Este día teníamos una excursión a las localidades de Maribor y Ptuj, situadas al norte del país. Solo 160 kilómetros en total desde Liublina, pero luego había que volver. De modo que tendríamos que hacer no menos de 320 kilómetros. Por eso prefiero los recorridos tipo “tour”, incluso cuando voy por mi cuenta, bueno, entonces, más todavía.
Itinerario del día (solo ida) según Google Maps.
Desde Liubliana a Maribor hay unos 130 kilómetros que tardamos en recorrer en torno a una hora y cuarto. Este país ha avanzado mucho económicamente en los últimos años y se nota en su nivel de vida, buena prueba de lo cual es su red de carreteras, con numerosas autopistas, lo que dota a los desplazamientos de mayor rapidez y seguridad. Sin embargo, las carreteras convencionales proporcionan un mayor acercamiento al paisaje, los pueblos y su entorno. En fin, es una teoría totalmente personal,
La mañana era espléndida: brillaba el sol y se esperaba bastante calor. Por el camino, divisamos primero una ristra de hermosas montañas y, después, un sinfín de pueblecitos entre colinas y prados verdes, donde pastaban las vacas. El paisaje me recordó a algunas zonas del norte de España. A ver, no es que no sea bonito, ni que no me guste, pero, desde la distancia y la frialdad de la autopista, terminó por resultarme repetitivo. Bueno, comprendo que soy un poco rara en cuanto al disfrute de los paisajes verdes verdísimos Me van más los picachos nevados apareciendo en lontananza entre las nubes.
MARIBOR.
Con algo más de 100.000 habitantes, Maribor es la segunda ciudad más poblada de Eslovenia después de Liubliana. Su estratégica situación, a orillas del río Drava y cerca de la actual frontera con Austria, determinó su historia, y poco después de su fundación, en el siglo XII, se convirtió en la ciudad más importante de la Baja Istiria, con una próspera economía basada en una intensa actividad comercial, sobre todo de vinos. Formó parte del Imperio austrohúngaro hasta que este se desmanteló tras la I Guerra Mundial. Por entonces, su población estaba compuesta por un 80 por 100 de alemanes y un 20 por 100 de eslovenos, que fueron detenidos y represaliados durante la Gran Guerra. Tras integrarse primero en el Reino de serbios, croatas y eslovenos, y luego en el de Yugoslavia, cambiaron las tornas y en 1930 la población alemana solo alcanzaba un 25 por 100 del total. En 1941, Alemania se anexionó Maribor, Hitler la visitó y la convirtió en un importante centro militar y armamentístico, que los aliados bombardearon intensamente, por lo cual muchos de sus edificios han tenido que reconstruirse. En 1945, la población alemana fue expulsada. Actualmente, es un destacado centro industrial, si bien, como desde tiempos remotos, su producto estrella sigue siendo el vino.
Llegamos atravesando el puente que cruza el río, y el panorama que vimos, nos gustó, sobre todo de lejos, antes de que, al acercarnos al cauce, nos percatásemos de las obras que afean un tanto su colorido panorama. Pero, bueno, eso no es culpa de la ciudad, que, por cierto, fue capital europea de la cultura en 2012.
Nos bajamos del autobús junto a la Oficina de Turismo, que se halla frente a la Basílica de Nuestra Señora de la Misericordia, una iglesia franciscana que data de finales del siglo XIX, muy llamativa por su fachada de ladrillos rojos y sus dos altas torres simétricas, coronadas por sendos puntiagudos tejados verdes. Su gran tamaño se aprecia mejor desde la zona del ábside, ya en la calle Partizanska. Parecía cerrada a cal y canto. Al final de la mañana, ya a punto de irnos, me asomé y seguía cerrada. Entonces se me ocurrió empujar la puerta y… Bueno, sí, pues eso, que se abrió mansamente y pude entrar a verla .
Allí, nos recibió el guía local que nos acompañó durante la visita a pie de un casco histórico pequeño pero coqueto y cuidado. En la Svovode Trg (Plaza de la Libertad), pudimos ver el Monumento de la Liberación, dedicado a las víctimas de la II Guerra Mundial (Spomenik NOB), una extraña escultura en forma de enrome casco –o eso me pareció-, al que los lugareños apodan “Kojac”, el personaje de la famosa serie televisiva de nuestra juventud, que interpretaba Telly Savalas. La fotografía explica el motivo. En toda la zona, hay muchas terrazas para comer o tomar algo. Hacía muy buen tiempo, aquí que las mesas estaban a tope, con la gente resguardándose del brillante sol bajo toldos y sombrillas.
La ciudad medieval creció en torno a su castillo, que, al contrario de lo que es habitual, no se halla en un escarpado precipicio o en lo alto de una colina, sino en un espacio llano cerca del río, actualmente ocupado por la Plaza Grajski, que supone el inicio del itinerario peatonal que, por lo general, recorren los turistas. En el interior del castillo, que data del siglo XV, se encuentra el Museo Regional. Enfrente, hay una columna con una escultura de San Florián, quien sufrió martirio en el año 304. Ha sido muy venerado en el este de Europa para implorar su protección contra los incendios, ya que es el Patrón de los Bomberos, título ganado porque, según se cuenta, se las apañó para apagar la hoguera que los soldados romanos encendieron para quemarle vivo; claro que no logró salvarse de morir ahogado cuando sus ejecutores le arrojaron al río con una rueda de molino atada al cuello.
Callejeando por el casco antiguo, nos llamaron la atención ciertos detalles en sus edificios, sobre todo los que hacen referencia sardónica a la ocupación nazi, en especial, un muñeco representando a Hitler con traje de presidiario y un tanto “achispado”. En cualquier caso, las referencias al vino en la ciudad son constantes. También vimos en algunos escaparates carteles sobre las tradicionales máscaras y disfraces de Carnával, muy famosas en toda la zona.
Al cabo de un rato, llegamos a la Plaza Slomsek, otra de las importantes en Maribor. Con un parque ajardinado en el centro, que incluye fuentes, esculturas y hallazgos arqueológicos, a ella se asoman varios edificios emblemáticos, como el Teatro Nacional, la Universidad y la Sede Central de Correos.
También está allí la Catedral de San Juan Bautista, cuyo interior pudimos visitar. Aunque su origen se remonta al siglo XII como basílica románica de tres naves, el edificio gótico actual data del XIII y fue remodelado en el XV. Tanto en la plaza como en el templo y su fachada, están expuestas lápidas y otros objetos de un antiguo cementerio de Maribor, algunos bastante tétricos.
Atravesando calles muy resultonas, algunas vacías y otras atestadas de turistas, llegamos hasta otro de los lugares imprescindibles, la enorme Plaza Glavni, donde antaño se celebraba el mercado. Rodeada por bellos edificios de colores, allí también se ubica el Ayuntamiento, edificio renacentista del siglo XVI, frente al cual se encuentra la Columna Votiva, elaborado monumento del siglo XVII dedicado a la Virgen María que recuerda a las víctimas de la peste negra que asoló la ciudad en 1646, matando a un tercio de sus habitantes.
Seguimos después hasta el Barrio de Lent, uno de los más antiguos de la ciudad, con sus calles Usnjarska, Vojasniska y Pristan. Al estar junto a la orilla del río, hay muchas terrazas y restaurantes, pero aún conserva lienzos de muros y torres de la muralla. Allí también se encuentra la que está catalogada por el Libro Guinness de los Récords como la vid más antigua del mundo (zametovka o modra kavcina) con una edad de 450 años, pues fue plantada mientras los otomanos asediaban la ciudad. Sus ramas son largas, muy largas, y el emparrado adorna casi completamente la fachada de una casa que, en su origen, formaba parte de la muralla medieval y en la que se asienta una bodega centenaria, en cuyo interior existe un interesante museo sobre el vino que visitamos. En fin, siendo el producto más representativo de la ciudad, no faltan bodegas por todas partes a las que entrar.
Esta zona me pareció que tenía mucho encanto, pero, como he comentado antes, había obras y resultaba bastante incómodo moverse por allí y las fotos quedaban feas; así que volvimos al centro y lo pateamos otro rato hasta la hora de comer.
Aunque no recuerdo el restaurante, no se me ha olvidado la cantidad exagerada que nos pusieron: cinco platos (entre ellos, un surtido de embutidos muy rico) y el postre. Las camareras no paraban de servir y no entendían por qué parte de la comida se quedaba intacta en los platos. Incluso se acercó la cocinera, la pobre muy preocupada, por si no nos gustaba el menú y nos ponía otras cosas. ¡Solo nos faltaba eso! Hablaba italiano y se lo explicamos. ¡Madre mía, qué empacho! Eso sí, para beber, una copa de vino blanco, de Maribor, por supuesto. No me pareció muy seco, con lo cual, me gustó. Igual que me gustó Maribor pese a las obras.