PARQUE NATURAL DE SOMIEDO (ASTURIAS).
Situación del Alto de la Farrapona en el mapa peninsular según Google Maps.
RUTA: ALTO DE LA FARRAPONA - LAGOS DE SALIENCIA - PICOS ALBOS.
Después de desayunar en nuestro hotel de Pola de Somiedo, nos montamos en el coche para dirigirnos al Alto de la Farrapona, donde comenzaba nuestra ruta del día. Previamente habíamos ido al centro de Pola a comprar viandas para la comida. Aunque solo tiene 200 habitantes, es la población principal del Valle y su centro esencial de servicios, así que no faltan las tiendas y pequeños supermercados para abastecerse y que también preparan todos los días de la semana bocadillos al gusto a los excursionistas.
Carreteras del Parque Natural de Somiedo.
Tomamos la carretera AS-227 en dirección a Belmonte hasta llegar a las proximidades de la central hidroeléctrica, donde sale una carretera a la derecha en dirección a Saliencia, la SD-1, que pasa por Veigas, Endriga y Saliencia, y desde aquí continúa serpenteando por las laderas hacia el Alto de la Farrapona, en una sucesión de curvas en zig-zag que ganan altura rápidamente sobre el río mostrando un paisaje espléndido. Esta ascensión se hizo famosa por su dureza como final de etapa en varias ediciones de la Vuelta Ciclista a España. Al tratarse de una carretera de alta montaña, es estrecha y con muchas curvas, pero el piso estaba en perfectas condiciones. En total fueron 22 kilómetros desde Pola, unos 35 minutos de viaje. Desde Saliencia al Alto hay 7,5 kilómetros que con climatología favorable se hacen en un cuarto de hora.
Según ascendíamos, los árboles quedaban en las cotas bajas de las paredes rocosas, mientras asomaba una sucesión imponente de picos grises moteados de verde, el macizo de los Ubiñas.
En el Alto de la Farrapona (1.708 m.), también llamado Collada de Balbarán, se encuentra el límite entre las provincias de Asturias y León. Hay quien sube hasta allí solo para ver el impresionante panorama que ofrece el valle de Saliencia o atraídos por la fama que le ha dado la Vuelta Ciclista. También va bastante gente en bicicleta.
Si nos asomamos hacia el lado leonés veremos igualmente un imponente paisaje. Por cierto, que si se quiere acceder hasta aquí desde Castilla-León, hay que tener en cuenta que no existe carretera asfaltada sino una pista de tierra en malas condiciones (según dicen, nosotros no lo comprobamos) que sale de Torrestio.
Hay un aparcamiento bastante grande en el Alto de la Farrapona, pero en días de mucha afluencia turística puede llenarse, con lo que habría que dejar el coche en la cuneta. No fue nuestro caso. El día era espléndido, con un cielo de un inmaculado color azul: ni una nube y un sol de justicia. La gorra y el protector solar se hacía imprescindible porque a esta altura las sombras no abundan en Somiedo: el bosque desaparece en torno a los 1.700 metros y perviven únicamente matorrales y arbustos. Afortunadamente, corría una brisa fresquita que atenuaba el calor.
Aquí empieza la ruta de los lagos, PR AS-15. Sin embargo, como es bastante larga y se abren muchos senderos, admite bastantes variantes. La más sencilla y que hace mucha gente con niños consiste en llegar solo hasta el Lago de la Cueva. Incluso esa opción reducida merece la pena ya que los paisajes que se contemplan son espléndidos.
Si se va a hacer una caminata larga, conviene llevar un track descargado en el móvil porque, aunque las rutas principales están señalizadas, no siempre queda claro por dónde va el sendero que nos interesa seguir.
Mapa de la ruta según el indicador del parque.
Como habíamos estado el día anterior en el Lago del Valle, seguimos otra ruta recomendada por varios foreros: Lagos de Saliencia y Picos Albos. Según el track que descargamos de wikiloc, era una ruta circular de 12 kilómetros, con un desnivel de 784 metros de subida y otros tantos de bajada: unas seis horas caminando.
Nuestros dos objetivos, coronando el Lago Cerveriz: Albo oriental a la izquierda y Albo occidental a la derecha
A la izquierda, la pista rojiza que lleva a los lagos; a la derecha, el valle de Saliencia.
Comenzamos a las 11 de la mañana a descender hacia el Lago de la Cueva por una pista de color rojizo, como lo son las marcas en algunas de las rocas que teníamos enfrente, consecuencia directa de la explotación minera de hierro de Santa Rita, actualmente abandonada.
Desde la pista se aprecia perfectamente las marcas dejadas por la antigua explotación minera.
Cuando llevábamos unos diez minutos de caminata, me ocurrió un insólito percance, que hubiera podido dar al traste con la excursión: se me soltó la suela de una de las botas, así, literal. Nunca me había ocurrido algo semejante. Menos mal que fue al comienzo de la marcha y gracias también que llevaba unas botas de repuesto. Mi marido se ofreció gentilmente a ir a buscármelas, evitándome el enojoso compromiso de caminar a pata coja por la montaña.

Este incidente nos retrasó unos veinte minutos. Afortunadamente íbamos con margen suficiente.
Menos mal que las vistas me entretuvieron durante la espera de las botas.
Un kilómetro después nos encontramos en el Collado La Caranga, que está sobre el Lago de la Cueva, con unas bonitas vistas del mismo. Según se cuenta, hasta no hace mucho este lago tuvo sus aguas teñidas de rojo debido a la contaminación de la mina de Santa Rita, pero ahora presenta un bonito tono azul turquesa.
Hay un sendero que baja hasta la orilla y que utiliza bastante gente que da aquí por terminada la excursión. Como no era nuestro caso, seguimos por la pista roja afrontando una fuerte subida, a lo largo de la cual pudimos divisar bonitos panoramas sobre el Lago de la Cueva, que pronto quedó muy por debajo de nosotros. Existen paneles informativos con explicaciones sobre el carácter glaciar de los lagos y la influencia y consecuencias de la explotación minera, que comenzó en el año 1805 y se mantuvo hasta 1973, cuando se cesó definitivamente. A partir de 1994 comenzaron diversas actuaciones para la recuperación medioambiental de la zona que todavía continúan.
Al fin, se suavizó la subida y dejamos el Lago de la Cueva definitivamente atrás para dirigirnos al segundo lago, el de la Mina, del que solo encontramos su marca en la pradera, ya que en verano se seca. Eran las 12:16. Una hora y cuarto de caminata.
De acuerdo con el track que llevábamos, ignoramos una señal que indicaba “al lago Calabazosa”, que veríamos más tarde, y continuamos hasta toparnos con el Lago Cerveriz, que se encuentra a los pies de la vertiente septentrional del Pico Albo Oriental.
Aquí encontramos un cartel que indicaba de frente hacia el Lago del Valle y a la izquierda al Lago Cerveriz, pero ninguna referencia a los Picos Albos. Yo creía recordar haber leído que la dirección aparecía indicada en algún cartel; mi marido era partidario de seguir de frente hasta encontrar ese indicador, y de hecho lo hicimos durante unos minutos; pero nos íbamos alejando del track que teníamos en el móvil, lo cual nos creó bastante incertidumbre. Así que dimos la vuelta hasta el Lago Cerveriz, encontrando en su orilla nuevamente el track, que se dirigía de frente hacia el montículo. A estas alturas, creo que éste no es el camino habitual y que tomamos otro más directo, complicado y sin marca alguna. Pero, vamos, que tampoco estoy segura de que fuese así. Igual es que definitivamente me estoy haciendo mayor. :mrgreen:. El sendero en cuestión era el la derecha de la foto. Al principio aparecía bastante marcado, pero después de ganar altura con gran rapidez, en algunos tramos ya no estaba tan claro. A nuestros pies, por la espalda, quedaba el lago Cerviz y, más al fondo, arriba, a la derecha, podíamos ver un trocito del Calabazosa.
En uno de los tramos, estaba tan empinado, que al volverme me dio algo de vértigo (no suelo tener) y me tuve que sentar para poder mirar abajo y hacer unas fotos.
Al fin, aparecimos sobre una zona un poco más abierta, que según he leído es la Vega de Pozos de Promedio, con unas pequeñas charcas y un arroyo que se filtran. El agua no está, pero se aprecia perfectamente su huella en la hierba.
Seguimos subiendo el collado y el panorama era cada vez más espectacular a nuestro alrededor, con picos por todas partes. La luminosidad del día permitía distinguirlo todo en el horizonte casi a la perfección. Lo malo era que los fragores de la subida y, sobre todo, el sol inclemente estaban haciendo mella en nosotros: no habíamos disfrutado de una sombra en todo el recorrido. Queríamos llegar a la cima del Albo Occidental antes de comer, pero eran ya las dos de la tarde y necesitábamos un descanso.
Desde arriba, ya el lago Cerveriz apenas se vislumbraba.
De pronto nos encontramos como en tierra de nadie, en un punto intermedio en el camino que une el Albo Occidental y el Oriental, o eso parecía indicar el track: teníamos que ir hacia la derecha, retrocediendo de alguna manera. Tampoco era eso lo que yo recordaba de algunas descripciones que había leído de esta ruta. De nuevo la sensación de que íbamos por otro sendero diferente.
Justo entonces, mi marido descubrió una roca que formaba un recoveco unos ciento cincuenta metros más en dirección al Albo Oriental: me atrevería a asegurar que era la única sombra existente en toda aquella zona de Somiedo a las dos de la tarde. Me dijo que él iba a comer allí y que yo hiciera lo que quisiera. Y como yo también tenía hambre… me rendí.
Pues sí, allí estaba la sombra, arriba, a la derecha, bajo el Albo Oriental.
Realmente se estaba muy bien a 2.000 metros de altura, comiendo un bocata a la sombra, con bastante calor pero soplaba un airecito fresco que se agradecía. Y, a nuestro alrededor, una sinfonía de picos de todo tipo y formas, con el Albo Occidental, y sus 2.079 metros, justamente en frente, en cuya cima pudimos descubrir algunos puntos de colores: tres o cuatro excursionistas.
El que tiene tantas aristas, a la derecha, creo que es el Pico Rubio.
Después de comer, mi marido me confirmó que no estaba dispuesto a deshacer el camino andado y que su próxima estación sería el Albo Oriental, vamos, que la cima del Occidental era historia para él. Yo no quería quedarme con las ganas, así que le dejé disfrutando de una placentera siesta y me encaminé hacia el Albo Occidental, pero ya no según el track (que me hubiera retrasado demasiado), sino por un sendero que subía justo enfrente de donde nos encontrábamos. Lo que no estaba tan claro es si podría alcanzar la cima por allí, pero al menos me apetecía intentarlo. Los paisajes que me rodeaban eran imponentes.
Subí hasta llegar al borde rocoso, me colé por un hueco y, por fin, hallé lo que buscaba: la estampa azul del Lago del Valle con su isla en el centro, donde habíamos estado la tarde anterior. Un trozo de peñasco me impedía ver el valle en toda su longitud, pero estaba al borde del precipicio y no podía avanzar más.
Volví al sendero, con idea de acometer los escasos diez metros que me separaban de la cima sin tener que dar toda la vuelta, pero me topé con unas peñas donde no había más remedio que echar manos y trepar. Creo que hubiera podido hacerlo, pero como estaba sola, decidí no arriesgarme. Así que me volví, observando a mi marido, apenas una mota, a lo lejos, que me saludaba desde su cómodo recoveco.
Ya juntos, recuperamos el track y emprendimos el camino hacia la cima del Albo Oriental (2.109 metros), del que apenas nos separaban cien metros, eso sí, todos cuesta arriba. Hay como varios puntos altos en este pico, hasta llegar a la auténtica cima (o eso nos pareció), y desde todos ellos se divisa un panorama espléndido, especialmente sobre el macizo de los Ubiñas y el Lago Calabazosa.
Crestas, simas y más crestas que no sabría denominar, pero sí reconozco el Albo occidental.
Estar en lo alto de una montaña te hace pensar que tienes el mundo a tus pies.
Tocaba descender, quizás la tarea más complicada del día. Sabía (porque me lo habían advertido) que en este punto concreto hay que llevar cuidado y no perder el track. Giramos a la izquierda y empezamos a seguir un sendero casi inexistente, muy empinado, incómodo y con piedras sueltas, un terreno en el que soy bastante patosa, lo confieso.
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Tras un buen rato, alcanzamos el llamado Valle del Calabazosa, que de valle no tiene más que el nombre, porque el terreno seguía siendo muy quebrado. Teníamos ganas de ver el Lago de cerca, pero se hacía de rogar. Empezábamos a estar un poco hartos porque el sol nos envolvía. Ni una sombra, ni una. Un rebeco nos contemplaba fijamente desde lo alto de un risco. ¿Dónde irán esos dos incautos?, parecía preguntarse.
Veníamos de allí arriba, el Albo Oriental. Difícil apreciar el desnivel.
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Valle del Calabazosa.
Nuestro amigo, el rebeco.
Por fin, apareció el Lago Calabazosa, deparando una vista de lo más sugerente, con sus aguas de color azul intenso bajo la luz del sol.
Tras caminar algunos metros por uno de los senderos que bordea el lago, ¡sorpresa!: otra mancha azul apareció sobre el Calabazosa. ¿Qué es eso?, nos preguntamos. Luego me enteré que hay una pequeña laguna que también se llama Calabazosa y que normalmente se seca en verano. No sé si sería ésta en cualquier caso quedaba muy chula, coronando al lago mayor.
Llegamos hasta el Lago seco de la Mina, cuya marca en la pradera cruzamos, y allí dejamos de seguir el track, que tenía la intención de cruzar los collados para evitar la pista minera y salir, directamente, al aparcamiento de La Farrapona. Sinceramente, estábamos un poco cansados de aventuras y optamos por recuperar el camino tradicional. Así que en vez de a la derecha, fuimos a la izquierda, hacia el Lago de la Cueva, que ya podíamos divisar a nuestros pies. Frente a nosotros, la pista por la que habíamos ascendido por la mañana hacia el Lago Cerveriz. Todo muy familiar ya a estas alturas. Aquí también nos encontramos con el grueso de excursionistas: la zona de los lagos estaba bastante concurrida, pero durante nuestro trasiego por los Picos Albos apenas nos tropezamos con media docena de personas.
De todas formas comentar que, aunque los Lagos de Saliencia, sobre todo el Lago de la Cueva, reciben bastantes visitantes, ni siquiera en verano alcanzan las multitudes que acuden a los Lagos de Covadonga, y en belleza no tienen mucho que envidiarles, la verdad.
De nuevo estábamos junto al Lago de la Cueva, pero por el otro lado.
Rodeamos el Lago de la Cueva y nos encontramos con la pista principal. Eran casi las seis de la tarde. Llevábamos unas siete horas de caminata bajo un sol impenitente y estábamos bastante cansados. La verdad es que casi habíamos cumplido la media de tiempo que señalaba el track, teniendo en cuenta los 20 minutos de retraso por el tema de las botas. Lo malo es que aún nos faltaba subir la cuesta hasta el aparcamiento. Madre mía, qué largos y pesados se me hicieron esos últimos mil metros de ascenso, parecía que no llegábamos nunca al coche. Y el sol seguía en sus trece, acechándonos sin piedad. Pocas veces recuerdo haber acabado una ruta con aquella sensación de agotamiento; y las he hecho bastante más largas y complicadas. Por cierto, espero no haberme confundido con el nombre de algún pico o de algún lago. Pido disculpas si he metido la pata en alguno. Hice tantas fotos que me pierdo
Como resumen, esta ruta nos deparó paisajes realmente espectaculares, imposible captarlo con la cámara de fotos; pero me resultó un poco dura, sobre todo por el sol.
Panorámica del Lago del Valle cerca de la cima del Pico Albo Occidental
Después, volvimos directamente a Pola de Somiedo. Esa noche no salimos. Tomamos las sobras de la comida en un merendero y acto seguido a descansar.