Día 10.
Saint-Rome-de-Tarn/Peyre (viaducto de Millau)/Le Rozier y Pyerelau/Chaos de Montpellier-le- Vieux/Grotte de Aven Armand/Saint-Chely-du-Tarn.
Recorrido de la jornada: 130 Km. Unas tres horas en el coche.
Perfil en GoogleMaps:
SAINT-ROME-DE-TARN.
Aunque no es una de las localidades más mencionados de la zona del Tarn, nos llamó la atención la foto de una cascada de sus alrededores, que vimos en internet. Pensábamos que se encontraba en el mismo pueblo, pero luego no fue así. La ubicación de este pueblo nos venía muy bien para nuestro recorrido y reservamos en el Hotel Les Raspes, una casona rehabilitada, que cuenta con habitaciones muy cómodas y una bonita terraza con piscina.
Llegamos por la tarde y aún nos dio tiempo de dar un paseo de un par de horitas, primero por el casco viejo (pequeñito pero muy chulo) y luego haciendo una caminata hasta el Tarn, ya que, pese a su nombre, esta localidad se encuentra a un par de kilómetros de ese río.
Por el mismo pueblo pasa otro río más pequeño, el Levejac, que en su camino hacia el Tarn cae formando una preciosa cascada, de la que no he leído mención en ninguna parte, pues es una diferente de la que andábamos buscando en un principio, aunque también es realmente muy bonita.
Cascada en Saint-Rome-de-Tarn.
Ya en las orillas del Tarn, cerca del camping de La Riviére, salió el sol y se quedó una tarde magnífica. Esta zona cuenta con lugares para el baño y de paseo junto al río. Es un buen lugar para emprender rutas de senderismo y para hacer recorridos en bicicleta y en canoa.
A la mañana siguiente, fuimos a la panadería/pastelería. Compramos bollos para desayunar (¡qué ricos!) y pan para hacer unos bocadillos para almorzar, ya que teníamos pensado ir de caminata all Chaos de Montpellier-le-Vieux. Tomamos cafés en un bar de la plaza de Saint-Rome, y fueron los más caros de todo el viaje: 5 eurazos dos “café-au-lait”, normalitos y en la barra, casi no me lo creía cuando me cobraron.
Antes de irnos, pregunté por el paradero de la cascada que había visto en internet y que no aparecía por ninguna parte. Me dieron las indicaciones precisas, justamente en dirección contraria de donde la estábamos buscando. La referencia es el camping de la Cascada y se ve desde la carretera D-73. Está indicado e incluso hay un pequeño mirador con apartadero para vehículos. Pese a estar casi en agosto, presentaba este aspecto tan bonito.
Cascada de Balms, en Saint-Rome-de-Tarn.
PEYRE.
Continuamos viaje por la carretera D-41, unos 17 kilómetros, hasta llegar a este pueblecito, también catalogado entre los más bellos. Se encuentra encajado contra las rocas, en fuerte pendiente sobre el Tarn, a unos 9 kilómetros de Millau. Sin embargo, lo que más nos interesaba era su mirador, que ofrece una amplia panorámica del valle con el viaducto de Millau al fondo.
Viaducto de Millau desde Peyre
Peyre desde el coche
Peyre desde el coche
VIADUCTO DE MILLAU.
Fue inaugurado en diciembre de 2004. Tiene casi dos kilómetros y medio de longitud, 7 pilares de hormigón, y con s343 metros de altura en su punto más elevado fue el puente de carretera sobre un río más alto del mundo hasta que le quitó ese honor el puente Baluarte-Bicentenario en la carretera Mazatlan-Durango (México), con sus 402 metros de altura. Esta gigantesca obra de ingeniería se construyó para facilitar el tráfico entre el norte y el sur de Francia y terminar así con los continuos atascos que se formaban a la altura de la ciudad de Millau. El paso por el viaducto es de peaje, creo que cuesta 6 euros, pero no teníamos mucho interés en pasar por él dado que, además, no lo necesitábamos para nuestro recorrido.
Lo que sí hicimos fue pasar justamente por debajo y la verdad es que impresiona su altura. Hay un desvío que lleva hasta un área informativa con mirador incluido, a la cual subimos para echar un rápido vistazo.
LE ROZIER Y PEYRELAU.
Pasamos rápidamente por Millau, una ciudad que últimamente es mucho más conocida por el viaducto que lleva su nombre. No nos paramos porque no nos sobraba el tiempo y las referencias que teníamos tampoco lo señalaban como un lugar de visita especialmente destacada. Así que nos contentamos con verlo de pasada, evitando en lo posible el tráfico y comprobando que existen bastantes sitios de vacaciones en plan no masivo, pero casi (piscinas, hoteles grandecitos, parques acuáticos y cosas así).
Los poco menos de 30 kilómetros que separan Millau de Le Rozier, por la carretera D-187, dejando el río Tarn a la derecha, son muy agradables, ya que se contemplan paisajes realmente bonitos, con vistas sobre los valles, pueblos colgados de crestas rocosas, laderas boscosas y castillos pequeños y grandes.
Los poco menos de 30 kilómetros que separan Millau de Le Rozier, por la carretera D-187, dejando el río Tarn a la derecha, son muy agradables, ya que se contemplan paisajes realmente bonitos, con vistas sobre los valles, pueblos colgados de crestas rocosas, laderas boscosas y castillos pequeños y grandes.
Uno de los más llamativos es el castillo de Peyrelade, que parece observar el curso del Tarn como un vigía aposentado en su atalaya. No teníamos tiempo de acercarnos a verlo, pero puede resultar interesante más que nada por las panorámicas que debe brindar desde su privilegiada ubicación.
El castillo de Peyrelade es el que está arriba, a la izquierda.
Llegando a Le Rozier por esta carretera, te encuentras con el río Le Jonte, un afluente del Tarn, que forma, más adelante, las conocidas Gargantas de La Jonte. Enseguida aparece un hermoso núcleo de casas colgadas en un alto que no pertenecen a Le Rozier sino a Peyreleau. Ambas localidades están separadas por el río Le Jonte y unidas por el puente que lo cruza. Le Rozier no es un pueblo con demasiado encanto en sus casas, pero tiene una ubicación perfecta y con los servicios turísticos de los que carece Peyreleau, que es un pueblecito minúsculo pero mucho más bonito. En cualquier caso, todo el entorno merece la pena.
Le Rozier y sus alrededores
Tuvimos mucha suerte ya que aparcamos el coche en el último hueco libre de un aparcamiento gratuito, junto al río. Fuimos a dar una vuelta y a comprar fiambre para el almuerzo. Luego, cruzamos el puente y subimos caminando hasta el vecino Peyreleau, desde donde se tienen unas vistas espléndidas del valle, el río y los alrededores.
Peyreleau visto desde Le Rozier.
CHAOS DE MONTPELLIER-LE-VIEUX.
A 12 Kilómetros de Le Rozier se encuentra este pintoresco parque de ocio y naturaleza, que se anuncia como “el caos más grande y rocoso de Europa”. Para entendernos, es una especie de Ciudad Encantada de Cuenca pero de mayores proporciones, cuyo conjunto geológico único ha sido declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO en 2011. Además de las figuras imaginarias que parecen sugerir las rocas, lo cierto es que sus enormes piedras calcáreas están cubiertas de vegetación y trepan hasta una altura muy considerable, proporcionando unas vistas fantásticas sobre las mesetas calcáreas y las Gargantas de la Dourbie desde sus numerosos miradores. Aparte de los senderos, hay actividades como vías ferratas, rutas de escalada, etc.
Se accede desde Le Rozier y Peyreleau, por una carretera que sube y se retuerce, proporcionando también estupendas perspectivas sobre ambas localidades. Precisamente, paramos a contemplar el paisaje en la cuneta, mi marido vio algo y fue a buscar los prismáticos, lo que me puso en guardia. Había visto un espolón rocoso justo sobre Le Rozier que le llamó la atención, ya que su cima había una cruz y se adivinaban unos tablones de madera que parecían corresponder a un mirador. También había un sendero, cuya pista se perdía en la distancia. Pues sí, la cuestión estaba clara: “Tenemos que subir allí”. Bien, de acuerdo, pero eso sería, si acaso, más tarde.
El picacho en cuestión es el que se ve arriba, a la derecha.
Continuamos hacia el Chaos, el itinerario está indicado, pero se hace largo (más de 20 minutos en coche) por el tipo de carretera. El Chaos está abierto desde abril a noviembre, con horario diferente según la estación del año. En julio y agosto, desde las 9:00 a las 19:00. La entrada de adulto cuesta 6,80 euros. Existe una entrada combinada con la cueva de Aven Armand por 15,80 euros, que fue la que nosotros compramos. Hay un “petit-train” que hace una parte del recorrido (50 minutos) para quien no pueda o no quiera caminar, con un suplemento de 4,40 euros. Va por una vía apartada de los senderos y llega al primero de los miradores, donde hace una parada para que la gente que lo desee suba a pie.
Con la entrada, te dan un mapa, con el detalle de los senderos, las figuras que sugieren las rocas y los miradores. Hay carteles explicando los lugares y las figuras más interesantes, también en castellano, así que se entiende todo perfectamente. Los recorridos a pie son cinco y están señalizados mediante colores y completar el más corto y sencillo, el azul, lleva una hora caminando entre ida y vuelta. El más recomendado es el que combina el azul y el rojo, que supone aproximadamente dos horas. Al azul y el rojo, nosotros añadimos el amarillo y el morado (dejamos solamente el naranja, que se alejaba demasiado) y tardamos unas tres horas.
No sé por qué, esta vista me recuerda a otra en Meteora (Grecia)
Respecto al nivel de la ruta, hay de todo: zonas muy sencillas y cómodas y otras no tanto, con empinadas subidas entre piedras y escaleras. No encontraremos nada especialmente complicado, pero hay que estar acostumbrado a caminar por el campo. La ruta azul termina en un mirador muy bonito y es asequible para casi todo el mundo; sin embargo, la ruta más corta sabe a poco y no sé si merece la pena desviarse hasta aquí para hacer solo ese tramo.
Tomamos nuestros bocatas y empezamos a caminar. Pese a estar en un bosque, en las zonas elevadas se está al descubierto y puede pegar bien el sol. Al principio, estaba algo nublado, lo cual agradecimos, pero luego se despejó y se notaba mucho calor, sobre todo en las cuestas.
En esta foto aparece, abajo a la derecha, la figura del "perrito", uno de los símbolos del parque.
GORGES DE LE JONTE (Gargantas del Jonte)
Cuando terminamos, volvimos por la misma carretera hacia Le Rozier y allí giramos a la derecha, en dirección a la Cueva de Aven Armand, por la serpenteante carretera D-996, que va paralela al río Le Jonte, y llega hasta la localidad de Meyruels, permitiendo contemplar las imponentes gargantas que llevan el nombre de este afluente del Tarn. Hay un mirador de pago, al cual se puede subir para observar los buitres que revolotean constantemente sobre las cárcavas; pero no es necesario pagar nada. Desde la carretera se contempla el panorama bastante bien, además hay un apartadero para dejar el coche unos minutos y echar un vistazo con tranquilidad. Lo malo fue que, de repente, el tiempo cambió radicalmente. El cielo se puso negro, empezaron a caer algunas gotas y se levantó un viento frío y fuerte, muy molesto, que apenas nos dejó disfrutar del panorama.
Además, íbamos con la hora bastante pegada para hacer la visita a la Cueva de Aven Armand. Sabíamos que cerraba a las 18:00 pero no teníamos idea de cómo funcionaba el tema de los pases, con lo cual el último podía ser a las cinco y media o a las seis. Para jorobar más el tema, nos pasamos sin darnos cuenta el desvío que sale a la izquierda de la carretera y que va directo a la cueva, con lo cual tuvimos que llegar a Meyruels y dar una especie de rodeo, que nos retrasó todavía más. Fueron 21 kilómetros que se nos hicieron bastante más largos que la media hora de viaje que señala el navegador.
En Meyruels, giramos a la izquierda, por la D-986, que después de ascender la ladera del acantilado, desemboca en una especie de amplia meseta prácticamente plana, de tonos ocres, apenas sin vegetación, que sorprende por el contraste con el agreste paisaje verde y boscoso de los acantilados que se asoman a las riberas del Le Jonte. También se nos hizo muy largo el cuarto de hora que tardamos en cubrir los 11 kilómetros de distancia que hay hasta la entrada de la Cueva.
GRUTA DE AVEN ARMAND.
Está considerada una de las cuevas con estalactitas y estalagmitas más bonitas de Francia, sobre todo éstas últimas, que se cuentan por docenas y que semejan a lo que se ha llamado un "bosque virgen". Fue descubierta por Louis Armand y Alfred Martel en 1897 y constituye un caso único en el mundo. Está abierta desde abril hasta noviembre en diferentes horarios según la temporada y la entrada de adulto cuesta 10,50 euros. También se puede adquirir una entrada combinada con el Chaos de Montpellier-le-Vieux por 15,50 euros. Dentro de la cueva hay una temperatura ambiente estable de unos 12 grados, así que hay que llevar chaqueta o chubasquero. El acceso se realiza mediante un funicular que en dos minutos desciende los 60 metros de profundidad a que se encuentra la cueva. Allí se llega a una plataforma sobre la que se tiene una visión general de la caverna (hasta aquí pueden acceder las personas de movilidad reducida, después hay que bajar y subir varios tramos de escaleras).
Habíamos perdido el pase de las 17:30, pero había otro, el último, a las 18:00, así que tuvimos que esperar un rato en la cafetería, donde pedimos un par de cafés con leche para entrar en calor, ya que había refrescado mucho, y donde tomamos la peor tarta de manzana de todo el viaje.
La visita es guiada y en francés (no sé si habrá en otros idiomas), pero nos entregaron unos folletos con la transcripción al castellano de lo que nos íbamos a encontrar y a oír, en forma de narración en la supuesta voz de Julio Verne. Y es que presentan esta visita como una recreación de la famosa novela “Viaje al Centro de la Tierra”, con exhibición audiovisual incluida.
Una vez que te bajas del funicular, se abre la puerta metálica que da acceso a la cueva y te encuentras en una cavidad oscura de proporciones desconocidas. La verdad es que cuando se enciende la luz y vez lo que tienes ante tus ojos, te quedas pasmado/a. Esta primera visión es deslumbrante, un espacio único e inmenso, donde cabe una catedral, plagado de columnas de colores blancos y rosados, de entre 1 y 30 metros, componiendo un alucinante bosque petrificado.
Agujero en el techo de la caverna (arriba a la derecha) por donde llegaron sus descubridores
Se continúa el recorrido, viendo de cerca sus diferentes partes, que van cambiando de aspecto paulatinamente con unos sorprendentes juegos de luces, que lo hacen parecer distinto a cada paso, aunque siempre se esté en la misma caverna, ya que no existen varias rutas y galerías sino un espacio único aunque enorme.
La iluminación pretende recrear un universo de fantasía en el centro de la tierra, como en el relato de Verne. Si lo consigue o no, depende de la imaginación de cada cual, aunque hay que reconocer que logra darle un aspecto peculiar, bastante diferente a lo que es normal en otras cuevas preparadas para el turismo.
Sin embargo, al menos en mi opinión, esta iluminación que impacta al principio, al cabo de unos minutos se vuelve un tanto estridente (casi en plan discoteca) y termina por arrebatarle protagonismo a las maravillosas formaciones naturales, que seducen sobre todo cuando muestran colores más neutros, como el blanco y los distintos tonos de crema y rosa, que es su color natural, según nos comentaron.
El recorrido dura unos 50 minutos y en todo momento está permitido tomar fotos sin flash. Todas las que pongo aquí están hechas por mi.
Una vez finalizada la visita de la cueva, seguimos la misma carretera D-986 hacia Saint-Chely-du-Tarn, donde teníamos alojamiento esa noche, una distancia de 26 kilómetros que hicimos en poco más de media hora. Antes de iniciar el descenso hasta el río, nos paramos en un bar que tiene un extraordinario mirador sobre el circo de Saint-Chely. Se puede acceder libremente, sin hacer ninguna consumición.
Ya en la carretera que recorre las Gargantas del Tarn, cruzamos el río y pasamos por el bonito pueblo de Sainte-Enimie, donde vimos bastante gente cenando en las terrazas de un par de restaurantes. Pensamos en parar allí, pero estábamos algo cansados y decidimos continuar hasta nuestro hotel en Saint-Chely, que estaba apenas a 5 kilómetros de distancia.