Puesto que la lluvia continúa le damos marcha a nuestro caminar para mojarnos lo menos posible. Llegamos por fin al supermercado Sklavenitis, en la confluencia de la calle Mitropolitou Kirillou con Pireos. Es un establecimiento de tamaño medio y tiene más surtido que a los que fuimos en Atenas pero aún así lo que hay no me termina de convencer y sólo cojo 4 cosas pese a tener idea de salir de allí con varios kilos de productos autóctonos. Como dice el proverbio del país: “Regalo, aunque pequeño, grande gracia tiene”. Mi acompañante se coge una botella de vino cretense y otra de Ouzo, el licor típico griego (que hablando el otro día me comentó que ya lo habían probado y estaba fuertecejo el jodío).
Salimos y pasamos al trote por alguna calle que ya hemos visitado esta mañana.
Mientras nos aproximamos a la parada del autobús para regresar al barco le voy recordando a mi acompañante que lo más probable es que le requisen las 2 botellas, las guarden en bodegas y la última noche nos las devuelvan al camarote puesto que no se puede subir alcohol a bordo de fuera del mismo, excepto el primer día de embarque y con ciertas restricciones. Veremos cuando lleguemos…
Continúa lloviendo, decidimos que la visita ha dado de sí lo que tenía que dar vistas las circunstancias climatológicas (nos quedamos sin callejear por la parte antigua y admirar rincones, callejuelas y demás) y llegamos a la plaza donde se coge el autobús. Como no ha escampado parece que todos los que hemos desembarcado hoy hemos tenido la misma idea (la de volver al barco) y la cola que hay para coger el bus es de aúpa. Llega por fin el autobús, empieza a entrar gente, ya no cabe el pelo de una gamba y nos quedamos fuera por 6 personas. Con resignación cristiana bajo la pertinaz lluvia esperamos todos que el siguiente no tarde mucho y, afortunadamente, es así: en 5 minutos llega el siguiente, cogemos asiento y a esperar que salga mientras no deja de entrar gente, habiendo sardinas más cómodas en cualquier lata de conservas.
Continúa lloviendo, decidimos que la visita ha dado de sí lo que tenía que dar vistas las circunstancias climatológicas (nos quedamos sin callejear por la parte antigua y admirar rincones, callejuelas y demás) y llegamos a la plaza donde se coge el autobús. Como no ha escampado parece que todos los que hemos desembarcado hoy hemos tenido la misma idea (la de volver al barco) y la cola que hay para coger el bus es de aúpa. Llega por fin el autobús, empieza a entrar gente, ya no cabe el pelo de una gamba y nos quedamos fuera por 6 personas. Con resignación cristiana bajo la pertinaz lluvia esperamos todos que el siguiente no tarde mucho y, afortunadamente, es así: en 5 minutos llega el siguiente, cogemos asiento y a esperar que salga mientras no deja de entrar gente, habiendo sardinas más cómodas en cualquier lata de conservas.
Salimos y con la lluvia se ralentiza el tráfico por lo que tardamos más que a la ida unido a que nos pasamos primero a dejar a otros cruceristas que tienen su barco un poco más alejado que el nuestro. Al llegar nos encontramos con que vamos a coincidir con todas las excursiones externas del mundo y también hay una cierta cola para subir al barco. Esto supone que el personal, mojado y hambriento, se empiece a poner un tanto nervioso sobre todo a la hora de llegar al escáner de control de equipaje con la liturgia de enseña la tarjeta, sácate las cosas de los bolsillos, pon la mochila, pasa el arco….. Aquello empieza a saturarse, los tripulantes ven el percal y aquello es un “laissez faire, laisser passer” de manual dejando entrar a todo el mundo a ritmo de trompeta. Ello se traduce en que no nos digan nada al pasar las botellas de alcohol por lo que nos las subimos del tirón al camarote. Esta actitud de la tripulación ante la situación va a ser de relevancia dentro de unas etapas y en su momento se desarrollará.
Nos subimos pitando al bufé antes de que se llene y sea complicado coger mesa y degustamos los manjares que hoy nos sacan para nuestro deleite.
Tras la comida nos planteamos qué hacer dado que luego más tarde está programada la actividad del laser tag y no nos la queremos perder por nada del mundo. Salimos a cubierta y, la ley de Murphy, ha escampado un tanto y se está razonablemente bien (ya podía haber hecho este tiempo hace un rato….). Puesto que está todo mojado por la lluvia en el exterior encontramos unas hamacas resguardadas y nos entregamos a los brazos de Morfeo. ¡Qué siesta más rica! Y no éramos los únicos.
Llega la hora del comienzo de la actividad del láser tag.
Dice la Wikipedia que El Laser Tag o Laser Combat es un juego competitivo que consiste en la simulación de un enfrentamiento armado entre equipos para lograr una serie de objetivos. En esta batalla, se hace uso de emisores de láseres infrarrojos que simulan la munición de las pistolas para disparar a los oponentes. Antes de que comience el jue-go, cada jugador recibe un chaleco cubierto de sensores, que pueden ser alcanzados por una pistola láser que dispara un rayo infrarrojo. Cuando el rayo alcanza un sensor, ese jugador gana puntos e inutiliza el arma del jugador contrario durante unos segundos.
Llegamos unos 15 minutos antes a la entrada del Studio B, donde se ubica la pista de hielo y donde se desarrollan otras actividades con la cubrición de la misma, como ésta. Ya hay esperando 4 chavales y nos ponemos en la cola. Bueno, nos va a tocar en el primer turno, pensamos. Ilusos...
[align=center]ZONA DE COLA PARA EL ACCESO AL LASER TAG EN EL VOYAGER OF THE SEAS
[align=center]ZONA DE COLA PARA EL ACCESO AL LASER TAG EN EL VOYAGER OF THE SEAS
De repente viene una gran familia al completo y se ponen delante nuestro porque esos 4 chavales forman parte de su avanzadilla y les han cogido sitio. El grupo, por aspecto, modales y vocabulario (hablaban en nuestro idioma), es de los de no querérselos encontrar en una calle solitaria a ciertas horas del día e, incluso, los adultos nos miran con gesto altivo y retador (a ver si os atrevéis a decir algo...). Nos sienta a cuerno quemado porque ahora tenemos a 16 personas delante pero, mira, con tal de no coincidir con ellos en el juego....[/align]
Empieza a venir gente y la cola empieza a ser de aúpa. Salen a organizar la cola y recuerdan que es necesario calzado cerrado para poder participar en el juego (más de 1 y de 2 salen corriendo a cambiarse).
Entramos al recinto y ya está todo preparado.
En otros barcos se hacían equipos de 6 ó 7 personas que se enfrentaban a otros tantos por lo que había una cierta agilidad. Sin embargo, aquí hacen grupos de 4 por lo que entran 8 perso-nas por turno. ¡Pobres los últimos de la fila! Pasan los del grupo "chungo" y por fin nos toca a nosotros.
¡De los creadores del Battle for Planet Z, del Wonder of the seas!,
¡De los productores del Clash for the Crystal City, del Anthem of the seas!,
¡Directamente de la factoría de la Aventura de Scooby Doo, de Parque Warner Madrid!,
¡Llega la nueva producción del Voyager of the seas, Battle for Planet Z, el retorno alias “Lo que no puede ser no puede ser y además es imposible”!.
Dato previo: semanas antes del viaje, dentro de los eventos de los Veranos de la Villa de Madrid dedicados a Japón en el recinto de la Serrería Belga, acudí a Gêmu: cultura visual y videojuego japonés donde se exponían unos ejemplos de máquinas recreativas del país del sol naciente y entre las cuales se encontraba la de Time Crisis. Se trata de un popular “shooter” consistente en empuñar una pistola e ir matando malos en una sucesión de pantallas. Eché dos partidas y la cosa no fue del todo mal por lo que este entrenamiento me infundió de renovadas esperanzas para hacer un buen papel este año en la actividad del barco. O eso creía yo, al menos….
Mientras esperamos he estado instruyendo a mi acompañante en el arte de la guerra: si nos toca en el mismo equipo nos atrincheramos en una esquina y, alternativamente, disparos y a cubierto. Un plan perfecto, sin fisuras...
Accedemos a la entrada del complejo, nos ponen el chaleco con el arma y nos muestran un vídeo explicativo donde hacen hincapié en que no se puede disparar a menos de 2 metros y no se puede ni correr, ni saltar, ni trepar ni reptar por el suelo. El sistema asigna aleatoriamente los equipos y los 4 componentes de cada equipo entramos por la compuerta correspondiente. Mi acompañante se "flipa" y sale corriendo en busca del equipo contrario cual soldado maorí. Estrategia a la porra... Decía Napoleón Bonaparte que "el campo de batalla es una escena de caos constante. El ganador será quien controle ese caos, tanto el suyo como el de los enemigos". Toca hacer la guerra cada uno por su cuenta y al ser tan pocos participantes hay que afinar más la puntería. Tras los 10 minutos de juego pasa lo que tenía que pasar: quedo el último para variar y mi acompañante el 2° por lo que su estrategia ha sido mejor a la postre. Me confiesa por lo bajini que se ha metido total e intensamente en el papel y que se ha saltado casi todas las normas, incluido el arrastrarse por el suelo para no ser detectado.
Con el subidón salimos y regresamos a la cola por si hubiera opción a una 2° partida. Sale un monitor y le preguntamos si puede calcular más o menos para cuándo nos tocaría y nos dice que para más de una hora tenemos por toda la gente que hay. Dado que al día siguiente se repite la actividad desistimos y nos vamos pero allí estaremos mañana como un clavo.
¡Ufff…! A lo tonto estamos más que agotados por la tensión del juego por lo que subimos a por el helado de rigor de la merendola y nos tiramos un poco en unas tumbonas para reposar el momento. Como nos sobra algo de tiempo ante de irnos a cambiar al camarote porque hoy hay código de vestimenta formal y hay que vestirse con algo más de aseo indumentario, subimos a la cancha de deporte y echamos un minigolf.
Nos recogemos a la cabina. Lo que sucedió a continuación será contado en la siguiente etapa.