Dado que en la preparación de mi viaje a Bolivia, eché en falta información actualizada sobre cómo recorrer el país, especialmente tras una pandemia que se cebó especialmente con los servicios turísticos, en el presente blog trato de hacer un repaso a mi aventura por el citado país entre los días 3 y 20 de junio de 2022. El viaje tuvo lugar cuando la mayor parte de las restricciones ligadas a la covid habían sido levantadas, aunque, como todos sabemos, este levantamiento de medidas fue desigual, al quedar al criterio de cada país.
Con carácter introductorio, recordaré que Bolivia es un país situado en el centro de Sudamérica, que limita con Perú, Brasil, Paraguay, Argentina y Chile, que no tiene acceso al mar (el territorio marino lo perdió tras la guerra del Pacífico frente a Chile) y que tiene una extensión aproximada de un millón de kilómetros cuadrados (dos veces el tamaño de España) y una población ligeramente superior a los diez millones de personas (consecuentemente una densidad de población muy baja, 10 h/km2). Su capital oficial es Sucre, que alberga el poder judicial, aunque los poderes ejecutivo y legislativo se encuentran en La Paz.
Desde un punto de vista viajero, se puede afirmar, para empezar, que Bolivia es un país bastante fácil para recorrer por libre. No obstante, no es fácil planificar un recorrido al 100% porque la información en Internet no siempre está disponible. Esto afecta principalmente a los transportes y a determinados alojamientos, así como a algunas agencias de turismo. De todos modos, hay que señalar que el uso de Whatsapp está muy extendido en el país, con lo cual una vez conseguido el número de teléfono, es fácil comunicar con ellos. Y lo cierto es que suele ser una comunicación bidireccional, a diferencia de lo que ocurre en Europa, donde la mayoría de las veces no hay respuesta.
Bolivia es un país barato, probablemente de los más baratos de Sudamérica. Resulta sorprendente ver viajes a Bolivia organizados por agencias de viaje desde España que cuestan más de 4.000 euros por persona (a los que hay que añadir el correspondiente suplemento individual en mi caso) por un viaje de menos de dos semanas, cuando yo empleé diecisiete días y me costó la mitad. En alojamientos estándar (en Bolivia no hay hoteles de lujo) y en medios de transporte cómodos para lo que es el nivel medio del país. Más adelante, en el itinerario detallado, haré un repaso pormenorizado de los alojamientos y transportes. Sirvan ahora estas breves líneas.
Bolivia es un país barato, probablemente de los más baratos de Sudamérica. Resulta sorprendente ver viajes a Bolivia organizados por agencias de viaje desde España que cuestan más de 4.000 euros por persona (a los que hay que añadir el correspondiente suplemento individual en mi caso) por un viaje de menos de dos semanas, cuando yo empleé diecisiete días y me costó la mitad. En alojamientos estándar (en Bolivia no hay hoteles de lujo) y en medios de transporte cómodos para lo que es el nivel medio del país. Más adelante, en el itinerario detallado, haré un repaso pormenorizado de los alojamientos y transportes. Sirvan ahora estas breves líneas.
Requisitos de acceso
Los ciudadanos españoles solo necesitan para entrar en el país pasaporte en vigor y, en tiempos de COVID, a junio de 2022, estar completamente vacunados con al menos 14 días, PCR negativa obtenida en las últimas 72 horas o test de antígenos negativo de las últimas 48 horas. Además han de registrarse en el sistema DIGEMIC del Ministerio de Emigración al que me referiré después.
Dinero
La moneda oficial de Bolivia es el boliviano. En junio de 2022 el cambio oscilaba entre 7,3-7,5 bolivianos por euro. En La Paz y Santa Cruz de la Sierra es posible cambiar euros, pero en el resto del país no es tan fácil. Para mi sorpresa, las casas de cambio son más bien escasas en Bolivia, incluso en sitios turísticos. Es mucho más fácil cambiar dólares americanos que euros y esa moneda también es aceptada en muchos hoteles (aunque supongo que con un cambio desfavorable; en torno a 6,8 bolivianos por dólar). Barajé también la posibilidad de cambiar divisa en varios bancos, pero la única divisa que aceptaban era el dólar americano y el cambio era horroroso (6,5 bolivianos por dólar creo recordar).
No traté de retirar dinero con tarjeta, con lo que no sé si es factible o no. Lo que sí intenté varias veces fue pagar con mi tarjeta BNEXT, que tiene la ventaja de que apenas cobra comisión por pagar con moneda extranjera, y no conseguí hacerlo en ninguno de los lugares donde lo intenté.
No traté de retirar dinero con tarjeta, con lo que no sé si es factible o no. Lo que sí intenté varias veces fue pagar con mi tarjeta BNEXT, que tiene la ventaja de que apenas cobra comisión por pagar con moneda extranjera, y no conseguí hacerlo en ninguno de los lugares donde lo intenté.
Transportes
En mi recorrido por Bolivia, hice uso del avión y del autobús (furgonetas, combis y trufis incluidos).
Avión
Desde Europa, los únicos vuelos directos a Bolivia parten de Madrid con destino a Santa Cruz de la Sierra. Los operan Air Europa y Boliviana de Aviación (esta última tiene también un acuerdo con Iberia, por lo que además de en su propia pagina, se puede reservar a través de la web de Iberia, al menos cuando hay conexiones en España).
Normalmente los precios superan los 1.000 euros, obviamente dependiendo de las fechas, de la antelación con que se compre el billete, del tipo de tarifa y de la facturación o no de equipaje.
Por una cuestión de precio y principalmente porque mi conexión en Madrid me exigía varias horas de espera, opté por volar con Lufthansa. Lufthansa no tiene vuelos directos a Bolivia, pero sí tiene acuerdos con compañías sudamericanas para volar hasta allí.
En mi caso, el vuelo de ida fue vía Fráncfort y Bogotá con destino a La Paz y el vuelo de regreso desde Santa Cruz de la Sierra, vía Sao Paulo y Fráncfort. El trayecto Bogotá-La Paz fue operado por Avianca y el trayecto Santa Cruz-Sao Paulo por Boliviana de Aviación. Los restantes trayectos directamente por Lufthansa, aun cuando todo figuraba en el mismo billete.
Normalmente los precios superan los 1.000 euros, obviamente dependiendo de las fechas, de la antelación con que se compre el billete, del tipo de tarifa y de la facturación o no de equipaje.
Por una cuestión de precio y principalmente porque mi conexión en Madrid me exigía varias horas de espera, opté por volar con Lufthansa. Lufthansa no tiene vuelos directos a Bolivia, pero sí tiene acuerdos con compañías sudamericanas para volar hasta allí.
En mi caso, el vuelo de ida fue vía Fráncfort y Bogotá con destino a La Paz y el vuelo de regreso desde Santa Cruz de la Sierra, vía Sao Paulo y Fráncfort. El trayecto Bogotá-La Paz fue operado por Avianca y el trayecto Santa Cruz-Sao Paulo por Boliviana de Aviación. Los restantes trayectos directamente por Lufthansa, aun cuando todo figuraba en el mismo billete.
Mientras que el vuelo directo desde Madrid no alcanza las doce horas, yo necesité un día entero para llegar a Bolivia y 27 horas para regresar.
Reservado con dos meses de antelación antes de la fecha de salida, el billete me costó 750 euros (adquirido a través de Expedia, que me ofrecía un precio muchísimo más barato que otros comparadores de vuelos).
En cuanto a los vuelos internos, solo tomé uno, Sucre-Santa Cruz de la Sierra, con Boliviana de Aviación. Es un vuelo de poco más de media hora, que ahorra muchísimas horas en autobús (más de doce). Los precios oscilaban entre los 160 bolivianos y más de 320, es decir, entre poco más de 20 euros y alguno más de 40, algo ridículo para el bolsillo español.
Además del precio del billete, hay que abonar una tasa aeroportuaria. En el caso de Sucre, ascendía a 11 bolivianos (1,5 euros). En mi vuelo de regreso a Europa desde Santa Cruz de la Sierra, no pagué esta tasa, pero no sé si es que ya estaba incluida en el precio del billete (quizás por ser un vuelo internacional) o si es que la tasa en cuestión depende de cada aeropuerto y, en concreto, el aeropuerto de Santa Cruz no la recauda.
Reservado con dos meses de antelación antes de la fecha de salida, el billete me costó 750 euros (adquirido a través de Expedia, que me ofrecía un precio muchísimo más barato que otros comparadores de vuelos).
En cuanto a los vuelos internos, solo tomé uno, Sucre-Santa Cruz de la Sierra, con Boliviana de Aviación. Es un vuelo de poco más de media hora, que ahorra muchísimas horas en autobús (más de doce). Los precios oscilaban entre los 160 bolivianos y más de 320, es decir, entre poco más de 20 euros y alguno más de 40, algo ridículo para el bolsillo español.
Además del precio del billete, hay que abonar una tasa aeroportuaria. En el caso de Sucre, ascendía a 11 bolivianos (1,5 euros). En mi vuelo de regreso a Europa desde Santa Cruz de la Sierra, no pagué esta tasa, pero no sé si es que ya estaba incluida en el precio del billete (quizás por ser un vuelo internacional) o si es que la tasa en cuestión depende de cada aeropuerto y, en concreto, el aeropuerto de Santa Cruz no la recauda.
Autobús
En cuanto a los transportes terrestres, en Bolivia se utiliza principalmente el autobús. Es cierto que existe alguna línea ferroviaria, pero más bien residual (por ejemplo, La Paz-Uyuni o Santa Cruz de la Sierra-Puerto Quijarro).
Dentro del capítulo autobuses hay muchas variantes: autobuses (flotas para los bolivianos) como los europeos, que hacen los trayectos largos (muchos de ellos incluso mejores que los europeos, pues ofrecen asientos que se reclinan 180º y se convierten en auténticas camas, como ocurre en muchos otros países sudamericanos), y los combis y trufis, que son furgonetas de unas ocho plazas que hacen recorridos más cortos, bien urbanos, bien interurbanos. La Paz y Santa Cruz se pueden recorrer perfectamente en estas furgonetas por el precio de 2 bolivianos (unos 25 céntimos de euro).
Tengo que señalar que en Bolivia hay que pagar una tasa por el uso de las terminales. Esta tasa difiere de un sitio a otro, pero por lo general es de unos 3 bolivianos (40 céntimos de euro). Es muy curioso, porque en algunos casos, dado que los autobuses interurbanos hacen varias paradas en una misma localidad, los bolivianos prefieren subirse al autobús en la propia ciudad, en lugar de en la terminal, para ahorrarse la tasa. Hay que tener en cuenta que esta tasa solo se paga en las terminales. Así, por ejemplo, en Copacabana o Uyuni, o mismamente en La Paz si se sale del cementerio, donde no existe realmente una terminal (esto es, un lugar techado como tal), sino que los autobuses salen de una plaza, no se recauda la tasa.
Dentro del capítulo autobuses hay muchas variantes: autobuses (flotas para los bolivianos) como los europeos, que hacen los trayectos largos (muchos de ellos incluso mejores que los europeos, pues ofrecen asientos que se reclinan 180º y se convierten en auténticas camas, como ocurre en muchos otros países sudamericanos), y los combis y trufis, que son furgonetas de unas ocho plazas que hacen recorridos más cortos, bien urbanos, bien interurbanos. La Paz y Santa Cruz se pueden recorrer perfectamente en estas furgonetas por el precio de 2 bolivianos (unos 25 céntimos de euro).
Tengo que señalar que en Bolivia hay que pagar una tasa por el uso de las terminales. Esta tasa difiere de un sitio a otro, pero por lo general es de unos 3 bolivianos (40 céntimos de euro). Es muy curioso, porque en algunos casos, dado que los autobuses interurbanos hacen varias paradas en una misma localidad, los bolivianos prefieren subirse al autobús en la propia ciudad, en lugar de en la terminal, para ahorrarse la tasa. Hay que tener en cuenta que esta tasa solo se paga en las terminales. Así, por ejemplo, en Copacabana o Uyuni, o mismamente en La Paz si se sale del cementerio, donde no existe realmente una terminal (esto es, un lugar techado como tal), sino que los autobuses salen de una plaza, no se recauda la tasa.
Comidas
Como suponía cuando dejé Europa, en parte por la mala experiencia que había tenido veinte años atrás en Perú, Bolivia no es un destino gastronómico. El apartado comida siempre me resultó complicado. Pocos lugares invitan a entrar. Si a ello sumamos los principios de que los alimentos han de estar fritos, hervidos o cocidos, que no se tomen bebidas que contengan agua del grifo o hielos, el círculo se estrecha insoportablemente. Al final recurrí (quizás en exceso) a las milanesas (escalopes) y hambruguesas y a las pizzas.
La cocina boliviana es bastante picante. Abundan las sopas y platos principalmente de carne (como la salchipapa). Las tartas tienen muy buena presencia y lo cierto es que las que probé estaban muy ricas. También tienen bastantes pastas y galletas, que ellos llaman masitas. En general, tienen muy buena fruta, que parece ser que procede principalmente de la zona tropical de las Yungas. En particular, las mandarinas me parecieron excelentes, aunque eso sí, me sorprendió la cantidad de pepitas que tenían.
En cualquier caso, he de decir que las precauciones con respecto a la comida que tomé surtieron sus efectos, pues no tuve el menor problema o molestia gástrica en todo mi viaje.
La cocina boliviana es bastante picante. Abundan las sopas y platos principalmente de carne (como la salchipapa). Las tartas tienen muy buena presencia y lo cierto es que las que probé estaban muy ricas. También tienen bastantes pastas y galletas, que ellos llaman masitas. En general, tienen muy buena fruta, que parece ser que procede principalmente de la zona tropical de las Yungas. En particular, las mandarinas me parecieron excelentes, aunque eso sí, me sorprendió la cantidad de pepitas que tenían.
En cualquier caso, he de decir que las precauciones con respecto a la comida que tomé surtieron sus efectos, pues no tuve el menor problema o molestia gástrica en todo mi viaje.
Seguridad
Bolivia tiene fama de ser un país seguro y yo creo que lo es. Es cierto que hay que evitar ciertas zonas y usar el sentido común, pero como en cualquier otro sitio. En concreto, la peor reputación la tienen El Alto y ciertas zonas de La Paz (los alrededores del cementerio, una zona próxima a la terminal de autobuses adonde acuden los paceños por las noches para aprovisionarse de bebidas, etc.).
Tarjetas SIM (chip para los bolivianos)
En el país funcionan distintas operadoras, algunas privadas y una pública (ENTEL), que ofrecen distintos paquetes. Yo opté por la pública porque supuestamente la cobertura era mejor, aunque al final comprobé que en algunas regiones no existe cobertura de ningún tipo (algo en cierto modo lógico si se tiene en cuenta la orografía del país). En cualquier caso, mi experiencia con ENTEL fue bastante positiva porque me permitía ir haciendo recargas parciales (desde 5 bolivianos con una recarga inicial de 10) y eligiendo distintos paquetes en función de mis necesidades.
COVID
Como ya he dicho, el viaje se desarrolló cuando la mayor parte de las restricciones COVID habían sido levantadas, aunque la pandemia aún seguía y sigue presente. Al margen de los requisitos de acceso al país vinculados con esta contingencia a los que ya he hecho referencia, he de señalar que en junio de 2022 el porcentaje de población vacunada con las dos dosis en Bolivia era de poco más del 50% de la población, según estadísticas más o menos oficiales.
En varios sitios, especialmente en La Paz, vi largas colas para vacunarse, lo que no sé si era reflejo de la intención de que la vacunación llegara a toda la población, habida cuenta de ese bajo porcentaje, o de que se llevaba a cabo una vacunación de refuerzo, porque algún boliviano me llegó a decir que iban ya por la cuarta y la quinta dosis, lo cual contradice en cierto modo lo anterior. Esta última afirmación me resultó aún más sorprendente por el hecho de que, aun cuando en un primer momento la vacunación pudo haberse realizado con vacunas chinas cuya eficacia se demostró reducida con posterioridad, la vacunación que yo vi en La Paz se efectuaba con vacunas Pfizer.
El uso de la mascarilla (barbijo lo llaman en Bolivia) en la calle es mayoritario, quizás porque la población tiene miedo a la enfermedad, probablemente por el alto número de muertes que causó en un primer momento. Aunque no existían cifras oficiales, procede recordar que su país vecino, Perú, fue uno de los países con mayor mortalidad por el virus, con lo que quiero pensar que, por su proximidad con él y por las fluidas relaciones que mantienen, Bolivia tuvo que haberse visto muy afectada, con una infraestructura sanitaria mucho más deficiente. Prueba del impacto que la pandemia debió de haber tenido en el país es que hasta unas pocas semanas antes de mi llegada, la frontera de Bolivia con Chile estaba cerrado como medida de contención contra el virus.
Durante mi estancia, el uso del barbijo era “teóricamente” obligatorio en los medios de transporte y en muchos interiores, aunque realmente constaté que su uso era más bien discrecional y quedaba reducido a una decisión personal. Con todo, insisto, su uso era mayoritario.
He de reconocer que, en un primer momento, la pandemia hizo que analizara fríamente mi decisión de viajar a Bolivia, no tanto por la propia pandemia, sino por las consecuencias que podría tener un contagio en un país con una infraestructura sanitaria tan deficiente. Por lo que pude comprobar, el sistema sanitario boliviano se articula en una asistencia primaria y una asistencia hospitalaria, si bien, a diferencia de España, los centros sanitarios no conforman una verdadera estructura sanitaria y son más bien independientes entre sí, propiedad en muchos casos de mutualidades, aseguradoras o entidades privadas. Con todo, aun cuando en las principales ciudades se ven centros sanitarios, dan más bien la impresión de sanatorios que de auténticos centros hospitalarios.
Afortunadamente no tuve problemas con la COVID ni tuve que hacer uso de los servicios sanitarios bolivianos por cualquier otra causa. En cualquier caso, al igual que acostumbro a hacer siempre que viajo, tenía contratado un seguro, entre cuyas coberturas incluía expresamente el riesgo de COVID, no solo en lo relativo a su tratamiento, sino también en cuanto a eventuales pérdidas de medios de transporte o una prolongación forzosa de mi estancia en el país, consecuencia de haber contraído la enfermedad.
En varios sitios, especialmente en La Paz, vi largas colas para vacunarse, lo que no sé si era reflejo de la intención de que la vacunación llegara a toda la población, habida cuenta de ese bajo porcentaje, o de que se llevaba a cabo una vacunación de refuerzo, porque algún boliviano me llegó a decir que iban ya por la cuarta y la quinta dosis, lo cual contradice en cierto modo lo anterior. Esta última afirmación me resultó aún más sorprendente por el hecho de que, aun cuando en un primer momento la vacunación pudo haberse realizado con vacunas chinas cuya eficacia se demostró reducida con posterioridad, la vacunación que yo vi en La Paz se efectuaba con vacunas Pfizer.
El uso de la mascarilla (barbijo lo llaman en Bolivia) en la calle es mayoritario, quizás porque la población tiene miedo a la enfermedad, probablemente por el alto número de muertes que causó en un primer momento. Aunque no existían cifras oficiales, procede recordar que su país vecino, Perú, fue uno de los países con mayor mortalidad por el virus, con lo que quiero pensar que, por su proximidad con él y por las fluidas relaciones que mantienen, Bolivia tuvo que haberse visto muy afectada, con una infraestructura sanitaria mucho más deficiente. Prueba del impacto que la pandemia debió de haber tenido en el país es que hasta unas pocas semanas antes de mi llegada, la frontera de Bolivia con Chile estaba cerrado como medida de contención contra el virus.
Durante mi estancia, el uso del barbijo era “teóricamente” obligatorio en los medios de transporte y en muchos interiores, aunque realmente constaté que su uso era más bien discrecional y quedaba reducido a una decisión personal. Con todo, insisto, su uso era mayoritario.
He de reconocer que, en un primer momento, la pandemia hizo que analizara fríamente mi decisión de viajar a Bolivia, no tanto por la propia pandemia, sino por las consecuencias que podría tener un contagio en un país con una infraestructura sanitaria tan deficiente. Por lo que pude comprobar, el sistema sanitario boliviano se articula en una asistencia primaria y una asistencia hospitalaria, si bien, a diferencia de España, los centros sanitarios no conforman una verdadera estructura sanitaria y son más bien independientes entre sí, propiedad en muchos casos de mutualidades, aseguradoras o entidades privadas. Con todo, aun cuando en las principales ciudades se ven centros sanitarios, dan más bien la impresión de sanatorios que de auténticos centros hospitalarios.
Afortunadamente no tuve problemas con la COVID ni tuve que hacer uso de los servicios sanitarios bolivianos por cualquier otra causa. En cualquier caso, al igual que acostumbro a hacer siempre que viajo, tenía contratado un seguro, entre cuyas coberturas incluía expresamente el riesgo de COVID, no solo en lo relativo a su tratamiento, sino también en cuanto a eventuales pérdidas de medios de transporte o una prolongación forzosa de mi estancia en el país, consecuencia de haber contraído la enfermedad.