Al volver a casa, María y yo teníamos unos cuantos motivos para pensar que éste había sido el viaje de nuestras vidas. El primero de ellos, obviamente, el hecho de habernos casado en Las Vegas. Y es que no en todos los viajes uno tiene la oportunidad de contraer matrimonio, oigamusted. Además, en otras ocasiones habíamos visto lugares muy hermosos y espectaculares, pero nunca de un modo tan continuo y reiterado como en ésta. A lo largo de nuestro periplo por el Oeste de USA, rara era la jornada en la que no disfrutábamos con algún escenario inolvidable, de los de quedarse embobado mirando a todas partes sin saber muy bien ni qué decir. Hubo días, incluso, en los que los enclaves de ensueño se sucedían uno tras otro sin solución de continuidad. Un auténtico no parar.
La sobredosis de belleza llega a ser de tal envergadura que por momentos le hace sentir a uno un tanto apabullado y empequeñecido. Es por eso que resulta harto complicado resumir los puntos culminantes del viaje -boda aparte- en apenas unas pocas líneas. Con toda seguridad que se quedarán algunos en el tintero, pero intentaré hacer una pequeña selección.
Los tres primeros que se me vienen a la cabeza son los de Tunnel View, Mather Point y Artist's Point, en los que María y yo -bueno, sobre todo, yo - llegamos a emocionarnos con los paisajes que estábamos viendo. El brutal impacto recibido al contemplar el valle de Yosemite desde el primer mirador, el Grand Canyon desde el segundo y el cañón de Yellowstone desde el tercero es algo que no olvidaremos jamás. Aún ahora, meses después de regresar, bromeamos de vez en cuando comentando que en estos lugares alcanzamos un estado mental próximo al nirvana, y que sólo nos faltó levitar para acceder a la catarsis definitiva.
No puedo tampoco dejar de referirme al sensacional espectáculo que pudimos disfrutar desde el helicóptero en el que sobrevolamos el Grand Canyon. Ni a lo mucho que nos gustaron la mayoría de los lugares visitados, tanto aquellos acerca de los cuales las expectativas eran ya altísimas -Bryce Canyon, Antelope Canyon, Monument Valley, Grand Teton, Yosemite, Yellowstone...- como aquellos otros sobre los que no disponíamos de tanta información y que nos sorprendieron de un modo muy positivo -Blue Valley, Bonneville Salt Flat y sus espejismos, la zona próxima a las Calf Creek Falls, la Potash Road, Navajo National Monument, el pack Coral Pink Sand Dunes + White Cliffs, Flaming Gorge, Muley Point o la alucinante parte alta de Zion, en torno a su entrada este-. Mención especial merece asimismo el apoteósico crepúsculo que tuvimos la fortuna de vivir en Arches. Fue sin duda uno de los momentos cumbres del road trip.
También nos quedará un gratísimo recuerdo de esos instantes de relax y tranquilidad absoluta que pudimos saborear en diferentes ocasiones a lo largo de nuestro viaje y que no cambiaríamos por nada en el mundo: la cena mexicana en Vernal, los extensos atardeceres en el porche del Lake Lodge, desde donde nos quedábamos pasmados observando el enorme lago Yellowstone iluminado por los últimos rayos de sol del día, el refrescante baño post-boda en la piscina del hotel Stratosphere, con más de 45 grados de temperatura ambiente, los descansos que periódicamente hacíamos en algunas áreas de servicio para disfrutar como niños comiendo deliciosos wraps picantes, o los hipnóticos intervalos de infinita paz interior en los miradores de Monument Valley, Muley Point, Jenny Lake Overlook, Glacier Point, Cape Royal, Hopi Point, Horseshoe Bend, Goosenecks, Canyon Overlook, Island in the Sky, Needles Overlook, Dead Horse Point y tantos y tantos otros.
Cuando devolvimos el vehículo de alquiler, comprobamos que habíamos recorrido en total unas 6500 millas -algo más de 10500 kilómetros, casi 500 cada día-. Dicho así, me imagino que puede sonar a palizón exagerado -y más considerando que siempre iba yo al volante-, pero lo cierto es que sólo el último día, durante el trayecto entre Zion y Las Vegas, llegué a sentirme verdaderamente agotado. Sin duda, la emoción de llevar el coche por lugares tan extraordinarios pudo en todo momento con cualquier atisbo de cansancio o bajón físico. Y también contribuyó a ello la forma pausada y tranquila de conducir que tienen allí. En más de tres semanas no tuvimos ningún incidente reseñable en carretera ni observamos el más mínimo indicio de conducción agresiva. Ni siquiera en Las Vegas o en Salt Lake City. Por otra parte, dejando al margen la notable excepción de los bisontes de Yellowstone, tampoco se nos cruzaron demasiados animales en la calzada. Desde luego, nada que ver con el incesante trasiego de renos, ciervos, alces y demás fauna cornúpeta que habíamos tenido que sortear un año antes en el norte de Suecia, Noruega y Finlandia.
Eso sí, la disparatada cantidad de neumáticos reventados que vimos en los arcenes de buena parte de las autopistas -principalmente en las zonas más cálidas- nos impresionó bastante. Sobre todo porque después de contemplar aquellas cunetas alfombradas de negro caucho a lo largo de cientos y cientos de millas no puedes evitar comerte un poco el tarro pensando que el próximo en saltar por los aires puede ser el tuyo. Y, oye, da cierto yuyu, para qué engañarnos.
Por lo demás, me tomaré la licencia de finalizar esta parrafada sobre el road trip propiamente dicho con una pequeña chanza: tras veinte días recorriendo las carreteras americanas, tanto María como yo abandonamos aquel país con el deseo irrefrenable de adoptar una highway. Bueno, más que deseo, casi una necesidad urgente, ¿eh?
Los que ya hayan estado por allí con anterioridad sabrán perfectamente a lo que me refiero, y para los que aún no hayan tenido la oportunidad de visitar el Oeste de USA, ahí les dejo un breve aporte fotográfico:
Como ya expliqué en el capítulo correspondiente, nuestro principal error a la hora de configurar la ruta de viaje lo cometimos en Moab. Y bien que nos arrepentimos. En esa localidad deberíamos de haber dormido un par de noches en lugar de una sola, y de ese modo hubiésemos podido dedicarle al majestuoso parque de Arches el tiempo suficiente como para evitar esa sensación de absoluta insatisfacción con la que nos marchamos de allí: fue el único lugar en donde la duración efectiva de la visita -media tarde y la mañana posterior completa- nos supo a poco.
El viaje también tuvo sus momentos malos. El peor, sin ninguna duda, se produjo cuando abandonábamos el hotel en Yellowstone y nos enteramos de la noticia del accidente de tren de Santiago de Compostela. Fueron unos instantes de auténtico shock. También en Yellowstone, resultó una faena el atasco por obras en Tower que nos impidió disponer del tiempo suficiente para poder llegar hasta el Beartooth Pass. Y, aunque ahora nos hace gracia cuando la recordamos, la verdad es que la demencial aventura en el aeropuerto de Dallas fue una experiencia de lo más estresante y nada recomendable. La anulación del crucero en barco hasta el Rainbow Bridge tampoco nos sentó demasiado bien en su momento, aunque al menos tuvieron el detalle de regalarnos otra excursión -más corta, eso sí- en el mismo Lake Powell.
Y qué decir de la adversa climatología en el Grand Canyon... Ni la más pesimista de nuestras previsiones acerca de este mítico parque nacional podría llevarnos a pensar que íbamos a tener un tiempo tan malo. En los numerosos diarios de viaje que había leído en el foro tan sólo aparecían algunas referencias a tormentas veraniegas de carácter ocasional y pasajero, pero nada que ver con lo que nos encontramos nosotros a lo largo de todos esos días que permanecimos en la zona: una densa y oscura nubosidad, casi permanente, y fortísimos aguaceros, acompañados de viento y aparato eléctrico, que llegaban a durar varias horas y que obligaban a refugiarse en el hotel para esperar allí a que escampase. El sol apenas lograba colarse entre las nubes durante breves períodos de tiempo a primera hora de la mañana y a última de la tarde.
Otro lugar en el que nos encontramos con una desagradable sorpresa en forma de cielo cubierto por completo fue Death Valley. Por contra, el sol y el cielo azul se aliaron con nosotros y nos permitieron disfrutar al máximo de Yosemite y Yellowstone, donde a priori las posibilidades de que el tiempo no acompañase eran sustancialmente más elevadas. Cosas que pasan.
Como ya sugerí en alguna de las etapas del diario, nos estamos planteando regresar muy pronto a Las Vegas. En concreto, tenemos la intención de volar de nuevo allí durante 2015 ó 2016, -meses de enero o febrero, eso sí-, y llevarnos con nosotros al hijo de María, un chaval adolescente que seguramente se lo pasará en grande de hotel temático en hotel temático. Además, queremos darnos una segunda oportunidad en el Grand Canyon, para poder verlo al fin con sol y cielo despejado, y estaríamos asimismo encantados de hacer una visita vespertina a Death Valley y Valley of Fire, lo que permitiría sin duda que los disfrutásemos mucho más que la primera vez, ya que creemos que ambos lugares han de mejorar de un modo notable con la luz de la tarde.
Aunque todo ello, por supuesto, ya formará parte de otro viaje...
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