De camino hacia Cracovia (se encuentran a unos 70 kilómetros de distancia), hicimos una parada en los campos de concentración y exterminio de Auschwitz y Birkenau. Si no hubiera sido una visita incluida y de paso obligado hacia nuestro siguiente destino, confieso que seguramente me la habría saltado. Y es que para comprender el horror y odiar la barbarie no necesito pisar el escenario donde se han producido los hechos, ni recrearme escudriñando los terribles pormenores. Además, lamentablemente tampoco creo que hayamos aprendido demasiado, pese a lo escrito en uno de los carteles allí expuestos, que me pareció de lo más significativo. Penoso, realmente. Desde luego, se trata de una opinión totalmente personal.


En primer lugar, visitamos los Campos de Auschwitz, cumpliendo escrupulosamente el turno de entrada que teníamos en nuestras reservas. Las medidas de seguridad son muy estrictas, casi tanto como en los controles de los aeropuertos. Y hay que presentar la documentación. Nos asignaron un guía de habla española, que nos condujo por el campo y sus diferentes pabellones mientras nos proporcionaba todo tipo de explicaciones. Había bastante gente, así que tuvimos que esperar a que se despejaran algunos tramos. En todo momento, te piden mostrar una conducta respetuosa, como no puede ser de otra forma.


Aparte de recorrer cada barracón y comprender lo que ocurría dentro, se exponen multitud de objetos, fotografías, pertenencias de las personas allí recluidas… Y se te ponen los pelos de punta, claro está. Prefiero no entrar en detalles y que cada cual lo perciba a su manera.


Se pueden tomar fotos en casi todas partes, excepto en unos espacios determinados de los que te advierten previamente.

Después de recorrer Auschwitz, fuimos a Birkenau. Allí había muchos menos visitantes. Vimos las vías del tren y estuvimos en varios de los barracones que ocupaban sobre todo mujeres.


En total, la visita duró unas tres horas, que para mí fueron suficientes.