Caminamos por el paseo marítimo jalonado de yates y barcos pesqueros. Observamos nuestro “barquito” por la parte de popa y, ciertamente, destaca sobremanera sobre el fondo montañoso de la otra parte de la costa y donde unos nubarrones muy hermosos pueblan las alturas.
Continuamos por el paseo marítimo y ya es una sucesión de tiendas de recuerdos, bares y demás parafernalia acorde con un pueblo costero. Llegamos a la zona donde hay unas letras gigantes alusivas a la isla para que el personal se eche unas fotos conmemorativas.
Torcemos y nos adentramos ya en el casco urbano a la altura de la calle Lithostroto, calle peatonal llena de bares, restaurantes y comercios y donde se agolpan los locales y también los foráneos (allí hay buena parte del barco, seguramente). Llegamos al final de la calle pudiendo admirar varias estampas de lugar.
Llegados a este punto el cielo se está empezando a poner muy negro pero consultamos por internet el pronóstico del tiempo y dan chubascos a última hora de la tarde por lo que no cuadra esta información con lo que estamos contemplando. Decidimos darnos la vuelta por si acaso porque la cosa no pinta bien aunque tengamos los chubasqueros como último recurso.
Empieza a levantarse una cierta ventolera y vemos que al unísono todos los comercios que tienen género fuera en la calle empiezan a recogerlos y a cerrar sus puertas. Esta es la prueba definitiva de que algo se avecina porque si los lugareños se ponen a buen recaudo es que ya las habrán visto de todos los colores….
Salimos al paseo marítimo de nuevo y empezamos a trotar en dirección al barco. En estos momentos debemos estar como a 10 minutos de la terminal y confiamos en llegar antes de que comience a llover pero no nos da tiempo. En un instante se desata la tempestad: rachas de viento huracanadas irrumpen por todos lados, unas nubes espesas envuelven todo el contorno y ya ni siquiera se distingue ni la otra orilla ni el crucero y el diluvio universal cae sobre nuestras cabezas. Nos guarecemos como podemos bajo el toldo de una tienda de cerámica y aguardamos.
La foto anterior no refleja ni mínimamente la situación pero en esos instantes se han abierto los cielos y está cayendo una tromba de agua que yo no había visto desde hace tiempo. Las alcantarillas empiezan a no dar abasto y la carretera comienza a convertirse en arroyo turbulento. Algunos valientes hacen el amago de salir pero rápido se arrepienten. No se me olvidará en la vida la estampa de un matrimonio de avanzada edad, calados hasta los huesos, con el agua por las pantorrillas, avanzando a duras penas por la calzada pero con la determinación de que vamos a seguir porque más empapados que estamos…. Lo gracioso es que volvemos a mirar por internet varias páginas meteorológicas y en todas continua poniendo que a esta hora debería estar simplemente nublado y que los chubascos se producirán bien entrada la tarde. Fíate…
La tormenta prosigue y llevamos varados debajo del toldo unos 20 minutos. El panorama no tiene pinta de mejorar por lo que parlamentamos acerca de qué actuación llevar a cabo en los próximos minutos. Si nos quedamos podemos tener para rato y si hacemos por avanzar nos vamos a poner pingando, sobre todo los pies, pese a tener el chubasquero. Como parece que amaina un tanto hacemos de tripas corazón y corremos sobre las aguas pasando de toldo en toldo. Por fin tenemos a la vista el Voyager y nos apresuramos más pero el trayecto se hace interminable. Por fin llegamos al kiosco de la terminal pero aún queda lo peor, el muelle que une puerto con crucero, un espacio interminable al albur de los vientos y sin protección alguna de los elementos. Céfiro nos va a castigar de lo lindo.
Dice la wikipedia que uno de los mitos en los que el Dios del viento del Oeste, Céfiro, aparece más prominentemente es el de Jacinto, un hermoso y atlético príncipe espartano. Céfiro se enamoró de él y lo cortejó, al igual que el Dios Apolo. Ambos compitieron por el amor del muchacho, este eligió a Apolo, y Céfiro enloqueció de celos. Más tarde, al sorprenderlos practicando el lanzamiento de disco, Céfiro les mandó una ráfaga de viento, y el disco, al caer, golpeó en la cabeza a Jacinto que murió. Con la sangre del muchacho muerto, Apolo haría la flor homónima. ¡Cómo se las gastaban los Dioses del Olimpo!
Empieza la historia interminable porque cruzar el muelle está siendo todo un ejercicio de tenacidad y tesón. El viento nos ataca por todos los lados y el agua nos azota sin piedad. Da la impresión de que no avanzamos y que no vamos a llegar al barco. A mitad de recorrido hay amarrados varios yates y veleros y los tripulantes están haciendo esfuerzos denodados para que las embarcaciones no vuelquen. Por fin llegamos a la entrada del barco y los tripulantes han tenido la feliz idea de recibirnos con toallas secas, lo cual agradecemos infinito para secarnos algo y no parecer cualquier cosa cuando pululemos por las moquetas. Detrás nuestra hay un auténtico río de compañeros cruceristas que también se van acercando poco a poco. El espectáculo es dantesco.
Subimos al camarote para cambiarnos y cuando estamos llegando a la puerta aparece Lauro y nos dice que aún no nos ha hecho el camarote. Debimos poner una cara tal que el hombre llamó a un compañero para que le relevara en la cabina que estaba haciendo en ese momento e inmediatamente se fue para la nuestra con el fin de acondicionarla y que pudiéramos entrar. Los 10 minutos que estuvimos en el pasillo, calados hasta los huesos sobre todo de cintura para abajo, también pasarán a la historia personal de cada uno.
Por fin podemos pasar a la cabina, nos damos una ducha caliente rápida, nos cambiamos con ropa seca y nos vamos a comer al bufé.
Cogemos mesa pegados al ventanal desde donde se divisa la pasarela que un rato antes acabamos de cruzar de aquella manera. En esos momentos está jarreando de nuevo de lo lindo y se aprecia los esfuerzos de la gente por llegar al barco, no cantando bajo la lluvia, precisamente.
Al final se han quedado cosas sin ver de las cuales hago un pequeño resumen para todos aquellos que vayan a recalar en el futuro en Argostoli y pudieran estar interesados:
La iglesia de Agios Spiridon de Cefalonia se encuentra en el corazón de Argostoli, en medio de la calle Lithostroto y lo más impresionante es su iconostasio dorado y tallado en madera. Fue destruida durante el catastrófico terremoto de 1953 y reconstruida justo enfrente. Las campanas de la torre del reloj permanecieron intactas y fueron colocadas en su lugar original. Cada 11 de agosto se lleva a cabo una procesión en conmemoración de las víctimas del terremoto, junto con los milagros de Agios Spiridon.
El monumento a la División Acqui. Se levantó en conmemoración de la masacre de la División Acqui que fue la ejecución en masa de soldados y oficiales italianos de esta división por los ocupantes alemanes en la isla de Cefalonia, justo después de la firma del armisticio de 1943 entre los aliados e Italia durante la Segunda Guerra Mundial. Cerca de 5.000 hombres murieron fusilados y otros fueron ahogados o exterminados de diverso modo. Este sangriento episodio sirvió de trasfondo histórico a la novela, después llevada al cine, La mandolina del capitán Corelli de John Madden. La masacre de Cefalonia fue una de las matanzas más cruentas de prisioneros de guerra y una de la más graves atrocidades cometidas por tropas alemanas de la Wehrmacht.
El puente De Bosset o Puente Drapano es un puente de piedra construido en 1813 sobre la bahía de Argostoli. Con 689,90 metros es el puente de piedra sobre el mar más largo del mundo. El ingeniero suizo De Bosset, el gobernador de la isla de entonces fue su promotor y en la actualidad es peatonal, une Argostoli con la población de Drapano y acorta el camino al norte de la isla. Es otro punto de avistamiento de tortugas en la bahía.
Museo de la Historia y el Folklore en la calle Ilia Zervou 12. Su horario de apertura es de martes a domingo de 8:30 a 15:00 y la entrada cuesta 5 euros. El museo está ubicado en la planta baja del que perteneció a la biblioteca Korgialenio en Argostoli. El material de archivo del museo cubre la historia de la isla de Cefalonia desde principios del siglo XV hasta 1848 y tiene la misión de mantener viva la memoria de cómo era Cefalonia antes del terremoto de 1953. Entre las numerosas piezas expuestas se encuentran documentos, fotografías, colecciones de objetos personales de personajes del pasado, porcelana y latón. En el museo también se encuentran herramientas de la vida agrícola, mapas, litografías, acuarelas, accesorios religiosos y una colección de más de 3.000 fotografías.
Terminamos de comer y hacemos propósito de ocupar la tarde, lo cual será contado en la siguiente y seguro que emocionante etapa que está por venir.