Continuando el trayecto de nuestro primer día en el Algarve, desde Vila Real de Santo Antonio tomamos la N-125 hacia Tavira, un recorrido de unos 25 kilómetros, lo que supone media hora más o menos en el coche. Era domingo y hacía bastante calor para estar a mediados de mayo, así que las playas debían estar muy concurridas. Nosotros, en torno a las tres de la tarde, no tuvimos ningún problema de tráfico, pese a que esta carretera cuenta con numerosas rotondas, travesías urbanas y polígonos industriales, que deben convertirse en tremendos atascos en otras épocas del año.
Itinerario desde Vila Real de Santo Antonio a Tavira en Google Maps.
Había leído muchos comentarios sobre Tavira, la inmensa mayoría muy favorables, pues coincidían en que se trata de una de las ciudades más bonitas del Algarve.
Situación de Tavira en el mapa del Algarve.
Así que busqué un hotel cerca del casco histórico para poder recorrerlo tranquilamente a pie y donde, a ser posible, fuese fácil aparcar. Encontré a buen precio (77,40 euros) el Hotel Vila Galé Tavira, un complejo vacacional de cuatro estrellas de tamaño medio, con piscina, jardines y animación, situado muy cerca del puerto y a unos diez minutos caminando del castillo; además, tenía muy buenas opiniones. No se trata del tipo de hoteles que solemos elegir, pues los preferimos más pequeños y coquetones, pero al no estar en temporada alta pensé que no estaría tan mal. Y no me equivoqué: una habitación estupenda con bonitas vistas, un buen desayuno incluido en el precio y sin problemas para dejar el coche en el exterior, ya fuera de la zona de parquímetros. Por lo demás, las instalaciones muy limpias y cuidadas. No nos importaría repetir, eso sí, al igual que ahora, fuera de los agobios turísticos veraniegos.
Nada más instalarnos, salí a recorrer los lugares más destacados de la población, utilizando para ello el itinerario aconsejado en la página web algarve-south-portugal.com, lo que según mi chuleta suponía caminar unos cuatro kilómetros, totalmente asumible, por tanto. Hacía calor, pero tenía ganas de empezar a trastear.
Según he leído, Tavira se convirtió en un importante enclave comercial ya durante la dominación musulmana y fue un puerto muy importante en el siglo XIV, si bien tuvo que ser casi completamente reconstruida tras el terremoto de Lisboa de 1755.
Surcando encantadoras callejuelas, me dirigí hacia el entorno de la Praça da Republica, lugar muy animado, donde se encuentra la Cámara Municipal con sus soportales. Sin embargo, no me detuve demasiado en porque quería visitar el Castelo y desconocía el horario de apertura.
Tras cruzar un arco, llegué al pintoresco entorno de la Igreja da Misericordia. Me hubiera gustado verla por dentro, pues tiene fama por sus azulejos, pero estaba cerrada. A un lado se encuentra también la llamada Cámara Obscura, un antiguo depósito de agua que alberga un espacio donde, gracias a un espejo y dos lentes, ofrece una vista en 360 grados de la ciudad. Creo que cuesta 4 euros. Como ya había visto uno de estos lugares en La Habana, no estaba muy interesada en repetir.
Continué, remontando unas escaleras de piedra, hasta llegar frente a la pintoresca Torre del Reloj de la Igreja de Santa María, cuyo origen se remonta al siglo XIII, aunque sufrió diversas remodelaciones posteriores, la principal tras el terremoto que destruyó la ciudad.
Justo enfrente localicé la entrada del Castillo, que cerraba a las cinco de la tarde; menos mal que conseguí llegar a tiempo porque, aunque no queda mucho del mismo, se presenta a modo de un hermoso jardín, desde cuyas murallas se contemplan unas vistas realmente espléndidas tanto de la Iglesia de Santa María y su entorno como de toda la población. El acceso es gratuito.
Fueron los musulmanes quienes iniciaron la construcción de la fortaleza y las murallas allá por los siglos X y XI, aunque sufrieron importantes remodelaciones tras la conquista de Tavira por la Orden de Santiago, así como durante los siglos XIII y XIV. Con el paso de los siglos, acabó en ruinas, hasta que todo el espacio fue adquirido por la Cámara Municipal en 1938 y restaurado dos años después. En la actualidad, tiene la consideración de Monumento Nacional.
Muy recomendable visitar este lugar si se está en Tavira. Así que ojo al horario. Y también cuidado con el calzado, ya que para subir al adarve hay unas escaleras de piedra realmente empinadas.
A continuación, callejeé por los alrededores hasta llegar hasta la llamativa fachada color mostaza del antiguo Convento da Graça, edificio del siglo XVI, hoy convertido en una lujosa Pousada.En los alrededores, vi también la fachada de la Iglesia Parroquial de Santiago, cuyo origen se remonta al siglo XIII.
Y no pude resistir la tentación de caminar unos cuantos minutos hasta llegar a la Igreja da Orden Terceira de San Francisco, cuya cúpula amarilla me había llamado la atención desde las murallas. Luego no era tanto como parecía, pero su aire decadente le daba un toque particular y pude descubrir un entorno algo más alejado de la zona eminentemente turística.
Regresé hasta la Praça da República y crucé el Puente Antiguo (también llamado Puente Romano) sobre el río Gilao, donde hay que detenerse para contemplar el panorama que ofrece mirando hacia ambas orillas.
Después de cruzarlo, me entretuve merodeando por varias callejuelas, repletas de terrazas de cafés, tabernas y restaurantes, hasta que salí al coqueto Jardín de Alagoa, en un extremo de la cual se encuentra la Igreja de Nossa Senhora de Ajuda.
De regreso a la Praça da República, caminé por la orilla del río, contemplando el puerto y la gran animación que había en sus alrededores, donde se concentran muchos bares y restaurantes, así como algunos antiguas casas de pescadores con fachadas de colores y azulejos. También llegué hasta el antiguo Mercado da Ribera, en el que se estaba celebrando un concierto con multitud de gente dentro. Por la noche, cuando lo fotografié, ya estaba vacío. Actualmente es un centro comercial, donde se ofrecen productos típicos.
Después, llegué hasta la caseta donde se venden los billetes para el ferry que va hasta la Ilha de Tavira, la cual llevaba apuntada visitar, aunque no partiendo de Tavira, sino desde la cercana población de Santa Luzia (a unos seis kilómetros de distancia). Allí se puede llegar a la isla bien caminando o utilizando un trenecito que llega hasta las inmediaciones de la pintoresca Praia do Barril, en la que hay un curioso un cementerio de anclas.
Me llamó mi marido, que también había visto el ferry, y me propuso hacer la excursión. Entonces se me ocurrió que podíamos aprovechar la ocasión e ir caminando hasta la Praia do Barril. El ferry tiene bastante frecuencia de ida y vuelta a la isla, y creo recordar que nos costó 2,20 euros a cada uno, ida y vuelta.
El trayecto dura unos quince o veinte minutos y es bastante entretenido. Se pasa por el Puerto Pesquero de Tavira y, surcando el Gilao, se sale a un extremo del Parque Natural da Ría Formosa, un enclave muy valioso desde el punto de vista medioambiental, que comprende 60 kilómetros de litoral, integrado por lagunas, canales y bajuras, limitados hacia el sur por un cordón arenoso de cinco islas y dos penínsulas. De camino, contemplamos varias salinas y observamos numerosas aves, como flamencos, patos, gaviotas y otros ánades.
El extremo de la Ilha de Tavira que alcanza el ferry es el más “humanizado” de la isla, pues allí se encuentra un gran complejo de restaurantes, bares y chiringuitos que prestan servicio a los bañistas que acuden a la gran Praia de la Ilha de Tavira, dotada de sombrillas, hamacas y demás parafernalia playera, dicho con todos los respetos del mundo.
La playa es enorme, pero el viento se dejaba sentir que daba gusto. Se nota que es una zona muy abierta. Ignoro si también será peligrosa para el baño por las mareas. A esas horas ya apenas quedaba nadie.
Mirando un mapa, me di cuenta de que mi idea de llegar hasta la Praia do Barril caminando era imposible, ya que estaba más lejos de lo que me pareció en un principio, y de ningún modo nos daría tiempo a ir y volver antes de que saliera el último ferry de regreso a Tavira. Así que nos contentamos con hacer una pequeña ruta circular que vimos indicada en unos carteles y que tampoco nos llamó demasiado la atención, pues era incómoda (había que caminar sobre senderos de arena entre las dunas) y no aportaba demasiado en cuanto al disfrute del paisaje, pese a su indudable valor medioambiental.
En mi opinión, salvo que se desee ir a la Ilha de Tavira en plan playero, lo mejor para visitarla será hacerlo desde Santa Luzia, contemplando así el cementerio de anclas.
De vuelta a Tavira, ya eran casi las ocho, y la mayor parte del gentío estaba aposentado en las terrazas para devorar la cena. Nos sentamos en un sitio que nos gustó frente al Puerto Pesquero. Se había levantado brisa y había refrescado. Tomamos un par de platos de pasta con marisco y unas cervezas.
Cuando terminamos, se había hecho de noche y dimos una vuelta por la ciudad iluminada, que lucía igual de bonita que durante el día.
Nos gustó mucho Tavira. Cuenta con rincones encantadores, tiene un ambiente muy agradable, numerosas zonas para pasear y bastante oferta gastronómica. Muy recomendable.