Continuación de la etapa anterior.
En el Bulevar Tsar Osbovoditel, junto al Museo Nacional de Historia, se encuentra la Iglesia Rusa de San Nicolás de Mira, templo ortodoxo ruso que se terminó de construir en 1914 en el lugar que ocupaba una antigua mezquita. El exterior está recubierto de mosaicos multicolores, tiene cinco cúpulas doradas y las campanas fueron donadas por el Zar Nicolás II. El interior está completamente pintado y se puede visitar gratuitamente. La fachada principal no resulta fácil de fotografiar, ya que está tapada por los árboles. Sale mejor enfocando desde la parte posterior.
Más adelante, hay otros jardines (Crystal Garden), frente a los cuales se puede ver un llamativo edificio de ladrillo de color naranja, que es la sede del Club Central Militar. Más adelante, en otra plaza, está el Monumento al Zar Libertador, estatua ecuestre del Zar Alejandro II, construida en 1889, como agradecimiento por haber liberado a Bulgaria de la dominación otomana. Enfrente, el antiguo edificio de la Asamblea Nacional.
Cruzando un par de calles, llegamos hasta uno de los principales atractivos visuales de Sofía, la enorme Catedral de Alejandro Nevski -San Alejandro para los ortodoxos-, situada en la plaza de su nombre, que, según nos comentó la guía, ha sido remodelada hace solo un par de años para hacerla peatonal, pues antes los turistas se “jugaban el pescuezo” en su afán por tomar las mejores fotos. La zona ha quedado bastante bien, pues hay varios lugares interesantes en las inmediaciones aparte de la catedral, que ahora es posible rodear y fotografiar tranquilamente, sin coches acechando.
La Catedral es la sede del Patriarcado de Bulgaria y una de las diez catedrales ortodoxas más grandes del mundo. Mide 72 metros de largo, 42 de ancho y 52 de alto, con una capacidad para 10.000 fieles. Fue construida entre 1882 y 1912 mediante donaciones públicas y para homenajear a los soldados rusos y a los revolucionarios búlgaros que murieron en la guerra ruso-turca.
El templo, de estilo neobizantino, es una basílica de cinco naves, con fachada de piedra blanca, sobre la que destacan una cúpula central dorada y numeras cúpulas más pequeñas, de varios tamaños a su alrededor.
Por dentro, está decorada con ónice, alabastro y mármol, material también empleado en los suelos y los iconostasios, que son tres, si bien los laterales son repeticiones del central en tamaño reducido. Las paredes están decoradas con iconos y murales; la lámpara central tiene forma de araña y pesa más dos toneladas y media.
Pese a sus impresionantes proporciones, el interior me pareció bastante oscuro, incluso tenebroso. El acceso es gratuito, aunque hay que pagar un importe que no recuerdo por hacer fotografías. Y no sé si me compensó porque en esas condiciones de luz y con las lamparas reflejando por todas partes me resultó muy difícil sacar alguna foto algo decente. De hecho, me salieron horribles, pero en fin...
Al día siguiente, volví por la tarde y pude asistir durante unos minutos a un oficio religioso con música y canto; una experiencia interesante, aunque el incienso emborronó todavía más el espacio, haciendo que casi no pudiera distinguirse nada alrededor. En el exterior, se estaba celebrando una prueba ciclista, así que no pude hacer las fotos con las perspectivas que más me hubiesen gustado.
Además de otros edificios y esculturas, en la misma plaza, a pocos metros de distancia, se encuentra el Monumento al Soldado Desconocido, dedicado a los soldados búlgaros caídos en todas las guerras, y también la Escultura del León, símbolo del país y que aparece en su escudo nacional.
Al lado, está la Iglesia de Santa Sofía (Hagia Sofía), de la que tomó su nombre la ciudad en el siglo XIV. En este lugar se encontraba la necrópolis y el teatro romanos de Serdica, de los que aún se conservan restos en el subsuelo, como el Sepulcro de Honorios. Fundada en el siglo VI durante el reinado del emperador bizantino Justiniano II, tiene planta basilical, con dos torres y una cúpula. Durante la dominación otomana, fue convertida en mezquita, se erigieron minaretes y se destruyeron los frescos. En el siglo XIX, un terremoto derribó los minaretes y la mezquita se abandonó. La iglesia se reconstruyó en el año 1900. Según nos contó la guía, una curiosidad de esta iglesia es que la campana la tiene enfrente, colgada de un árbol
Su planta es cruciforme con tres altares y los suelos están cubiertos con ornamentos paleocristianos y mosaicos que representan flora y fauna. Merece la pena visitar el interior. Hay que pagar por las fotos, pero alguna se puede sacar... ".
Almorzamos en un restaurante del centro de Sofía, donde tomamos la enésima versión de ensalada y los tradicionales pimientos rellenos de carne con arroz. De postre, otra baklawa con un extra de canela.
Por la tarde, después de haber visitado la Iglesia de Boyana y el Museo Nacional de Historia, salí a dar una vuelta en dirección al centro, pero visitando una zona que solo había visto desde el autobús. En vez de coger el metro, en esta ocasión fui caminando desde el hotel, junto al que se encuentra una pequeña pero bonita iglesia ortodoxa, donde pudimos ver una boda al llegar de la excursión.
El recorrido no tenía pérdida, ya que no había más que seguir “todo tieso” el Bulevar Cherni Vrah. Después de pasar por unos jardines con fuente y esculturas que seguramente han vivido momentos mejores, tras un rato, atravesé una moderna zona comercial y, luego, llegué al llamado “Puente de los Enamorados”, que en realidad es una pasarela peatonal sobre varías vías rápidas, con jardines y exposiciones. Ignoro la razón de tan romántico nombre .
A continuación, llegué al Palacio Nacional de la Cultura, un enorme edificio que se utiliza para eventos y congresos. Se terminó de construir en el año 1981, para celebrar el 1300 aniversario de la creación del Estado búlgaro. Está rodeado por un gran jardín con esculturas y varias fuentes, sin que falte otra estatua del simbólico león. La zona estaba muy concurrida y muchos lugareños se refrescaban metiendo los pies en el agua, tratando de combatir el fuerte calor de la tarde.
Continué por la Avenida Vithosa, una calle peatonal donde coinciden turistas y lugareños para tomar algo en las terrazas, pasear o ver los escaparates de las numerosas tiendas que hay a ambos lados. Me llamó la atención la escultura de Aleko Konstantinov, con su maleta y sus indicadores de distancia a diferentes lugares. Luego supe que este personaje fue un conocido escritor búlgaro de finales del siglo XX, viajero empedernido y pionero en la publicación de crónicas sobre sus viajes por Europa y América. Le asesinaron en 1987, dicen que por error al confundirle con otra persona, mientras recorría algunas zonas recónditas de Bulgaria. Muy curioso. Durante todo el recorrido, al final de la avenida, se percibe de fondo la estampa de la Catedral de Sveta Nedeyla como objetivo a alcanzar. Antes, pasé frente al edificio del Palacio de Justicia, que se terminó de construir en 1940 en estilo ecléctico, con cinco puertas, doce columnas y dos leones, uno a cada lado.
La tarde del día siguiente, después de visitar el Monasterio de Rila, regresé otra vez al centro, en esta ocasión tomando el metro. Recorrí nuevamente parte de lo que ya había visto y me fijé en algunos de los edificios destacados que me indicaba el mapa turístico que me habían facilitado en el hotel.
Sin embargo, renuncié a mi propósito de llegar al parque donde se han ido acumulando los monumentos de la época soviética. No me apetecía tanto trasiego, la verdad. Y tampoco cumplí mi idea de quedarme hasta que se hiciera de noche para tomar fotos porque, una vez cerrados los museos, no se me ocurría dónde pasar esa hora y media. Fue como si se me hubiesen terminado los sitios a los que me interesase ir, algo que nunca me había ocurrido antes en otras capitales europeas. Quizás fue el calor o que al día siguiente tenía que madrugar mucho, ya que nuestro vuelo salía a las siete hacia Madrid, no sé. Pero decidí dar por terminado mi periplo por Sofia y regresé en metro al hotel desde la estación del Palacio de la Cultura.