4 de septiembre de 2015
Mapa de la etapa 6
Amanece y el viento islandés mece nuestra furgoneta como si nos acunara. Tenemos ya mucha claridad en el exterior y, todavía con una sonrisa en la cara tras la sorpresa de la noche anterior, nos abrigamos hasta las cejas y saltamos al exterior para ver Fjallsárlón junto a los primeros rayos de sol.
Buenos días, Fjallsárlón
Solo otra pareja desciende hasta la orilla de la laguna antes que nosotros, y se marchan enseguida tras conseguir gracias a nuestra presencia una foto de los dos con el glaciar al fondo. Nos quedamos completamente solos en el silencio solo interrumpido por algunos bloques de hielo chocando entre sí. El agua, una vez más, refleja la luz del sol como un espejo y duplica el espectáculo para la vista. Cuando el viento se detiene durante unos segundos la temperatura es perfecta pero no nos deshacemos de gorro, braga de cuello y guantes durante todo el paseo a lo largo de la corta orilla.
Una laguna pequeña...
... pero que nos ha regalado uno de los momentazos del viaje
Contemplándola...
Inmortalizándola...
Nos despedimos de Fjallsárlón, con la que ocurre lo mismo que con tantos y tantos lugares de Islandia: nunca sabes cuándo has tenido suficiente y ha llegado el momento de partir. Superamos en pocos minutos el tramo bacheado de regreso a la Ring Road y recorremos de nuevo los diez kilómetros que nos separan de Jokulsárlón en dirección al este.
Nos detenemos esta vez en el aparcamiento que queda a mano izquierda justo antes de alcanzar el puente que conecta la laguna y el océano. Esperan aquí tres o cuatro autocaravanas que han debido pasar la noche acompañados de la fauna y hielo de Jokulsárlón. Reina el absoluto silencio cuando son las ocho de la mañana y nos preparamos el desayuno. Por desgracia, aquí tampoco hay buena cobertura móvil de Siminn. Deberemos esperar para ponernos al día tras casi 24 horas sin conectarnos a la red.
Desayunados, subimos la pequeña colina para echar un último vistazo al espectáculo. Con menos gente que la pasada tarde, las gaviotas graznando, las focas nadando tranquilamente y una absoluta ausencia de viento, el momento es perfecto. Definitivamente y aunque nos reafirmemos como enamorados de las cataratas, Islandia nos ha regalado una muy grata e inusual sorpresa con sus lagunas glaciares.
Volvemos a Jokulsárlón
Gaviotas y focas campando a sus anchas
Perfecta visibilidad en toda la laguna
La etapa de hoy será la de mayor distancia en carretera hasta la fecha y se inicia con un tramo de 80 kilómetros que separan Jokulsárlón y el pueblo de Höfn. A 20 kilómetros del destino, la cobertura de Siminn regresa a nuestras vidas mientras superamos lejanas lenguas glaciares a nuestra izquierda. Llegamos al pueblo tras desviarnos durante cuatro kilómetros de la carretera 1 y éste nos recibe con un aspecto limpio y cuidado, incluso con un campo de golf en su vía de acceso.
Hacemos aquí tiempo hasta las 10:00 para que abra sus puertas el supermercado Netto, que en los viernes demora un poco más su horario de apertura. Desde el aparcamiento, hacemos tiempo conectados a Internet y acompañados de vistas a las lenguas glaciares de las que procedemos. Los pasillos de Netto ofrecen bastante más variedad de productos que los de Bonus, y entre unas cosas y otras nos dejamos casi 5.000 coronas -unos 33 euros- por el camino. L se detiene en una panadería anexa al supermercado para dejarse 1.200 coronas -ocho eurazos- en una baguette y sendas porciones de pizza, pero debe volver hasta la línea de cajas del supermercado para pagarlas. A la salida una densa niebla nos priva de ver nuevamente los glaciares al oeste.
Ocho eurazos
Son las 11:00 cuando reemprendemos la marcha, ya ligeramente por detrás de nuestro horario previsto. Tras diez kilómetros más en dirección este tomamos el desvío señalado como "Stokksnes", y a partir de aquí nos esperan cinco kilómetros de terreno no asfaltado pero en bastante buen estado. Al alcanzar el Viking Café varias señales nos avisan de que no podemos continuar por ninguna de las vías si no hemos pagado la tarifa de admisión. Ésta consiste en 600 coronas o cinco euros por persona a pagar en la propia cafetería o depositando la cantidad en el buzón de la entrada en caso de estar cerrada.
Pagamos las coronas en el interior del edificio, donde espera una amable señora que vive rodeada de tartas y un apetecible aroma de café. Nos entrega un mapa y nos resume las opciones que tenemos para visitar nuestro alrededor. Empezamos por un camino a pie que en varios minutos debería llevarnos a una aldea vikinga, pero la idea no nos entusiasma en exceso y nos limitamos a observarla desde la distancia tras conseguir una posición elevada. Regresamos al coche y recorremos los varios cientos de metros que nos llevan hasta una base militar. Aquí es donde podremos observar el motivo de nuestra parada: la vistosa cordillera junto a una playa de arena negra de Vesturhorn.
La aldea vikinga
Lo intentamos primero llegando hasta el final de un desvío a mano derecha de la base militar. Desde aquí las vistas no son las que buscamos, pero si giramos la cabeza hacia el océano la visión de varias decenas de patos dándose un chapuzón hacen que el error merezca la pena. Retrocedemos hasta la entrada de la base y desde aquí, previo estacionamiento de la furgoneta en el arcén, caminamos por uno de los múltiples estrechos senderos ya sobre arena negra que nos llevan hasta la gran orilla.
Alcanzamos primero un mirador elevado desde el que podemos observar toda la extensión de arena ennegrecida con la cordillera al fondo. Por desgracia, varias nubes de aspecto amenazante están transitando por la zona alta de las montañas y parecen dispuestas a quedarse agarradas a los picos.
Vesturhorn desde más allá de la base militar
Descendemos hasta la orilla, donde tenemos cientos de metros por delante para nosotros solos. Dejamos la cámara disparando hasta el infinito gracias al intervalómetro y nos dejamos engullir por la playa. Caminamos, corremos, saltamos por ella, y siempre con la imponente ladera de Vesturhorn contemplando nuestras payasadas. El tiempo vuela cuando estás donde quieres estar, y así el reloj avanza a toda velocidad hasta que dan las 13:00 y regresamos a la furgoneta.
Vesturhorn desde donde toca
Otro lugar idílico para nosotros solos
El tiempo pasa volando cuando estás agusto
Iniciamos ahora un nuevo tramo largo de conducción, 90 kilómetros hasta la localidad de Djúpivogur. Allí nos espera Vid Voginn, un local que hemos descubierto navegando por la red y que a priori ofrece buena comida a un precio ajustado para los estándares islandeses. Cuando llevamos 40 kilómetros de camino empezamos a ver grupos de unos animales a medio camino entre cisnes y gansos disfrutando del sol que baña la costa. La carretera transcurre en paralelo a la línea del mar, convirtiéndose en un recorrido espectacular. En uno de los muchos, muchísimos puentes que hay que cruzar para sortear los ríos que descienden desde los glaciares tres ovejas provocan un pequeño atasco tomándose todo el tiempo del mundo para apartarse de la calzada.
Llegamos a Djúpivogur pasadas las dos del mediodía. Siguiendo la carretera principal hasta el final, casi tocando el fiordo, aparcamos junto a Vid Voginn. En su interior encontramos una combinación de colmado y restaurante de comida rápida, donde las hamburguesas cuestan 1.600 coronas y el "fish & chips" 2.100, en ambos casos con patatas y bebida. Al cambio nos cuesta 25 euros, caro para tratarse de comida rápida pero una de las opciones más económicas para comer fuera de la camper, para variar. El ambiente es familiar y agradable, las mesas ofrecen vistas hacia el puerto pesquero en el fiordo y, la guinda del pastel, las paredes están adornadas con cuadros de distintas especies de patos. La hamburguesa es algo simple y sosa pero el pescado rebozado está bueno, con regusto a algún tipo de especia que nos recuerda al curry.
Las vistas...
... y la comida
Nos despedimos del agradable pueblo para enfrentarnos al tramo más duro aunque a la vez prometedor de la jornada. Aunque en línea recta nos separen unos 60 km de nuestro próximo destino, la serpenteante carretera que va recorriendo fiordos provoca que la distancia a recorrer sea cercana a los 200 kilómetros.
El problema -bendito problema- con los fiordos del este de Islandia es que llegar del punto A al punto B no tiene una solución única. La carretera 1 los cruza a su manera, sí, pero existen carreteras secundarias que atajan tramos donde la Ring Road da un rodeo, o bien hacen todo lo contrario para ofrecer una ruta paisajista más extensa que la más rápida.
En concreto, para el trayecto entre Djúpivogur y el inicio de la excursión a Hengifoss teníamos que tomar dos decisiones. Una, si utilizar la carretera 939 para reducir la distancia por un tramo más directo que nace y muere en la carretera 1. La segunda, si acompañar a la Ring Road en el momento en el que decide abandonar los fiordos o por el contrario conducir por la carretera 96 que continúa recorriendo el litoral para ofrecer vistas a cambio de un plus de distancia.
La decisión final es seguir la Ring Road de principio a fin. En el primer caso, porque el atajo puede ser contraproducente debido a que tiene fama de estar en muy mal estado y ralentizar la marcha. Se trata de solo 20 km en comparación a los 80 de la carretera 1, pero según la estimación de Google Maps en realidad perderíamos tiempo. En el segundo caso, creemos que con los fiordos recorridos hasta esa bifurcación y los que planeamos visitar más adelante ya tendremos suficiente. Esto provocará circular por el único tramo no asfaltado de la Ring Road, pero decidimos correr el riesgo.
Empezamos la ruta escogida rodeando el fiordo de Berufjördur. Y rodearlo es en sentido literal: nos topamos con él, recorremos su lateral izquierdo, llegamos hasta el final para dar un giro de casi 180 grados y deshacemos la misma distancia por el lateral derecho. Un largo paseo que se resolvería trazando un puente, pero que por motivos de conservación del entorno y de escasez de tráfico supongo que no se trataría de la inversión más inteligente. En cualquier caso la experiencia es muy gratificante, aunque si trabajase aquí y debiera dar todo el rodeo a diario no me haría la misma gracia.
Nos esperan varios kilómetros bordeando la costa por una carretera que en ocasiones se eleva varios metros por encima del nivel del mar regalándonos una postal tras otra. Llega el temido momento del tramo no asfaltado y efectivamente aparecen algunos baches en la grava que nos obligan a reducir una marcha hasta entonces rozando los 100 kilómetros por hora. No obstante, por momentos podemos llegar hasta los 80 km/h sin poner en peligro la integridad física de la furgoneta. Por desgracia un poco más adelante aparece un turismo en el horizonte que será quien determine nuestro ritmo, ya que la grava que desprenden los vehículos y la calzada estrecha hace poco recomendable practicar un adelantamiento. Durante los primeros minutos la cabeza de carrera lleva un buen ritmo, pero luego se torna errática y decide frenar en tramos donde no se requiere. Mientras tanto, se suceden subidas y bajadas en un verdadero puerto de montaña que se recorre de forma amena. Las ovejas, más despistadas que nunca, nos obligan en más de una ocasión a tocar el claxon para que se aparten de nuestro camino. Al fin termina el tramo de peores condiciones y volvemos al maravilloso piso asfaltado de la Ring Road en su estado habitual. Han sido 26 kilómetros de aventuras sobre la grava.
La Ring Road se pone fea
Pero todo lo contrario ocurre con sus vistas
Atravesando fiordos y valles
Y como siempre, agua fluyendo por todas partes
Cuando quedan varios kilómetros para alcanzar Egilsstadir, el pueblo que nos servirá de dormitorio esta noche, nos desviamos a la izquierda por la carretera 931 poniendo así rumbo al suroeste recorriendo un lago. Nos quedan por recorrer 29 kilómetros que superamos a una velocidad óptima, arañando minutos al reloj. Son las 17:30 cuando paramos el motor frente a la subida que lleva a la catarata de Hengifoss. Preveíamos la llegada a las 15:15, así que vamos con un notable retraso de dos horas y cuarto. Desde que empezamos a recorrer fiordos, la temperatura ha caído varios grados. En el termómetro del coche figura un número siete que se nota y mucho al poner los pies fuera de la furgoneta.
Hengifoss es una cascada de tamaño, altura y caudal notables situada detrás de una cuesta que se prolonga por dos kilómetros y medio y asciende 260 metros de altura. A medio camino se encuentra Litlanesfoss, otra catarata que permite hacer un alto en el camino antes de seguir hasta su hermana mayor. Comenzamos a subir y pronto comprobamos que uno de los mejores aspectos de la excursión es que nunca pierdes de vista ni de dónde vienes ni a dónde vas, ya que el ascenso es casi en línea recta desde la falda de la montaña hasta lo más alto de esta donde espera la meta.
Hengifoss, vamos allá
Ganamos altura rápidamente
Pequeños tramos que dan una tregua...
... antes de seguir ascendiendo
Tras 30 minutos con un ritmo calmado pero constante llegamos al mirador de Litlanesfoss. Nos gusta, y mucho. El agua también cae durante varios metros y está rodeada en la mitad superior de la caída por columnas de basalto que recuerdan inevitablemente a Svartifoss. Es como una melliza de la cascada de Skaftafell pero a varios cientos de kilómetros de distancia. Poniendo la vista más allá, las aguas de Hengifoss ya son perfectamente distinguibles.
Litlanesfoss, más basalto
Un agradable alto en el camino
Ya queda menos para Hengifoss
Otros 30 minutos más que hacen un total de 60 caminando nos llevan a los pies de Hengifoss. Coincidimos con una familia española, pero a los pocos minutos nos quedamos solos ante 128 metros de caída de agua. Según la Wikipedia, son seis metros más que esa Háifoss que hace unos días nos dejó asombrados. Lo más lejos que podemos llegar a ella sin mojarnos los pies es a una gran roca a... digamos entre 100 y 200 metros, ya que la percepción de distancias no es mi fuerte. Una pareja que llega más tarde busca un paso por el río para poder cruzar al otro lado e intentar acercarse más, pero no parece encontrarlo. A las 19:00, 90 minutos después de iniciar la excursión, comenzamos a descender.
Hengifoss, más lejos...
... y Hengifoss, más cerca
Dos semanas en Islandia no serían tales sin alguna caída, y en mi caso sucede de la forma más tonta y en el lugar más insospechado. En un tramo sin ninguna dificultad en particular según nos alejamos de Hengifoss, mi pie derecho decide ir por libre y hacer un extraño giro, provocando que me vaya al suelo tras golpear con la pierna una roca y desconozco de qué forma acabar aterrizando con mis posaderas. Tras medio segundo de tenso silencio tanto mío como de L, nos reímos a carcajadas. El pie derecho ha quedado dolorido pero por fortuna no ha habido esguince, y en la pierna derecha tengo una raspadura más aparatosa de lo que realmente es. El mayor damnificado ha sido mi pantalón estrenado hace menos de 48 horas, que ha quedado desgarrado en el lugar donde me he golpeado con la roca. Teniendo en cuenta que es un pantalón de caza especialmente resistente, es probable que me haya librado de que la afilada roca con la que he chocado me levantase la piel.
Como habíamos previsto, en una hora más y tras volver a parar unos instantes frente a Litlanesfoss ya hemos vuelto a la furgoneta. En total hemos invertido 150 minutos en subir y bajar sin privarnos de disfrutar del paisaje. Devolvemos al buzón junto al aparcamiento un mapa gratuito de la zona que hemos cogido al llegar y nos ponemos en marcha. Nos separan 30 kilómetros hacia el noreste para llegar a Egilsstadir, donde nos espera el camping para esta noche.
Emprendiendo el regreso
Sin ningún percance ni dato a aportar alcanzamos el pueblo, que ya desde el primer momento deja claro que se trata de una parada importante con multitud de tiendas y otros servicios. Inicialmente pasado de largo por no estar demasiado señalizado, entramos en el Egilsstadir Camping Ground, una enorme explanada con postes de electricidad repartidos por su superficie y columpios y un tobogán en el centro. Aparcamos en un sitio que consideramos lo suficientemente plano para poder dormir y nos dirigimos al edificio principal situado en una esquina.
Nos encontramos la puerta de acceso a la oficina cerrada, pese a que habíamos leído por la red que el camping seguía abierto en septiembre y a estas horas debería tener su recepción abierta. Tras leer un par de carteles en la puerta, encontramos uno que informa de que durante el mes actual la oficina solo permanecerá abierta de 9:00 a 16:00, y "nos sintamos libres de acampar". Me pregunto qué supone esto si nosotros pensamos partir antes de que abran las oficinas mañana por la mañana. Pasa junto a nosotros una pareja que nos hemos cruzado anteriormente en Hengifoss, y tras comentarlo con ella nos reconocen que hay gente que aprovecha esta situación para dormir gratis en los campings sin vigilancia. No era nuestra intención y no nos importaba pagar las 1.300 coronas por persona y noche que incluyen acceso ilimitado a las duchas, pero si tiene que ser gratis, así será.
Volvemos a nuestra furgoneta para descubrir que nuestros vecinos de al lado son alemanes y, aquí llega lo que nos preocupa, algo ruidosos. Están preparando salchichas en una plancha que me abre el apetito, pero mientras lo hacen escuchan música a un volumen demasiado alto que no habíamos sufrido en ninguna zona de acampada anterior. Por ahora seguimos nuestros planes y cogemos la ropa de aseo así como un vestuario nuevo para ducharnos de vuelta en el edificio principal.
Allí encontramos unas duchas maravillosas. Potentes, calientes y con calefacción. Nos quitamos dos días de turismo y senderismo de encima y salimos como nuevos. Al regresar a nuestra parcela, decidimos movernos unos cuantos metros más allá para quedarnos en tierra de nadie y no correr el riesgo de que los vecinos alemanes quieran alargar la noche. Son las 21:30 cuando empezamos a preparar la cena, que esta noche serán nuevamente macarrones sobrantes de la noche anterior y una crema de verduras traída de un Mercadona.
Islandia y el cine, un homenaje en las paredes del camping
Hasta este momento, los seis días que llevamos de viaje han rozado la perfección. Ni un solo imprevisto, ni un obstáculo insalvable. Estando casi dos semanas rodeando la isla, tarde o temprano tenía que empezar a cambiar la suerte. Y eso es lo que iba a ocurrir ahora.
Ya había pasado fugazmente la noche anterior, pero pareció ser una falsa alarma y no le quisimos dar mayor importancia: tras unos minutos encendido, el piloto del sistema de calefacción empezó a parpadear. En este caso una luz parpadeando no es buena señal: significa que o bien la batería adicional de la que se alimenta el sistema se está agotando, o bien el depósito de combustible del vehículo está en horas bajas. En el caso de ayer, tras apagarlo, esperar unos minutos y volverlo a encenderlo todo volvió a la normalidad y fuimos capaces de dormir tan plácidamente como siempre, dejando de lado salidas espontáneas para fotografiar auroras boreales.
Pero esta noche parece que la típica solución informática de "apagar y volver a encender" no va a ser suficiente, ya que en el segundo intento volvemos a sufrir el parpadeo tras apenas un minuto. Llegaba el momento de llamar al teléfono de emergencias de Happy Campers, y así lo hacemos aprovechando el saldo que nos queda en Skype. Al otro lado contesta un hombre con voz calmada y un perfecto inglés, al que le explicamos el problema y nos informa de las posibles razones del problema y acciones a tomar.
La primera y más obvia es que la batería extra se esté agotando. Es un motivo muy plausible, ya que como nos confirma la mayoría de clientes enciende el sistema durante dos o tres horas y lo apaga antes de irse a dormir. Supuestamente con eso es suficiente para que el habitáculo permanezca caliente durante toda la noche. Nosotros no lo consideramos así desde nuestra primera noche, ya que a los pocos minutos de apagarlo el frío volvía a entrar en nuestro "hogar". Así que hicimos la prueba de dejarlo encendido toda la noche -el propio sistema se detiene y vuelve a arrancar cuando la temperatura desciende- y viendo que la estrategia funcionaba la seguimos llevando a cabo noche tras noche.
Si ese era el caso, la solución pasaba por empezar a racionalizar mejor la batería. Y una primera prueba para confirmarlo era encender el motor del coche durante unos minutos y, sin apagarlo, encender el sistema de calefacción y comprobar que dejaba de parpadear. Si no fuera el caso, entonces podría haber un problema mayor y el fabricante -Webasto, una marca muy popular para este tipo de sistemas- debería echarle un vistazo. La peor noticia es que el punto más cercano donde podrían hacerlo es en Akureyri, la considerada capital del norte de Islandia y por la que no pasaríamos hasta cuatro días más tarde. Así que convenimos que seguiríamos los pasos que nos había indicado y al día siguiente volveríamos a llamar para continuar buscando una solución.
Encendemos el motor en el silencio de la noche, a riesgo de que los vecinos con tienda de campaña no aislados acústicamente se acuerden durante unos minutos de nuestra familia. Tras varios minutos, arrancamos el sistema de calefacción. Pasa el tiempo y el parpadeo no regresa, pero el aire que expulsa el sistema es frío, casi equiparable al que sopla en el exterior. Viendo que la situación no mejora, lo apagamos y nos abrigamos algo más de lo habitual para pasar la noche lo mejor que se pueda sin disponer de calefacción. Y así termina el día, con más frío del habitual pero sobre todo una tensión latente por no saber cómo vamos a pasar las noches que quedan por vivir. Sería una pena deslucir un viaje hasta el momento tan magnífico, así que evitaremos pensar en lo peor.