Esta es una las excursiones más fáciles y bonitas en la Sierra de Guadarrama, sobre todo porque supone más un agradable paseo que una marcha de senderismo en toda regla, lo que no desmerece su valor en absoluto, pues la caminata va por una zona con tanta belleza como encanto: la cabecera de las aguas de la cuenca del río Lozoya, donde todavía se denomina Angostura.
En el Puerto de Cotos se recogen las aguas de los arroyos de Guarramillas y Cerramillas, a los que se unirán las que provienen de la Laguna de Peñalara, constituyendo el río Angostura, que tras recibir los aportes del Aguilón y la Umbría pasará a llamarse Lozoya. El agua de la Sierra de Guadarrama abastece a la ciudad de Madrid y a gran parte de la comunidad, siendo su calidad extraordinaria: ese agua blanda, con muy poca cal, a la que se refieren los paquetes de legumbres en cuanto al tiempo necesario de remojo de alubias y garbanzos, por ejemplo . El Lozoya acaba su curso en el Jarama y éste, a su vez, en el Tajo. Pero ésas son otras historias.
Esta excursión a pie parte del Área Recreativa de La Isla, una zona realmente bonita, donde hay merenderos, restaurantes y un aparcamiento grande, aunque con un cupo limitado de vehículos. Así que en verano y durante los fines de semana y festivos se necesita madrugar para pillar un hueco en el aparcamiento: qué raro en la sierra madrileña, ¿no?
SITUACIÓN EN EL MAPA PENINSULAR Y EN EL DE LA COMUNIDAD DE MADRID.
Desde Madrid capital, la distancia hasta Rascafría es de unos 85 kilómetros, que se hacen en una hora y cuarto, aproximadamente, si se va por Tres Cantos, Colmenar Viejo y Miraflores de la Sierra. De todas formas, hay varias opciones, dependiendo del lugar del que parta de cada uno, ya que no es lo mismo hacerlo desde el centro que desde las afueras o de alguna localidad del área metropolitana. Esta es la ruta que indica Google Maps desde el centro y que pongo como simple referencia.
El lugar de inicio, el área recreativa de La Isla, se encuentra a 6,5 kilómetros de la localidad de Rascafría, por la M-604, pasado el Monasterio del Paular a la izquierda, según se va hacia Cotos, siguiendo la ruta anterior. Así es como figura en Google Maps.
NUESTRA RUTA.
Aunque es un sendero que realiza mucha gente por su belleza, la única ruta oficial que existe más o menos es la que aparece en un panel informativo que nos encontramos en el área recreativa y que va desde Rascafría hasta el Puerto de Cotos, con un total de 17 kilómetros (solamente ida) y un desnivel de más de 600 metros. Para llevar a cabo todo este recorrido en una jornada se necesitaría un coche de apoyo y, en cualquier caso, normalmente se hace un tramo de ida por una orilla del río y de vuelta por la otra, con una longitud que depende de las ganas de cada cual.
Por nuestra parte, nos limitamos al tramo clásico y quizás también el más bonito, el que va desde el área recreativa de la Isla hasta el Puente de la Angostura, cuyos datos fueron los siguientes en mi copia de wikiloc, en cuyo esquema figura como punto de partida (punto verde) el área de La Isla y como llegada (punto rojo), por error, el Mirador de los Robledos, al que luego me referiré. :
Longitud: 8 kilómetros
Duración: 3 horas, incluyendo tiempo para fotos y bocadillo
Sentido: circular, pues se va por una orilla del río y se vuelve por la otra.
Grado de dificultad: Fácil
Desnivel: altitud mínima, 1.241 metros; altitud máxima, 1.379 metros. La pendiente es paulatina y no muy acusada. El camino es cómodo y sin complicaciones.
Fuimos a hacer esta caminata en una mañana laborable de febrero. Hacía fresquito, pero con sol y buen tiempo, mucho mejor de lo que cabía esperar en pleno invierno a más de mil metros de altitud, si bien había calima y, con el sol sin su brillo habitual, el cielo no aparecía del todo azul. Dejamos el coche frente al restaurante Pinosaguas y nada más empezar a andar nos dimos cuenta del magnífico aspecto que presentaba el río, que bajaba muy bravo desde el Puerto de Cotos.
Junto al restaurante La Isla hay un puente desde el que se contempla una vista fantástica del río, que forma en ese lugar una preciosa cascada. Con el debido cuidado, merece la pena subirse a alguna de las piedras para captar en una foto la furiosa acometida de las aguas.
Desde aquí, se puede seguir la ruta cruzando el puente o no, dependiendo de la orilla por la que se desee ir primero. Nosotros preferimos no cruzar el puente (para hacer las fotos y ver la cascada sí, pero luego volvimos a la orilla de nuestra derecha) y subir aguas arriba dejando el río a nuestra izquierda. Una vez hecha la excursión, la repetiría así. Sin embargo, tampoco estaría mal hacerlo al contrario. En fin, que decida cada cual.
Decir también que hay una pista más a la derecha, unos metros por encima. Si alguien prefiere esa comodidad, puede tomarla. No obstante, interesa ir por el sendero la mayor parte del recorrido que se pueda (en un punto hay que tomar la pista) para así tener el agua lo más cerca posible. Además, está muy marcado y no presenta ninguna complicación.
Apenas tardamos cinco minutos en divisar la fantástica estampa que presenta el pequeño embalse del Pradillo en la distancia, con el agua cayendo en un prolongado chorro, a modo de sedosa cortina, por encima de la presa. Para apreciar la mejor perspectiva hay que acercarse por el sendero más próximo al río. Merece la pena, sobre todo cuando abunda el agua, como era el caso.
Nos fuimos aproximando por el lateral con el ruido ensordecedor del agua, que apenas nos dejaba escucharnos. Yo, que no soy muy aficionada, hasta grabé un vídeo.
Subimos por un senderito que va paralelo a la caída del agua y pudimos verla desde arriba en otro punto de esos que se reservan para las fotos que luego se revisan. Es un punto muy bonito, uno de los que se llamarían “estrellas” de la excursión. De hecho, hay mucha gente que viene hasta aquí y se vuelve. Supongo que en días de mucha afluencia turística debe estar a tope.
Después de ver el embalse desde arriba, tomamos un sendero amplio que remontaba el río, contemplando a cada paso la belleza del agua y del bosque, que presenta una riqueza ecológica extraordinaria, en la que, además de densos pinares, abunda la vegetación de ribera, así como los sauces, rebollos y los álamos temblones; también aparecen otras especies arbóreas menos propias del centro peninsular, como tejos, algunos centenarios, y abedules.
Lo cierto es que daba gusto mirar a través de la luz del sol opaco de ese día, dejando que la imaginación volase para invocar la presencia de duendes y otros personajes de cuento entre la densa masa vegetal, muchas de sus ramas transparentes por la falta de hojas en invierno.
El recorrido realmente no necesita adornarse con mucha literatura, ya que habla por si misma la belleza del lugar, que intenté plasmar en las fotos, las cuales, por supuesto, no le hacen justicia, aunque no quedaron mal, la verdad.
Durante la caminata pudimos contemplar varios saltos de agua, pequeños pero muy bonitos. Y frente a uno de ellos, en una gran piedra, nos detuvimos un rato para tomar nuestro bocadillo. Con tanta tensión que tenemos últimamente en nuestras vidas, resultaba reconfortante estar allí, sin pensar en nada, escuchando solamente el rugido del agua, puesto que apenas vimos a nadie ya a esa altura del río. Y es que la mayor parte de la gente que viene por aquí se queda cerca de los aparcamientos, en torno a los merenderos y los restaurantes.
Continuamos río arriba y pudimos ver cómo un par de crecidos arroyos se unían al río, incrementando su caudal. Entonces ya habíamos tomado la pista, que quedaba unos metros sobre el nivel del agua, lo que no nos impedía divisarlo.
Por fin, alcanzamos el Puente de la Angostura y lo cruzamos. Desde la orilla opuesta pudimos ver un bonito panorama y hacer algunas fotos, aunque cuesta un poco de trabajo porque se encuentra en un encajonado granítico un tanto peculiar que, junto a su aspecto de dejadez, le confiere un extraño atractivo. Consta de un arco en mampostería y lo mandó construir Felipe V para ir desde La Granja a El Paular.
Como en invierno los días son cortos, decidimos dar la vuelta aquí y continuamos por la otra orilla del río, que volvía a quedar a nuestra izquierda. Tomamos primero una pista (hay que seguirla solo unos metros) y luego un sendero que salía a la izquierda paralelo al agua, aunque más apartado del río que el del otro lado y varios metros por encima, de modo que dejamos de divisarlo, escondido a lo lejos, entre la vegetación.
Así, empezamos a surcar el interior del bosque y con una frecuencia que nos sorprendió nos fuimos encontrando con varios arroyos que debíamos cruzar, bien por pequeños puentes, piedras, troncos o alguna pasarela. No sé si todos estarán todo el año o se secarán en verano, pero las estampan que formaban eran realmente preciosas y al ver el agua que llevaban no nos extrañó el caudal que llevaba el río al recoger tantos aportes.
Merece la pena convertir la ruta en circular viniendo por este margen del río porque se contempla una perspectiva diferente, en la que se aprecia no tanto el río de la Angostura (Lozoya) sino los riachuelos que lo nutren. Quizás no tan bonito como el otro lado, pero no deja de tener su encanto.
La pista era cómoda y poco a poco nos fuimos aproximando al agua del río, hasta llegar a las inmediaciones del embalse de Pradillo, donde la vegetación se abrió y nos permitió ver un estupendo panorama en torno a Cotos. Lástima que la calima no nos permitiese distinguir plenamente el fondo de los picos nevados.
Volvimos a pasar por la presa, pero por la orilla contraria, desde donde no resulta tan espectacular. Si se va por este lado, hay una alambrada que se debe superar por una abertura fácilmente localizable.
Ya solamente nos faltaba llegar al coche, para lo cual tuvimos que cruzar una cancela, lo cual nos llevó frente al puente que está junto al restaurante La Isla. Sin embargo, no hay ninguna señalización ni paso hacia el puente, con lo cual tuvimos que meternos casi campo a través para alcanzar las piedras en torno a la cascada y llegar la pasarela de madera que nos permitió cruzar el río. Un poco extraño, por lo lioso, este último tramo, aunque casi no nos dimos cuenta porque no dejábamos de comentar lo mucho que nos había gustado la caminata.
En resumen, preciosa excursión que cada uno puede alargar lo que considere, si bien es muy recomendable llegar al Puente de la Angostura. En fin, que quien quiera encontrar un bosque de cuento en Madrid, lo tiene aquí.
EL MIRADOR DE LOS ROBLEDOS.
Como aún quedaba un poquito de luz, nos acercamos hasta uno de los mejores miradores de esta parte de la sierra madrileña.Saliendo del Área Recreativa de La Isla hacia Rascafría, enseguida nos encontramos a la izquierda con el cartel indicador del desvío hacia el mirador. Si se dispone de tiempo, no está mal subir a pie, pues son unos 800 metros en medio de un bonito paisaje. En nuestro caso, estaba cayendo la tarde y había calima, con lo cual preferimos subir en el coche, lo que resulta posible hasta un aparcamiento que deja a unos doscientos metros del propio mirador, para llegar al cual hay que caminar, traspasando una barrera que impide el paso a vehículos no autorizados. El mirador consta de una amplia explanada donde se instaló en 1977 un monolito en homenaje a los guardas forestales.
El panorama que proporciona es espléndido, si bien no era el mejor momento para contemplarlo. Situado bajo el Macizo de Peñalara, tiene todo el Valle del Lozoya a sus pies. También hay mesa de orientación para distinguir los picos y las localidades que se divisan. Tendremos que volver con mejor visibilidad.
OTRAS EXCURSIONES Y RUTAS EN RASCAFRÍA:
CASCADAS DEL PURGATORIO. RASCAFRÍA. SIERRA DE GUADARRAMA. MADRID.