3 de septiembre de 2015
Mapa de la etapa 5
Empieza un nuevo día en el sur de Islandia, iniciándolo a las seis de la mañana para no perder la costumbre. Durante la noche la calefacción ha permanecido más tiempo en marcha que en ocasiones anteriores, desconocemos si por haberla activado a mayor potencia o para compensar un mayor frío en el exterior. Tenemos ya mucha luz entrando por las ventanas, como si estuviera amaneciendo mucho antes de lo que corresponde. Hemos pasado una noche de lo más tranquila en este pueblo de nombre impronunciable.
No hay adjetivos para lo que nos espera al otro lado de las ventanas de nuestra camper. Un sol de invierno ilumina un paisaje de ensueño, con el colosal glaciar Vatnajökull tiñéndose de grises hasta alcanzar el blanco impoluto. Corderos del tamaño de mamuts se saludan los unos a los otros. Al igual que yo, otro par de campistas no pueden evitar salir cámara en mano a intentar exprimir lo mejor del momento.
Fantástico amanecer en Kirkjubaejarklaustur
El sol aparece tras el glaciar de Vatnajökull
Nuestro despertador para esta mañana
Aprovechando la tranquilidad que reina en el lugar, desayunamos en una cocina comunitaria inicialmente vacía y que poco a poco va acogiendo a los más madrugadores. Llevamos con nosotros el arsenal de cargadores y aparatos, ya que nuestra próxima noche está prevista que sea en plena naturaleza y hay que estar prevenido en cuanto a reservas energéticas. Llevamos también los platos y cubiertos de la noche anterior para limpiarlos con el agua caliente del fregadero: mucho mejor que maltratando nuestros riñones en una posición antinatural mientras utilizamos la fría agua del depósito de la camper. Solo queda un problema por corregir, el mismo que en la noche anterior: los fogones de la cocina comunitaria necesitan un mechero y nadie de por aquí parece ser fumador. Al cabo de un rato llega una pareja alemana que tiene a bien prestarnos el suyo, aunque no sé si ese detalle compensa el rato que nos hace pasar el pequeño terrorista gritón y lleno de energía que traen consigo...
Rellenamos la poca agua que hemos gastado del depósito en la manguera que el camping dispone para tal efecto y antes de partir definitivamente de Kirkjubaejarklaustur nos volvemos a detener en la gasolinera N1 para intentar llenar el depósito. Indicamos mediante la máquina de autoservicio que queremos repostar 5.000 coronas, pero finalmente solo nos queda espacio por valor de 4.200. Cuando comprobamos el extracto de la tarjeta de crédito, se han hecho dos autorizaciones pero damos por hecho que la correspondiente al primer cargo no se confirmará y desaparecerá tras unos días.
Tras rellenar el depósito podemos sacar algunas cifras definitivas sobre nuestro consumo. Nos hemos gastado 9.200 coronas para recorrer 550 kilómetros, y tras esa distancia hemos consumido el 50% de nuestro depósito. Eso significa que tenemos autonomía para unos 1100 kilómetros gastándonos aproximadamente 120 euros en gasoil.
A pocos kilómetros de nuestro punto de partida del día encontramos lo que iba a ser una parada la tarde anterior pero acabamos aplazando por motivos de agenda. Está chispeando cuando aparcamos junto a Stjornafoss, una no tan pequeña como creíamos catarata visible desde la carretera y a la que, aunque nosotros decidamos no hacerlo, uno se puede acercar tanto como quiera gracias el botador instalado junto a un puente. Varias ovejas siguen a lo suyo ajenas a las pocas caravanas y furgonetas que han pasado la noche aquí y allá.
Stjornafoss desde la distancia
Iniciamos el primero de los dos grandes tramos de carretera que nos esperan en el día de hoy, el que nos llevará hasta el Parque Nacional de Skaftafell. Se trata de unos agradables 60 km que nos acercan cada vez más a Vatnajökull, el imponente y mayor glaciar de Islandia. Un rayo de sol que escapara del manto de nubes e iluminase el frío hielo haría que el marco fuera excelente, pero su visión en el horizonte resulta espectacular de todos modos. A dos kilómetros de llegar a Skaftafell, no podemos evitar parar en un fantástico mirador que se encuentra pocos metros después del desvío hacia el parque y tras superar un puesto de excursiones en avioneta. Tenemos ante nosotros, imponente, una lengua glaciar que desciende desde las alturas hasta el nivel del mar.
Una inevitable parada antes de llegar
Nuestra furgoneta queda estacionada a las 9:30 en un aparcamiento ya bastante poblado mientras en el exterior la temperatura se ha estancado en los ocho grados. Será mejor replantearse el vestuario equipándonos de las camisetas térmicas que traemos de Decathlon. Encontramos varias Happy Camper de todos los modelos por aquí y allá y varios kioscos de excursiones en el perímetro del parking ofreciendo todas ellas caminar sobre el glaciar.
Ya desde el primer momento comprobamos que todo está perfectamente señalizado, siendo la experiencia más parecida hasta el momento a visitar un Parque Nacional estadounidense. Accedemos al centro de visitantes para pedir consejo sobre cuál es la opción con menor dificultad que cubra los cuatro puntos de interés que venimos a visitar, y la agradable empleada del parque nos confirma el itinerario que ya intuíamos es el más adecuado.
Durante nuestra investigación previa del Parque Nacional de Skaftafell encontramos cuatro puntos a destacar por los que queríamos pasar a toda costa: el mirador a una lengua glaciar de Sjónarnipa, la original catarata de Svartifoss, el mirador a los glaciares de Sjónarsker y la catarata de Hundafoss. Para cubrirlos todos haremos un recorrido en sentido contrario a las agujas del reloj partiendo del centro de visitantes, alcanzando los puntos en el orden enumerado y siendo el tramo más largo y exigente el que nos lleva al primer mirador, que requerirá ganar bastante altura en una distancia relativamente corta.
Iniciamos la ruta atravesando parte del camping del parque, inmenso y compuesto por varias parcelas consecutivas. Entre dos de ellas aparece una cuesta con un cartel que indica que esa es la dirección para Svartifoss, casi con toda seguridad el lugar más popular y visitado del recinto. Iniciamos la subida, que es pronunciada y consigue que ganemos altitud en muy pocos pasos. No tarda mucho en aparecer el primero de los postes de información que nos encontraremos a lo largo de la excursión, marcando muy claramente la dirección y distancia a cada uno de los destinos. Una flecha derecha nos verifica que para llegar a Sjónarnipa debemos tomar una estrecha vía de tierra compacta.
Sjónarnipa, por aquí
Seguimos ganando altura rápidamente, caminando ahora entre arbustos y viendo las primeros saltos de agua a lo largo del río que fluye en paralelo a nuestra izquierda. Al otro lado varios cientos de metros más allá se observan pequeñas figuras correspondientes a los excursionistas que han elegido la vía directa hasta Svartifoss. Nadie por delante ni por detrás comparte nuestro destino, así que estamos prácticamente solos.
Sjónarnipa, sigue siendo por aquí
Un poco de agua para amenizar el camino
Tras esos primeros cientos de metros de fuerte subida la pendiente se relaja y deja de ser tan exigente. Empezamos a cruzarnos con algunos grupos más bien pequeños, casi todos de origen francés. Finalmente el paisaje se abre y empezamos a ver la lengua a lo lejos. Poco antes de llegar al precipicio, el terreno desciende para dar la sensación de que entramos de lleno en la corriente de hielo que se precipita hasta el nivel del mar.
Hemos llegado a Sjónarnipa y tenemos ante nosotros la enorme lengua Skaftafellsjökull. Y cosas del destino, se trata de la misma lengua que hemos avistado en nuestra parada improvisada a dos kilómetros de la entrada del parque. Sin saberlo, estábamos mirando entonces a nuestro primer destino del parque. Disfrutamos de la lengua con tranquilidad y la compañía de un bocadillo de tortilla casero, observando las pequeñas zonas donde el hielo se ha derretido así como aquellas en las que se ha tornado de un tono azul brillante que hipnotiza. Solo desmerece un poco la paleta de colores ante nosotros el tono marrón del agua en el que se acaba derritiendo depositando la lengua y hasta la cual llega el camino claramente distinguible correspondiente a una excursión clasificada por el parque como de dificultad fácil.
Sjónarnipa... no es por aquí porque ya has llegado
Skaftafellsjökull desde Sjónarnipa
Observando la lengua lo más cerca posible
Nos encontramos un poco de saturación de público en la punta última del mirador. Es una pena que los apenas 10 o 12 excursionistas con los que compartimos el momento no sean capaces de permanecer en silencio durante unos instantes. Me hubiera gustado disfrutar del lugar en un completo silencio que solo ellos impiden que tenga lugar.
Nuestros ruidosos compañeros
Tras un buen rato que asegure haber amortizado el esfuerzo realizado para llegar hasta aquí, emprendemos la siguiente etapa que durante dos kilómetros consiste en deshacer lo andado hasta alcanzar el cruce desde el que tomar la dirección a Svartifoss. Una vez desviados, transcurren 800 escasos metros rodeados de arbustos hasta que aparece tras uno de ellos un altiplano con algo de gente congregada. Resulta fácil adivinar qué deben estar viendo desde la distancia.
Svartifoss es el buque insignia del Parque Nacional de Skaftafell y una de las cataratas más populares de toda Islandia. El motivo no lo encontramos en sus dimensiones o su caudal si no en su forma, que se asemeja a la de un órgano de iglesia gracias a las dos filas de columnas de basalto que deja el agua tras de sí.
Bienvenidos a Svartifoss
El mirador del altiplano es algo lejano teniendo en cuenta que Svartifoss es más pequeño de lo que pretenden sus fotografías, pero está centrado y eso permite un buen vistazo de bienvenida a toda la pared de columnas. Desde el puente situado más abajo una parte de las columnas de basalto queda oculta tras varios árboles. El único modo de contemplar la catarata a una distancia cercana y sin zonas escondidas es avanzando unos metros por el lateral derecho, superando unas rocas hasta el cordón de seguridad que los responsables del parque han marcado como lo máximo que puedes acercarte a la cascada.
Svartifoss, su basalto...
Cruzamos el puente para alejarnos de Svartifoss por el lado contrario del que procedemos. El camino se inicia con una serie escaleras de madera desde las cuales la catarata sigue siendo visible desde ángulos interesantes. Continuamos la marcha durante 400 metros, siendo solo los últimos 200 de pendiente más pronunciada. Alcanzamos así el mirador de Sjónarsker desde el cual se tiene una panorámica de 360 grados llena de detalles, como las lenguas glaciares de Morsarsjökull y Skaftafellsjökull que delimitan el parque. Nos hacemos desde aquí una buena impresión de la distancia que llevamos recorrida.
Los últimos metros hasta Sjónarsker
Morsarsjökull desde Sjónarsker
Desde aquí comienzan algunas de las travesías más duras
Desde este punto y antes de regresar al centro de visitantes, un desvío habitual es el que a mano derecha nos llevaría a la zona de Sel. En dicha área esperan una serie de grandes granjas con techos de césped así como bastante fauna autóctona. Sin embargo echando un vistazo al mapa la distancia adicional que supone este desvío empieza a no sonarnos demasiado bien con el esfuerzo que llevamos acumulado en las piernas, y decidimos pasarlo por alto. En su lugar, usaremos la vía directa de dos kilómetros para regresar a la casilla de salida. Los grandes escalones artificiales que encontramos consiguen que perdamos altura con la misma rapidez que la habíamos ganado.
Tras exactamente uno de los dos kilómetros que constituyen el regreso, nos topamos por accidente con un aparcamiento alternativo del que habíamos oído hablar. Accesible tras una cuesta de un solo carril si se ignora el aparcamiento principal y se continúa la marcha por una carretera a la izquierda, es una forma de ahorrar pasos para alcanzar Svartifoss, que desde aquí se encuentra a menos de un kilómetro. Frente al mapa informativo que hay en el acceso a la ruta nos cruzamos un grupo de españoles que, tras descubrir que compartimos idioma, nos pregunta si merece la pena ver la catarata de... cobalto.
Continuamos el descenso siguiendo los hitos que señalan el camino al centro de visitantes, aunque lo angosto que se torna el sendero y el escaso tráfico que encontramos nos hace dudar si estamos siguiendo la vía adecuada. Sea o no el correcto, celebramos la decisión: tras unos escalones más, encontramos el mirador perfecto hacia la catarata de Hundafoss, lugar perfecto para celebrar la hora de comer con unos wrap de sabor barbacoa que compramos ayer en el supermercado.
Catarata de Hundafoss
Finalizada la parada y bajo un cielo que se está tiñendo de un amenazante gris, completamos el descenso y llegamos a una carretera que parece encontrarse al oeste del parque. Consultando un mapa que nos encontramos al final del camino descubrimos que hemos seguido por la ruta equivocada: en lugar de la marcada por azul, de dificultad fácil, hemos descendido por otra clasificada como de dificultad "desafiante". Debemos corregir el error caminando otro tramo más hacia el este hasta conectar con el aparcamiento.
Utilizamos durante unos minutos la conexión a Internet gratuita del centro de visitantes, que en cualquier caso no funciona demasiado bien. La aprovechamos para instalar unas actualizaciones de aplicaciones que nos parecen demasiado pesadas para descargar con la conexión móvil, y una vez completadas regresamos a nuestra furgoneta para darle a los pies un merecido descanso. La aplicación de seguimiento que hoy sí hemos recordado utilizar desde el principio asegura que hemos recorrido algo más de diez kilómetros desde que nos pusimos en marcha hace ya cinco horas. La división no da como resultado una velocidad media endiablada, pero tampoco era ese el objetivo.
Se acercan las 16:00 cuando volvemos a la carretera 1 que rodea el país, y circulamos coqueteando con el límite de velocidad los siguientes 60 kilómetros haciendo una excepción en las puertas del pueblo de Hof, lugar en el que paramos cinco minutos para contemplar una iglesia popular por su techo de musgo.
La iglesia de Hof
Sigue la cuenta atrás de kilómetros hasta nuestro próximo hito y, tras un cambio de rasante, aparecen bajo un manto de nubes los glaciares que dan lugar a las lagunas de Fjallsárlón y Jokulsárlón. El termómetro no indica un descenso de las temperaturas pero la imagen transmite una sensación de frío. Según nos acercamos nos quedamos atónitos, siendo nuestro cerebro incapaz de comprender lo que estamos viendo.
Alcanzamos el puente que cruza el río Jökulsá allí donde la laguna glaciar de Jokulsárlón conecta con el Atlántico... y alucinamos. Aparece a nuestra izquierda el ejército de bloques de hielo de varios colores, desde el blanco impoluto al eléctrico azul pasando por los de formas translúcidas con aspecto de cristal. Ni siquiera el incesante ajetreo y vehículos de los alrededores del puente nos distraen del asombro que sentimos y no nos permite cerrar nuestras mandíbulas, que han quedado desencajada. Llegamos al parking, muy poblado pero todavía con espacio libre de sobras. Todavía estamos en shock.
Jokulsárlón es la laguna en la que termina el glaciar de Vatnajökull y sus descomunales dimensiones la han hecho merecedora de ser uno de los lugares más populares de todo Islandia. Contribuye a ello su atípico paisaje, con esos cientos de bloques en muchas ocasiones gigantescos surcando lentamente las aguas que forman un espejo infinito en el que el glaciar se ve reflejado. Tras nuestros primeros pasos, oímos un pequeño estruendo y giramos la cabeza a tiempo para ver como un bloque de varios metros cúbicos se parte en dos, se sumerge ruidosamente en el agua y acelera su ritmo hacia el puente con dirección a aguas abiertas. Parece irreal.
Alucinando en Jokulsárlon, I
Alucinando en Jokulsárlon, II
Alucinando en Jokulsárlon, III
Subimos a una colina cercana desde la que están pilotando un dron. Seguimos embobados, hipnotizados. El sol se abre paso entre las nubes y algunos bloques empiezan a brillar. Un grupo de focas asoman su cabeza mientras pasean por la superficie. Volvemos a bajar hasta la orilla, que en estos momentos no tiene demasiados bloques de hielo cerca de ella. La temperatura es suave y agradable. Solo algunos golpes de viento nos recuerdan que nos protejamos el cuello y la cara. A las 18:00, el termómetro marca 12 grados.
Alucinando en Jokulsárlon, IV
Alucinando en Jokulsárlon, V
Alucinando en Jokulsárlon, VI
El piloto y su juguete
Alucinando en Jokulsárlon, VII
Nadando en Jokulsárlon
Nos desplazamos hasta un nuevo aparcamiento al otro lado de la carretera que nos deja a pocos metros de la playa en la que desembocan los bloques de hielo más aventureros. El viento es ahora muy frío aunque sigue siendo intermitente. Encontramos algunas piezas heladas esparcidas por la arena negra y otras de grandes dimensiones siendo zarandeadas por olas de un metro de altura. A un grupo de incautas una ola les coge desprevenidas provocando que el agua les alcance hasta las rodillas.
Bloques abandonando Jokulsárlon...
... y llegando al Océano Atlántico
Las olas que mecen el hielo
Tanto nadar para quedarse en la orilla
Que alguien como yo, fotógrafo de perfil más bien vago, haya montado y desmontado los tres objetivos que carga en la mochila durante la última hora, debería dar una idea de lo vasto en posibilidades que es Jokulsárlón. Un lugar llenísimo de posibilidades y que no deja de sorprenderte a cada paso. Antes de abandonarlo por hoy nos regresamos hasta el primero de los aparcamientos que habíamos pasado de largo a nuestra llegada. Nos volvemos a acercar a la laguna y aquí nos recibe la madre de todos los vendavales. No podemos escucharnos el uno al lado del otro mientras contemplamos desde aquí una visión más libre de obstáculos de la lengua glaciar al fondo de la laguna.
Otro vistazo a Jokulsárlón
Deshacemos diez kilómetros en dirección oeste para llegar a la hermana pequeña de Jokulsárlón, la laguna glaciar de Fjallsárlón. El acceso hasta su aparcamiento es de los divertidos, con baches que obligan a extremar la precaución especialmente en el caso de turismos pequeños. Sin embargo es una distancia corta y pronto estamos buscando un trozo de terreno en el que la camper quede lo más horizontal posible y la sangre no se concentre en la cabeza o los pies mientras dormimos. Porque siguiendo la recomendación de otros turistas que nos destacaban que se trata de un lugar mucho más tranquilo, este va a ser nuestro dormitorio de hoy.
Nos acercamos al mirador para echar un primer pero no último vistazo a la laguna, ya que el sol ya ha superado su mejor momento y mañana a buen seguro no podremos desviar la mirada de la escena iluminada. Un pequeño camino te permite llegar hasta la orilla de la laguna, y una excursión que los carteles informan como de 15 kilómetros de solo ida conecta la laguna con su hermana mayor.
Hola, Fjallsárlon
Esta noche la pasaremos prácticamente incomunicados. Por primera vez desde que la compramos, la tarjeta prepago de Siminn es incapaz de establecer una conexión de datos estable. Apenas llegan unos hilos intermitentes de conexión a la velocidad más baja posible y solo somos capaces de leer las notificaciones que entran con cuentagotas en el teléfono. Imposible acceder a ningún contenido completo.
Pasamos unos minutos en el interior de la furgoneta, viendo como las idas y venidas conforman lo que será nuestro vecindario definitivo de esta noche. Una pequeña furgoneta roja en el otro extremo del parking, y entre nosotros y ella otra Happy Camper de las mismas dimensiones que la nuestra de la que salen una mujer y dos hombres. La parte trasera de su vehículo está tan sucia y llena de barro que no se distinguen ni las pegatinas de la compañía.
No lo puedo evitar, y según cae definitivamente el sol y el cielo empieza a teñirse, salgo a toda velocidad de la furgoneta cámara en mano y desciendo hasta las aguas de la laguna. Gracias a la combinación de bloques de hielo, viento moviendo el agua y esa nube de color rojizo que preside la escena, consigo algunas fotografías que a posteriori resultarán ser las mejores que obtenga del lugar. Lleno de satisfacción, regreso a la furgoneta cuando ya es un momento inmejorable para cenar.
Los colores perfectos
Hielo y atardecer, poderosa combinación
Este día no puede mejorar más... creo
Nos obsequiamos unos macarrones con tomate y queso cuya pasta habíamos cocido en la completa cocina comunitaria del camping anterior. Pasan ya las 22:00 cuando ha oscurecido casi por completo, aunque la media luna que surge del horizonte nos garantiza un mínimo de claridad durante la noche. Algo antes de las 23:00, una racha de viento suena con fuerza pero sin alcanzar el punto en el que la furgoneta se mueva bruscamente. En el silencio de la noche y con el sonido de la calefacción como única compañía, terminamos esta jornada frente a un cuadro de ensueño.
...
Espera.
Falta una cosa.
Y si hoy fuera la noche en que...
Me incorporo. Desplazo un poco la cortina de la furgoneta para mirar al exterior. Precisamente en esa dirección está la media luna evitando un cielo completamente oscuro. Pero eso de la izquierda... no, no puede ser. Probablemente sea una nube pasando a toda velocidad a causa del fuerte viento que estoy escuchando. Pero y si lo fuera.
Saco la cámara de la mochila, monto el trípode con las dimensiones mínimas para poder desplegarlo sobre la cama apuntando hacia la ventana. Configuro 15 segundos de exposición a la máxima sensibilidad que el sensor permite sin deteriorar demasiado la imagen. Disparo. Espero.
Oh, mierda.
Le digo a L lo que acabo de ver. La pobre estaba ya a medio camino de caer en un dulce sueño pero sabe de la importancia que tiene para mí. Y qué demonios, para ella tampoco es algo que pueda ver cada día. Se incorpora y veo como sonríe ante lo que está viendo. Yo mientras tanto ya me he puesto la mitad de la ropa sobre el pijama. Termino de asegurarme un mínimo abrigo, desbloqueo las puertas y me lanzo al exterior. Hace frío, mucho frío. El viento es gélido y no he cogido mi cazadora, pero ni siquiera he reparado en ello. Planto el trípode, apunto a la laguna, disparo con la configuración que más luz me permite absorber. Y ahí está.
Consiguiendo lo inesperado, I
Consiguiendo lo inesperado, II
Consiguiendo lo inesperado, III
Consiguiendo lo inesperado, IV
Consiguiendo lo inesperado, V
Mientras planificábamos el viaje un amigo con mucho talento para la fotografía nos insistía una y otra vez en que debería por lo menos intentar llevarme mi propia aurora boreal de recuerdo. Yo, que me conozco, no me imaginaba soportando la fría noche a la intemperie solo por la remota posibilidad de fotografiar una. Pero ahora que lo he conseguido, debo agradecerle la insistencia. La sensación de satisfacción, el empuje de adrenalina que supone lo vivido esta noche y ese primer instante en el que vi las trazas verdes en la pantalla de mi cámara es algo que espero no olvidar jamás. En la noche de nuestro quinto día de aventura, puedo tachar una cosa más de la lista. He capturado mi propia aurora boreal. Y en una laguna glaciar, nada más y nada menos. Me voy a dormir, si es que soy capaz de conciliar el sueño.