En el Sistema Central, en torno al macizo de Ayllón, donde se funden los límites de las provincias de Madrid, Guadalajara y Segovia, se encuentran tres de los hayedos más meridionales de Europa (aunque no los más merindionales): el de Montejo de la Sierra (Madrid), Pedrosa (Segovia) y Tejera Negra (Guadalajara), siendo éste último el de mayor extensión con 1.641 hectáreas. Lo excepcional de estos bosques es la adaptación de las hayas a un clima poco propicio para sus gustos, que requieren un clima húmedo y umbrío, no tan extremo en frío y calor, propio de zonas más septentrionales, como la zona norte de España. No en vano, la premisa ideal para la salud de la hayas dicen que es “cabeza húmeda y pies secos”
Hacía tiempo que queríamos visitar uno de estos hayedos y aunque cualquier momento resulta ideal para hacerlo (salvo en pleno invierno a causa de la nieve y el hielo), el otoño es sin duda su momento culminante de belleza por el frenesí de colores que ofrece el languidecer de sus hojas. Como visitar el Hayedo de Montejo es casi una tarea imposible (las visitas son con guía y están limitadas a 30 personas al día), decidimos probar suerte con el de Tejera Negra. Y fue un acierto total. Desde 2011, este hayedo forma parte del Parque Natural de la Zona Norte de Guadalajara y goza de una especial protección.
Situación del Hayedo de la Tejera Negra en el mapa peninsular según Google Maps.
El punto de partida es el pueblo de Cantalojas, que se encuentra a poco más de 150 Km, de Madrid, unas dos horas y diez minutos de viaje, pudiéndose tomar tanto la A-1 como la A-2, siguiendo luego por carreteras comarcales que, generalmente, están en buen estado, aunque pueden complicarse bastante en invierno. Nosotros fuimos desde el pueblo de Madeurelo (Segovia), donde habíamos pasado un par de días y llegamos a Cantalojas ya entrada la noche. Nos alojamos en el Hostal El Hayedo, que se encuentra a la salida del pueblo, en la misma carretera que parte hacia el hayedo. Nos pareció un establecimiento correcto, sin lujos, pero limpio; además, el agua caliente y la calefacción funcionaron bien en una noche bastante fría. El precio fue de 45 euros la habitación doble con desayuno incluido (simplemente, café y tostada).
Itinerario desde Madrid según Google Maps.
No parecía que fuese a bajar tanto la temperatura, pero a la mañana siguiente, cuando nos levantamos, nos sorprendió una gruesa capa de escarcha sobre los campos: había caído una helada de cuidado, que también dejó blanco a nuestro pobre coche. Afortunadamente, ya por la mañana, el sol brillaba con fuerza y deshizo el hielo en unos minutos. Se quedó un día espléndido.
Desde Cantalojas sale una pista asfaltada que en 2,5 Km. lleva hasta el Centro de Interpretación del Parque, donde además de facilitar información sobre las rutas disponibles, se encuentra el punto de control de vehículos. Para llegar al aparcamiento (está 8 Km. más adelante), en los días de mayor afluencia como Semana Santa y los fines de semana de octubre y noviembre, hay que contar con una autorización previa que puede obtenerse por internet. No es necesario contar con reserva si se quiere entrar en el parque sin vehículo. Haciendo la reserva a finales de septiembre, entre los días que nos venían bien, sólo encontré plazas libres para el 10 de noviembre, que era lunes pero fiesta en Madrid capital, con lo cual se consideraba de gran afluencia. Al llegar nos pidieron la matrícula del vehículo, comprobaron la reserva y nos cobraron 4 euros. Desde este punto hay una pista que lleva al interior del parque, desde donde sale una de las dos rutas circulares a pie señalizadas para recorrerlo.
Rutas señalizadas:
Senda de las Carretas. Recorrido circular. Baliza blanca. Parte del aparcamiento del interior del parque (el que necesita reserva). Tiene 6 Km., una duración de unas 3 horas y el desnivel es de 250 m. Se puede ampliar lo que se quiera uniendo parte de las otras rutas. Añadiendo una parte de la Senda del Robleda; nosotros subimos al alto del Hornillo y llegamos cerca de la zona de la Torrecilla, desde donde hay buenas vistas sobre el hayedo; luego dimos la vuelta para retomar la Senda de las Carretas y tomar el sendero que lleva al aparcamiento. El folleto del parque lo califica como de dificultad media, pero a nosotros nos pareció fácil para quien esté acostumbrado a caminar por el campo. Eso sí, en invierno, cuidado con el hielo. Aunque hacía un día estupendo, con mucho sol, en los lugares umbríos apenas si llegó a desaparecer la escarcha.
Senda del Robledal. Circular. Baliza verde. Parte del Centro de Interpretación del Parque. Para hacer esta ruta no hace falta reserva previa. Tiene 17 Km., una duración de unas 7 horas y un desnivel de 300 metros. Supone una aproximación al pie del hayedo, y se puede ampliar añadiendo la Senda de las Carretas.
También hay una ruta para bicicletas.
Resumen del recorrido a pie.
Dejamos el coche en el aparcamiento y empezamos a caminar remontando el río Lillas, por la misma orilla. En sus aguas ya se ven las hojas caídas, que dan su toque de color otoñal. A lo largo de recorrido iremos encontrando carteles informativos sobre la fauna, la flora, los oficios y la historia del Hayedo.
Pronto alcanzamos el bosque, con una rica variedad de pinos silvestres, robles, melojos, servales, saúcos, mostajos, tejos… y, naturalmente, hayas, que vestían sus galas de otoño. Es cierto que muchas de las ramas ya estaban desprovistas de buena parte de sus hojas, pero todavía conservaban suficientes para que el contraste de colores deparase un bello paisaje, incrementado por la alfombra marrón brillante que cubría senderos y laderas.
Seguimos monte arriba por el camino que antaño utilizaban los “fabriqueros” con sus carretas. Y es que hasta mil novecientos sesenta y tantos por estas tierras abundaban las carboneras para la obtención de carbón vegetal. Se puede ver la reconstrucción de una de estas carboneras, hechas con una pila de leña cubierta de retama y arena, a modo de horno para obtener carbón mediante una combustión lenta, homogénea e incompleta de la madera.
Pasada la carbonera, seguimos disfrutando del hayedo, con el agradable soniquete de las pequeñas cascaditas que forma el río en su descenso; cruzamos un puentecito y empezamos la zona más empinada de la caminata. El repecho es empinado pero no muy largo y en menos de un cuarto de hora llegamos al Mirador de la Pradera de Mata Redonda, con unas vistas estupendas, que abarcan la cuerda de las Berceras, la peña Buitrera (2.046 metros), el Collado de las Cabras (que cierra el valle del río Lillas) y el Alto de la Escaleruela, además de la gran arboleda, moteada por los tonos dorados y rojizos de las hayas.
Después de deleitarnos con el panorama, regresamos al sendero principal, que en poco más de media hora nos llevó hasta un cruce. Allí, en vez de ir a la izquierda por la Senda de las Carretas, para alargar un poco la ruta, fuimos hacia la derecha, por la Senda del Robledal, alcanzando el Alto del Hornillo y, más adelante, la zona de la Torrecilla. Aquí la ruta se une también con la de bicicleta de montaña, por lo que se convierte en una pista bastante cómoda y con buenas vistas. Llegamos hasta unas formaciones rocosas bastante peculiares, desde donde se contemplan unas bonitas panorámicas de todo el entorno, más allá del propio parque. Aquí dimos la vuelta hasta el cruce con la Senda de las Carretas, retomando el recorrido primitivo, que en fuerte descenso conduce hasta el aparcamiento.
En total fueron poco más de cuatro horas de caminata, de trazado fácil y cómodo, salvo algún repecho de subida y la bajada final que se hizo bastante larga.
Recorrido muy bonito. Lo recomiendo a todo el mundo, especialmente en otoño.