Camariñas.
Siguiendo nuestra ruta, llegamos a Camariñas, población situada en una península junto a la ría de su nombre. Cuenta con poco más de 6.000 habitantes y es un referente mundial en la elaboración de encajes de bolillos.

Existen diversas leyendas sobre cómo se introdujo el encaje de bolillos en este lugar. Una de ellas afirma que, tras el naufragio de un barco frente a sus costas, entre los supervivientes, fue rescatada una dama Italiana quien, como muestra de agradecimiento, enseñó la técnica de los palillos a las lugareñas.

Paramos a tomar un café en una terraza, mirando a la Ría. Hacía bastante calor. Luego, fuimos a dar una vuelta por el puerto y también me acerqué al casco viejo, donde vi unas cuantas casas de bonita arquitectura, algunas en venta y varias en muy mal estado de conservación. Llegué hasta la parte alta, donde se encuentra la Iglesia parroquial de San Xurxo, construida en el siglo XVIII en estilo barroco.


Cabo Vilán.
Nos habían comentado que el Cabo Vilán (Cabo Villano en castellano) es uno de los lugares que no hay que perderse en la Costa da Morte, incluyendo el faro que señaliza uno de sus tramos más peligrosos pero también más bellos. Declarado sitio de interés nacional en 1933, actualmente es Monumento Natural y está incluido en la Red Natura 2000.


El Faro se yergue a 125 metros de altura y, anexo al edificio de los fareros, cuenta con un cañón de luz visible a más de 55 kilómetros de distancia. Se trata del faro eléctrico más antiguo de España y prestó su primer servicio en 1896. En la actualidad, se ha instalado un museo en su interior que se puede visitar pagando 1 euro.

Dejamos el coche en el aparcamiento, pues al faro hay que subir caminando, si bien, previamente surcamos uno de los senderos que llevan al borde de los acantilados, desde donde se obtienen unas vistas impresionantes del propio faro y de su entorno, en particular sobre la llamada “Furna dos Infernos”. Por fortuna, el terreno no estaba mojado ni tampoco hacía viento –que suele soplar fortísimo aquí-, factores que pueden convertir el paseo en peligroso si no se guardan las debidas precauciones.


Hay que ir con cuidado, pisando exclusivamente la estrecha franja de tierra que marca el sendero para no afectar a la sensible vegetación que cubre las rocas y que, además, estaba florecida, añadiendo un toque de color con mucho encanto.

Ya junto al faro, le dimos la vuelta, recreándonos con las vistas. Después, subimos por un corto sendero entre las rocas, que nos condujo al Faro Vello, el faro antiguo, situado un poco más alto y más al interior, por lo que proporciona unas panorámicas todavía más espectaculares sobre el Faro nuevo y los acantilados.


También se contempla desde arriba un enorme criadero de pescado, sobre todo de lenguado y rodaballo, según he leído. En definitiva, el Cabo Vilán resulta una parada obligada en cualquier visita a la Costa da Morte.

Castelo de Vimianzo.
Nuestra siguiente visita fue al Castillo de Vimianzo, que está en la población del mismo nombre. Lo construyó la familia Mariño de Lobeira entre finales del siglo XII y principios del siglo XIII, si bien de la primitiva edificación solo se conservan los restos de lo que pudo ser la Torre del Homenaje, sita en el actual Patio de Armas.

A comienzos del siglo XV, pasó a manos de los Moscoso, una de las familias más poderosas de Galicia. En adelante, comenzó una tremenda disputa por su posesión entre los Moscoso y el Arzobispo de Santiago hasta que en 1467 cayó en poder de los campesinos durante las Guerras Irmandiñas, por las que el pueblo se rebeló contra la tiranía de los nobles. No obstante, poco después lo recuperó el Arzobispo, quien lo reconstruyó. Años más tarde, Lope Sánchez de Moscoso, que se autoproclamó primer conde de Altamira, recobró el castillo y su familia lo conservó hasta el siglo XIX.

Actualmente, es propiedad de la Diputación Provincial de A Coruña, que lo rehabilitó y abrió al público. Está muy bien conservado, con murallas, foso y un puente levadizo. Posee gruesos muros, cuatro torres y un patio de armas. Además, cuenta con un museo de artesanía, talleres en vivo y exposiciones.

El acceso es gratuito y se puede recorrer libremente, aunque también hay visitas guiadas. Tiene un bonito jardín y desde las almenas se contemplan buenas vistas de Vimianzo y sus alrededores. Pasamos un buen rato allí.


Abre todos los días, salvo los lunes, en los siguientes horarios: del 1 de junio al 15 de septiembre, de 10:30 a 14:00 y de 16:00 a 20:30; el resto del año, de 10:00 a 14:00 y de 16:00 a 18:30. Por cierto, que no dispone de aparcamiento propio. Así que hay que dejar el coche en las calles de Vimianzo, donde se pueda.

Laxe (Lage).
Para finalizar la jornada, decidimos acercarnos a Laxe, un pueblo marinero, con notable flota de bajura, actividad que sustenta su economía junto a la agricultura y el turismo, que se ha incrementado mucho en los últimos tiempos debido a su fama de ser uno de los pueblos más bonitos de la Costa da Morte. Actualmente, tiene unos 3.000 habitantes censados.

Nada más llegar, nos dimos cuenta de que no habíamos escogido el mejor momento para visitar Laxe, pues estaba a tope de gente, tanto en el casco viejo como en las playas. Y, por si fuera poco, se estaba montando el escenario para un concierto multitudinario en la Plaza Ramón Juega.

Aparcamos al final del muelle y dimos una vuelta por el casco antiguo. Pasé, primero, junto a la Iglesia de la Virgen de la Atalaia, cuyo origen se remonta al siglo XIII, aunque fue reformada en el XV, modificando su primitivo estilo románico con un aire gótico, el llamado gótico gallego. Estaba cerrada, así que no pude ver su interior.


Enseguida me topé con la Casa do Arco, edificio secular de estilo gótico con tres arcos apuntados que comunican la Rúa Real con la Iglesia de la Virgen de la Atalaia. Se trata de un edificio de granito del siglo XV, de tres alturas y que cuenta con varios escudos, alguno de la familia Moscoso, que lo mandó construir. Se ha convertido en un símbolo de Laxe y ahora acoge un establecimiento hotelero.


Nuestra primera intención era tomar algo en el pueblo, pero había tanto gentío (en las fotos no lo parece porque tengo mucha paciencia al enfocar) que incluso pasear resultaba incómodo, lo que nos quitó de la cabeza la idea de llegar hasta el Faro andando para conocer sus alrededores, que son muy bonitos según me habían comentado. Con idea de ganar tiempo, quisimos ir con el coche, pero nos hicimos un lío monumental porque debido al concierto habían cortado varias calles y no había forma de avanzar ni para adelante ni para atrás. Al final, desistimos. En fin, también queda para otra vez.
Desde allí, enfilamos directamente hacia A Coruña.
Te mando estrellitas. Abrazos.