En uno de nuestros últimos viajes a Asturias hicimos, por fin, una excursión a la que teníamos muchas ganas: la subida a la base del mítico Pico Urriellu, también conocido como el Naranjo de Bulnes, el más emblemático de los Picos de Europa. Nos alojamos en Poncebos, en un hotel de dos estrellas llamado “Arcea Mirador de Cabrales”. Es un establecimiento acorde con su categoría, que, sobre todo, tiene la ventaja de estar justamente en la entrada del Desfiladero del Cares, lo cual resulta muy conveniente para realizar la más famosa ruta senderista asturiana, que igualmente emprendimos por segunda vez durante esa estancia en Asturias. Pero esta etapa se refiere a la ruta hacia la base del Pico Urriellu.
Bonito paisaje en Poncebos:
Pese a estar en pleno mes de julio, no nos hizo un tiempo especialmente veraniego, pero nos respetó la lluvia con lo cual pudimos hacer las caminatas que teníamos previstas. Nos levantamos temprano, desayunamos y cogimos el coche para dirigirnos hacia el pueblecito de Sotres, punto de referencia para el inicio de nuestra ruta. Sin embargo, nosotros elegimos la versión corta de la caminata, y en vez de comenzar en el mismo pueblo, decidimos hacerlo en los llamados Invernales de Texo. Para ello, antes de llegar a Sotres, tras una cerrada curva a la izquierda, se toma una pista que surge a la derecha, dirigiéndose en bajada hacia Aliva y el valle del río Duje. Se sigue esta pista hasta unas cabañas, donde se pueden dejar los vehículos. Desde aquí el camino es necesariamente a pie.
Lucía un tenue sol que alegraba el inicio de la caminata, pero que no nos dejaba muy tranquilos de cara al resto de la jornada, ya que veíamos un montón de nubes sobre los picos hacia donde nos dirigíamos. En los pastizales, había caballos que incluso se dejaron acariciar.
Enseguida alcanzamos el Collado de Pandébano, al que se llega siguiendo el sendero o acortando por las marcas que dejan el paso de las vacas. Al fondo, el panorama seguía incierto, pues cuando estuvimos en esta zona en una ocasión anterior, la vista del Pico Urriellu era ya impresionante y ahora no se apreciaba gran cosa entre las nubes. No sabíamos que nos encontraríamos arriba.
Continuamos en ascenso hasta la majada de La Tenerosa, donde se inicia el camino artificial que llega hasta Vega Urriellu. Atravesamos la Cuesta Sierra, sobre el monte La Varera, y llegamos al Collado Vallejo, tradicional gran mirador de la zona. Hasta este punto, el camino resulta muy llevadero y los paisajes son preciosos, si bien en esta ocasión las vistas desde el Collado Vallejo no eran tan espectaculares como deberían a causa de las nubes bajas, que nos impidieron, por ejemplo, divisar el mismo Pico. Sin embargo, se apreciaba una parte de la Vega, antiguo valle glaciar esculpido en épocas prehistóricas., y también se divisaba, a lo lejos, el valle y los senderos que conducen a Bulnes.
Después de un descanso, disfrutando del panorama, seguimos la senda, ahora en suave bajada durante un rato. Superamos un espolón rocoso y, al fin, entre nubes bailarinas surgió el boceto de la silueta que tanto deseábamos contemplar: el Pico Urriellu. La mole acechaba sobrecogedora en medio de la niebla.
Entonces empezamos la ascensión más dura de todo el recorrido, un trayecto en zig-zag que se hace realmente largo e, incluso, penoso porque parece no acabarse nunca. Sin embargo, poco a poco iba a haciéndose más visible la mole del coloso, lo que sin duda animó nuestras piernas y nuestro ánimo.
Llegamos a la base en el momento preciso. En la parte derecha, había tantas nubes que apenas se veía la vega, pero a la izquierda, despejó lo suficiente para permitirnos disfrutar del pico en todo su esplendor. Aquel fue un momento especial: por fin habíamos hecho realidad la caminata que llevábamos tanto tiempo planeando y que hasta entonces no habíamos podido realizar por unas u otras razones. Y no pudimos por menos que recordar un conocido poema anónimo: “No me llames naranjo, que naranjas no puedo dar. Llámame Pico Urriellu que es mi nombre natural”.
Fuimos a comer al Refugio. Llevábamos bocatas, pero tampoco nos vino nada mal el cuenco de caldo que nos ofrecieron. Cuando volvimos al exterior, apenas nos dio tiempo de divisar a un par de escaladores colgados de la pared, intentando coronar sus 550 metros: en un par de minutos, los que tardé en intentar enfocarlos con la cámara, el pico desapareció entre las nubes para no volver a aparecer. Al menos habíamos tenido la suerte de verlo durante un rato.
Emprendimos el descenso entre un mar de nubes, que convertía las rocas en figuras fantasmagóricas. Por fin, divisamos el sol, abajo, en Pandébano, donde el tiempo era mucho mejor. Mirando hacia atrás, sólo veíamos sombras y nubes, en un paisaje no por ello menos espectacular.
En total, tardamos cinco horas y cuarenta y cinco minutos, contando con media hora para la comida y paradas para fotos. La distancia recorrida entre ida y vuelta está en torno a los 14 Km, según he leído en algunas guías. Con buen tiempo, es un recorrido bastante asequible para quien esté acostumbrado a caminar por el campo, sin especiales dificultades técnicas, pero con un tramo final de subida bastante duro hasta la zona del Refugio. No obstante, en invierno el asunto será diferente y habrá que tener mucha precaución en ciertas zonas con la nieve y el hielo.
Ya de vuelta desde Sotres a Poncebos, nos encontramos con este paraje mágico asturiano, de los que aparecen en las postales