Nos levantamos algo más tarde de lo habitual y un poco cansados por la caminata del día anterior, pero con fuerzas suficientes para continuar surcando Madeira. Fuimos por la autopista hasta Caniçal, donde se encuentra el mirador de la Ponta de Sao Lorenço, inicio de la ruta del mismo nombre, que recorre la península que cierra la isla en su parte oriental. Si alguien no quiere hacer la caminata, merece la pena ir en coche porque las vistas son muy bonitas.
VEREDA DE LA PONTA DE SAN LOURENÇO (PR8).
El cartel de ruta dice que son 4 Km. de ida y 4 de vuelta, y que se tarda unas dos horas y media en recorrerlo en total. Aquí no está incluida la subida al Pico Furado, lo cual puede suponer unos 30 minutos más (la subida es corta aunque un poco fatigosa; la bajada es muy rápida). Así que hay que calcular unas tres horas. Fue la ruta más concurrida que encontramos, quizás influyó que la hicimos por la mañana, la iniciamos a eso de las 11.
Todo el mundo coincide en que ésta es una de las rutas imprescindibles en Madeira por lo diferente que es el paisaje. Aquí no hay árboles, ni vegetación, es un suelo de roca volcánica desnuda, apenas se ve alguna palmera solitaria y pocas plantas más. Si ha llovido, el suelo se tiñe de verde, pero no era el caso. Sin embargo, no faltan los colores sobre las rocas y el contraste de la amalgama de marrones, negros, grises, rojos y amarillos que salpica los acantilados con el turquesa del mar y el azul índigo del cielo deja unos paisajes imponentes, más aún por la mañana, con la luz intensa del sol. Pudimos divisar nítidamente las siluetas de las islas Desertas, reserva de fauna marina.
No es una caminata muy dura, pero sí es del tipo rompepiernas, con continuas subidas y bajadas. Y casi lo peor, el inclemente sol que te castiga constantemente. No hay sombras, ni una; así que no hay que olvidarse de llevar una botellita de agua, la gorra o el sombrero y una crema de protección solar.
Tiene un recorrido incial único y luego una bifurcación. En mi opinión, mejor ir por la derecha, que es todo bajada, y volver por el de la izquierda, más largo pero todo llano. De camino, se ve una playa de piedrecitas negras a la que se puede bajar, una caseta para observar aves y la casa de la Sardinha, donde no hay nada. Ahí se vuelven a juntar ambas rutas y sale el camino que sube hasta el Pico Furado. Al ver la pendiente y con el solazo pegando de lleno, tuve la tentación de pasarlo por alto y dar la vuelta. Desde luego, no lo hicimos. Aconsejo hacer un esfuerzo y llegar hasta el final. Las vistas de la “cola del lagarto” son realmente espectaculares. Bueno, dejo unas fotos y que cada cual decida.
Vistas del Pico Furado y sendero de subida.
La casa de la Sardinha y alrededores desde el Pico Furado:
Vistas de la Punta desde el Pico Furado:
En el camino de vuelta, los colores habían cambiado, sobre todo los del mar, que ya no era turquesa sino de un azul grisáceo más feo,en las fotos se aprecia la diferencia. Se divisaban nubes oscuras colgadas sobre los picos, procedentes del norte de la isla. Sin embargo, en Ponta de San Lourenço el sol no daba tregua.
Comimos en Caniçal, en otro restaurante del puerto pesquero.. Pedimos mejillones en salsa (creo que llevaban nata líquida), sopa de legumbres (una crema, en realidad), un pescado parecido a la lubina y un bacalao lugareiro, además del imperdonable bolo de caço. Todo estaba muy bueno, eran platos enormes con mucha guarnición (verduras, ensalada, patatas…). Acabamos absolutamente saturados de tanto comer y la cuenta no llegó a 40 euros. Yo había pensado seguir hasta Sao Jorge y hacer la levada do Rei, pero entre el empacho de la comida y el cansancio acumulado, mi marido decidió volver al hotel para descansar mientras yo me quedé en Funchal, dando una vuelta.
FUNCHAL hervía de actividad a media tarde, con todas las tiendas abiertas y la gente en la calle, haciendo sus compras o paseando, en su vida habitual. En la plaza del Municipio había instalada una pantalla gigante y un graderío para ver el Mundial de Fútbol. Brillaba el sol y hacía calor, demasiado calor, como bochorno. Dicen que es la más bonita de Funchal, pero con tanto trasto en medio no lo parecía viendo algunos pequeños rincones.
Jardín Municipal y Parque de Santa Caterina:
Entré en la Catedral y en el Mercado dos Labradores, que todavía tenía bastantes puestos abiertos, sobre todo de fruta, pero la lonja del pescado estaba ya vacía. Tendría que volver en otro momento. Las guirnaldas de la rua de Santa María ya no estaban, pero sus puertas seguían igual de vistosas y los troncos de los árboles de la Avenida de Arriaga estaban vestidos con atuendos insólitos, un dechado de color e imaginación. Era la fiesta de las artes, creo.
Sobre las siete cogí el autobús y fui al hotel. Me reuní con mi marido, cogimos el coche y fuimos hasta el MIRADOR DEL CABO GIRAO. Es mucho mejor tomar la segunda salida desde la autopista, no la primera que pone Fajas del Cabo Girao, por la que luego volvimos y es mucho más larga. Cuando llegamos, nos encontramos con la sorpresa de que las verjas estaban cerradas. No sabíamos que se trataba de un mirado cerrado, hay también tienda y bar. No ponía el horario por ningún sitio, pero está claro que a partir de las 18:30 en Madeira es mejor tener cuidado, todo lo que se pueda cerrar, estará cerrado. Llegaron varios coches y sus ocupantes se quedaron con la misma cara de tontos que nosotros. Hicimos un par de fotos a las vistas que se podían ver desde fuera.
Bajamos hasta CÁMARA DE LOBOS y dimos una vuelta por el pueblo pesquero por excelencia de Madeira. Presenta una imagen muy atractiva, con las barcas de colores varadas, no sé por qué me recordó a Cudillero.
Subimos hasta una especie de paseo marítimo que hay a la derecha según se mira al mar; al final se tienen unas vistas preciosas del Cabo Girao. No hay que perdérselo. Al atardecer tiene un encanto especial.
De vuelta al puerto, subimos unas escaleras hacia la izquierda y recorrimos buena parte de la calle que mira al este, desde la que también se contemplan muy buenas perspectivas. El cielo se puso negro y comenzó a chispear.
Regresamos al puerto con la idea de tomar algo de marisco, pero lo que hay son bares, no restaurantes, y no ofrecían demasiada variedad. Estábamos sentados en una terraza cuando empezó a diluviar, así que tuvimos que salir corriendo a la barra, pedimos unas lapas a la plancha y pulpo a la vinagreta con unas cervezas. Nos cobraron 16 euros, pero las raciones eran normalitas y tampoco tomamos nada especial. Nos decepcionó un poco el tema gastronómico en Cámara de Lobos, la verdad.