Viaje y llegada a Varsovia.
Los vuelos fueron con la compañía polaca LOT. Salimos con un pequeño retraso desde el aeropuerto de Madrid y aterrizamos en Varsovia casi cuatro horas después sin incidencias dignas de mención. Nos coincidió la hora del almuerzo y nos dieron una comida, a elegir entre pollo o pasta. Fue un detalle que ya hemos olvidado prácticamente con la mayoría de líneas aéreas europeas en este tipo de trayectos; eso por no hablar de las low cost.
El aeropuerto de Varsovia se apellida Chopin, naturalmente, ya que el célebre músico es una figura omnipresente en la capital polaca, como tendríamos ocasión de comprobar más adelante.

Tras recoger las maletas, fuimos hasta nuestro alojamiento, el Novotel Warszawa Centrum, magníficamente situado, enfrente del Palacio de la Cultura y la Ciencia, a cinco minutos a pie de la estación de tren y con paradas de metro y autobuses en la puerta. De todas formas, no tuvimos necesidad de utilizar el transporte público, ya que para ir a la ciudad vieja tardábamos una media hora andando mediante un paseo muy agradable en buena parte por la Ruta Real. Creo recordar que el hotel tiene 18 plantas, así que presenta unas vistas espectaculares, si bien no todas las habitaciones disfrutan de las mismas perspectivas. Estuvimos allí las dos primeras noches y la última del viaje. Al llegar, nos dieron una segunda planta con ventanas hacia una calle posterior, en la que, curiosamente, distinguimos la sede del Instituto Cervantes.

Cuando volvimos, varios días después, nos facilitaron una habitación en el piso catorce, que daba de frente a la Avenida Marzalskowska, una de las principales de la zona moderna de la ciudad; la panorámica era fantástica.

Por lo demás, nos gustó el hotel, y también el bufet del desayuno y el de las dos cenas que hicimos allí. Tampoco fue un problema la altura y el gran número de habitaciones, ya que había cuatro ascensores y los que subían a los pisos más altos eran bastante rápidos.

De camino hacia el alojamiento, pudimos observar nuestras primeras imágenes de Varsovia, casi todas de la parte moderna. La guía acompañante era una chica polaca muy maja, que hablaba un perfecto castellano. Nos comentó que estaba haciendo mucho calor para estar en mayo y que no había llovido en las últimas dos semanas. Bueno, el comentario de la maldición… pues cuando mi amiga y yo nos preparábamos para salir a dar nuestro primer paseo, empezó a caer la del pulpo: una gran tormenta con rayos, truenos y centellas. Después de la cena, paró de llover y aprovechamos para salir a echar un vistazo por los alrededores.

Pedimos un mapa en recepción (en inglés), pero como no teníamos ni idea de adónde ir, tiramos por la Avenida Jerozolinski adelante hasta un edificio muy iluminado en tonos morados, que identificamos después como el Museo Nacional. Queríamos llegar a la ciudad vieja, pero nos equivocamos de camino y acabamos junto a una especie de puente con zona boscosa y oscura delante un tanto tenebrosa. Tras la lluvia, casi a las once de la noche había muy poca gente por la calle, así que decidimos ser prudentes, dar media vuelta y regresar al hotel. La enorme fachada del Palacio de la Cultura y la Ciencia estaba iluminada en color azul.


Recorriendo Varsovia.
Aunque dormimos tres noches en Varsovia, visitando la ciudad estuvimos un día completo y dos medias jornadas, una por la mañana y otra por la noche. Creo que fue suficiente. Para no dispersar la información, haré el relato todo seguido.
Madrugamos bastante, una de las premisas del viaje necesarias para aprovechar el tiempo y ver lo más posible. La mañana amaneció espléndida, con muy buena temperatura y sin rastro de la lluvia de la noche anterior. Hicimos un primer itinerario por la zona más moderna, en la que se están levantando grandes rascacielos de cristal que van cambiando la fisonomía de la capital polaca.

Aunque a veces soy crítica con este tipo de arquitectura, confieso que no me desagradó lo que vi porque no se ha mezclado lo antiguo (también es cierto que no queda nada) con lo moderno, dando lugar a esas amalgamas indigestas que se han apropiado del paisaje de otras ciudades. Es mi opinión, claro.


Varsovia cuenta con una población que supera el millón ochocientos mil habitantes y se encuentra a solo 100 metros de altitud sobre el nivel del mar, a orillas del río Vístula, que la divide en dos. Fundada en el siglo XIII, primero tuvo una muralla de tierra y después de ladrillo. Creció en torno al palacio de los Duques de Mazovia, que se convertiría en palacio real en 1596, cuando el rey Segismundo III decidió trasladar allí la capital desde Cracovia, animado por su mejor posición geográfica.

Tras la II Guerra Mundial, la ciudad quedó prácticamente destruida, sobre todo la margen izquierda del Vístula. Con el país integrado en el Bloque del Este, se inició un proceso de reconstrucción por el cual, además de la proliferación de edificios residenciales y administrativos de estilo soviético, muchas de las calles, palacios, iglesias y mansiones del casco antiguo se rehicieron tal como eran en su origen utilizando documentos y fotografías anteriores. En 1989, el barrio antiguo de Varsovia fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en consideración al gran mérito que supuso su recuperación.

Tras ese primer contacto con la parte más moderna, paramos en el Museo POLIN (palabra hebrea que significa Polonia), sobre la historia de los judíos polacos, inaugurado en 2013. Enfrente, se encuentra el Monumento que conmemora el Levantamiento del Gueto de Varsovia en 1943.


Un museo imprescindible para los interesados en la historia polaca es el Museo del Alzamiento de Varsovia de 1944, que recoge con múltiples objetos y fotografías lo ocurrido durante los 63 días que duró la insurrección de sus habitantes frente a la ocupación alemana. Como represalia, el 2 de octubre de 1944, Hitler dio la orden de destruir la ciudad. Vimos también otros conjuntos escultóricos interesantes, entre los que me llamó la atención el Monumento a los caídos y asesinados en el Este, que recuerda a las víctimas de la invasión y represión soviética en Polonia, en especial a los deportados a campos de trabajo en Siberia. Fue inaugurado en 1996. Me impresionó la vagoneta repleta de cruces.

Luego pasamos por la Plaza Piłsudski, también conocida como Plaza Sajona o Plaza de la Victoria, donde dio una misa multitudinaria el Papa Juan Pablo II durante su visita de 1979, y en cuyo recuerdo se conserva una gran cruz. Allí se sitúa igualmente la Tumba del Soldado Desconocido.

Estampas de Varsovia.
De camino hacia el Parque Lazienki, me fui fijando en lo que veía. Y, como tengo por costumbre, tomé algunas fotos para acordarme después tanto imágenes de edificios destacados como de escenas de la vida cotidiana, de la gente que viene y va por las calles. A veces, no recuerdo ni qué son ni dónde están esos sitios, pero tampoco me importa demasiado.

Monumento a la Palmera.
Resulta muy curioso toparse con una palmera en una de las plazas de Varsovia, ciudad sumamente fría en invierno. Claro que la palmera es de mentira, pues se trata de una escultura colocada en la Avenida de Jerusalén en 2002 con intención de recordar el vacío causado por la ausencia de la comunidad judía, que solía moverse por esta calle en el siglo XVIII.

Parque Lazienki. Concierto de Chopin.
Este parque es uno de los más importantes y bellos de Varsovia. Está un poco lejos del barrio antiguo, pero se puede llegar en autobús. No es que sea uno de los lugares imprescindibles si se va con poco tiempo, pero resulta agradable pasear por sus senderos y conocer sus jardines mientras descubrimos palacios, esculturas, fuentes…


Con una extensión de 79 hectáreas, su nombre significa “parque de los baños”, en alusión a un lujoso pabellón de baños que existía sobre la isla del lago en el siglo XVII, cuando fue diseñado. En 1764, el rey Estanislao II lo adquirió y lo convirtió en un palacio donde fijó su residencia; en los alrededores, construyó también otros elegantes edificios de estilo clasicista.


Aunque el parque fue devastado y sus edificios quemados por el ejército alemán tras el levantamiento de Varsovia en 1944, las estructuras se mantuvieron y el parque se restauró en la posguerra.

No hay que perderse el Palacio de la Isla (el que fue palacio real), instalado sobre una isla en un lago artificial, conectado con el resto del parque por dos puentes. Tiene vistas muy fotogénicas tanto por delante como por la zona posterior, que se divisa desde una elegante pasarela de piedra flanqueada por esculturas.



Otros lugares interesantes son el Palacio Myślewicki, el Palacio Belvedere, la Antigua Orangerie, la réplica del anfiteatro romano…


Sin embargo, lo más famoso del parque es el Monumento dedicado a Federico Chopin, de estilo modernista, inaugurado en 1928, en memoria del más importante músico polaco de la historia. Representa a Chopin sentado bajo un sauce, cuya copa ha sido desplazada por el viento. Enfrente hay un estanque circular. La escultura que se puede ver hoy en día es una copia, ya que la original fue destruida durante la II Guerra Mundial.


En primavera y verano, los domingos se celebran conciertos gratuitos al aire libre, junto al lago, a las 12:00 y a las 16:00. Ese día era domingo, así que pudimos asistir a la primera sesión. El día era espléndido y había un gentío inmenso. Nos habían avisado y llevamos una toalla en la mochila para sentarnos en el césped. La guía tuvo el detalle de enviar a su novio a guardarnos sitio a la sombra. Y lo agradecimos, porque el sol pegaba de lo lindo.


Escuchar un concierto de Chopin en directo, en un parque de Varsovia, junto a su escultura y gratis… En fin, una pasada para los amantes de la música clásica. Lo disfrutamos mucho.
