Para hacer esta ruta senderista (la segunda que hicimos durante nuestro viaje veraniego al Valle de Arán) hay que dirigirse a Bausen, el pueblo más septentrional de la provincia de Lleida y de toda Cataluña, ya muy cerca de la frontera francesa.
SITUACIÓN DE BAUSÉN EN EL MAPA PENINSULAR SEGÚN GOOGLE MAPS.
Desde Vielha hay unos 25 kilómetros, que se tardan algo menos de media hora en recorrer en coche por la N-230 hasta llegar a un cruce a la izquierda, donde se toma una serpenteante pista asfaltada que nos dejó a la entrada del caserío, donde hay un aparcamiento para los foráneos, pues únicamente los residentes pueden circular por sus estrechas callejuelas.
Itinerario desde Vielha sacado de Google Maps.
Había bastantes turistas, así que supongo que por la mañana aquello debió estar hasta los topes. Por fortuna, a esa hora ya se habían ido algunos y encontramos hueco para dejar nuestro vehículo.
El aparcamiento se encuentra a los pies de la Iglesia de Sant Peir Ad Vincula, junto a la cual hay una escalera que hay que subir para iniciar la ruta.
Está señalizado. Al ser circular, se puede hacer en cualquier sentido, pero nosotros decidimos en sentido contrario a las agujas del reloj, que es lo que se aconseja y creo que con razón, tanto si se desea hacer la ruta completa -lo que, por lo que vimos, no era el caso de la mayor parte de los que la iniciaban- como si no. Primero, porque en esta dirección, a una corta distancia del punto inicial, se pueden contemplar unas panorámicas estupendas, con lo cual es posible verlas sin apenas esfuerzo, a pocos metros de internarse en el bosque, y darse la vuelta. Y, segundo, porque el descenso por el tramo más inclinado del bosque, al que luego me referiré, debe ser bastante más complicado para bajar que para subir por el peligro de resbalarse, sobre todo si el suelo está mojado.
LA RUTA.
Según el folleto de senderismo que nos habían entregado, los datos son los siguientes:
- Longitud: 5 kilómetros
- Duración: 2 horas (sin paradas)
- Desnivel: 275 metros
- Grado de dificultad: medio
NUESTRA RUTA.
Si bien procuramos seguir la señalización, así como el track que llevábamos descargado en el teléfono, lo cierto es que los datos en mi copia local de wikiloc difieren un poco en distancia de los del recorrido oficial, pese a que si los comparamos, los trazados parecen coincidir.
- Longitud: 7,2 kilómetros
- Duración: 3 horas (incluyendo paradas para fotos)
- Desnivel: 390 metros (positivo). Altitud mínima, 900 metros; altitud máxima, 1.233 metros.
- Tipo de ruta: circular
- Nivel: fácil/medio. Sin dificultades técnicas que reseñar para senderistas habituales, al menos en verano, pero tiene algunos tramos de pendiente pronunciada y una zona, al final, ya de regreso, donde hay que ir muy atentos para no perder el sendero bueno. Si ha llovido, seguramente habrá bastante barro en el bosque.
Después de subir las escaleras y dejar atrás la Iglesia de Sant Peir y su cementerio anexo, empezamos a divisar unas preciosas vistas del Bajo Arán, con el Valle de Torán y el pueblo de Caneján como principal referencia, en donde la picuda torre de la iglesia marcaba su seña de identidad.
Un poco más adelante, pudimos distinguir otra perspectiva no menos interesante, donde pudimos contemplar también la presa de Sant Joan de Torán y lo que se conoce como Eth Bocard de Cledes, instalaciones donde se trataban los minerales de zinc y plomo extraídos de las minas del valle que funcionaron desde la segunda mitad del siglo XIX hasta principios del XX.
A esta parte se accede por un sendero empedrado que se asoma a unos precipicios de bastante altura. No existen protecciones, así que si se va con niños pequeños habrá que permanecer muy atentos y llevar cuidado. Esta es la zona donde vimos que la mayor parte de los excursionistas se daban la vuelta. En lo sucesivo, apenas nos encontramos con siete u ocho personas.
Nos internamos en el bosque, ganando altura paulatinamente y con el único sonido de las hojas movidas por el viento. Dicen, y no seré yo quien lo ponga en duda, que el Bosque de Carlac es uno de los más bonitos del Valle de Arán, un paraíso vegetal, alfombrado de helechos, donde abundan los abetos y los avellanos y reinan las hayas.
Por supuesto, como todo bosque que se precie, se afirma que está encantado, lo que no resulta extraño por la proliferación de hadas y duendes que desbordan la imaginación de quienes contemplan las formas caprichosas que adquieren ramas, copas y troncos. Y cuanto más viejos los ejemplares, más extrañas y retorcidas las sugestiones que emanan.
En pleno verano, imperaba el tono verde que, sin sol y ya avanzada la tarde, se tornaba oscuro, casi gris, si bien el suelo conservaba una alfombra de color marrón, supongo que por las hojas muertas del año anterior.
Imagino que en otoño debe constituir todo un espectáculo la explosión de color deparada por miles y miles de hojas teñidas de rojo, sobre todo porque a menudo, caminábamos a través de un auténtico túnel vegetal.
Cruzamos un riachuelo, el Arriu des Lauadors, creo que se llama, por una pasarela de madera y, poco después, el sendero comenzó un ascenso más pronunciado que empezaron a acusar, y no poco, nuestras piernas, bien puestas a prueba por la mañana en el Moncorbison.
Cuando pensábamos que ya estábamos cerca de llegar al punto más elevado, un brusco giro a la izquierda nos mostró una subida entre los árboles casi vertical, pues alcanza hasta un 30 por ciento de desnivel. Uff, no esperábamos esto, la verdad. En fin, tocaba seguir, claro está.
Al final, coronamos en un lugar conocido como Coret de Pan, desde donde pudimos volver a ver el cielo, antes tapado por los árboles, y ahora, de pronto, emborronado por unas nubes que empezaban a aparecer como anticipo de la fuerte lluvia prevista para la madrugada; incluso había amago de niebla, aunque en la distancia.
Nos encontrábamos en lo alto de un promontorio y rodeados de picos, algunos con nombres propios muy conocidos, con el Aneto, incluido, pero que fui incapaz de identificar. Soy muy mala para eso salvo que me coloquen un panel informativo justo delante. Curiosamente, ¿o quizás por un antiguo incendio?, esta ladera, aunque mantiene la vegetación, está bastante despejada de árboles.
Nos aguardaba un fuerte descenso hacia Bausén. Al principio, el camino se presentaba evidente, pero al poco surgieron otros senderos que aparecían y desaparecían bajo la vegetación y la hojarasca. Un par de veces tuvimos que rectificar tras equivocarnos. Menos mal que llevábamos el itinerario en el móvil, con lo cual sabíamos en todo momento dónde estábamos y hacia donde nos teníamos que dirigir.
El sol estaba ya muy escondido y, entre las nubes, su velada luz le otorgaba un aspecto especial al paisaje, una belleza magnética que mi mente es capaz de rememorar y que, sin embargo, no logré reflejar con la cámara en las fotos.
Apenas nos faltaban dos kilómetros para acabar la ruta, pero la tarde caía deprisa y teníamos que acelerar. Para hacérnoslo más difícil, un grupo de vacas, algunas con terneros, se habían aposentado en el sendero, con lo cual preferimos salvar la pequeña ladera haciendo un rato de campo a través. ¡Cosas de la naturaleza! No se iban a apartar las vacas, que estaban en su casa, reposando tranquilamente.
Poco después, avistamos las primeras casas de Bausen, cuyas calles cruzamos hasta llegar al aparcamiento donde habíamos dejado el coche. Ya no quedaba ni un alma en el pueblo aparte de sus vecinos.
En resumen, una bonita ruta de media jornada. Además, Bausén tiene sus historias y leyendas, pero eso lo dejo para el relato de la etapa del diario que dedicaré a nuestras vacaciones en Cataluña.