Dejamos la Isla Sur de Nueva Zelanda en un vuelo de Christchurch a Auckland que, con una breve escala de hora y media, conectaba con el vuelo a Tahití de cinco horas de duración.
Era el 30 de enero y estaba siendo en el día más largo de nuestras vidas: salimos de Auckland a las 7 de la tarde y llegamos a Tahití el mismo día ¡a la una de mañana! Todavía teníamos por delante otras 23 horas de ese día que iba a durar, por tanto, 47 horas.
A la llegada a Papeete, los trámites aduaneros fueron los mínimos. Estábamos en la UE y sólo necesitamos nuestro carnet de identidad para entrar. La moneda, en cambio, no es el euro y tuvimos que cambiar al Franco Polinesio.
Esa primera noche, por comodidad, tomamos hotel frente al aeropuerto. Salimos con nuestras maletas de la terminal, cruzamos a pie una avenida, subimos una cuesta y al rato estábamos durmiendo.
A la mañana siguiente, recogimos un coche de alquiler justo al lado del hotel y echamos en Papeete unas cuantas horas hasta poder entrar en nuestro alojamiento para las siguientes cuatro noches.
Hicimos una primera visita a un hipermercado de una famosa marca francesa (no iba a ser la única) para aprovisionarnos de alimentos frescos y abundantes, después de una dieta bastante mediocre durante nuestra estancia en Nueva Zelanda.
Papeete no me causó una buena primera impresión. No se veía nada genuino y sus edificios no conservaban ni la impronta colonial ni reminiscencias de la cultura aborigen polinesia. Todo bastante destartalado y con aspecto de abandono.
Estábamos alojados cerca de la Playa Vaiava, en el lado oeste de la isla, con arena blanca, pero sin apenas sombras donde cobijarse y las pocas, muy disputadas. No tiene oleaje y el arrecife, muy cercano a la costa es muy entretenido por la cantidad de peces que se ven.
Allí echamos el resto del día hasta que anocheció y preparamos una copiosa cena a base de pescado y frutas tropicales.
Para el siguiente día, teníamos previsto dar la vuelta completa a la isla, por la casi única carretera que existe en la isla y que va por el litoral. Comenzamos el recorrido hacia el este, teniendo que atravesar Papeete, cuyos atascos ya conocíamos del día anterior.
Empezamos a hacer kilómetros, siempre con el mismo paisaje: las verjas de las casas a uno y otro lado de la carretera y, de vez en cuando, una vista del mar a nuestra derecha, pero sin apenas lugares donde aparcar o accesos a las playas.
Las playas en esta parte norte son de arena negra y muchas de ellas tienen escolleras artificiales. La construcción de la carretera ha afectado mucho al paisaje del litoral.
Estas playas, donde hay fuerte oleaje y viento, son las preferidas de los surfistas y en ellas se han celebrado las competiciones de las últimas olimpiadas organizadas por Francia.
Uno de los puntos marcados en la ruta como de interés es el Souffleur d'Arahoho, unos sifones en los acantilados, donde hay una bonita playa, también de arena negra.
En este punto está uno de los pocos desvíos que tiene la llamada Route de Ceinture y que lleva a las Cascadas Faarumai. Decidimos no desviarnos, pensando ver en ese día la parte sur de la isla, la más alejada de nuestro alojamiento y dejar lo más cercano para otro día.
Continuamos la ruta y en el navegador del coche veíamos como habíamos recorrido ya un cuarto de la circunferencia que asemeja la isla y no veíamos nada de mayor interés. Ni tan siquiera existían los típicos puestos de carretera donde comprar productos locales o refrescos de frutas tropicales.
De esta manera llegamos a la Cascada de Pape'ana'ana, ya en la parte oriental de la isla, que está casi a pie de carretera y donde el agua cae entre el verdor de la vegetación y la roca volcánica negra.
En la pared rocosa de la cascada hay esculpidos en la roca unos petroglifos, al parecer de los ancestros polinesios. Allí hay también una roca redonda tallada que debe de haber sido traída de otro sitio. Según parece, este es un lugar sagrado de los aborígenes, pero no hay ningún panel informativo que diga nada al respecto. Ni tan siquiera, si los petroglifos son antiguos o tallados por un escultor moderno.
Llegando al suroeste, se encuentra la Península de Taravao, que no está rodeada por la carretera litoral. Nos adentramos algo en ella, pero no encontramos nada de interés y volvimos hacia Tahití para ver el sur y oeste de la isla.
En las guías de internet habíamos leído que hay un Museo de Gaugin en el Jardín Botánico de Papeari, en la parte sur de la isla. Allí nos dirigimos, pero tanto el jardín botánico como el museo estaban cerrados por tiempo indefinido.
Así fuimos completando la vuelta a la isla, a un ritmo bastante más rápido del que habíamos pensado y hubiéramos deseado. Hicimos dos paradas más, en las Grutas de Mara’a, unas pequeñas cuevas de donde surge agua dulce que tiene propiedades medicinales y en la Playa de Rohotu, que tiene arena blanca y aguas tranquilas, pero con las lindes de las propiedades privadas llegando casi justo a la orilla del mar.
Así concluimos, mucho antes de lo previsto, la vuelta a la isla. Como teníamos coche para toda la estancia en La Polinesia, pensamos que habría que indagar más para encontrar otros sitios de interés que se nos hubieran quedado inadvertidos. Además, teníamos contratado el tour en 4x4 por el interior de la isla para el día siguiente.