrededores, de nuevo la vida real de Delhi, la vida de decenas de personas, agrupadas en algo similar a una familia, viviendo en la calle, con sus pocas pertenencias, colgadas de unas rejas, o esparcidas por el suelo. Mujeres, ancianos, niños, hombres con larga barba blanca, que podrían fácilmente confundirse con un chamán. No pedían limosna, no pedían nada. En alguna ocasión sus ojos tristes se cruzaban con los nuestros. Me sentía incómodo por querer realizar alguna foto, por querer retratar esta manera de vivir, por querer reflejar en una cámara de fotos, unas miradas, unos harapos, a unas personas que habían hecho de un trozo de acera, algo llamado hogar. Casi me pierdo del resto del grupo, por fijarme en una niña, de quizás menos de 3 años que sentada en el suelo, me miraba fijamente. Era una postal. Era una foto de esas que a veces ilustran las portadas de algunas revistas de viajes. Era la foto. Su mirada, sus ropas limpias y su cabeza rapada. Colgantes, pies decentemente aseados. Nos quedamos unos segundos mirándonos, sin cruzar palabra, ni gesto. Pero no pidió nada. Ni nadie vino a querer sacar provecho de esa imagen. De las cientos de fotos que hicimos en toda la India, esta es la primera que siempre me viene a la mente cuando recuerdo el viaje. El templo Sij de Gurdwara Bangla Sahib, es literalmente, precioso. Hay que descalzarse completamente, y cubrirse la cabeza. Las fotos en el interior, en la zona de culto, están prohibidas, aunque siempre hay turistas que creen que esa prohibición no va con ellos. El mármol blanco del templo, resplandece se mire por donde se mire. Su cúpula dorada, corona un lugar que es imprescindible de visitar. El gran estanque situado en el interior, con agua que es sagrada para ellos, y que debe recorrerse de izquierda a derecha, es quizás lo que más impresiona del templo. Recomiendo recorrerlo en silencio, observando cada rincón del recinto, paseando lentamente y observar las diferentes tonalidades que el reflejo del sol, proyecta sobre el agua. Y sobre todo cuidarse de no resbalar, al caminar por el mármol blanco del alrededor. En la zona de culto, donde NO, deben de hacerse fotos, algunos fieles rezan sentados en el suelo, otros alternan sus rezos con la observación de estos turistas que algunas veces andan sin mirar lo que sus ojos les muestran. El objeto más sagrado del templo, es el Gurú-grant-sajib, libro que los Sijs veneran como si fuera su profeta o gurú y que contiene las enseñanzas Sij. Este libro se guarda en una pequeña habitación, similar a un confesionario, y donde los fieles, se arrodillan y le veneran. Por las noches, el libro es retirado de este lugar y acostado en una cama. Como broche final del templo, entramos en su cocina. Cocina donde cada día se elabora comida para todo aquel que lo necesite, sin importar, religión, raza o cultura. Un horno va escupiendo sin parar tortas de pan, que son apiladas en enormes cestas. Si se quiere, se puede tomar una gratuitamente. Al lado de la cocina una enorme sala, donde sentados en perfecto orden, decenas de personas, comen una ración de lentejas, pan y fruta. Cada día, miles de personas acuden a comer aquí. Una legión de voluntarios, organiza las comidas. Pudimos pasar por el almacén, con enormes sacos llenos de harina, y legumbres, y donde un ya muy anciano Sij, se paraba a hablar con nosotros, y a interesarse por donde veníamos. De los Sij, aprendimos varias cosas, además del porqué de sus turbantes. Sus normas, sus preceptos, sus costumbres, y sobre todo, la apariencia de bondad que transmiten. Salimos del templo y nos detuvimos un rato en alguno de los puestos callejeros de venta de souvenirs que hay en las cercanías del templo. O a hacer fotos a un extraño altar, similar a un féretro envuelto de flores, y con unas velas encendidas venerando a “alguien o algo”. Vuelta al autobús, y al siguiente monumento. De camino a la puerta de la India, pasamos por delante del parlamento, y del palacio del primer ministro. Llegamos al parking para autobuses y tuvimos que andar unos minutos hasta la puerta de la India, sorteando a los vendedores de imanes, postales o pañuelos, o a los encantadores de serpientes, que haciendo sonar una especie de flauta, conseguían que la serpiente se elevase como tantas veces hemos visto en el cine. Eso sí, las monedas eran obligatorias. La puerta de la India, similar a un arco de triunfo, es un monumento a los soldados indios que cayeron en la primera guerra mundial y en las guerras afganas. En su alrededor, frecuentado por multitud de turistas, se aglomeran las vendedoras de snaks, de botellas de agua, o de souvenirs de todo tipo. No se puede pasar por el interior de la puerta. Hay que voltearla, pues unas cuerdas impiden el paso por el interior, donde además prende una llama en honor a los soldados indios caídos en varias guerras. Las águilas, sobrevuelan encima de nosotros, en busca de comida, igual que las vimos ayer en los aledaños de la Vieja Delhi. Los jardines que rodean el monumento, ofrecen otro camino de salida si queremos evitar a los vendedores de todo tipo que pululan en las inmediaciones. Es una visita obligada en todos los tours de Delhi, pero que a pesar de que está bien cuidada, no la incluiría entre lo imprescindible por visitar. Y de nuevo nos dirigimos al memorial Ghandi. A ver si los astros se habían alineado y podríamos al fin, entrar a verlo. Y Chas!!! Esta vez sí. El Raj Ghat ya estaba abierto al público. Como en cada monumento o recinto, había que pasar un control de seguridad, una fila para hombres y otra para mujeres. De entrada gratuita, el Raj Ghat no es la tumba de Ghandi, ni es el lugar donde el murió. Es el lugar donde se incinero. Un mármol negro, cubierto de adornadas flores, y con una llama permanentemente encendida, es el símbolo, el recuerdo, el homenaje a una persona increíble. No es un lugar para admirar, ni para buscar construcciones enormes. Es un lugar de paz, de reposo, de observación y quizás porque no de meditación. Un lugar que si me hubiera sabido mal perdérmelo. A través de unas escaleras, se puede subir a una especie de muralla que rodea el lugar, y tener una visión desde las alturas de todo el sitio. Frases de Ghandi, adornan el memorial, y hay una estatua a tamaño natural con la típica imagen del líder hindú, en el camino que llevan a los servicios, y que están bastante mal cuidados. Del memorial, creo que todos salimos con la impresión de que es un lugar que hay que ver, que transmite una sensación de paz, de humanidad, de creernos muchas de las frases que están escritas en el memorial. Por desgracia, estas frases, y estos buenos propósitos, los solemos olvidar a la que subimos al autobús. Dejamos el memorial de Ghandi, para volver a adentrarnos por las calles de Delhi, volviendo a ver estampas que parecen sacadas de una película de viajes. Grupos de personas sentadas en la calle, con un mantel lleno de flores, y elaborando collares de tonos naranjas, nos sonreían al vernos pasar por el autobús. Otros se acercaban a las ventanillas del bus, ofreciendo collares de flores, de artesanía o figuras. Una persona ofrecía su báscula para pesarse a cambio de algunas monedas. Un pequeño negocio. La siguiente y última parada en Delhi, era el minarete Qutub Minar, de 73 metros de altura. El monumento islámico más antiguo de la India. Lo mejor del lugar, aparte de hacer las típicas fotos del minarete, es adentrarse por el complejo, observar su construcción, sus ladrillos, y esperar a que cualquier autóctono se te acerque por casualidad, para explicarte como hacer una foto perfecta, jugando con la percepción óptica, y aparentar que con nuestras manos cubrimos todo el monumento. Eso sí, la propina es obligada. Me sorprendió la importancia, y la veneración que le daba nuestro guía al lugar. Siendo objetivos, aunque no decepciona la visita, tampoco es de aquellos lugares a los que se les dedicaría una segunda visita. Dejábamos Delhi, para adentrarnos en el camino a Jaipur. Comimos en un restaurante de aire occidental, pero con comida oriental, que el guía nos recomendó. La comida nunca estaba incluida en el tour, pero en los lugares que comimos, los platos estaban tremendamente buenos y los precios que pagamos estuvieron acordes a ellos. Por delante teníamos 260 kilómetros de autobús, con una previsión de 6 horas. Hicimos alguna parada para baños, reímos, dormimos, charlamos y pasamos las 6 horas como buenamente se podían. A veces cruzábamos algún pueblo, donde la estampa era bastante humilde. Vacas tumbadas entre restos de basura, animales sueltos que corretean por calles llenas de barro, niños descalzos jugando y corriendo al lado de la carretera, o tiendas sin luz, o con una vela que ofrecían fruta y botellas de refresco. Llegamos al hotel, chek-in, ducha y a cenar. El Park Regis Jaipur, tenía unas buenas habitaciones, pero quizás fue el hotel, donde la comida era menos variada de todos los que estuvimos. Mientras cenábamos en compañía ya de nuestros inseparables Marina y Pepe, oíamos música en el exterior, que no sabíamos de que, o de donde procedía. Terminamos de cenar y salimos al patio exterior, donde descubrimos el porqué de la música. Un escenario improvisado, y 2 adolescentes, interpretaban o simulaban interpretar temas de Shakira, mientras esperaban a “publico” para representar un espectáculo de marionetas. Teníamos una actuación privada, de un espectáculo que sin saber hindú comprendimos perfectamente, y en el que en la parte final, de la breve representación, se nos disfrazó con gorros y pelucas, y nos animaron a cantar con ellos. Era una mezcla de situación surrealista pero divertida a la vez. Al finalizar la actuación tocaba la propina, o la compra de alguna marioneta. Era su precio. Quisimos salir al exterior del hotel, pero no había ninguna tienda ni bar abierto donde poder tomar algo. El hotel estaba en una zona bastante desangelada. Solución lógica: A dormir y mañana será otro día Imagenes relacionadas Índice del Diario: Colores, Olores, Emociones... Indescriptible India
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