Circulando por una carretera entre verdes campos y bosques eslovenos, seguimos (en realidad, regresamos) hasta la localidad de Postojna, concretamente a las cuevas que llevan su nombre. Este si es un sitio tremendamente turístico y concurrido, y hay que tenerlo muy en cuenta, ya que puede haber unas colas importantes para el acceso. Por ello, conviene llevar las entradas reservadas, sobre todo en verano.
Teníamos pase a las tres menos cuarto, así que comimos antes de entrar (llevábamos el almuerzo incluido) en el Hotel Jama, que se encuentra junto a las taquillas. Luego, estuvimos haciendo un poco de tiempo paseando por el parque natural y la zona recreativa que hay en los alrededores, con un río y pasarelas: un entorno idílico, excepto por la gran cantidad de gente allí congregada.
Las cuevas son enormes, algo que ya se intuye incluso antes de entrar. Cuentan con 24 kilómetros de galerías de los que solo cinco están abiertos al público. Formadas a lo largo de millones de años en terreno kárstico por el río Pivka, por inscripciones encontradas en su interior, se sabe que fueron descubiertas en el siglo XIII, aunque la caverna no fue descrita hasta el siglo XVIII, ni explorada hasta principios del siglo XIX. A partir de 1819, tras ser visitadas por Fernando I de Austria, se convirtieron en una atracción turística de primer orden, y ya en 1872 se añadieron railes y trenes para los visitantes, impulsados por los propios guías hasta que en 1914 se instaló una locomotora de gas. Para comprender el alcance de su popularidad, simplemente hay que señalar que tuvo luz eléctrica en su interior desde 1884, incluso antes que Liubliana. Actualmente, es una de las cuevas más visitadas del mundo.
La primera parte del recorrido, que cuenta con 3,7 kilómetros, se hace en un tren, el único del mundo en una cueva que cuenta con dos vías. Bueno, parece que te vas a montar en el metro. Circula a bastante velocidad, por lo que no es nada fácil hacer vídeos o fotos, de hecho me salieron horribles. Sin embargo, desde el mismo arranque del tren, el entorno no deja indiferente, ni mucho menos. En concreto, la Sala del Baile, con sus lámparas de cristal de murano resulta espectacular, lo mismo que la enorme la sala de conciertos, de la que se asegura que tiene una acústica excepcional.
La segunda parte del recorrido se realiza a pie. En teoría, cada grupo tiene que ir obligatoriamente con su guía, sin separarse ni mezclarse con otros grupos. Al principio, se pusieron muy pesados con ese tema, insistiendo incluso en que serían expulsadas las personas que no lo acatasen. Luego, la realidad no fue tan estricta, sobre todo porque era prácticamente imposible tanto la vigilancia como el cumplimiento debido a la gran cantidad de gente que se juntaba al inicio, sobre todo en los miradores, y a la escasa luz alrededor que te obligaba a ir con mil ojos para no tropezar, con lo cual, aunque tratabas de mantenerte con tu grupo, terminabas mezclándote con el siguiente o el anterior.
En fin, un poco de lío; incluso perdí de vista a mi amiga, con la que no me volví a reunir hasta el final. De modo que decidí ir a mi paso, sin detenerme pero sin angustiarme ni apresurarme demasiado.Después de todo, tampoco había nadie controlando y allí dentro no me iban a dejar. Y eso hizo todo el mundo, excepto algunos orientales maleducados que me pegaron más de un empujón.
Me encantan las cuevas y he visto muchas, sobre todo en España y Francia. Sin embargo, esta me pareció diferente por la variedad de colores y muy especial por sus enormes proporciones. ¡Qué cueva, madre mía! Caminabas, subías, bajabas a través de pasillos interminables, salas gigantescas, pasarelas a distinto nivel, miradores… Tremendo.
Según fui avanzado, la gente se dispersaba, con lo cual había menos aglomeraciones y se disfrutaba del recorrido con más tranquilidad, sin los agobios iniciales. Entonces, me resultó más fácil sumergirme en esa trama aventurera de los libros de juventud, intentando convencer durante unos minutos de que me movía por el centro de la tierra. Por lo demás, la iluminación me pareció acertada, ya que no era nada estridente y resaltaba los tonos naturales.
Pasaba de una zona a otra, con la impresión de que aquello no se acababa nunca; claro que tampoco tenía ganas de que se terminara porque me estaba gustando mucho.
Aunque no era cuestión de rezagarse demasiado en los detalles por el tema de los turnos, tampoco me resigné a correr. Así que terminé yendo a mi ritmo y todavía llegué con mucho margen de tiempo para unirme al resto de mi grupo -cuyos componentes aparecieron también totalmente desperdigados- en la sala donde todo el mundo aguarda para tomar el tren, que conduce de nuevo al acceso de la cueva.
No voy a describir figuras, ni estalactitas, ni estalagmitas, ni columnas, ni excéntricas, ni… Ni nada, porque hay de todo, de todos los tamaños, formas, figuras y colores, y en cantidades industriales. A lo bestia, vamos.
Así que solo mencionaré dos de los principales símbolos de estas cuevas. El primero es el “brillante”, una estalactita de cinco metros de altura de un inusitado color blanco resplandeciente, que se halla al lado de una gran columna calcárea de aspecto barroco. Está casi al final del itinerario a pie.
El segundo concierne a la fauna, pues son 83 las especies que viven en las cuevas, principalmente arañas, langostas, mariposas, caracoles de agua, murciélagos, ratones… Sin embargo, la más destacada es el proteus anguinus, que fue descrito por primera vez hace más de tres siglos por el historiógrafo Janez Vajkard Valvasor; y también lo mencionó Charles Darwin en su obra “El origen de las especies”. Según la leyenda, los habitantes de Postjana, tras grandes crecidas de agua, al ver aparecer en la superficie a estos peces extraños, de cuatro patas, cuerpo alargado y tono rosado, pensaban que en el interior de la cueva vivía un dragón y que esas eran sus crías. En realidad, se trata de una especie endémica del karst dinárico, siendo esta cueva uno de sus reducidos refugios. Se puede contemplar a estos animalitos en el interior de unas urnas climatizadas, aunque no se les puede fotografiar para no molestarles.
En resumen, una barbaridad de cueva, en la que resulta difícil asimilar todo lo que se ve o se intuye. Sin tanta gente, sería una auténtica maravilla; aun así, lo es. Poco más puedo añadir.