Rumbo al caribe hondureño: Tela ✏️ Diarios de Viajes de Honduras

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De nuevo me despierto al amanecer, y repito el mismo ritual, quiero aprovechar cada minuto de esta vivencia. Me bajo al centro del pueblo, me compro mi cafecito, pero esta vez, ¡ya por fin!, si que cojo una moto-taxi para que me suba la cuesta. Por si acaso le pregunto que cuanto me va a costar, creyendo que se puedan aprovechar de que soy un “gringo”, pero craso error, esta gente me ha demostrado que son más honrados que cualquiera de los que nos creemos del “Primer Mundo” y me pide 10 lempiras, que al cambio más o menos vienen a ser unos 40 céntimos de euro. También toda una experiencia, ya que subían a todo lo que daba la moto, que no estaba mal, y con el añadido de los cruces, el adoquinado, y los boquetes que habían. Yo además había decidido tomarme el café esta vez en el hotel, porque desde allí habían unas vistas muy bonitas, por lo que tuve que estar súper concentrado en que no se me volcara todo encima de mí, y eso que llevaba una tapadera.

Dicho y hecho, me siento en un pequeño escalón a la entrada del hotel y procedo a degustar mi café deleitándome con las preciosas vistas que desde allí habían y disfrutando de la temperatura, que a esa hora, todavía era relativamente fresca. Por delante de mí no dejan de pasar paisanos que se proponen empezar el día, y todos y cada uno de ellos me saludan y desean un buen día (igualito que en España, ¿verdad?) e incluso una mujer se para unos minutos a charlar conmigo y hablamos de las vistas y la temperatura agradable del momento.

Bueno, vamos a la habitación a ver como me encuentro el panorama y a recoger todo, que en un ratito vienen a por nosotros para cambiar de sitio.

Tras el desayuno nos dirigimos esta vez, desde el interior hacia la costa, ¡vamos rumbo al Mar Caribe!.

En el camino, hacemos una parada en una fábrica de café y degustamos una tacita, aunque he de decir que yo ya lo había probado, pues casualmente era la fábrica de la marca que yo había tomado esos días, Café Welchez. Compramos algo de café para nosotros y la familia, y continuamos nuestro viaje.

Otra vez pasamos por el centro de San Pedro Sula, pues necesitaban comprar algo y revivimos el ajetreo de la ciudad con sus peculiaridades anteriormente descritas.

Después de unas cinco horas aproximadamente, llegamos a Tela, una ciudad que dicen es de las más turísticas de Honduras ya que cuenta con algunos de los mejores hoteles y complejos, aprovechando su privilegiada situación en el centro de la bahía del mismo nombre, volcada sobre el Caribe. Allí comemos en un restaurante en primera línea y degustamos un delicioso coctel de camarones y también una generosa ración de camarones plancha, regados con unas cervecitas nacionales y disfrutando de unas maravillosas vistas.

Después de comer, damos un pequeño paseo por la playa y ya empezamos a sentir ese ambiente caribeño. Pero yo me pregunto, si esto es lo de lo más turístico, ¿dónde está la gente?. También es cierto que para allí era temporada baja, pero teníamos una inmensa playa casi para nosotros solos.

Ya estábamos casi al lado del sitio que iba a ser nuestro emplazamiento para las siguientes cuatro noches, Triunfo de La Cruz. Ésta era una comunidad garífuna, que estaban allí desde los principios y que al fin y la postre fueron los que dieron nombre a toda la bahía de Tela (dice la historia que Tela fue el nombre abreviado que se quedó, para evitar un nombre tan largo como era Triunfo de La Cruz).

Allí nos esperaban las cabañas ecológicas, que Miguel, el dueño de Coco Tours, había construido hacía unos años. Al parecer aprovecharon la cantidad ingente de botellas de plástico que se generaban, para rellenarlas de tierra o arena y utilizarlas a modo de ladrillos, que junto con adobe y algo parecido al cemento sirvieron de paredes, completando las cabañas con unos techos metálicos recubiertos de hojas de palmas. Estuvimos viendo las tres cabañas que tenían y elegimos la que más nos gustó. Era bastante espaciosa, con dos camas de matrimonio y un mobiliario al estilo rústico-hondureño, por llamarlo de alguna manera. Además también contaba con una “champa”, que es como allí le dicen a un porche cubierto, que tenía unas hamacas colgadas, un columpio-balancín, hecho de forma artesanal y una mesa con unos banquitos, que era donde desayunábamos y cenábamos.

Dejamos las cosas y fuimos a asomarnos al mar, ya que estábamos a dos pasos, sólo había que salir de las cabañas, y ya lo teníamos allí. Éste era el Mar Caribe, pero no el que nos imaginamos de las típicas películas o postales, ¡qué va!, el salvaje y auténtico Caribe en toda su expresión, con sus palmeras de cocoteros y su arena con suciedad natural, troncos, cocos,…. Allí no había nadie de ningún complejo que cada día se dedicase a limpiar, esto era naturaleza pura con sus inconvenientes lógicos.

Allí conocimos a Elisa, que era la mujer que se encargaba de todo, hacía la limpieza de las cabañas, cocinaba y te dedicaba todo el tiempo que necesitaras para resolverte lo que quisieras. Una vez le dijimos lo que queríamos cenar, le pregunté que dónde podría comprar por allí unas cervezas, ya que la cabaña tenía una pequeña nevera. Ella se ofreció a acompañarme y esa fue la primera vez que me sumergí en Triunfo, pero claro, era completamente de noche y la luz era un bien muy escaso, aún así fuimos a un par de bares (por llamarlos así, ya que eran como una especie de casita-chabola con una nevera y nada más que se pudiera ver a primera vista), ya que en el primero nos dijo que no le quedaban cervezas y es así como conocí a algunas de sus gentes, todos muy amables y atentos, pero sin llegar nunca al servilismo, un trato como si fuera uno más de ellos.

Regresamos a la cabaña y estando en el porche, se nos acercan un grupo de niños, de los que destaca uno entre ellos, quizás el más espabilado y nos dice que se llama Yose (así pronunciado, imaginamos que será Joseph o algo parecido) y se están un ratito con nosotros, averiguando de dónde éramos, como nos llamábamos,…. Como habíamos traído con nosotros una bolsa de chuches desde España, sacamos un puñado y ellos con una gran educación, proceden a repartírselas a partes iguales, nos despedimos y enseguida vino Elisa con nuestra cena. Es aquí cuando aparece otro personaje característico de las cabañas: Oso, que es un perro, como un cruce entre pastor alemán y un zorro, pero de color blanco, casi albino, se planta delante nuestra, pero sin hacer ningún ademán de pedirnos nada, solamente nos miraba con una cara de pena e incluso si lo mirabas fijamente a la cara bajaba la cabeza, como no queriendo molestar, así que sobra decir que también se ganó nuestro cariño, y cuando teníamos alguna sobra, se la dábamos. Cenamos y nos dispusimos a acostarnos a dormir, mañana teníamos una excursión programada y había que descansar.

Nada más lejos de la realidad, estaba claro que Honduras no quería que me relajase y me pedía a gritos que estuviese atento para ver cual sería la siguiente aventura, y ¡claro!, la hubo. A media noche se desató un pequeño temporal, con la típica tormenta tropical, tan frecuente por estos sitios, que en condiciones normales no habría tenido la menor importancia, pero ya os he dicho que esto es Honduras, y las cosas no son lo que parecen. Nuestra cabaña tenía algunas pequeñas goteras, pero sobretodo, un gran agujero, por el que el agua entraba a litros. ¡Algo había que hacer! Y no era plan de salir a buscar a nadie en medio de la noche, y con la que estaba cayendo. Pues bien, procedimos a subir todas nuestras cosas encima del sofá, sillón, mesa y demás por si la cosa se ponía muy mal, por lo menos que no se nos inundaran nuestras pertenencias. Al mismo tiempo cogí una papelera y la puse para recoger toda el agua posible, con ese panorama y como aflojó un poco la lluvia, nos acostamos de nuevo a dormir. Pero transcurrido un tiempo, de nuevo la lluvia volvió a arreciar, y esta vez con más fuerza todavía. Me levanto, miro a Inma y veo que está frita, y me digo: por lo menos uno que descanse.

En vista del cariz que estaba cogiendo la cosa, busco un nuevo recipiente, procediendo a coger la papelera del aseo, vaciándola y poniéndola al lado de la otra que era más grande, pero que no era cerrada del todo con lo que sólo recogía a penas cuatro dedos de agua. Y así estuve en vela, vaciando cubos de agua, durante mucho tiempo, hasta que en ese momento si que parece que había parado del todo. Me acuesto y ya agotado, caigo en brazos de Morfeo de forma irremediable, pero eso sí, como buen animal que soy, en cuanto noto que el día ya está despuntando, allá que me dispongo a levantarme.

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