El próximo autobús salía a las 16:00. De allí ella iba a Santa Cruz, yo me bajé en San Ramón. El trayecto se me hizo más corto que el anterior. En esta ocasión hablamos de los tipismos españoles y me recomendó algunas lecturas.
En San Ramón el autobús te deja en una rotonda donde se paran los autobuses que toman diferentes rutas en este cruce de caminos. Alrededor de las 17:00 se paró el que viene de Santa Cruz en dirección a San Pablo. En una breve parada compro en un puesto pollo con patatas que ceno en el autobús. En la estación de San Pablo se toma un truffi, una monovolumen que inicia el trayecto cuando se juntan los 8 pasajeros que completan el pasaje. El trayecto fue corto por una carretera plagada de ranchos, quintas y estancias. Llegamos a Trinidad a las 23:30h. Cuando bajé del coche pregunto por mi mochila, pensando que el conductor la había acomodado en otro lugar distinto al que la dejé. Estaba equivocado. El primer hombre en apearse se la apropió. Me habían robado.
Pregunto al conductor del truffi qué había pasado. Recorrimos el camino hecho sin fortuna. - Es un maleante! me responde. Con cara de panoli le pido que me lleve a la policía. Allí explico la situación, subimos a un destartalado 4x4 y volvemos a hacer el recorrido. Estoy cansado y no entiendo nada. Paran en Habitaciones Belén y uno de ellos escupiendo la saliva que produce el mascar de la coca me dice: puede alojarse aquí o esperarnos, bueno, tendremos para un rato. Le digo que estoy cansado y me busco un hotel. Por las calles habían bastantes hombres tomando y, por lo ocupado de los hoteles, otros fornicando. Ahora están todas ocupadas, era la respuesta. Finalmente encuentro uno donde la espabilada dueña me atiende amablemente y me ofrece esa pieza destartalada donde deben dormir los empleados. Me la deja a 100B$. - Está de suerte, me dice, usted agarra una tarifa promocional.
A pesar del cansancio, no pegué ojo repasando lo sucedido. Me levanto a las 06:30 y comienzo a escribir con el cabreo en el cuerpo. Desayuno fruta, yogur y café. La bollería es de días pasados de clientela que no se queda a desayunar. Tal y como me indicaron, a las 08:00 me presento en las oficinas de la policía y pregunto por el Sargento Cruz para testificar lo que en Bolivia llaman hurto, también en España. Cuando finalizo, el policía que realiza el atestado me señala una tienda de fotocopias. Debo comprar una carpetilla amarilla e incluir original y tres copias para su tramitación en la fiscalía.
Con cara de primo me dirijo al mercado a comprar algo de ropa. El primer problema es la talla. Me pruebo las primeras poleras (camisetas) y me quedan como una segunda piel. La chola (así se denominan las oriundas vestidas con el vestido tradicional) me dice que se llevan de ese modo. ¡Ya!. El comercio es el comercio aquí como en todo el mundo.
Calcetines, gayumbos, cepillo de dientes y chanclas completan la comanda. Los productos de aseo deben esperar ya que no pasan el control aeroportuario.
Tras conseguir dinero boliviano desde un cajero automático, lo que fue una odisea, almuerzo las mejores salteñas (empanadas) hasta hoy.
Agarro un mototaxi y ligero de equipaje llego al sencillo aeropuerto. El vuelo sale con retraso. Es el avión más pequeño que en haya montado. Tan pequeño que para avanzar debes caminar bastante encorvado. Tan pequeño que la cabina del piloto no tenía puertas, cumpliendo mi sueño desde niño, ver el interior de los mandos del avión.
El vuelo dura 45 minutos y lo gastado de las ventanas solo permite adivinar este extremo de la Amazonía, un inmenso tapiz verde garabateado por los trazos curvos de los ríos.
El avión aterrizó en una estrecha pista flanqueada de árboles. En su extremo nos esperaba bajo el sol abrasador el pasaje del vuelo de salida, un carro cargado de equipaje y un minibús. Los pobres piloto y copiloto no tenían tiempo ni de tomarse una cocacola. Nos subimos al minibús y nos dirige por un camino de tierra hasta la terminal, un chamizo de madera donde desembarcamos los 18 pasajeros.
Una vez en Rurrenabaque, el calor sigue siendo intenso. Sorprende la combinación del ambiente veraniego y los locales turísticos, parece un pueblo caribeño al que le han cambiado el mar por el río Beni, las playas por la selva.