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Último madrugón del viaje. El cielo amaneció muy nublado, pero miramos el pronóstico del tiempo y no daban lluvia hasta el mediodía, así que, con un poco de suerte todavía podríamos hacer alguna actividad más.
Después de desayunar (otro rico desayuno escocés), nos preparamos, recogimos la habitación y bajamos a la recepción. Como avión salía por la tarde, preguntamos a la persona que regentaba el alojamiento a ver si podía guardarnos las maletas hasta las 14h. Al principio, pareció que no le hizo mucha gracia, pero luego nos dijo que las podíamos dejar hasta las 13h. Como la alternativa, era dejarlas en las consignas de Waverley Station y nos pareció un poco caro cuando lo miramos, aceptamos la oferta.
Tenemos que reconocer que somos de esas personas a las que les gusta estar tranquilos y sin estrés el día que regresan de vacaciones, así que el día anterior cuando buscamos algo para hacer, nos pareció buena idea visitar el jardín botánico. La entrada era gratuita y, además, la línea 27 de autobuses, que era la que teníamos que coger, tenía una parada muy cerca del alojamiento. El precio por 2 billetes (ida) fue de £4 (4,65€).
A las 9h45 ya estábamos en la puerta del jardín y como aún quedaban unos minutos para que abrieran, buscamos una cafetería (Betty & George) para tomar algo caliente. Un rico “hot chocolate” y un “café moca” por £7,40 (8,65€).
Después de desayunar (otro rico desayuno escocés), nos preparamos, recogimos la habitación y bajamos a la recepción. Como avión salía por la tarde, preguntamos a la persona que regentaba el alojamiento a ver si podía guardarnos las maletas hasta las 14h. Al principio, pareció que no le hizo mucha gracia, pero luego nos dijo que las podíamos dejar hasta las 13h. Como la alternativa, era dejarlas en las consignas de Waverley Station y nos pareció un poco caro cuando lo miramos, aceptamos la oferta.
Tenemos que reconocer que somos de esas personas a las que les gusta estar tranquilos y sin estrés el día que regresan de vacaciones, así que el día anterior cuando buscamos algo para hacer, nos pareció buena idea visitar el jardín botánico. La entrada era gratuita y, además, la línea 27 de autobuses, que era la que teníamos que coger, tenía una parada muy cerca del alojamiento. El precio por 2 billetes (ida) fue de £4 (4,65€).
A las 9h45 ya estábamos en la puerta del jardín y como aún quedaban unos minutos para que abrieran, buscamos una cafetería (Betty & George) para tomar algo caliente. Un rico “hot chocolate” y un “café moca” por £7,40 (8,65€).
Con el rico sabor del chocolate y del café en nuestros paladares nos fuimos al botánico (nombre coloquial como se conoce a los jardines). Durante una hora y media aproximadamente estuvimos paseando disfrutando de las diferentes variedades de plantas. Pero, sobre todo, el paseo nos hizo olvidar por un rato que nuestra aventura escocesa, estaba llegando a su fin.
En uno de los rincones del “botánico” nos llamó la atención un cartel que se titulaba “Semillas de esperanza” y seguía con el siguiente texto: “A las 8.15 de la mañana del 6 de agosto de 1945, Hiroshima fue reducido a cenizas por una bomba atómica que, indiscriminadamente, segó la vida de hasta 140.000 personas. Esperamos desde el fondo de nuestro corazón, que este árbol de ginkgo de segunda generación... sirva como símbolo de paz para vuestra ciudad”.
Pocos sobrevivieron a la devastación de Hiroshima, sin embargo, la vida volvió cuando los restos carbonizados de 160 árboles comenzaron a brotar.
En 2015, el grupo de “Alcaldes para la Paz” regaló un árbol hembra de ginkgo al Real Jardín Botánico de Edimburgo por como parte del proyecto de Paz. Trece árboles germinaron y éste fue plantado el 6 de agosto 2020 por el Sr. Nozomu Takaoka, Cónsul General de Japón en Edimburgo.
Como siempre que sale a relucir la historia de Hiroshima, se me pusieron los pelos de punta y un pequeño escalofrío, recorrió todo mi cuerpo.
Pocos sobrevivieron a la devastación de Hiroshima, sin embargo, la vida volvió cuando los restos carbonizados de 160 árboles comenzaron a brotar.
En 2015, el grupo de “Alcaldes para la Paz” regaló un árbol hembra de ginkgo al Real Jardín Botánico de Edimburgo por como parte del proyecto de Paz. Trece árboles germinaron y éste fue plantado el 6 de agosto 2020 por el Sr. Nozomu Takaoka, Cónsul General de Japón en Edimburgo.
Como siempre que sale a relucir la historia de Hiroshima, se me pusieron los pelos de punta y un pequeño escalofrío, recorrió todo mi cuerpo.
Y como no podía ser de otra manera, en otro de los rincones pudimos disfrutar de un jardín con sus arces japoneses ya preparándose para el “momiji”, un pequeño lago e incluso, un puente de madera.
Poco antes de las 12h, dimos por terminada la visita y fuimos a la misma parada (pero en sentido contrario, claro) para coger el autobús que nos tenía que llevar de nuevo al alojamiento para recoger las maletas. Al igual que a la ida, los billetes nos costaron £4 (4,65€).
Cuando llegamos al alojamiento, nos sorprendió ver las maletas en el mismo sitio donde las habíamos dejado (junto a las escaleras de acceso a las habitaciones). Pensábamos que las guardaría en alguna habitación o en una zona menos transitada. Bueno… el favor nos lo había hecho.
Ya con las maletas, nos fuimos acercando al centro. Por cierto… los pronósticos del tiempo se cumplieron y mientras bajábamos, empezó a llover. Cuando llegamos a Princes Street, nos acordamos de la iglesia de St. John’s y como vimos que tenía la puerta abierta, decidimos preguntar a ver si se podía visitar. No sabemos si la señora nos reconoció del día anterior, pero a pesar de que en el horario ponía que a esa hora estaba cerrada, nos dejó entrar a visitar la iglesia. Ahhh, la entrada es gratuita (aceptan donaciones).
Ya con las maletas, nos fuimos acercando al centro. Por cierto… los pronósticos del tiempo se cumplieron y mientras bajábamos, empezó a llover. Cuando llegamos a Princes Street, nos acordamos de la iglesia de St. John’s y como vimos que tenía la puerta abierta, decidimos preguntar a ver si se podía visitar. No sabemos si la señora nos reconoció del día anterior, pero a pesar de que en el horario ponía que a esa hora estaba cerrada, nos dejó entrar a visitar la iglesia. Ahhh, la entrada es gratuita (aceptan donaciones).
Cuando acabamos la visita, ya eran las 13h30, y pensamos que era la hora perfecta para comer. Yo no quería irme de Escocia sin comer fish & chips, así que “tiramos” de Google Maps para buscar algún sitio donde pudiéramos comer esta comida tan típica de Reino Unido. Los fish & chips + los refrescos nos salieron por £41,92 (48.80€). Algún capricho nos teníamos que dar ¿no?
Cuando salimos del restaurante, seguía lloviendo y según los pronósticos, ya no iba a parar en todo el día. El rato que nos quedaba hasta coger el tranvía hacia el aeropuerto, lo dedicamos a hacer alguna compra de última hora.
Igual que hizo Anna con sus zapatillas dejándolas en el Eilean Donan, yo también “enterré” una sudadera que compré en Princes Street diez años atrás. Sobre las 14h45, viendo que no paraba de llover y teniendo que arrastrar las maletas por Edimburgo, pensamos que era hora de ir hacia el aeropuerto.
Una vez en el tranvía, comprobamos que, desgraciadamente “tontos” hay en todos los países. Os contamos. Cuando montamos en el tranvía vimos que no había sitio en los huecos reservados para el equipaje, así que nos quedamos con las maletas a nuestro lado. Cuando pasó el revisor, nos dijo que las maletas tenían que ir a su sitio. Aunque le dijimos que no había sitio, la verdad es que no nos hizo mucho caso. Cuando doy la vuelta, nos volvió a decir lo de las maletas, pero esta vez, se paró a hablar con nosotros. Le explicamos que no había sitio porque, las maletas que había estaban mal colocadas y que no nosotros no íbamos a tocar/mover cosas que no fueran nuestras. El supervisor nos dio la razón y nos dijo que ya lo hacía él. En unos pocos segundos puso las maletas de pie e hizo hueco para las nuestras.
Como ningún otro pasajero dijo ni hizo, en primera instancia pensamos que igual estaban en otra parte del vagón. Pues resulta que, cuando llegamos a la terminal, los dueños de las maletas mal colocadas, estaban al lado nuestro. Sin más… el COVID nos ha hecho mejor ¡Y una mierda!
A las 16h ya estábamos en el aeropuerto y aunque todavía faltaban más de 2 horas para que saliera nuestro vuelo, localizamos los mostradores de Ryanair para ver si podíamos facturar el equipaje. Al llegar preguntamos a una chica con uniforme de Ryanair a ver a qué hora podríamos facturar y nos dijo que podíamos utilizar el sistema automático. Anna y yo somos más de tratar con personas para estas cosas, pero nos acordamos de que mi cuñada Raquel siempre nos anima a probar las cosas nuevas, así que, allí fuimos.
Igual que hizo Anna con sus zapatillas dejándolas en el Eilean Donan, yo también “enterré” una sudadera que compré en Princes Street diez años atrás. Sobre las 14h45, viendo que no paraba de llover y teniendo que arrastrar las maletas por Edimburgo, pensamos que era hora de ir hacia el aeropuerto.
Una vez en el tranvía, comprobamos que, desgraciadamente “tontos” hay en todos los países. Os contamos. Cuando montamos en el tranvía vimos que no había sitio en los huecos reservados para el equipaje, así que nos quedamos con las maletas a nuestro lado. Cuando pasó el revisor, nos dijo que las maletas tenían que ir a su sitio. Aunque le dijimos que no había sitio, la verdad es que no nos hizo mucho caso. Cuando doy la vuelta, nos volvió a decir lo de las maletas, pero esta vez, se paró a hablar con nosotros. Le explicamos que no había sitio porque, las maletas que había estaban mal colocadas y que no nosotros no íbamos a tocar/mover cosas que no fueran nuestras. El supervisor nos dio la razón y nos dijo que ya lo hacía él. En unos pocos segundos puso las maletas de pie e hizo hueco para las nuestras.
Como ningún otro pasajero dijo ni hizo, en primera instancia pensamos que igual estaban en otra parte del vagón. Pues resulta que, cuando llegamos a la terminal, los dueños de las maletas mal colocadas, estaban al lado nuestro. Sin más… el COVID nos ha hecho mejor ¡Y una mierda!
A las 16h ya estábamos en el aeropuerto y aunque todavía faltaban más de 2 horas para que saliera nuestro vuelo, localizamos los mostradores de Ryanair para ver si podíamos facturar el equipaje. Al llegar preguntamos a una chica con uniforme de Ryanair a ver a qué hora podríamos facturar y nos dijo que podíamos utilizar el sistema automático. Anna y yo somos más de tratar con personas para estas cosas, pero nos acordamos de que mi cuñada Raquel siempre nos anima a probar las cosas nuevas, así que, allí fuimos.
La verdad es que no pudo ser más sencillo. Pusimos las maletas (una cada vez) en la balanza. Escaneamos la tarjeta de embarque y tras comprobar que el peso era correcto, la máquina imprimió la etiqueta identificativa de la maleta. Una vez colocada, sólo tuvimos que ponerlas en una cinta transportadora. Muy sencillo y muy eficiente.
¡Cómo nos gustan los aeropuertos donde se puede ver aterrizar/despegar a los aviones! En nuestro caso, estuvimos muy cerca de la pista 24. Poco después de las 17h aterrizó el avión de Ryanair que nos tenía que llevar de vuelta a casa.
¡Cómo nos gustan los aeropuertos donde se puede ver aterrizar/despegar a los aviones! En nuestro caso, estuvimos muy cerca de la pista 24. Poco después de las 17h aterrizó el avión de Ryanair que nos tenía que llevar de vuelta a casa.
A las 17h30 nos llamaron para embarcar. Como accedimos al avión desde la pista y abrieron la puerta de delante y atrás, el embarque lo hicimos bastante rápido. Y menos mal, porque seguía lloviendo, jejeje. Una cosa que nos llamó la atención es que para ser un vuelo de Ryanair, había varios asientos vacíos. De hecho, había filas enteras vacías,
Muy puntuales, pasados 5 minutos de las 18h, el avión se empezó a mover y nos dirigimos a la cabecera de la pista de despegue. Como íbamos en fila varios aviones, tuvimos que esperar nuestro turno.
Muy puntuales, pasados 5 minutos de las 18h, el avión se empezó a mover y nos dirigimos a la cabecera de la pista de despegue. Como íbamos en fila varios aviones, tuvimos que esperar nuestro turno.
Cuando llevábamos una hora de viaje, sobrevolamos Cornualles (Cornwall) y como el sol estaba a punto de ponerse, aprovechamos para cambiarnos a los asientos del otro lado para sacar unas fotos. Era la primera vez que podíamos hacer eso en un avión.
A las 20h el capitán avisó por megafonía que nos estábamos aproximando al aeropuerto de Santander. El aterrizaje lo hicimos 15 min. más tarde y sin novedad. Con el cambio horario, en Santander eran las 21h15 y ya era noche cerrada.
Tras recoger las maletas en la cinta, nos llevamos la grata sorpresa de que Raquel (la hermana de Anna) había venido a buscarnos. Al principio, no lo entendimos porque ella sabía que teníamos nuestro coche en el aeropuerto y pensamos ¿para qué ha venido, si vamos a tener que volver en coches separados a casa? Pues no, resulta que había venido en transporte público. ¡Todo un mérito tratándose del aeropuerto de Santander!
Fuera del aeropuerto, también nos estaba esperando la furgoneta de la empresa que gestiona el aparcamiento donde habíamos dejado el coche. Le preguntamos a ver si podía ver Raquel con nosotros y no nos pusieron ninguna pega. Cuando recogimos el coche estaba muuuuuuuuuuy limpio (por dentro y por fuera).
Como agradecimiento por habernos venido a recibir, nos fuimos a cenar al restaurante Sushisom en el Centro Comercial de Bahía Real. Aquí ya no ponemos lo que nos costó, porque esos gastos ya no son de este viaje, jejeje.
Fuera del aeropuerto, también nos estaba esperando la furgoneta de la empresa que gestiona el aparcamiento donde habíamos dejado el coche. Le preguntamos a ver si podía ver Raquel con nosotros y no nos pusieron ninguna pega. Cuando recogimos el coche estaba muuuuuuuuuuy limpio (por dentro y por fuera).
Como agradecimiento por habernos venido a recibir, nos fuimos a cenar al restaurante Sushisom en el Centro Comercial de Bahía Real. Aquí ya no ponemos lo que nos costó, porque esos gastos ya no son de este viaje, jejeje.
Hasta la próxima Viajer@s.
Como resumen, os dejamos una pequeña valoración del viaje.
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