RUTA AL FARO DEL CABALLO. SANTOÑA.
En principio, nuestra visita a Santoña tenía un objetivo muy concreto: el sendero que lleva hasta el Faro del Caballo, así que seguimos una ruta en el navegador que nos condujo al puerto, donde nos resultó difícil encontrar aparcamiento hasta que llegamos al final del Paseo Pereda, donde todavía quedaban algunos huecos.
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Aunque llevábamos un track no sabíamos muy bien donde empezaba la caminata, si bien veíamos perfectamente las siluetas de varios senderistas en lo alto del risco que estaba a nuestra espalda. ¿Cómo llegábamos allí? ¿Subiendo al
Mirador de la Virgen del Puerto, que teníamos enfrente? ¿Tendría salida? Había un buen número de escalones, y con lo que nos esperaba después...

Un amable paisano que vio nuestro gesto indeciso nos confirmó que, en efecto, podíamos continuar por allí y enlazar con el sendero sin tener que retroceder hasta el principio del Paseo Pereda.
Subimos las escaleras que conducen a lo alto del Mirador y contemplamos el paisaje. Hacía un día estupendo, con el sol realzando los colores del mar: las fotos no le hacen justifica. Eran unos tonos profundos y brillantes, esos intensos azules y turquesas que pensamos que solo podremos ver en zonas más cálidas, en las islas del Mediterráneo o incluso en el Caribe. Ahora, a toro pasado, creo que esta excursión merece sobre todo la pena en un día con tanta luz, cuando se pueden contemplar esos colores.
Desde el mirador, un gran edificio de apartamentos que le quitaba un poquito de encanto al panorama, aunque reconozco que cuando volvimos, al medio día, le pasamos ganas a la piscina. Haciendo abstracción de la larga hilera de bloques de apartamentos, el panorama era magnífico, con toda la bahía, la playa del Puntal y Laredo, a lo lejos.
Por detrás de las urbanizaciones, enlazamos con el sendero, ya a notable altura sobre el nivel del mar: las vistas eran espectaculares y lo colores de nuevo indescriptibles. Había que verlos. Nos encontrábamos en el Monte Buciero, cuya mayor elevación es la Punta Ganzo con 378 metros y que atesora el encinar cantábrico más extenso del norte de España, además de otras especies vegetales que son más propias de las zonas Mediterráneas
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Monte Buciero desde el mar.
Existe una ruta senderista circular por el monte de unos 10 kilómetros, en la que se pasa por antiguos fuertes y baterías militares y se avista también la prisión del Dueso. Asimismo, es posible conquistar la cima para ver lo que deben ser unas panorámicas espectaculares. Sin embargo, nuestro objetivo de la jornada era, “simplemente”, llegar al Faro del Caballo en un recorrido de unos 3,3 kilómetros (solo de ida) y volviendo por el mismo sitio. Pero este itinerario que, en principio, suena tan bien, tiene truco en forma de 765 escalones que se deben bajar para llegar al faro y luego, por supuesto, subir a la vuelta.
Hasta el cruce que lleva al faro, el sendero es amplio y sencillo pero tampoco resulta un paseo porque tiene muchas piedras y pica continuamente hacia arriba aunque sin pendientes excesivamente pronunciadas. La mayor parte del tiempo se disfruta de la sombra de los árboles del bosque si bien en algunos momentos la ruta se asoma al mar, permitiendo contemplar unos acantilados de vértigo, esa mañana realzados por una luz intensa que resaltaba los colores como si le hubiéramos dado a un botón de saturación fotográfica, si bien yo no fui capaz de captarlo con mi cámara.
Tras una hora de caminata, un indicador nos señaló la dirección hacia el faro, advirtiéndonos de que nos esperaban 763 escaleras. Aun así, un día de verano tan bello animaba a la aventura y eran muchas las personas dispuestas a la aventura. Al inicio, otra nueva advertencia añadiendo que se trata de una bajada peligrosa. En retrospectiva, creo que con tiempo seco y guardando las precauciones lógicas no tiene por qué resultar peligrosa, aunque algunos escalones están desgastados e incluso en mal estado.
Respecto a su dureza, es algo muy personal. No deja de ser una escalera de más de setecientos peldaños con el consiguiente desnivel, pero el secreto reside en tomárselo con calma y detenerse a descansar siempre que sea necesario. Sobre el vértigo, peor al bajar que al subir, pero en todo el recorrido hay una cadena (o cuerda, no recuerdo) para sujetarse que ayuda bastante.
Además, podremos utilizar la excusa de las fotos (sin estorbar a los que bajan o suben) para tomarnos un respiro. Hay tres o cuatro lugares fantásticos para nuestras instantáneas, con unos acantilados de postal, cuevas marinas y un trecho de aguas de color turquesa que poco tienen que enviar a las del Caribe.
Con alivio para nuestras las rodillas, alcanzamos faro, que estaba muy concurrido, algo lógico en agosto y con aquel día. El faro en sí está fuera de servicio y no tiene nada de particular, más que nada se ha convertido en un punto emblemático que conquistar por las cacareadas escaleras y las fantásticas vistas que proporciona.
Desde la plataforma donde ese encuentra, otro centenar de escalones bajan hasta una repisa desde la que se puede acceder al agua y darse un bañito para facilitar el cual existe una cuerda cuyo cometido desconozco. Como no era nuestra intención, respiramos hondo y tomamos aire para el retorno: 763 escaleras hacia arriba.
Aquí sí que cada cual tiene que ir a su ritmo y detenerse en cuanto falten las fuerzas. Uno de los primeros tramos resulta muy duro porque conté hasta 80 escalones (ahí me cansé) seguidos, sin ningún rellano en medio. Entonces, se requiere la excusa de asomarse para contemplar el panorama, echar la foto y, entre tanto, recobrar fuerzas. Así las veces que sean necesarias.
Pese al esfuerzo que, indudablemente, requiere y que no es apropiado para todo el mundo, lo cierto es que lo puede hacer cualquiera que tenga una forma física normal y que esté acostumbrado a subir y bajar escaleras a menudo. En mi opinión, merece la pena. Por cierto que lo peor de todo no fue la ruta ni las escaleras sino la jauría de tábanos que nos atacó por el camino y que nos dejó una buena ristra de picaduras. Nadie nos había advertido de tal cosa. ¡Ojo! Si no se lleva manga o pantalón largo, hay que ponerse repelente de insectos, especialmente si la temperatura es alta.
Hicimos el camino inverso y regresamos al coche. Ya era tarde y no encontramos sitio en ningún restaurante en el puerto, así que para no perder tiempo inútilmente en Santoña (que estaba a tope), fuimos hasta un pueblo cercano (7 kilómetros), llamado Gama, donde comimos muy bien en el jardín del restaurante Los Yugos, en el que tuvieron la amabilidad de aceptarnos pese a ser tardísimo y que cuenta con un estupendo menú diario por 12 euros. Luego, volvimos a Santoña puesto que queríamos navegar por la bahía.