AVEBURY – CASTLE COMBE - BATH ✏️ Diarios de Viajes de Reino Unido

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Nos levantamos a las ocho menos cuarto. A las ocho y veinte bajábamos a desayunar. No nos hizo falta sacar la nariz por la ventana. Desde detrás del cristal ya se veía que hacía frío. Y mucho. De lo que si que nos salvamos fue de la lluvia. Ese día no cayó ni una gota, ni tan siquiera esa llovizna suave que no moja pero molesta.
A las nueve y cuarto salíamos hacia Avebury. 37 kilómetros por carreteras secundarias. El paisaje, el esperado. La típica campiña inglesa. Extensiones de terreno onduladas cubiertas de un manto verde y pequeños grupos de árboles apiñados en la loma de alguna colina. Un paisaje con encanto. Que nadie espere un paisaje espectacular, de esos que quitan el hipo. No, la campiña inglesa es suave, delicada. Se deja ver con agrado, sin intentar llamar la atención. Es un poco como las gentes que la pueblan. Gente discreta pero muy agradable con la que te sientes muy a gusto. Pues la campiña, es exactamente lo mismo.
Si algo tiene viajar, además de conocer mundo, es que se rompen estereotipos. A ver si me explico. Soy de Mallorca, la meca del turismo inglés, entre otros. Pero nos centraremos en los ingleses. Cada año nos visitan más de un millón de turistas de esa nacionalidad. ¡Vándalos!. Es poner un pie en suelo mallorquín e iniciar una vorágine de borracheras, drogas, balconing, peleas, sexo en lugares públicos, y alguna barbaridad más que se me escapa. Unos auténticos impresentables, que día sí, día también, debido a las salvajadas que protagonizan, aparecen en periódicos de tirada nacional, e incluso en el telediario. Esta claro que vienen a Mallorca a divertirse, pero todo tiene un límite. Y esa gente, el límite lo ha superado antes de bajarse del avión.
Con esos antecedentes, al viajar al Reino Unido, lo que esperaba era encontrar a esas hordas de vándalos pululando por las calles, botellas de alcohol rodando por las calles, legiones de borrachos durmiendo en los soportales, tangas colgando de las farolas. Lo normal en una mañana de domingo en Punta Ballena. Pero no. Todo lo contrario. En Inglaterra vive una gente la mar de civilizada. Educada, respetuosa y por lo general bastante agradable. ¿Dónde están todos esos turistas que visitan Mallorca cada año?. Es imposible que esta gente sea la misma que cada año desfasa en mi querida isla. Son como la noche y el día.
Por eso, tras visitar el Reino Unido en cuatro ocasiones, he llegado a la siguiente conclusión. Los turistas ingleses que veranean en Mallorca no viven en las islas británicas. No, viven en otro lugar. ¿Dónde?. No lo sé. Y la verdad prefiero no saberlo. Tiene que haber otra Inglaterra en algún lugar. Otro país donde hibernan esos sujetos. O tal vez sean extraterrestres y cada año organicen un viaje interestelar para intentar conquistar Mallorca. Visto lo visto, creo que ésta es la opción más realista.
Ya estoy de vuelta. Donde estábamos, ah sí, en Avebury. En la entrada del pueblo, un letrero dejaba bien claro que los turistas, forasteros y demás gente de mal vivir, que no podían aparcar ni en las calles ni en los aparcamientos reservados a los residentes. Me pareció una medida muy extrema. No sé, tal vez tengan miedo que les peguemos alguna enfermedad rara. ¿Cómo evitarlo?, aislándose. Y por lo visto la medida ha dado resultado. Desde ese día no se ha declarado ni una sola pandemia en el pueblo.
Hay un parking especial para visitantes fuera del pueblo. De pago, 3 GBP por todo el día. Una vez allí solo hay que seguir un sendero que conduce al yacimiento.


Avebury es un monumento megalítico más antiguo que Stonehenge. Y no solo eso, también es más grande. Otra cosa es si hablamos del estado de conservación, no muy allá. Pero sobre todo adolece de un grave problema, el yacimiento está dividido en cuarto partes por dos carreteras, lo que impide ver el círculo completo. Hay que verlo de forma fraccionada. Bueno, lo que queda de él. Del círculo exterior apenas queda media circunferencia. Y no toda. De los dos círculos interiores tampoco queda mucho, sobre todo de uno del que solo se conservan dos piedras.
Por una cancela entramos en uno de los cuatro fragmentos en que está dividido el yacimiento. Una gran explanada de hierba con unos pedruscos intentando formar una circunferencia. Lo malo es que no están todas las piedras, solo algunas. Las que faltan han sido sustituidas por mojones para que se aprecie mejor el círculo. Y las que siguen allí no tienen una forma concreta. Las hay grandes, pequeñas, redondeadas, alargadas.


Se puede pasear libremente por todo el terreno. Hay una especie de senda, pero se pueda caminar por fuera, cruzar por en medio, tocar las piedras, y si me apuras hasta subirse encima. Seguir la senda tiene recompensa, te lleva directamente al punto por donde se sale de esa zona. Solo hay cruzar por una pequeña puerta, atravesar la carretera y entrar por otra puerta que siempre está enfrente.
Así lo hicimos nosotros y nos encontramos en la segunda zona. La más pobre de todas. Apenas cuenta con cuatro piedras. Dos juntas en una esquina y las otras dos dispersas, una en cada esquina. Se supone que estas dos últimas formaban parte de círculo exterior. Las otras dos, las que estaban juntas, pertenecían a uno de los círculos interiores. Esta segunda zona no parece un yacimiento arqueológico ni naa. Lo que parece es una parcela con cuatro pedruscos. De hecho es lo que es. La peculiaridad es que los pusieron allí hace ya varios miles años. Pero si no te lo dicen, pasas por allí y ni te paras a mirar.


Para ir de la segunda a la tercera zona hay un camino elevado desde el que se tienen unas vistas muy bonitas de la campiña. Eso es lo que todo el mundo destaca de este lugar. El paraje en el que se ubica el yacimiento. Mala propaganda a mi parecer. Es como si para promocionar unos zapatos te dijeran que la caja en la que vienen es la caja de zapatos más bonita que puedes comprar. Si la caja es bonita, perfecto; pero si eso es lo mejor que puedes decir de unos zapatos, muy buenos no deben ser. Pues en Avebury lo mismo. Si el enclave es lo más destacado, tal vez es que el yacimiento no resulte tan interesante.


Desde luego este camino elevado es lo mejor de este lugar. Primero por las vistas de la campiña. Y segundo porque al final del camino, antes de bajar al tercer tramo, se pueden ver desde una posición elevada las piedras de la tercera y de la cuarta zona.
La tercera zona contiene unas pocas piedras agrupadas que formaban parte del segundo círculo interior. En este caso hay más piedras que en el anterior, pero el círculo como tal no se aprecia. Para acabar cruzamos la carretera y pasamos a la última zona. En ésta solo quedan algunas de las piedras que formaban parte del círculo exterior. No hay muchas. Lo que más hay son mojones. De aquí al camino, y de vuelta al parking.


El yacimiento no es gran cosa. Faltan muchas piedras, y aunque los mojones que hayan puesto también sean de piedra no es lo mismo. Además, el hecho de que esté dividido en cuatro zonas por las dos carreteras que pasan por allí tampoco ayuda mucho. Es una lástima, este lugar podría haber dado mucho más de sí.
Nuestro siguiente destino del día era Castle Combe. 48 kilómetros que en tiempo, al circular por carreteras secundarias, equivalen a 45 minutos. Estrechas pero en buen estado. Estas carreteras son más lentas, pero como contraprestación ofrecen mejores paisajes y rincones pintorescos que hacen que merezca la pena el mayor tiempo invertido.
Los últimos tres kilómetros los hicimos por una carretera que no llegaba ni a secundaria. Era tan estrecha que cuando venía un coche de frente teníamos que sacar dos ruedas fuera de la calzada para poder pasar. Y a peor carretera, mejor paisaje. Cuando los árboles se despejaban dejaban al descubierto unas vistas espectaculares. De las mejores de la zona. Y justo antes de llegar al pueblo surgió de la nada un pequeño río que nos escoltó durante el último tramo del trayecto. Estos tres últimos kilómetros son muy bonitos. Paisajísticamente hablando, de lo mejor de los Cotswolds.


Aparcamos en el centro del pueblo, junto al Market Cross, una pequeña estructura de piedra sostenida por cuatro columnas. Un vistazo rápido basta; no da para más. La primera visita sería la iglesia de St Andrew’s Church, en la misma Market Sq. Una iglesia de piedra gris, como el resto del pueblo. Supongo que es la misma piedra que se utilizó en el resto de pueblos que visitamos. Pero por algún motivo que desconozco se había oscurecido. O al menos a mí me lo pareció. Tampoco os fiéis mucho de mí. Por lo demás, igual que todas las que ya habíamos visto. Rodeada de un pequeño cementerio con tumbas y lápidas por los cuatro costados. Una estructura normanda con acabados más propios del gótico ingles y una alta torre cuadrada. El interior sencillo, con tres naves. La central con ese curioso altar mayor que más que un altar es una continuación de la nave principal. Más de lo mismo. Y para mantener las buenas costumbres, con un aforo mucho mayor de lo necesario atendiendo al número de habitantes del pueblo.


Al salir, un camino nos condujo a la Manor House, actualmente convertida en hotel. Una enorme mansión rodeada de jardines y de un campo de golf. Como nadie nos dijo nada, dimos una vuelta por el exterior de la mansión y por los jardines que hay en la parte trasera. Un paseo agradable. No son unos grandes jardines como para ir a verlos a propósito, pero ya que está uno allí, porqué no echarles un vistazo.
Salimos por la parte superior. Al verlo desde una posición elevada adquirimos conciencia de las dimensiones de este pueblo. Son tres calles. El tres hay que entenderlo en el sentido literal de la palabra. Es un pequeño pequeñísimo. Cuatro pasos y estábamos de nuevo en Market Sq que es el centro del pueblo. Esa misma calle, que por cierto se llama The St; un nombre bastante revelador que deja claro que allí muchas calles no hay; nos llevó a la entrada del pueblo. Cruzamos el puentecito, paseamos un rato junto al río y de nuevo a la Market Sq. De un punto otro son cuatro pasos. En lo de los pasos no seáis tan literales.


Este pueblo, todo lo que tiene de pequeño, lo tiene de encantador. Es un pueblo precioso. Uno de los más bonitos de todos los que visitamos. Con casas de piedra de una altura. Su iglesia, su Market Cross y la Manor House. Es muy, pero que muy bonito. Lastima que sea tan pequeño.


Tras la rápida visita, ya que las dimensiones del pueblo no dan para más, nos dirigimos a Bath. 23 kilómetros, los 10 últimos por autovía. Sorprendentemente las vistas desde la autovía al acercarnos a Bath me parecieron espectaculares. De las mejores que vimos. La autovía se encuentra en una posición elevada y eso permite disfrutar la campiña desde muy arriba dando un mayor campo de visión.
Al llegar a Bath nos encontramos con un atasco monumental. Semáforos por todas partes y muchísimos coches. Avanzábamos cincuenta metros, nos parábamos. Otros cincuenta metros, otra vez parados. Una agonía. Pero una vez metidos en el lío ya no hay salida, la única salida es seguir hacia adelante.
Nuestra primera parada en la ciudad sería Royal Crescent. Cuando nos pareció que estábamos los suficientemente cerca optamos por aparcar y continuar la visita a pie. Iríamos más deprisa que en coche y veríamos más cosas. Pero no podía ser tan sencillo. Nooooooo, todo hay que complicarlo. El aparcamiento en la calle no solo era de pago, sino que además tenía limitado el tiempo. Un máximo de dos horas. Y para acabar de complicarlo, las maquinas no aceptaban billetes ni tarjetas. Solo monedas. Y el aparcamiento no era precisamente barato. Si en Bath queréis aparcar en la calle haceros con un saco de monedas ya que un bolsillo no os cabrán tantas monedas. A nosotros las monedas que llevábamos no nos bastaban ni para pagar el importe mínimo que equivalía a 30 minutos de aparcamiento.
No nos quedaba otra solución que seguir palante como los de Alicante. Y palante palante, llegamos a The Circus, la competencia de Royal Crescent. Como era de esperar no había ni una sola plaza de aparcamiento libre. Pero yo no me iba de allí sin dar una vuelta a la plaza. ¡Faltaría más!. Ante situaciones extremas, medidas extremas. Dejé el coche en línea amarilla. Total no iba a salir de la plaza por lo que iba a tener el coche controlado en todo momento. Además somos españoles, y lo de cumplir las reglas; bueno, sí, …..; pero con un poquito de flexibilidad. Tampoco hace falta ser tan estrictos. Y por si alguno todavía tiene dudas sobre lo de aparcar en línea amarilla, os daré un último argumento irrefutable. No hace falta pagar. A que ahora si que os apuntáis.


Venga, a por The Circus. Es exactamente lo que uno espera. Un círculo perfecto. Como si fuera una plaza de toros, pero en lugar de gradas, edificios. Tres alturas, adornadas con columnas en todas ellas. En la parte superior se puede distinguir una cuarta altura, estilo ático, no alineada con la fachada. El acceso a la plaza se realiza por cuatro calles, equidistantes entre sí.
Da igual hacia donde mires, todo es igual. Simetría perfecta, salvo por los tres enormes árboles que hay en medio de la plaza. Es el elemento de rotura y al mismo tiempo el punto de equilibrio perfecto. La plaza, con sus edificios igualitos sería bonita sin más. Esos árboles son lo que le dan ese punto extra. A alguno le parecerá que molestan y no permiten ver el conjunto de una manera nítida. Llamadme raro, pero a mí es precisamente eso lo que más me gustó.


Primero dimos una vuelta a la plaza. Luego nos situamos en el centro, bajo los árboles. Otra inspección ocular sin movernos del sitio, y rapidito al coche antes de que llegasen los bobbies y nos clavasen una multa.
A 300 metros se encuentra Royal Crescent. Evidentemente esa iba a ser la siguiente parada. De haber tenido el coche bien aparcado habríamos ido andando. Pero con el coche aparcado en línea amarilla no era lo suyo. La multa era segura.
A medio camino entre The Circus y Royal Crescent vimos un hueco sin línea amarilla. Mío. ¿Y cómo pagamos?. Las mismas máquinas, el mismo límite horario con un máximo de dos horas, pero diferentes tarifas. Por fin la suerte nos sonreía. Medía hora por 1,30 GBP. Nos bastaba. Por los pelos, pero podíamos pagar. Teníamos treinta minutos para ver Royal Crescent. Más que suficientes.


El edificio es una media luna alargada. No me quedó claro si estaba en cuarto menguante o en cuarto creciente. Empezamos el recorrido pasando por delante del edificio. Como en The Circus, tres plantas y una cuarta no alineada con una pequeña terraza delante. La diferencia está en la decoración. En aquella las columnas tenían la altura de una planta. Tres alturas, tres columnas. En Royal Crescent la planta baja cuenta con su propia columna, pero la segunda y la tercera planta comparten columna que alcanza una altura monstruosa.
Lo que tampoco falta en Royal Crescent es la simetría. Se podría doblar el edificio sobre si mismo y las columnas de un lado encajarían perfectamente con las del otro. Y no solo las columnas, también las puertas, las ventanas, las farolas. Todo.
Al llegar al final bajamos a la explanada que hay delante. Un buen lugar para regresar al punto de partida es un camino que hay al fondo de esa explanada de césped. La perspectiva que se obtiene del edificio es distinta. La distancia no permite apreciar los detalles, pero la vista de conjunto es mucho mejor. Además las fotos son mejores desde aquí abajo.


Ida y vuelta. Se dice rápido, pero no se hace a igual velocidad. Se nos fue la media hora sin darnos cuenta. Tocaba volver al coche y bajar al centro histórico. Nos metimos otra vez de lleno en el atasco. Cuanto más nos acercábamos al centro, más crecía el embotellamiento. Recorrer el kilómetro y medio que nos separaba del centro nos costó dios y ayuda. Si alguien no sabe cuanto tiempo es eso, yo os lo diré, exactamente una hora y cuarto.
La lentitud del tráfico era desesperante. Ya no me quedaban uñas ni padrastros que morder. Tuve que empezar con las uñas de mi mujer. Menos mal que hay confianza. Otra persona no se lo hubiera tomado bien. Y si no me creéis probarlo. Un día que vayáis en metro o en autobús, acercaros a alguien y empezar a morderle la uñas. Ya veréis como antes de que empecéis con la tercera uña os llamará la atención. La gente, hoy en día es muy poco tolerante, y todo se lo toman a mal.


Acabamos en el parking de la estación. Buuuuuuuuffffffff.
Estábamos en la zona de Southgate. Muchas tiendas, mucha gente Tanto nos daba. Nosotros a la nuestro. ¿Las termas?. No. ¿La abadía de Bath?. No. ¿Algún museo?. No, no. A comer. Donde se ponga una buena pizza que se quiten mil piedras. Muy cerca de las termas encontramos lo que buscábamos, una pizzería, “The Real Italian Pizza Co.”. Pedimos una pizza de atún, otra de jamón york y champiñones, y dos aguas. 24,60 GBP. Pizzas grandes que sin ser excepcionales no estuvieron nada mal.


Ahora sí, ya podemos ir a ver piedras. Directos a las Termas Romanas. La entrada cuesta 14 GBP por persona e incluye una audioguía. Iba a decir que incluye una audioguía gratis. Pero de eso nada. Con lo que cuesta la entrada, casi te la podían regalar. La visita empieza por la terraza superior. De nueva construcción, con estatuas de emperadores romanos sobre la balaustrada. Esta zona es moderna. Pero la falta de interés histórico la suple proporcionando una buena vista de la piscina principal. Y al dar la vuelta es todavía mejor. La piscina abajo y detrás, la Abadía de Bath. Una foto chulísima.
La ruta continúa por la planta sótano, donde se encuentra lo que sería la zona del templo. Queda muy poca cosa. Algunas bases de columnas, algunas piedras grabadas, unos pocos utensilios de uso diario, alguna vasija. Nada demasiado interesante. Entre piedra y piedra reproducen videos que recrean escenas de la vida cotidiana de la época. Lo mejor conservado son dos rebosaderos de la piscina y el desagüe principal. Sin tapujos, las cloacas.


Antes de salir junto a la piscina, pasamos junto a la fuente termal que dio origen a todo este tinglado. Con el tiempo se convirtió en la piscina que se puede ver ahora, aunque según la audioguía allí nunca se bañó nadie. De cerca se ve el vapor que se genera por la evaporación del agua, y las burbujas al romper contra la superficie de la piscina. No es que el agua esté hirviendo, simplemente son gases. Y como no se puede acceder al interior del recinto, se ve libre de turistas invasores, sin gente pululando por todas partes. Por eso resulta tan llamativa.
De nuevo salimos al exterior, junto a la piscina que habíamos visto al entrar desde la terraza superior. Rodeada de columnas. En sus años mozos era una piscina cubierta. Hace muchos años que perdió la capota, pero aun así conserva intacto todo su encanto. De todas formas en uno de los fondos, han reconstruido uno de los arcos que sustentaban la cúpula que cubría la piscina.


Me hubiera encantado poder darme un baño en un sitio como ese. Pero entiendo que esté prohibido. Si permitieran el baño pronto no quedarían ni columnas, ni piscina, ni …. Por no quedar no quedaría ni el vapor del agua.
La piscina es espectacular. En muy pocas ocasiones se puede visitar una estructura romana con ese grado de conservación. Es algo que no hay que dejar pasar. Estar entre las columnas junto a la piscina termal es una experiencia única.
Rodeando la piscina se pueden hacer excursiones a las diferentes salas que formaban parte de las termas. Para empezar el caldarium. Una sala oscura, muy lúgubre, con las paredes pintadas de color blanco y rojo intentando reproducir como debían ser esas habitaciones en aquella época. El suelo estaba totalmente levantado lo que le daba un aspecto muy descuidado a la habitación. El ….., esto si, el ……. Bueno, varias salas con nombre en latín. Si alguien tiene mucho interés en saber como se llaman, ahí tiene la Wikipedia. Lo que si recuerdo es el nombre de la última sala, el frigidarium. La mejor conservada. No solo conserva la piscina de agua fría redonda en medio, también se pueden ver los bancos de piedra junto a la piscina. Lastima que estuviera tan oscura.


Para acabar volvimos a pasar junto a la fuente termal originaria. Como regalo de despedida pudimos verla sin molestos cristales por en medio. Sin duda lo mejor del complejo son las dos piscinas. Las otras salas de las termas no están mal pero su estado de conservación no es el óptimo. En cuanto al el templo, no tiene mucho interés, no queda casi nada. El recorrido obliga a pasar por allí, pero si alguien se lo pierde tampoco pasa nada. Lo absolutamente ineludible son las termas. No dejéis de verlas.
Cuando salimos ya era de noche. Cruzamos la plaza a toda velocidad. Una carrera épica, que resultó estéril. Llegamos cinco minutos tarde. Por cinco asquerosos minutejos nos quedamos con las ganas de ver el interior de la Abadía de Bath. Nada, la veremos por fuera. Por eso lo único que puedo decir, que esta si que es la típica catedral inglesa. Muy alta y alargada. Con pináculos por todas partes. Y donde no han metido un pináculo meten una vidriera de colores. Solo faltaba el Jorobado de Notre Dame saltando por los tejados. Ya se que el jorobado estaba en París. Pero hoy en día con tanto avión, trenes de alta velocidad y autopistas de cinco carriles, no me extrañaría que hubiera trasladado su residencia al sur de Inglaterra.


A falta de catedral nos contentamos con dar un pequeño paseo. La elección era obvia Union St. Una calle comercial muy animada. Sin nada destacable. Podía ser una calle comercial cualquiera, en una ciudad cualquiera, en un país cualquiera. Una calle para pasear sin más. Nos desviamos a la altura del Pulteney Bridge. Al cruzarlo uno no tiene la sensación de estar en un puente. Parece una calle más que un puente. Con edificios de piedra a ambos lados. Por mi parte, si no llego a saber que es un puente, ni lo hubiera notado. Visto desde dentro no tiene nada especial. Visto desde un costado, junto a la orilla del río, la cosa mejora. Un macizo puente de piedra con tres enormes arcadas y casas en la parte superior. Una torre o algo parecido en la otra orilla. Las diferentes corrientes del río formando remolinos. Es bonito, pero después de echarle un vistazo ya está, no da para más.


Era hora de ir pensando en volver. Y por donde mejor que por Union St. con parada en algunas de sus tiendas. Tiendas normalitas, nada de boutiques exclusivas. Aunque lo mismo hubiera dado, total no gastamos ni en chavo.
Al llegar a la zona de Southgate dimos una vuelta por las calles de los alrededores. No sé, Bath no es un mal lugar para pasear. Pero tampoco es una maravilla. Lo dejaremos en que es una ciudad agradable.
Para acabar nos dimos un capricho. Nos metimos en una cafetería y pedimos dos batidos de chocolate, y tres dónuts. Pagamos 10,95 GBP. Y ahora sí, vámonos ya.
El tráfico había mejorado. Ni sombra del atasco de la mañana. Menos mal. Eso me animó a pasar de nuevo por The Circus y por Royal Crescent. La idea era verlos iluminados a la luz de las farolas. Un edificio puede ser muy diferente visto de día o visto de noche. En este caso en concreto falta un poco más de iluminación. La única luz que reciben es la de las farolas sin que cuenten con ningún de tipo de iluminación especial. Es una lastima; con un pequeño juego de luces quedarían preciosos. Venga vámonos, que se nos ha hecho tarde.
La ciudad me pareció agradable. Sin el encanto de los pueblos de los Cotswolds. Pero como ciudad para pasear no está mal. La típica ciudad inglesa, de edificios de estilo victoriano con fachadas de piedra clara. Un buen lugar para pasar medio día.
73 kilómetros después estábamos de vuelta en el hotel.
Llegamos pasadas las ocho. Los dónuts y el batido habían surtido efecto. Estábamos llenísimos. Fue pronunciar la palabra “cenar” y ¡aaaaaaggggg, que asco!. No gracias, no tengo hambre. Todo eso que nos ahorramos.

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