HACIA LOWER MANHATTAN (BAJO MANHATTAN).
Iniciamos el recorrido de la tarde, dedicada al Bajo Manhattan, surcando una sucesión calles, muchas de las cuales no conseguía localizar ni mirando un mapa. Así que pocas explicaciones puedo dar, pese a la gran cantidad de información que nos daba el guía y que fui incapaz de asimilar en aquel momento.
Pasamos por Greenwich Village, Grove Street y Stonewall Inn, un bar donde se produjeron en 1969 unos graves disturbios que desembocaron en las reivindicaciones de los derechos del colectivo gay. Enfrente, una plaza recuerda tales acontecimientos.
Recorrimos también el Soho y el Noho, con sus pintorescas calles y mercadillos. Como no podía ser de otro modo, también había vendedores ambulantes y manteros.
EL DISTRITO FINANCIERO Y LA ZONA CERO.
De camino hacia el Distrito Financiero, nos bajamos en Battery Park, junto al Museo de los Indios Americanos, ubicado en el imponente edificio histórico Alexander A. Hamilton U.S. Aduanas.
Seguimos hacia Bowling Green, el parque más antiguo de Nueva York, que data de 1733. Allí, se encuentra el famoso toro embistiendo (Charging Bull), una escultura de bronce de 3.200 kilos de peso, creada en 1989 por el artista italiano Arturo Di Modica, que la pagó de su propio bolsillo y la colocó de buenas a primeras frente al edificio de la Bolsa, con la idea de representar la fuerza del pueblo americano frente a los poderes financieros tras el lunes negro de 1987. A los neoyorquinos les encantó la figura y reclamaron que se mantuviera, de modo que fue instalada en Bowling Green. Con el tiempo se convirtió en una loa del capitalismo, un símbolo de prosperidad y bonanza económica que supuestamente obtendrá quien toque sus “atributos”, si bien no está claro de dónde salió una aseveración que en estos tiempos desprende cierto tufillo machista. En cualquier caso, el toro pasó a ser una atracción turística del máximo nivel, junto a la que todo el mundo quiere fotografiarse, hasta el punto de que se forman largas colas -muy organizadas, por cierto-, delante y detrás del bicho, y no solo para ahorrar tiempo, sino para que cada cual “toque” lo que le apetezca. Como no era mi propósito, aproveché el cambio de gente para intentar sacarle una foto a él solito, tarea nada fácil.
En 2017 surgió una iniciativa para reivindicar el papel de la mujer en el mundo de las finanzas, pues son muy pocas las que ocupan puestos directivos en ese campo. Así, se hizo una escultura llamada “Fearless Girl” (la niña sin miedo), una figura pequeña, de aspecto frágil, que se colocó desafiante frente al prepotente y fiero toro. La polémica quedó servida y tras muchos tiras y aflojas, la niña fue apartada del toro y trasladada enfrente del edificio de la Bolsa, donde todavía se encuentra, si bien no se sabe qué suerte correrá en el futuro. Fundada en 1792, la Bolsa lleva en este emplazamiento desde 1865, si bien el edificio actual es de principios del siglo XX. Rodeada de edificios muy altos que empequeñecen la calle y con la fachada medio cubierta por un cartel, me pareció que luce menos de lo que debería.
A unos metros, entre grandes edificios, aparece uno de los de mayor importancia histórica del país, el Federal Hall, construido a principios del siglo XVIII, fue el primer ayuntamiento de Nueva York, y también el primer Capitolio y el lugar donde se nombró a George Washington como primer presidente. Tenía andamios y no salió muy agraciado en la foto. A un lado, entre calles la esbelta torre roja de la Iglesia de la Trinidad, de 1846 y arquitectura neogótica.
Los edificios son tan altos que hacían sombra al sol, cuya luz apenas alcanzaba el suelo, con lo cual el ambiente en las fotos parece más oscuro de lo que estaba realmente.
Continuamos hacia la Zona 0, mucho más abierta y luminosa que la anterior, en cuyo centro se hallan el Memorial y el Museo del 11 de Septiembre, así como dos huecos llenos de agua, que representan el lugar donde se erigían las Torres Gemelas que fueron derribadas por los aviones que los terroristas estrellaron contra ellas en 2001.
Lo cierto es que conmueve fijarse en el nombre de tantas víctimas grabados allí, teniendo en cuenta además las penosas experiencias sufridas en nuestro país en este aspecto. Por eso no visitamos ni el Memorial ni el Museo, aunque ambos figuran en las tarjetas turísticas. Una vez reconstruido, supongo que se ha pretendido que el lugar sea tan emotivo, en su afán de homenaje y recuerdo, como imponente, presidido por el espectacular One World Trade Center, que se elevaba sobre los demás rascacielos y en cuyo último piso hay un mirador circular que teníamos previsto visitar algunos días después.
Por lo demás, esa hora de la tarde era buen momento para hacer fotografías, con aquellas moles de cristal transformadas en espejos que reflejaban a sus vecinos, componiendo una falsa realidad.
Disfruté mucho buscando composiciones llamativas y conseguí alguna foto con sorpresa. No me di cuenta del efecto hasta que la vi.
A unos pocos metros se halla el enorme intercambiador “Oculus”, diseñado por Santiago Calatrava. Catalogada como la estación de metro más cara del mundo, representa un ojo, cuya forma se aprecia sobre todo desde el cielo. De color blanco, se compone de dos filas paralelas de 110 costillas, cada una con un peso de 56 toneladas. Se unen en un espacio acristalado central que alcanza los 45 metros de altura. Vale la pena dar un paseo por el interior.
Ya conocemos las obras de Calatrava y pueden gustar más o menos, pero su impacto visual es innegable, tanto desde dentro como desde fuera.
En el cruce entre las calles Greenwich y Fulton hay una plaza con murales coloristas poniendo un atractivo contrapunto entre los brillantes edificios futuristas del World Trade Center y los rascacielos de mitad del siglo pasado que aparecen al fondo.
Por la noche, regresamos al hotel para cenar. La jornada había sido intensa y había que descansar e intentar asimilar todo lo visto.