Después de muchos años de tenerlo en mente y de haberlo cancelado en varias ocasiones por diversos motivos, al fin nos disponíamos a afrontar una de las rutas que más tiempo llevábamos deseando hacer: la subida a la cumbre del Moncayo, que en realidad se llama Pico de San Miguel y que con sus 2.316 metros constituye el techo del Sistema Ibérico, entre Soria y Zaragoza, marcando la frontera castellano-aragonesa.
Esta cima presenta algunas características que la hacen diferente a otras y la han convertido en emblemática; por ejemplo, el hecho de que, aunque su altitud no destaca en comparación con otras cumbres de la península, al estar casi aislada su estampa emerge como una enorme mole en medio de la campiña sobre la que reina. Así, todo el que haya pasado por sus inmediaciones (varios kilómetros a la redonda) habrá podido fijarse en su silueta inmensa, que se levanta más de 800 metros sobre Tarazona (487 metros sobre el nivel del mar), la capital de la comarca, de la que dista apenas 30 kilómetros en línea recta.
El Moncayo desde la Catedral de Tarazona.
SITUACIÓN EN EL MAPA PENINSULAR.
Entre su altitud y el clima riguroso del entorno, durante varios meses al año sus laderas y su cumbre se encuentran cubiertas de nieve, razón por la cual los romanos lo llamaron Mons Caunus (El Monte Cano o Monte Blanco). Realmente es impresionante contemplarlo así, nevado. Alguna vez lo hemos visto desde la carretera, pero como no conservo fotos en esta etapa me serviré únicamente de su no menos imponente faz veraniega.
En realidad, el Moncayo más que un pico al uso es un macizo compuesto por tres cumbres principales: Peña Negrilla (2.118), San Miguel o Moncayo (2.316) y Lobera (2.226). Todo este espacio de alta montaña está precedido por bosques que forman el actual Parque Natural de la Dehesa del Moncayo, donde se pueden realizar actividades deportivas relacionadas con la naturaleza y, por supuesto, numerosas rutas de senderismo para cualquier gusto y nivel. Entre todas, destaca la subida a la propia cumbre del Moncayo.
Sin embargo, pese a no ser una ruta difícil técnicamente, a la hora de plantearse hacerla hay que conocer algunos detalles previos, ya que dependiendo de la climatología su dificultad puede variar tremendamente. Por lo tanto, lo primero habrá que seleccionar bien el momento, pues en invierno y con nieve o hielo la ruta puede convertirse en muy peligrosa al borrarse los empinados senderos. En este caso, está reservada a senderistas muy expertos que vayan equipados con material adecuado, incluyendo crampones. Y aunque no haya nieve es preciso consultar las previsiones meteorológicas para no encontrarse con otros elementos que pueden complicar el recorrido, como la niebla (muy habitual en la zona) o las temperaturas, que pueden ser muy bajas hasta en verano o muy altas, con un sol de justicia acechando durante buena parte del recorrido, sin olvidar, el viento, un cierzo que puede soplar fuerte e inclemente, haciendo el itinerario bastante incómodo o incluso imposible. He oído varios casos de personas que tuvieron que desistir antes de alcanzar la cumbre por esa causa. Por supuesto, si el cielo está despejado, las vistas se presuponen espléndidas.
Para situar la ruta, la población de referencia es Tarazona, que dista 87 kilómetros de Zaragoza, 74 de Soria, 297 de Madrid y 392 de Barcelona. Desde Tarazona hasta el inicio de la caminata hay 26 kilómetros, que requieren unos 40 minutos en coche, puesto que ya dentro del Parque Natural del Moncayo, en la parte final, hay que tomar una pista de tierra de unos seis kilómetros.
Después de meses de cierres perimetrales, ya en julio, decidimos hacer realidad aquel viejo reto nunca olvidado. Descartados los fines de semanas, ya en busca del día ideal, tuvimos que cambiar un par de veces las fechas, pues tras unos días de intenso calor, se produjo una brusca bajada en las temperatura nos hubiera dejado con 2 grados en la cumbre. Increíble: veinte grados menos de un día para otro en pleno verano, si bien no resulta nada extraño en esa zona. Por fin, vi en los pronósticos del tiempo una mañana que parecía muy adecuada, con poco viento, temperaturas en torno a los 20 grados y nubosidad de evolución previa a una tormenta no muy aparatosa prevista a partir de las seis de la tarde. Evidentemente, para evitar cualquier contratiempo tendríamos que estar abajo, de vuelta, mucho antes. En principio parecía una tarea fácil, que solo implicaba madrugar.
Buscando perder el menor tiempo posible, nos alojamos la noche anterior en San Martín de la Virgen del Moncayo, un pueblecito muy agradable, con unas vistas fantásticas al macizo y que se encuentra frente a la cima, a unos 15 kilómetros del inicio de la ruta. No es que haya mucha diferencia entre alojarse aquí o en Tarazona en cuanto a tiempo y distancia, pero un simple ahorro de veinte minutos nos vendría estupendamente. Estuvimos en el Hotel Gomar, donde paran muchos senderistas y autobuses de excursionistas para hacer esta ruta u otras por la zona, aunque el día en que estuvimos nosotros estaba prácticamente vacío. Entre que era laborable y los estragos de la pandemia nos pareció que el asunto turístico estaba bastante parado. La habitación con un baño amplio, limpia y adecuada para lo que queríamos, nos costó 50 euros. Además, cenamos bien en su restaurante. Sin embargo, el desayuno nos pareció algo caro (dos cafés con leche y dos trozos de pan tostado con mantequilla y mermelada, 9 euros). Eso sí, nos abrieron la cafetería y pudimos desayunar a las 8 de la mañana.
A continuación, salimos hacia el Parque Natural del Moncayo, de acuerdo con las instrucciones del navegador del coche, que nos llevó unos diez kilómetros por una estrecha carretera que pronto se internó en un espeso bosque, entre pinos de repoblación , robles, encinas y hayas. En el Parque Natural solo está permitido estacionar en los lugares señalados, de los que vimos varios a lo largo del recorrido, con indicación del número de plazas disponibles en cada uno de ellos. Cerca del Aparcamiento del Hayedo, el asfalto se convirtió en pista de tierra, que seguimos durante cinco kilómetros, hasta el último aparcamiento para visitantes, el de Haya Seca, que cuenta, creo recordar, con 91 plazas disponibles. Si se desea caminar más, se puede empezar la ruta desde cualquiera de los aparcamientos anteriores, añadiendo, claro está, distancia y desnivel a la ruta. Sinceramente, con todo lo que hay que subir, no me parece ni interesante ni recomendable, si bien cada cual es cada cual.
A las nueve y pico de la mañana no había mucha afluencia de gente, unos diez o doce coches a lo sumo; y tampoco nos cruzamos con demasiadas personas a lo largo de la jornada. Siempre que sea posible, los días laborables son evidentemente la mejor elección para encontrar el camino despejado.
Pese a lo que he escrito antes, existe otro aparcamiento unos ochocientos metros más adelante, el del Santuario de la Virgen del Moncayo, donde se ubican un restaurante y un albergue (éste creo que no funciona en la actualidad). Los clientes del restaurante pueden estacionar allí, ahorrándose ese tramo a pie. Nosotros teníamos previsto comer allí, pero el restaurante y su parking no abrían hasta las 10:30, lo cual, sumado a que el estado de la pista empeoraba más allá, nos hizo decantarnos por librar al “pobre” coche del mal trago, después de toda la polvareda que ya llevaba encima.
LA RUTA
Hay varias rutas para subir al Moncayo. La clásica y más sencilla es la que parte desde el Santuario de la Virgen y remonta la loma por el lado izquierdo, evitando la vía directa hacia la cima a través del circo glaciar del Cucharón, nombre que recibe la base de la Hoya de San Miguel; una opción bastante más arriesgada, sobre todo en invierno o con mal tiempo. Así que escogimos la tradicional.
Luego, ya en el aparcamiento, nos enteramos de la existencia de una ruta circular, que no llega a los diez kilómetros de longitud, y que en apariencia no resulta mucho más complicada que la lineal. Por si a alguien le interesa, a continuación pongo una fotografía del panel informativo. La parte de la izquierda es la de la ruta clásica, de ida y vuelta.
Sin embargo, como los recorridos que yo había encontrado en internet se basaban casi todos en la vía clásica, preferimos no arriesgar con aquel itinerario circular sobre el que no contábamos con referencias. Tal vez habría sido una opción interesante. No lo sé.
Datos de la ruta clásica.
- Longitud: 9,5 kilómetros en total (desde el Santuario). Hay que añadir 600 metros más de ida y vuelta si se deja el coche en el aparcamiento de Haya Seca.
- Duración: 4 horas y media (media hora más si se empieza en Haya Seca).
- Desnivel: 800 metros.
- Tipo de ruta: lineal, ida y vuelta por el mismo camino.
- Grado de dificultad: media en verano; alta en invierno, con nieve, niebla o mal tiempo.
NUESTRA RUTA.
Nuestro recorrido quedó del siguiente modo, de acuerdo con los datos y el perfil de mi copia local de wikiloc. Es la ruta clásica añadiendo los 600 metros de ida y vuelta desde el aparcamiento de Haya Seca al Santuario.
- Longitud: 10,59 kilómetros en total, ida y vuelta.
- Duración: 5 horas y 15 minutos con paradas para descansar y hacer fotos, y unos 20 minutos de relax en la cima.
- Desnivel: Cota mínima; 1.569 metros; Cota máxima, 2.310 metros.
- Grado de dificultad: Media. No presenta dificultades técnicas especiales (en verano y con buen tiempo, tal como lo hicimos, en invierno es otro cantar), pero resulta duro por el constante desnivel y la gran cantidad de piedras. Ya lo iré contando.
CAMINO A LA CUMBRE.
Lo primero, caminamos los seiscientos metros de rigor desde el aparcamiento hasta el Santuario, donde vimos cerrado el restaurante y el parking bloqueado con una barrera. El horario de apertura en verano es de 10:30 a 18:00 de lunes a viernes, y los sábados y domingos, de 9:30 a 20:00. El camino se hace por una pista en no muy buen estado pero accesible para cualquier vehículo. Durante un ascenso suave pero continuado fuimos contemplando ya un paisaje estupendo hacia tierras aragonesas, que abarcaba muchos kilómetros, pese a una ligerísima bruma matutina que velaba un poquito el horizonte. En primer término, los bosques del Parque Natural y los pueblos de San Martín de la Virgen del Moncayo y de Vera del Moncayo.
El edificio del Santuario es un caserón de color blanco, situado bajo una enorme roca. Pasado el aparcamiento, vimos unos paneles informativos y el comienzo del sendero. Un cartel indicaba también los trabajos realizados para mejorar el sendero, que aparece bastante delimitado en los sitios más complicados por barreras de madera o piedra. Aquí llega mucha gente, sobre todos los fines de semana, para comer y ver las vistas. Hay un buen mirador frente al restaurante.
Tras pasar un gran pedregal y una fuente, la senda se internó en el bosque en constante ascenso. Pese al sol que lucía espléndido, a esa hora temprana y con la sombra que nos proporcionaban los árboles la caminata resultaba de lo más llevadera.
En cualquier caso, sabíamos que lo peor llegaría al salir al descubierto, cuando el bosque dejase paso a un terreno descarnado, casi desprovisto de vegetación, excepto algunos matorrales y pastizales de montaña.
Y el lugar donde este cambio se produce es de lo más impactante: en la base de la Hoya de San Miguel, desde donde ya podíamos contemplar la cumbre (aunque más exacto sería decir que la cumbre nos contemplaba a nosotros) y lo que nos esperaba hasta llegar a ella. Un sitio obligado de parada, tanto para reponer fuerzas como para hacer una foto imprescindible.
Y qué bien le sienta ese tronco seco...

¡Por favor, que no lo quiten de ahí!
Hace 12.000 años, los glaciares cubrían el Moncayo y dieron lugar a las formas del paisaje que contemplamos hoy en día. El hielo y el deshielo siguen meteorizando las rocas mayores dando lugar a los canchales, que son depósitos de bloques y rocas acumulados en unas laderas de fuertes pendientes, originando el habitat singular por el que íbamos a transitar. Bajo la cumbre, un grupo de farallones se prestaba muy bien para las fotos, aunque la mejor perspectiva la obtuve desde más arriba.
De frente hacia la cima, se aprecia una posible vía directa, aunque poco recomendable por su inclinación, que la hace especialmente peligrosa en invierno, con nieve. Y no es solo el riesgo que implica, sino también la erosión del terreno lo que ha llevado al Gobierno de Aragón a cerrar (o a intentarlo) los atajos y senderos secundarios.
La vía clásica asciende por la izquierda en zig-zag, ganando altura mediante un buen número de zetas por la loma que separa la Hoya de San Miguel del Circo de San Gaudioso.
Este tramo es sin duda el más duro, pues acumula la mayor parte del desnivel, unos 600 metros. Aunque en esta época no presenta dificultades técnicas mayores, se debe caminar con precaución para evitar tropiezos y resbalones por la gran cantidad de piedras que hay, algunas sueltas, si bien es peor en la bajada que en la subida. Bueno, por algo se llama la Collada de las Piedras.
A nuestra espalda, las panorámicas eran cada vez más amplias y espectaculares, favorecidas por el sol que las iluminaba y un cielo despejado, en el que solamente importunaba una ligera calima al fondo, emborronando el horizonte más remoto. Por lo que he leído no es nada fácil encontrar un día en el que se conjuguen todos los elementos necesarios para que las vistas resulten totalmente nítidas. Por fortuna, casi casi lo habíamos conseguido.
Durante todo aquel tramo, unos dos kilómetros, tuvimos a la vista la cumbre que perseguíamos, lo que nos podía animar o desanimar según nos lo tomásemos, pues la distancia al objetivo no parecía menguar tan rápidamente como nos hubiese gustado. El secreto no era otro que tomarse las cosas con calma y detenernos a tomar aliento siempre que fuese preciso. En una ruta así, corta pero dura, no tiene ningún sentido correr mucho y agotarse pronto.
Un momento muy especial fue cuando empezamos a localizar pequeñísimas figuras humanas a lo lejos, cual procesión de hormigas, deslizándose por la arista horizontal hacia la cima o de regreso de ella. Se apreciaba mucho mejor al natural que en la foto; así que he hecho un zoom en la de abajo y he marcado las siluetas con una marca de agua encima.
Poco después, distinguimos un cartel en lo alto que nos hizo suponer que sería un indicador y que, por tanto, estábamos muy cerca del camino más llano que nos conduciría a la cumbre. ¡Menudo chasco! Se trataba de un viejo letrero de chapa sin utilidad. Y allí mismo comenzó el trecho más duro de todo el recorrido, aunque no creo que superase los cincuenta metros. Sin embargo, al ser recto, empinadísimo y a pleno sol, nos hizo sudar tinta. Menos mal que nos reconfortaba un poco el aire, que corría fresco y ligero; en absoluto era un viento fuerte o desagradable.
Al fin, aparecimos en el Alto del Cerro de San Juan, a 2.283 metros de altitud, donde nos saludó un monolito de piedras, junto al cual la foto resultaba obligada después del esfuerzo. Allí ya pudimos descubrir también las vistas hacia el otro lado, abarcando amplias tierras castellanas, de tonos ocres, rojizos y amarillos, velados por el sol.
En este lugar distinguimos perfectamente lo que nos faltaba: una breve subida, una pequeña bajada y la cuesta final hasta la cumbre del Moncayo. Esta última subida fastidia y cansa un poco, pero todo el tramo, de unos 600 metros, no tenía nada que ver con lo que habíamos pasado, al afrontar un desnivel mucho menor y un sendero ancho y cómodo, casi una pista.
Desde esta especie de pequeño altiplano, asomándose a cada lado, se observan unas panorámicas fantásticas, casi mejores que en la propia cumbre, sobre todo hacia la derecha, desde donde contemplamos el Circo del Moncayo en todo su esplendor, así como las interminables zetas por las que habíamos ascendido unos minutos antes. Por un momento, al mirar al vacío, tuve la impresión de estar contemplando el paisaje desde la ventanilla de una avioneta. Impresionante.
Cumpliendo el horario medio, a las tres horas justas de haber emprendido la marcha, alcanzamos la cima, que no es un pico al uso sino una especie de meseta alargada, en la que vimos un improvisado buzón con múltiples recordatorios, el monumento a la Virgen del Pilar y el hito o puntal geodésico, otro lugar para una foto inexcusable, que nos sirvió también de mesa para tomar un mini bocata. Nos habíamos cruzado con diez o doce personas en el trayecto, pero en ese instante éramos los únicos allí.
Esta cima suele estar barrida por el cierzo, un viento seco y frío, que sopla del noroeste por el Valle del Ebro y que, incluso en pleno verano, acecha inclemente. Afortunadamente, no fue nuestro caso, pues apenas notamos la caricia de una brisa agradable que nos aliviaba del calor. Llevábamos cortavientos en la mochila, pero no nos hicieron falta.
Estando allí, apareció un joven belga, en solitario y casi con la lengua afuera. Nos contó que había subido por el otro lado y que, por tanto, se disponía a hacer la ruta circular, bajando por la vía clásica. Aproveché también que había cobertura de teléfono móvil para llamar al restaurante del Santuario y pedir que nos reservaran una mesa para comer. No parecía necesario dada la escasa afluencia de gente, pero no habíamos comprado bocadillos y preferí asegurarnos el almuerzo por si acaso...
Tras unos veinte minutos en la cima, dimos media vuelta para deshacer el camino hecho. Empezaba a aparecer alguna que otra nube, presagio de la anunciada tormenta de la tarde, lo cual nos favoreció al librarnos a tramos del sol.
En bajar tardamos casi una hora menos que en subir, pues logicamente se camina bastante más deprisa. Sin embargo, hay que ir con más cuidado que en la subida porque las piedras sueltas y el desnivel pueden jugar malas pasadas en forma de resbalones. Y, de nuevo, me resultó impactante la foto con el tronco seco al llegar al tramo del bosque, pese a que los colores habían cambiado a causa de las nubes de la tormenta que se preveía a unas horas vista.
El descenso me resultó menos fatigoso, como es natural, pero mucho más ingrato porque las rodillas, los tobillos y los dedos de los pies se resienten mucho debido al descenso sin tregua y con esa multitud de piedras. Es algo que se debe tener presente al preparar esta ruta. Por mi parte, confieso que terminé un poco tocada al final de la bajada, con la sensación de que o me habían crecido los pies o me habían encogido las botas

. Menos mal que fue cuestión de poco tiempo hasta que vislumbramos de nuevo el Santuario.
Llegamos al restaurante poco antes de las tres. Ya teníamos la mesa dispuesta. Había gente, pero se mantenían bien las distancias en el comedor. Tenían menú del día a 16 euros (sin bebida) y también una carta bastante interesante. Mi marido pidió de menú: judías pintas con chorizo y conejo guisado con setas. Yo, a la carta: ensalada ilustrada y perdiz a la vinagreta con setas. De postre, melón. Todo muy rico. Con bebidas y cafés, pagamos 46 euros. Al salir, en la cafetería, nos encontramos con el chico belga, que había completado la circular, agotado pero contento al haber cumplido su reto. Esto es lo bueno que tienen las caminatas cuando llegan a buen puerto: ¡qué buen ánimo dejan!
Ya solamente nos quedaba recorrer los 600 metros de pista que nos llevarían hasta el aparcamiento de Hoya Seca, donde habíamos dejado el coche por la mañana. Misión cumplida

.
Esa noche nos alojábamos en Tarazona, aunque antes queríamos visitar el Monasterio de Veruela, al que fuimos directamente desde el Moncayo. Sin embargo, esas excursiones (muy interesantes, por cierto) las contaré en otras etapas.