RUTA DE LOS PANTANEROS, O DE LOS CALDERONES, O DE LOS PUENTES COLGANTES. Tiene las tres denominaciones.
Para realizar esta fantástica ruta hay que dirigirse a Chulilla, una localidad que se encuentra solo a 62 kilómetros de Valencia capital, menos de una hora de viaje en coche.
Situación de la ruta en el mapa peninsular según Google Maps.
Itinerario desde Valencia capital.
Nada más llegar a Chulilla, fuimos a la Oficina de Turismo se encuentra en la Plaza de la Baronía, que debe su nombre a la antigua Baronía de Chulilla, instituida en 1274.
Allí, una empleada nos entregó muy amablemente todo tipo de folletos y un plano muy útil para visitar esta preciosa localidad, lo que hicimos después de terminar nuestras rutas de la jornada.
RUTA DE SEDERISMO DE LOS CALDERONES, DE LOS PUENTES COLGANTES O DE LOS PANTANEROS.
Hay varios aparcamientos en las inmediaciones de Chulilla, dependiendo de la ruta o rutas que se desee llevar a cabo y también de la afluencia de vehículos de cada jornada. Era el sábado del puente de Reyes, pero por fortuna en modo alguno enero puede compararse a julio y agosto, meses en los cuales este lugar llega a masificarse. Así que pudimos aparcar junto a otros coches en un claro, justamente enfrente del inicio del sendero, con lo cual nos evitamos caminar un kilómetro por la carretera en caso de haber utilizado el aparcamiento anterior, llamado "de los puentes colgantes". Enseguida encontramos el estupendo mirador de la Carrucha. Si alguien no desea hacer la ruta a pie, es muy recomendable aparcar el coche y asomarse, simplemente. Desde la carretera, apenas son dos minutos andando.
La historia de esta ruta, que transcurre por la Reserva Natural de los Calderones, llamada de los “pantaneros” o ·los puentes colgantes", se remonta al camino que recorrían desde su alojamiento en Chulilla los obreros que trabajaron en la construcción del Embalse de Loriguilla, a principios de los años 50 del pasado siglo, lo que les obligó a instalar varios puentes para cruzar el río y llegar hasta la obra de la presa, distante unos 5 kilómetros. En 1957 una riada se llevó estos puentes y la ruta en sí misma desapareció, aunque el lugar siguió siendo muy frecuentado por los escaladores. En 2013, se decidió su recuperación y se volvieron a construir dos de los puentes, aunque colgantes en esta ocasión para evitar que se los volvieran a llevar las aguas enfurecidas de las lluvias torrenciales de las "gotas frías" levantinas. Así fue como la ruta se reabrió con el atractivo turístico añadido que ofrecía a los senderistas la nueva pareja de puentes colgantes.
La caminata es lineal, si bien existe la posibilidad de realizar una variante circular, pero con algunos tramos de menor interés, incluyendo carretera. La ruta oficial parte de la Plaza de la Baronía (la Plaza Mayor) y cuenta con 5 kilómetros de ida y otros 5 de vuelta por el mismo camino, lo que supone un total de 10 kilómetros y dos horas y mediacaminando, paradas aparte, hasta llegar al Embalse de Loriguilla. Claro que cada uno puede volverse cuando quiera componiendo un trayecto a medida pues se juega con la ventaja de que los puentes están en los dos primeros kilómetros de la ruta. Su grado de dificultad depende de la fuente a la que se consulte, ya que he leído considerarla desde fácil hasta media-alta.
Una vez realizada, con tiempo seco no me pareció que tuviera especial complicación, aunque hay una zona (la inicial) que va sobre precipicios y puede producir vértigo a algunas personas pues no existen protecciones. Por supuesto, es preciso tener cuidado si se va con niños pequeños y con mascotas, pero el sendero (artificial al principio) es ancho (más de un metro) y no me pareció peligroso guardando las precauciones lógicas (nada de arriesgar con los selfies, como está últimamente tan de moda

). Con lluvia o niebla sería otra cuestión, aunque como lo más atractivo de la ruta reside precisamente en las vistas, si hay poca visibilidad, además de afrontar un riesgo mayor, la caminata perdería bastante interés.
Como ya he mencionado, lo primero que nos encontramos fue el mirador de la Carrucha que ofrece vistas espectaculares de un cañón con paredes dramáticamente verticales, por el fondo del cual corre el río Turia formando sus hoces.
El sendero va paralelo a la pared del acantilado, mostrando el fondo del barranco de la Falfiguera, que alcanza los 80 metros de altura. Aunque no hay protecciones, el desnivel es suave y el ancho resulta suficiente para no correr peligro y si alguien tiene vértigo puede permanecer pegado a la derecha mientras camina. No le vimos demasiado problema, aunque eso depende de cada cual. Unas decenas de metros después llegamos al segundo de los miradores, el del Charco Azul, que ofrece una buena panorámica de una poza muy frecuentada en verano por los bañistas.
A partir de aquí, la ruta empieza a descender lenta pero progresivamente hasta llegar a un cambio de dirección que nos llevó a cruzar saltando sobre unas piedras un afluente del Turia. En este lugar hay colocado un aviso sobre el peligro existente por caídas en altura a lo largo del sendero.
Un nuevo cambio de dirección nos llevó a encaminarnos río arriba, si bien por la altura y la vegetación no siempre se atisbaba el agua. Un rato después llegamos a uno de los puntos fuertes de la caminata: el espectacular puente colgante sobre el río, de 15 metros de altura y 21 metros de longitud que une los dos lados del barranco y al que se accede bajando unas empinadas escaleras que cuentan con protecciones laterales. Este lugar sí que es posible que pueda producir vértigo a algunas personas sensibles, pero no me atrevo valorarlo.
Como curiosidad, mencionar que a principios de septiembre de 2019 unos desconocidos quisieron sabotear este puente y cortaron con una sierra alguno de los tirantes que lo sustentan. Por motivos de seguridad, el paso por el puente quedó cerrado y la ruta interrumpida. Sin embargo, buena parte de la economía de Chulilla se basa en el turismo y, en concreto, en esta zona tan especial; así que el ayuntamiento decidió correr con los gastos de reparación (varios miles de euros) para lograr que la ruta estuviese de nuevo operativa para el puente de diciembre. Y ése fue una cuestión que me preocupé de averiguar a la hora de preparar el viaje a Chulilla, ya que los puentes suponen uno de sus principales atractivos. Por fortuna, nos los encontramos en perfecto estado.
Aunque muy seguro, el puente se mueve al caminar sobre él, ofreciendo ese puntito picante y aventurero del que tanto solemos disfrutar. Por lo demás, las vistas a ambos lados eran estupendas. Ya en el lado opuesto del río, bajamos por unas escaleras hasta alcanzar el nivel del agua y unos centenares de metros después el sendero nos llevó hasta el segundo puente, de 28 metros de longitud, más largo por tanto aunque quizás no tan espectacular porque se eleva solo a unos cinco metros y medio sobre el río. Sin embargo, el lugar en que se encuentra es muy pintoresco, en el fondo del barranco, y desde aquí se distingue el otro puente, colgado entre los cortados.
Cruzamos de nuevo el río y nos encontramos con numerosos escaladores, algunos preparando sus cuerdas y ganchos y otros ya colgados de las imponentes paredes marrones, como motas diminutas trepando sobre nuestras cabezas. Impresionaba verlos, la verdad.
En esta parte, caminamos paralelos al río, inmersos en el típico bosque de ribera, alternando las ramas desnudas de los ejemplares de hoja caduca con las verdes y frondosas de las perennes, formando un entorno muy atractivo aunque diferente del que nos hubiésemos encontrado en otras estaciones, sobre todo en primavera. Lo que no varía, imagino, es la belleza de las paredes del cañón.
Seguimos avanzando hasta una pasarela de madera, sobre la que nos detuvimos para hacer unas fotos. Aquí el panorama era de lo más bucólico con el agua sirviendo de espejo.
En este punto no hay que cruzar al otro lado del río, ya que solo conduce a rutas de escalada. A lo largo de este tramo y del siguiente pudimos contemplar el fantástico panorama que ofrecen las alargadas y tortuosas paredes del cañón, que se prolongan hasta las inmediaciones del embalse, en cuyas proximidades nos detuvimos para tomar nuestro bocadillo. En adelante, la ruta se abre y el paisaje parecía hacerme menos agreste.
Allí dimos la vuelta y recorrimos el mismo camino a la inversa, ya que queríamos hacer otras cosas antes de que nos quedásemos sin luz, ya que en enero en la zona levantina anochece en torno a las seis. Naturalmente, volvimos a disfrutar del paso por los puentes. Antes de acabar, añadir sólo que la ruta está bien señalizada y tampoco tiene mucha posibilidad de pérdida. Si es posible, mejor evitar los días de mucho calor y sobre todo los fines de semana del verano por la afluencia de gente.
RUTA DEL CHARCO AZUL.
Habíamos visto el Charco Azul desde arriba, pero queríamos verlo in situ, recorriendo una pequeña ruta senderista circular, que parte del centro de Chulilla y que no llega a cuatro kilómetros en total de recorrido muy fácil. Desde la Plaza de la Baronía, nos dirigimos ala Calle de San Juan y seguimos las indicaciones, que nos llevaron primero hasta el Mirador del antiguo matadero, con el cañón del Turia, las paredes de la Peña Mosen y el río.
Después, continuamos hasta el Mirador de las Cuevas, con la Cueva del Gollisno y la Cueva del Tesoro. Aunque estaba oscureciendo, las panorámicas merecían la pena, si bien las fotos acusaban demasiado la falta de luz.
A continuación, retrocedimos unos metros y bajamos al fondo del barranco, desde donde pudimos contemplar desde abajo lo que antes habíamos visto desde arriba: incluso observamos a un equilibrista cruzando el cortado de lado a lado caminando sobre un cable. ¡Glup!
Llegamos al Charco Azul, lugar muy renombrado para el baño en verano. Aunque bonito, el lugar nos pareció un tanto descuidado, no sé si será porque estamos en invierno y en esta época no se mantiene. Incluso unas pasarelas de madera, pegadas a las rocas, estaban en muy mal estado y cerradas por seguridad, mejor dicho, por inseguridad.
Completamos la ruta siguiendo la hoz del río, entre antiguos huertos, vislumbrando sobre nuestras cabezas, en lo alto del cerro, el castillo que resguarda Chulilla desde el siglo XIII.
Naturalmente, como primero habíamos tenido que bajar, para volver nos tocaba subir, y tras las caminatas de la jornada, las cuestas del pueblo se hicieron de notar en nuestras piernas, pese a lo cual nos acercamos al mirador por el que habíamos pasado por la mañana y donde no paramos por las prisas, que ofrece unas vistas magníficas del pueblo. Ya no gozábamos del sol que lo iluminaba a medio día, pero aun así la panorámica estaba muy bien.