6 de septiembre de 2015
Mapa de la etapa 8
El clásico despertar de las seis de la mañana sufre esta vez un bis que se alarga hasta las siete. ¿El motivo? El maravilloso nórdico que compramos ayer. Nos ha mantenido calientes toda la noche pese a no disponer de un sistema de calefacción en condiciones, ya que a los pocos minutos de encenderlo antes de dormir comenzó a escupir aire frío y nos vimos obligados a apagarlo. Lo encendemos ahora para comprobar que el aire vuelve a ser caliente, y aguanta lo suficiente como para calentar el interior del vehículo y poder vestirnos con comodidad.
Recorremos a pie los 200 metros que separan nuestra camper del edificio con las duchas del camping, y quizás no sea la opción más inteligente. El viento sopla con muchísima fuerza y casi nos impide poder levantar la mirada para disfrutar ya de un primer vistazo al cráter de Hverfjall al que ascenderemos mañana. No tenemos que esperar mucho para que sea nuestro turno de ducha. Solo hay dos platos disponibles, pero son amplios y el agua sale muy caliente aunque cueste un poco regularla para no morir de frío o abrasado. Huele intensamente a los huevos cocidos -para otros, podridos- característicos de las aguas geotermales.
Mi "teoría Quechua", por la cual todo turista equipado con ropa de dicha marca es español o francés, queda desmontada. Saliendo de las duchas nos cruzamos con un candidato a verificarla que resulta ser argelino. Sin embargo, al salir del edificio vemos a un grupo de españoles cumpliéndola a rajatabla saliendo de uno de los edificios de habitaciones que también ofrece el recinto.
Nos ponemos en marcha alejándonos de Mývatn por el este en lo que será finalmente una variación de los planes originales que teníamos para hoy. Y todavía iban a cambiar más, ya que cuando pasamos junto al corral que anoche alojaba a cientos de ovejas ya han empezado los preparativos para "la gran esquilada". Lo que inicialmente iba a ser tomar un par de fotos desde el coche se convierte en una parada en el arcén junto a otros tantos turistas y gente de paso que han decidido hacer lo mismo. Y nada más abrir la puerta, nos partimos de risa. La atípica reunión provoca un parlamento de balidos en lo que parece una tertulia de Telecinco o el Congreso de los Diputados cuando saben que están las cámaras enfocando. No somos los únicos incapaces de contener la carcajada cuando alguna oveja descarriada -literalmente- suelta un berrido casi humano.
La invasión
¡Sonría!
Una de las folloneras...
No me gusta esa mirada...
A dos pasos de aquí una valla nos separa de una pequeña manada de caballos a los que nadie parece hacer caso. No podemos evitar pasar también un rato con ellos, ofreciéndoles hierba e incluso acariciando a los que parecen más mansos. El día ha empezado con temática animal sin tenerlo previsto.
Los Bee Gees han vuelto
Eran un poco recelosas...
¡Rubita!
Nos despedimos de la fauna autóctona para recorrer los escasos 17 kilómetros que nos separan del cráter de Viti. Para alcanzarlo nos adentramos en la zona termal de Krafla, que nos da la bienvenida con un curioso arco formado por las tuberías que canalizan el vapor y permiten el paso de la carretera por debajo. La zona es más vistosa de lo esperado, con iglús metálicos por aquí y por allá conectando tuberías y más propios de una misión de colonización en un planeta remoto.
Obteniendo energía en Krafla
El puente más raro que he cruzado nunca
Llegamos en pocos minutos a un parking de Viti donde nos esperan bastantes coches, aunque viendo la cresta del cráter desde aquí no parece que esté especialmente abarrotada de excursionistas. Comenzamos nuestro recorrido sobre ella por la derecha, donde un primer tramo de subida nos ofrece las primeras vistas al inundado interior del cráter. Más adelante debemos desviarnos ligeramente a la derecha para sortear una fuerte caída y de paso contemplar otra pequeña piscina de agua caliente junto a zonas de tierra en ebullición.
Viti, vidi, vinci. Perdón
Una hermana pequeña y acomplejada de Viti
Bajar para volver a subir
Cuando completamos medio recorrido alrededor de Viti, nos topamos las mejores vistas por ahora a su interior. Siempre acompañados por un viento que en este tramo elevado vuelve a ser intenso y molesto. Completamos la otra mitad del perímetro con una nueva subida y otro pequeño desvío a una última piscina pequeña, quizás la de colores más vistosos, junto a otra pared de raras formas y colores provocados por la actividad geológica. Nos gusta mucho la larga hora que pasamos aquí, con mucho más por ver de lo que anticipábamos.
Nada mal...
Un asequible rodeo a todo el cráter
La tercera piscina y una paleta de colores
Nos quedan ahora 79 kilómetros hasta el aparcamiento en el lateral este de Dettifoss. Paramos antes brevemente en un último mirador hacia la zona de Krafla. A 28 kilómetros del destino tomamos la carretera 864 y enseguida nos despedimos del asfalto para dar la bienvenida al temido suelo de gravilla. Pero por favor, esto no es nada. La carretera está en muchísimo mejor estado que otras en las que nos adentramos en días anteriores, como por ejemplo la que nos llevaba a Háifoss. L, que se ha atrevido a llegar hasta aquí al volante, se propone hacer un tiempo récord respetando siempre los límites de la prudencia y la velocidad. Incluso se aventura a adelantar algún pequeño convoy de turismos, cosa comprensible cuando comparamos la diferencia de velocidad entre nosotros y ellos. El velocímetro oscila entre los 50 y los 70 kilómetros por hora.
Krafla desde las alturas
Carretera 864 a Dettifoss
Mientras tanto, en el asiento de copiloto escribo el diario que estás leyendo ahora mismo. Me siento como Casco Oscuro en Spaceballs, cuando revisan la grabación de la película y ahora es ahora, pero eso era antes, en cambio pasa a ser ahora, pero luego. Saludo con la mano y apago el portátil. Quedan cuatro kilómetros para llegar a Dettifoss.
Los últimos 700 metros tras un giro a la izquierda claramente señalizado dan lugar a un tramo de carretera algo más divertido. De haber sido así todo el camino desde el sur, jamás lo hubiéramos recorrido en los 30 minutos que hemos tardado. Nos recibe un aparcamiento muy poblado de coches, algo inesperado cuando ahora es el otro lado del río el que tiene mejor acceso. Tal es la aglomeración que debemos esperar unos minutos a que quede libre una plaza suficientemente grande para la furgoneta.
Elige tu propia catarata
Esto, junto a Dettifoss, no deja de resultar irónico
Un poco de lectura antes de empezar
Una vez estacionados comemos un poco, ya que nos han dado las 12:30 y no será hasta dentro de un buen rato cuando regresemos a nuestra casa móvil. Empezamos a caminar a la izquierda del aparcamiento, y al contrario que ayer desde el otro lado, el gigante de agua aparece ya desde poco después de comenzar a andar. A medio camino el spray nos deja claro que el viento ha cambiado desde ayer, volviendo a ser los agraciados de una inesperada ducha. Si giramos la cabeza hacia la derecha según nos aproximamos, el arco iris más grande que jamás hayamos visto luce intenso gracias al agua en suspensión.
La madre de todos los arco iris
Seguimos adelante y en unos diez minutos alcanzamos lo más parecido a un mirador oficial en este lateral del río. Y vaya mirador. Tardamos muy poco en dictaminar de forma unánime que el lateral este es mucho más recomendable que el oeste -siempre que estés dispuesto a recorrer la peor carretera-. La ausencia de medidas de seguridad hace que puedas colocarte donde tu prudencia te lo permita. Si te quieres matar siendo un irresponsable, allá tú. La consecuencia es disfrutar de una vista totalmente libre de obstáculos instalados por el hombre, y podemos literalmente mojar los pies en las aguas de esta exageración de la naturaleza. La catarata no cabe siquiera en nuestra propia vista, no digamos ya en el objetivo de una cámara fotográfica por mucho angular que tenga. Nos contempla en las alturas un sol de justicia que convive con un fuerte viento que nos brinda fuertes golpes cada cierto rato.
Dettifoss salvaje
Menos arriesgado de lo que las fotos dejan entrever
Agua, y más agua, y más agua...
El este le gana al oeste
Superado -es un decir- Dettifoss, iniciamos el sendero hacia el sur de 1,4 kilómetros para ver nuevamente Selfoss, esta vez también desde el lado contrario. Tras unos pocos cientos de metros nos topamos nuestra propia playa privada: un rincón de apenas cinco metros de largo que alberga una orilla de arena negra, una roca casi hecha a medida para tumbarse, el inmenso arco iris al fondo y las aguas del río desplazándose a gran velocidad hacia la gran cascada. Dedicamos unos maravillosos minutos a algo que parecía impensable: tomar el sol junto a Dettifoss.
No hay mejor bronceado que el islandés
El camino a Selfoss se hace algo más largo que por el lateral oeste. La primera mitad del recorrido consiste en una serie de rocas con un estrecho sendero de tierra abriéndose hueco entre ellas, obligándote a reducir el ritmo para controlar donde pisas. La segunda mitad es ya mucho más sencilla, con un claro y amplio sendero de tierra compacta delimitado por piedras a lado y lado.
Llegamos a las cercanías de la catarata y desde este lado nos impresiona mucho más que ayer, aunque también puede ser una opinión condicionada por haber llegado con mejores condiciones de luz. Precisamente esa luz es la que nos anuncia que hemos llegado ligeramente tarde, ya que el sol ha superado el punto en el que ilumina ambas paredes y la que queda frente a nosotros, sitiada por agua cayendo por todas partes, ya permanece en la sombra. El viento sigue queriendo jugar con nosotros y brindarnos con más agua procedente de la gran caída que tiene lugar al fondo de nuestra vista. En cualquier caso merece la pena llegar hasta aquí solo por ver como el agua marcha errática en todas direcciones cuando procede de múltiples saltos que se originan por todas partes.
Selfoss y el caos en el río
Agua y basalto
Regresamos al coche tras un camino de vuelta que se hace especialmente pesado, puede que en parte debido al sol que ya lleva demasiados minutos seguidos golpeando nuestras cabezas. Comemos algo en el interior de la camper cuando ya se acercan las 16:00 y estudiamos las posibilidades de alcanzar Hafragilsfoss, una tercera catarata al norte de Dettifoss de la cual solo habíamos estudiado cómo llegar por el otro lateral. Toda la información de la que disponemos es la del GPS, que nos asegura que con solo tres kilómetros podríamos alcanzarla. Por lo que pudimos ver antes de tomar el desvío a Dettifoss, la carretera a tomar conservaba un estado muy similar al de hasta entonces, por lo menos hasta donde alcanzaba la vista. Teniendo tan cerca la posibilidad de visitar esta tercera atracción del lugar parece lógico por lo menos intentarlo.
Regresando desde Selfoss
Efectivamente la carretera conserva un estado casi idéntico, permitiéndonos recorrer la distancia a una velocidad más que aceptable. Solo los últimos 150 metros tras volver a girar a la izquierda son problemáticos, pero no tanto por el terreno -que es de tierra compacta- como por las muy pronunciadas subidas y bajadas plagadas de baches. Con calma, lo superamos en poco tiempo y alcanzamos el parking. Y ya desde aquí, tras apearnos del coche y caminar literalmente diez metros, la vemos.
En esta ocasión tenemos el agua cayendo varios metros por debajo de nuestra posición, ofreciéndonos una magnífica panorámica general donde todavía queda visible el spray despedido por Dettifoss dos kilómetros de río más al sur. El agua que ha sobrevivido a las anteriores caídas de Selfoss y la mencionada Dettifoss aquí se enfrenta a otro considerable salto a cuyo nacimiento se puede llegar por algún sendero en el otro lateral, ya que vemos en la lejanía pequeños puntos de senderistas que están muy cerca de él.
Hafragilsfoss, la gran ignorada
Tras dedicar varios minutos a contemplarla, no queda mucho más que hacer en el mirador de Hafragilsfoss. Creemos que ha llegado el momento de dar por finalizada nuestra visita al río Jökulsá á Fjöllum y regalarnos una tarde de relajación y recompensa por el esfuerzo acumulado, empezando por unos baños termales. Para ello seleccionamos en el GPS la dirección de Mývatn Nature Baths, pero el aparato pretende que demos un enorme rodeo continuando hacia el norte para luego regresar por el otro lado del río todo el camino de nuevo hacia el sur. Lo castigamos con unos minutos apagado hasta que nos hayamos acercando ya tanto a la carretera 1 deshaciendo nuestros pasos que no pueda plantear de nuevo ese sinsentido.
El camino que nos aleja definitivamente de Dettifoss viene acompañado de una temperatura de 17 grados. Seguimos sin caber en nuestro asombro por la suerte que estamos teniendo con la meteorología. Es durante este trayecto cuando llegamos a la cifra de 1.500 kilómetros recorridos. Teniendo en cuenta todo lo vivido y lo variado de lo visitado, se nos antoja una cifra pequeña. Pasamos de largo la zona de Hverir, al sur de Krafla y en la que se pueden recorrer una serie de pasarelas de madera alrededor de fenómenos geotermales. Si no has estado recientemente en las muy similares instalaciones del Parque Nacional de Yellowstone, puede ser una parada muy recomendada.
Alcanzamos los Mývatn Nature Baths. Los islandeses tienen entre sus sanas costumbres el bañarse al aire libre en aguas muy calientes cuya temperatura se mantiene gracias a la energía geotérmica. Prácticamente todo pueblo tiene una o varias piscinas convencionales calentadas mediante este sistema, y en algunos lugares concretos van un paso más allá y disfrutan de "baños naturales" como los que encontramos aquí. Los más famosos son los de Blue Lagoon, a escasos kilómetros de Reykjavik y de dimensiones monstruosas. Pero también monstruosa es la afluencia de público que los visita así como el elevado precio del acceso, por lo que nosotros ya teníamos decidido que experimentaríamos este tipo de instalaciones en, a nuestro juicio, la segunda opción más popular: en Mývatn.
El precio de la entrada es de 3.200 coronas islandesas por persona, algo más de 20 euros al cambio. De haber venido en temporada alta antes del 1 de septiembre, el coste sería de 3.700 coronas. Es posible alquilar bañadores y toallas a razón de 700 coronas la prenda, pero nosotros venimos ya preparados para la ocasión.
Accedemos a los vestuarios y, como nos había asegurado la investigación previa, son grandes, muy bien equipados y mantenidos en perfectas condiciones. Tras almacenar nuestras cosas en una taquilla cerrada con una ficha especial incluida en el acceso -en lo que parece más una medida contra turistas que contra posibles robos de locales - debemos ducharnos a conciencia antes de acceder a la zona de baños.
Salimos del vestuario por una puerta en el extremo opuesto que da acceso directo a los baños, y nos esperan diez metros antes de poder meternos en las turbias aguas. Y claro, son los diez metros más largos de nuestra vida. Pero cuando llegas a la orilla, dejas tus zapatillas y te zambulles en ese manto color turquesa cuya temperatura oscila entre los 30 y los 60 grados, que el termómetro exterior marque 12 grados centígrados deja de ser un problema.
El reto de los diez metros
Invertimos y disfrutamos una hora paseando por los baños, que si bien son de dimensiones mucho más reducidas que los de Blue Lagoon bastan y sobran para acoger a lo que hoy parece un público numeroso. Estudiamos de primera mano qué zonas mantienen una mayor temperatura, haciéndonos una idea de cuál es el circuito por el que se mantiene el agua caliente. Según salimos del vestuario, a mano izquierda vemos varias pasarelas de tablones expulsando vapor, junto a las cuales el agua parece alcanzar su temperatura máxima. Esta circula de izquierda a derecha, llegando a la tercera de las grandes piscinas en la que el agua es más fría que en ninguna otra parte. Junto a esta tenemos la gran caldera con avisos de peligro ya que su interior está a 100 grados, por lo que imagino que es la encargada de alimentarse con el agua enfriada, volverla a calentar y ponerla de nuevo en circulación.
Observamos en nuestros compañeros de baño comportamientos de todo tipo, desde más tranquilos a más ruidosos pero siempre reinando cierto ambiente de relajación. Dos de cada tres personas que entran en el agua van acompañados de un vaso de cerveza en la mano. El montón de conversaciones en la lengua de Cervantes que capturamos son un indicativo de que coincidimos con bastantes españoles. Las cervezas, previo pago, las sirve un "camarero" abrigado hasta los dientes como si estuviera a punto de marcharse de expedición al Everest.
El perímetro de los baños está en su mayoría ocupado por bancos escondidos bajo el agua y cubiertos de algas. Lo suave que resultan al tacto hace que sea muy agradable posarse en ellos. El suelo de los baños es de pequeñas piedras que pasan a ser más grandes en algunas zonas, por lo que hay que pisar con precaución. Lo más divertido de esta relajada hora es observar las caras y el sufrimiento de la gente cuando sale al exterior por primera vez en bañador. En los escasos metros que separan los baños de los vestuarios, un pequeño edificio parece alojar un par de saunas cuyo interior no llegamos a descubrir.
Son las 19:00 cuando regresamos a las duchas, la potencia y temperatura de las cuales aprovechamos cuanto podemos. Existen dispensadores de gel a disposición de los clientes, pero es de tipo espuma y cuesta bastante enjabonarse debidamente con él. Los vestuarios incluyen también secadores para el pelo, así como multitud de retretes en distintas zonas del recinto. Al salir hacemos unas fotos a las instalaciones desde la terraza exterior, previo paso por la tienda y el restaurante del edificio que, nada sorprendente, anuncian precios tremendamente caros.
Un vistazo desde la terraza exterior
Son las 20:30 cuando estamos de vuelta en el camping de Vogahraun, en lo que será la segunda de nuestras tres noches en Mývatn. Hoy aparcamos en la superficie de césped del extremo opuesto de las instalaciones, frente a la pizzería y las duchas y mucho menos concurrida ya que aquí no hay postes de electricidad que en cualquier caso no podríamos utilizar. Una de las cosas que descubrimos ayer es que el camping ofrece servicio de lavandería, comprometiéndose a lavar y secar tu ropa por un módico precio. La comodidad de no tener que preocuparnos por todo el proceso es demasiado tentadora, así que cogemos nuestras bolsas de ropa sucia y las entregamos en el mostrador de la pizzería que hace las veces de recepción del camping. Pagamos 3.000 coronas en total -1.500 por el lavado y 1.500 por el secado- y la chica se sorprende cuando le entregamos hasta cinco bolsas de la compra repletas de prendas.
Ya que estamos aquí, nos han dado las 21:00 y acaba de terminar el apasionante partido de Islandia clasificatorio para la Eurocopa -provocando que algunos comensales dejen libre su mesa-, decidimos que es hora de cenar. Sendas pizzas de tamaño mediano -12 centímetros de diámetro-, una cerveza grande de barril y un refresco suben la cuenta hasta 7.400 coronas, 52 euros al cambio. Sí, es caro, y por eso es solo la cuarta vez en todos estos días en la que no estamos comiendo productos de supermercado preparados en la camper. Y además, tiene el añadido de que nos sobra pizza suficiente para el desayuno, y no porque no esté buena -que lo está y mucho- si no porque el tamaño es más del que podemos ingerir en una noche.
¡Me da igual el precio! ¡Dame!
Regresamos a nuestra casa -es lo bueno de vivir en una furgoneta, que llegas a casa enseguida- y son las 22:00 cuando tras comprobar un poco las redes sociales nos disponemos a preparar nuestra octava noche en el interior de la Happy Camper. Ha sido un día algo menos denso en actividades ya que nos hemos dedicado a relajarnos y cenar como reyes a partir de las 17:00, pero incluso así ha dejado grabados a fuego un buen puñado de momentos inolvidables. Cuando estamos ya a salvo bajo ese maravilloso nórdico que vamos a sentir mucho no poder llevarnos a España, empiezan a sonar gotas de lluvia golpeando el techo de la furgoneta. Es increíble lo poco que nos ha llovido durante nuestras excursiones y como por la noche la isla parece saber que ya estamos a cubierto y no nos supone un problema que empiece a diluviar.