Después de la paliza de ayer, nos levantamos sin prisas y, según habíamos pedido el día anterior, desayunamos a las 8, por lo que serían las 9 cuando dejamos el estupendo “Chobe Inn” y el cruce de los 4 países, para tomar la A33 hacia el sur para recorrer los 300 km que nos separaban de Nata.

El camino fue entretenido por los paisajes y porque nos ocurrió lo que no habíamos experimentado hasta la fecha, ni en el P.N. Ethosa ni en el P.N. Chobe cuando entramos a Botswana: circulando tranquilamente a 120 km/h (con permiso de los abundantes y peligrosos “potholes” de las carreteras botswanas) vimos a unos 20 m de la cuneta derecha, junto a una charca, una jovencísima hembra de elefante que estaba bebiendo por allí y a la que dedicamos un buen rato. Curioso que fuera aquí, en el exterior del P.N. Ethosa y del P.N. Chobe, donde diéramos con nuestro primer proboscídio en este viaje.

Seguimos carretera y tan solo a 20 km ¡otra parada obligatoria! pues de nuevo a nuestra derecha otras dos hermosas y enormes hembras de elefante, que estaban ramoneando por allí, ajenas en su grandeza al tráfico de la carretera. Ni que decir tiene que paramos a su vera, para dedicarles todo un reportaje fotográfico y aún, guardando las distancias respetuosamente, acercarnos lo más posible a las mismas. Después de un cuarto de hora disfrutando del panorama, nuestras protagonistas del día dieron media vuelta y se marcharon ceremoniosamente a través de la espesura, dejándonos, cuando menos, con una sonrisa de oreja a oreja. Está claro que todas esas señales triangulares que jalonan las carreteras con el aviso “peligro: elefantes” sí responden, aunque tan rácanamente, a lo anunciado.

Dejamos atrás este paraje y seguimos camino, pero esta vez con mil ojos en los márgenes, por si se repitiese tan afortunada circunstancia. Quiso la fortuna agraciarnos nuevamente, pues a unos 50 km del encuentro con las elefantas, tuvimos que parar otra vez, pero ahora el causante era un macho solitario, de gran porte, que estaba en nuestro lado izquierdo, lo que facilitó su observación y el consecuente reportaje fotográfico. En este caso, además, el noble bruto, paró de comer y nos miró directamente dos o tres veces, entre curioso y retador, lo que generó más imágenes digitales en nuestros aparatos.

Tras 20 minutos de parada (que fue el tiempo en que este macho dio media vuelta y nos abandonó) reemprendimos la marcha, sin dejar de mirar a todas partes por si tropezábamos con otros ejemplares de “loxodonta africana”, pero, aunque imaginamos muchos (“vimos” elefantes en cada árbol, en cada termiterio grande, en cada roca o en algunas de las muchas y habituales vacas que siempre hay en las carreteras botswanas) no llegamos a ver más, llegando a Nata a media mañana, donde echamos gasolina (con tarjeta) e intentamos, en uno de los centros comerciales de la ciudad, cambiar dólares por pulas. Esta vez la suerte que nos había permitido ver elefantes en la carretera, seguía con nosotros, pues en la pequeña oficina de cambio del supermercado, conseguimos ¡más de 4.600 pulas! por nuestros dólares americanos, de modo que podríamos comprar, comer, cenar, repostar, volver a comprar, etc… al menos en los próximos días.
Aquí dejamos la A33 y, tomando la A3, giramos hacia el oeste para recorrer los 300 km restantes hasta Maún, donde teníamos reserva para dormir. Los siguientes 100 km hasta Gweta fueron, posiblemente, los peores de toda Botswana, pues no es que la carretera estuviera mal (que lo estaba), sino que pillamos varios tramos de unos 10 km cada uno, donde era preferible circular por la mediocre pista paralela a la carretera “asfaltada” que, a veces, literalmente desaparecía dejando grandes socavones capaces de tragarse un camión y su remolque. De nuevo polvaredas como nubes gigantes nos envolvían y hacían desaparecer árboles, cunetas y a los demás vehículos. Hora y media para llegar a Gweta, poblacho que, aunque es origen de varias pistas para llegar a lugares como “Kubu Island” o los bosques de baobabs, no tenía nada que ofrecer (intentamos parar a comer en algún sitio, pero no dimos con lugar alguno capaz de merecer tal nombre, ni bueno, ni malo, ni mediopensionista), así que atacamos las socorridas bolsas de patatas fritas para engañar al estómago y seguimos carretera, pasando por delante de la entrada de “Baines Baobabs” (por donde se accedía al P.N. Nxai Pan, con barrera de control y avisos de que era necesario circular con un 4x4) y dejando a nuestra izquierda el cruce a Motopí (que mañana tendríamos que tomar) y, unos 40 km más allá, empezamos a circular por los alrededores de Maún, llamada la capital de los “games drives” por el P.N. Chobe y el delta del Okavango. Esta vez nuestro “Maps.me” no fue capaz de orientarnos hacia nuestro alojamiento de hoy, así que nos tocó (por suerte eran las 3 y quedaba mucha luz solar) preguntar en varios sitios si conocían el “guesthouse”, ya que el domicilio que Booking consignaba no era más que ¡otra vez! un apartado de correos. Al final tuvimos suerte de que, en un local de licores, una amable cajera, utilizando su móvil, encontrara el “Jayla Homestay” y nos transfiriera el mapa off-line a nuestro teléfono, de modo que, al menos, ya sabíamos por donde caía el sitio.
El problema fue que, incluso con “Google Maps”, no llegamos a ninguna parte, porque la zona donde se supone que estaba el “homestay” era un descampado de varios kilómetros cuadrados, salpicado de humildes edificaciones, donde no parecía que hubiera alojamiento alguno. Preguntado un joven que apareció por allí, tuvimos suerte y nos orientó, mal que bien, hacia un camino de arena, que, después de recorrerlo en casi 1 kilómetro (con sus muchas curvas y cruces), nos llevó hasta una especie de caserío, no con muy buena pinta y realmente en ninguna parte.
Habíamos reservado en este B&B para una noche creyendo (a la vista de los comentarios de Booking) que sería humilde pero agradable. De entrada, la dirección era altamente imprecisa (nadie lo conocía), pues no existía calle alguna, sino una sucesión de caminos de tierra y arena (aprox 1 km con muchas curvas y giros) y sin ningún cartel anunciador (nunca reservéis un alojamiento cuya dirección postal sea un apartado de correos). Todo ello en las afueras profundas de Maun (a varios kilómetros del centro) en unos descampados de aspecto poco seguro y sin ningún servicio (ni luz) en los alrededores. Cuando por fin llegamos (tras una hora de equivocaciones y muchas preguntas) nuestras esperanzas rodaron por los suelos pues aquello tenía muy mala pinta. No había casi sitio para dejar el coche. La persona que nos recibió (muy poco amable, por cierto) nos llevó (por unos vericuetos extraños) a un cuartucho ubicado en la parte de atrás de la finca (como apartado del resto) que no cumplía en absoluto con lo que habíamos reservado, pues en vez de una cama grande tenía dos individuales, sin aire acondicionado ni nevera, con un baño deprimente y en general, todo viejo y castigado, dando la impresión de un nivel de limpieza muy bajo. Le dijimos que nos enseñara otras opciones a ser posible mejores. De mala gana nos llevó a otro cuarto donde había 3 camas individuales repartidas por la habitación, con un baño igualmente viejo y tampoco aire acondicionado ni nevera. Viendo el desalentador panorama, le pedimos la mejor habitación que tuviera y nos respondió que tenía otra doble (seguramente la nuestra) pero que estaba ocupada, porque ya la había dado. El aspecto de las instalaciones no prometía mucha comodidad, así que, considerando que el pago había que hacerlo en efectivo y en ese momento, le dijimos que no nos quedábamos y que anulase, sin cargo alguno, la reserva. No pareció sorprenderse demasiado de nuestra decisión (¿estaría acostumbrada?) y nos fuimos de allí en busca de un alojamiento digno donde pasar la noche.
Habíamos perdido más de una hora dando vueltas y más vueltas y nos acercábamos a las 4 y media, así que en cuanto llegamos a la A3 y vimos un cartel con buen aspecto, paramos y preguntamos. El “Mokoro Lodge” estaba a la entrada de la ciudad y era un gran recinto con más de 50 habitaciones, jardines, vigilancia, zonas comunes, restaurante y los servicios propios de un lodge grande y relativamente moderno. En recepción (amables, pero, a pesar del nombre del establecimiento, no fueron capaces de darnos información válida para reservar un “game drive” en mokoro para el día siguiente) nos asignaron una especie de estudio cerca de la entrada, bastante amplio, con una cama grande (dos unidas) bien de colchones y sábanas, con muebles de buena madera (armario abierto, sillones, escritorio…), aire acondicionado, TV, caja fuerte, suelo de baldosa y un rincón-cocina con microondas, tetera y nevera. Todo bastante limpio y cuidado y con una decoración sobria. El baño, básico, tenía un tamaño adecuado con un lavabo y espejo, inodoro y ducha de cabina con mampara de cristal (agua bien y toallas en condiciones). El precio fue de 850 pulas (unos 55€ con tarjeta) y opción de desayuno, por otras 150 pulas por persona. Considerando que fue una urgencia y que lo hicimos sobre la marcha, no estuvo mal del todo.

Dejamos el equipaje y lanzamos el Toyota hacia la zona del aeropuerto, donde sabíamos había varias oficinas de agencias de viajes donde supusimos que podríamos contratar una excursión en mokoro para el día siguiente. Visitamos 2 de estas agencias (una de ellas la medio gubernamental “Apollo”), pero ninguna disponía de opciones para realizar la típica excursión por el río (más una caminata de 2 horas, con guía, incluyendo almuerzo tipo picnic y suponiendo que navegaríamos y caminaríamos entre hipopótamos, cocodrilos, elefantes y otros animalejos). No entendíamos que pasaba. En España habíamos visto que las consabidas “GetYourGuide” y “Civitatis” sí ofrecían esta excursión (de 1 a 3 días), que en el caso de una sola jornada (unas 7 horas) venía a costar la nada económica cantidad de 140 a 170€ por persona. También habíamos leido que, acudiendo directamente a las oficinas de la cooperativa de los trabajadores de mokoros y del delta (la OKMCT: Okavango Kopano Mokoro Community Trust) podían facilitar una visita de un día con guía en inglés para hacer el anhelado recorrido.
Y hacia allá nos fuimos. La OKMCT tiene actualmente su sede en un edificio ubicado en la Sir Seretse Khma Road (la carretera que va hacia el norte, pasado el aeropuerto, desde Maún), a la izquierda, poco después del cruce con la Boro Prison Road y antes del puente sobre el río Thamalakane. Conseguimos dar con la oficina de la OKMCT, donde una señora nos atendió (en un inglés complicado) y nos confirmó que podíamos contratar la excursión allí mismo. Como no tenían más que un plano de pared, hicimos fotografías del cruce por donde debíamos tomar la pista (a la izquierda) para llegar a la “Estación de Mokoros”, que es donde estaban todas estas embarcaciones y donde nos asignarían uno para dos personas con un “poler” o guía propio. Le preguntamos a la empleada si era necesario disponer de un 4x4 para llegar a la estación de mokoros, y, es más, le pedimos que saliera para ver nuestro pequeño Toyota, y volvimos a preguntarle si con ese coche, podríamos llegar al muelle. Nos confirmó que sí, que era un camino muy fácil por donde circulaba toda clase de vehículos. Sorprendidos por esta explicación, le preguntamos que era necesario para hacer la excursión, y nos dijo que había que pagar una tasa de 210 pulas por 2 adultos y el coche, y que luego, en el mokoro, el “poler” nos cobraría otras 400 pulas por persona para hacer el recorrido de unas 3 o 4 horas, tanto un trayecto por el río como otro caminando por alguna isla. Nos informó que debíamos llevar nuestra propia comida y agua y que no debíamos llegar a la estación de mokoros más tarde de las 10 de la mañana. Decididos a realizar esta excursión, directamente contratada con la OKMCT, repasamos con ella el plano para ver por donde teníamos que girar hacia la estación de mokoros y quedamos en volver al día siguiente a primera hora.
Y nos volvimos a la ciudad, para cenar en una franquicia portuguesa, llamada “Nando’s” que ofrece el sempiterno pollo, pero con variaciones más atractivas que las de siempre, como, por ejemplo, un bol de arroz con pollo, especiado y caliente, de buen tamaño y que estaba realmente bueno y sabroso, junto a una generosa ensalada verde y otra de col, servido además en buenas y cómodas mesas (muy limpio todo) y a un precio muy asequible, pues por 227 pulas (unos 18€) cenamos estupendamente.
